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"Cada trece o catorce años cambio la piel"

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Para el actor, la comunicación es "el link entre el pensamiento y la palabra". (Foto: Marcelo Bonjour)

Se hizo actor por accidente —literalmente, uno que casi lo mata—, encontró su forma de bailar en el cine y se hizo comunicador; ahora enseña a hablar en público.

LEONEL GARCÍA

Leonardo Lorenzo (52), actor, comunicador y ahora docente, ha vivido varias reinvenciones. La primera de ellas, dice, fue fruto de las circunstancias: a los 12 años murió su padre, la economía familiar se resintió y hubo que cambiar el liceo privado, el San Juan Bautista, por el público, el Zorrilla, el de Durazno y Bulevar España. "Ahí encontré variedad. Fue como... aire fresco. Aún me junto con gente del San Juan, pero de haber seguido ahí hubiera terminado como contador, economista...".

Al destino de "mhijo el dotor" le siguió poniendo fichas: estudió psicología e ingeniería. Pero un accidente que casi lo envía a la tumba lo llevó a la mayor reinvención de todas: la de actor, como él se define ante todo. Fue en 1987 y en el grupo La Gotera. Gracias a su protagónico en la película Una forma de bailar (1997) llegaría la hora de la televisión —Buen día Uruguay en Canal 4, de 1998 hasta 2012— y la radio —Monte Carlo a sus órdenes, en Radio Monte Carlo, de 2010 hasta hoy—. "Cada trece o catorce años cambio la piel", resume. Hoy es la docencia: enseñar a otros a hacerse entender.

Accidente.

Está inhóspita la tarde-noche. Desde la comodidad de un apartamento de un primer piso, donde todo merecería ser fotografiado para una revista de diseño, la rambla de Punta Carretas se muestra hostil. Sin embargo, él hubiera ido igual en bicicleta, como lo hace siempre, hasta Radio Monte Carlo, en el Centro, si no fuera porque tenía una grabación para Canal M, señal de tevé online donde está hace cuatro años. "Siempre subo por esta calle (Francisco García Cortinas), Bulevar (Artigas), (Julio María) Sosa y la Rambla. Pero eso lo hago desde 1989, cuando iba a estudiar a la EMAD, y luego yendo al Canal 4, subiendo por Jackson y Fernández Crespo. Por 15 años hice dos veces al día la rotonda del Palacio Legislativo, ¡y viví para contarlo!".

Casi no vivió para contarlo en agosto de 1986. Su ingreso a la actuación fue por accidente; literalmente. Estudiaba ingeniería, era empleado administrativo en el Poder Judicial y, luego de un baile en el Club Albatros de Salinas, esperaba un ómnibus en la Interbalnearia. A las cinco de la madrugada, un taxi hizo un trompo en la ruta y tuvo la maldita puntería de embestirlo, quebrarle las dos piernas, fisurarle columna, cadera y hombros, e irse sin ayudarlo. Luego de tres meses internado salvó su vida pero perdió el interés por la facultad. El negocio no acabó siendo malo.

"Cuando vuelvo a la vida real me encuentro con un amigo que me dice que está viviendo con un actriz. Los ojos me hicieron boing, ¡era el primer amigo que vivía con una mujer! ¡Éramos todos nenes de pecho! Me invitaron a comer y me dijeron que me uniera al grupo La Gotera, que funcionaba en el sótano de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Hugo Bardallo, su director, fue el primero que me dijo que yo tenía un lugar en el teatro".

Su primera obra fue Sobrevivientes. Leonardo luego empezó la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) en 1989, casi al filo de la edad permitida, donde egresó en 1993. Probó con el Carnaval, en revista Rebelión, humoristas La Naranja Mecánica y parodistas Los Sandros. "Convivir con la gente de los barrios me pareció espectacular, pero es un ambiente en el que no me sentí cómodo". Y de pronto llegaría su punto de inflexión profesional.

Visibilidad.

En 1996, Leonardo vivía con sus tres hermanos por la calle Prudencio Vázquez y Vega. A su padre lo perdió a los 12; a su madre, a los 21. Era el más grande de los cuatro; "el más inmaduro también". Por entonces, en un casting para una película había que representar un personaje en base a la trilogía Memoria del fuego, de Eduardo Galeano. El escogido fue Superman, pero Leonardo se centró en Clark Kent. Así demostró ser el candidato perfecto para el timorato Esteban de Una forma de bailar, una película sencilla, premiada y efectiva, dirigida por Álvaro Buela, que devolvió la confianza en el cine uruguayo tres años después de que nadie comprendiera nada con El dirigible. "Una forma de bailar estaba muy bien contada. Yo no sé si era buena o mala, ¡pero a diferencia de El Dirigible, la entendían todos (risas)!"

La película le permitió conocer a quien sería su esposa (ver aparte) y sentirse digno de su profesión. "Si bien llevaba diez años, comencé a sentirme actor puntualmente en una comida de fin de año de la Sociedad Uruguaya de Actores, cuando se acercó Estela Medina a decirme que le había gustado mucho lo que había hecho en Una forma de bailar. Ahí me dije: bo, ¡llegué!". También lo llevó a la televisión, a ser la pata masculina de un trío que completaban Adriana Da Silva y Sara Perrone en el magazine matinal Buen día Uruguay, y adquirir una notoriedad impensada. "Vos no te das cuenta de que sos invisible hasta que perdés la invisibilidad, te subís a un ómnibus y todos se dan vuelta para mirarte. Por suerte, en Uruguay el público no es invasivo. Si ven que no querés hablar, te respetan. Supongo que alguno habrá pensado que soy un antipático... Siempre pensé que la televisión y los medios iban a ser un momento en mi vida; y cuando quería acordar tenía quince años en el lomo".

A un magazine televisivo matinal sumó en 2010 otro radial vespertino junto a Leonor Svarcas. Leonardo dice que ese formato lo prepara profesionalmente para todo tipo de periodismo: político, deportivo, social, de espectáculos... Extraña la tevé abierta, aunque reconoce que aquella vieja propuesta que durante años había liderado en audiencia ya había decaído. "Se llevó para el lado de la farandulización... y no era interesante". Ya lleva cuatro años en la TV por la web. Ahí le puso la cara a productos pensados para un público ABC1 (sobre restaurantes, hoteles y cocina gourmet), muy distinto a la audiencia popular y masiva del 4 y de Radio Monte Carlo. Versatilidad, que le dicen. Actualmente prepara un ciclo de entrevistas a periodistas llamado Juegos de poder. Y esto tiene que ver con su último cambio de piel.

Ser yo.

Hace tres años, en la Universidad de la Empresa (UDE) le pidieron que diseñara un taller para gente que tiene que hablar en público. Apeló a todo lo aprendido en el teatro, cine, tevé, radio y carnaval, y así nacieron sus seminarios de Comunicación de Ideas. De ese curso, que ya presentó en la UDE, en Sinergia Cowork, en la Facultad de Teología y a empresarios y políticos cuyo nombre mantiene en reserva, práctico en un 95%, él es su creador y su alumno permanente.

"Para mí, la comunicación es un juego de poder. Si no lográs captar la atención de la o las personas que te escuchan, no te dan bola ni tus amigos en un asado. La comunicación es el link entre el pensamiento y la palabra. Tenés que conquistar al otro. ¿Cuándo ganás? Cuando tu idea llega al otro. Y encontré maneras para que las personas comuniquen de forma más interesante y concreta, y que se mejore la escucha del otro", dice, se entusiasma y empieza a aplicar alguna de sus propias herramientas: usar los ojos como si fueran manos y disfrutar de las pausas. "Yo no puedo tocar a las personas, pero las engancho con la mirada: si te miro, conecto. Y todos creemos que hay que hablar mucho y rápido, cuando los silencios tienen más peso que las palabras: si vos hacés un punto, lo que sigue biológicamente es a otro ritmo, tono y volumen. Y la persona que te escucha reflexiona más sobre lo que decís. Por supuesto —hace una pausa y clava la mirada—, para comunicar tenés que tener algo para decir".

Estos seminarios, asegura, los pone a prueba en él mismo. Gracias a ello cambió su modo de conducir en radio e incluso la manera de actuar. "Modifiqué algo que llevo haciendo desde hace treinta años en los últimos tres". Así como hay quien trabaja con la madera, compara, él lo hace con la comunicación. Y se sigue entusiasmando con su nueva piel: "Nunca había sido docente. Nunca me había parado delante de personas que esperaran algo de mí, que esperara ser transformadas por algo que les dijera. Antes yo era un personaje, acá soy yo".

"NO SÉ SI LA ENTERNECÍ.."

Con Mariana Blengio llevan dieciséis años casados. Son los padres de Teo (12) y Leo (10). La familia vive en el apartamento por García Cortinas desde 2003. La actividad favorita de Leonardo con los pequeños —"aparte de recordarles que se calcen"— es acompañarlos a sus partidos de fútbol y rugby. El actor dice que su esposa, empresaria y comunicadora, es invariablemente más reconocida cuando asisten juntos a algún evento, lo cual —a juzgar por sus apariciones en las páginas de sociales de las distintas publicaciones— ocurre con frecuencia.

La pareja se conoció durante el rodaje de Una forma de bailar, pero el amor llegó luego que la película recibiera el premio Iris, de la revista Sábado Show, en el Hotel Flamingo, en 1998.

"Fuimos nombrados y yo subí a recibir el premio con todo el ímpetu (risas). Pero por una mezcla de cables, alfombra y el propio ímpetu, patino y caigo chanta al piso delante de todos. Justo ahí Mariana entraba al Flamingo... No sé si la enternecí, le di lástima o si desperté su espíritu de protección. La cuestión es que terminamos intercambiando teléfonos con alguna excusa de ocasión. Bueno... ¡ella fue la que me pidió el número para una entrevista!", se ríe.

SUS COSAS

Su instrumento

En la barbacoa de su apartamento, hay una guitarra criolla de unos 90 años, que un día perteneciera a Santiago Chalar y le fuera obsequiada a su suegro, el padre de Mariana. Leonardo es guitarrista e incluso tocó con una banda, Los Clavos, en el Montevideo Rock II. "Hacíamos rockabilly, una onda Creedence Clearwater Revival, ¡nadie sabía lo que era!". En aquella época reinaba el punk.

Su libro

Su favorito es La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. "El personaje (Ignatius Reilly) no se puede creer". Le gustaría tener "una biblioteca como la gente". En un mueble horizontal en el living se mezclan libros sobre José Mujica, de análisis político, de discos históricos y novelas de Isabel Allende.

Su personaje

Si tuviera que elegir un personaje entre todos los que interpretó, señalaría al pudoroso farmacéutico Teodoro en la Doña Flor y sus dos maridos que se presentó en el Teatro del Notariado el año pasado. Pero saltó a la fama en 1997 como Esteban en la película Una forma de bailar.

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Para el actor, la comunicación es "el link entre el pensamiento y la palabra". (Foto: Marcelo Bonjour)

LEONARDO LORENZO

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