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Tom Ford y su traje de director

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Tom Ford sorprende como consumado director cinematográfico.

Gracias a su segunda película el diseñador regresó al mundo del cine con una carta segura para la temporada de premios.

Pudo haber sido un golpe de suerte. Pero no. Tom Ford siempre tuvo claro que su ingreso al mundo del cine sería tan orgánico y natural como lo fue su entrada al mundo del diseño. "Tuve muy poco entrenamiento en el mundo de la moda. Tampoco tuve una formación real como director de una película", ha dicho este artista del diseño, una marca de fábrica obligada, cuando recuerda en sus propias palabras su inusitada incorporación al negocio de hacer películas en un momento en que nada, ni nadie, hacía presagiar ese viraje por parte de uno de los ejemplos de éxito, dinero y celebridad de la moda.

Fue hace siete años, con el filme Solo un hombre, que debutó, para sorpresa de todos en el mundo del cine, en calidad de director. Estar de moda es como la moda: dura con suerte 15 minutos de ¿fama?, y Tom Ford lo sabe a la perfección. Gravitante figura en esa industria, ha señalado que diseñar y vestir a famosos puede ser una acción que dura solo unos instantes en el tiempo, porque se trata de un mundo voraz y rápido, donde lo que se usa luego aburre y se busca algo nuevo, que se usa y luego aburre. Un ciclo vertiginoso y que velozmente pasa delante y sobre todos sin que quede títere con cabeza.

"Creo que en la moda todo cambia siempre. Pero en el mundo del cine todo es para siempre". Esas palabras, con fe y fuerza, las dijo en la presentación en sociedad en Estados Unidos de Animales nocturnos, en el marco del Festival de Toronto. Es solo el segundo filme de Ford, pero parece el décimo trabajo de un maestro ya consolidado y consciente de su mundo interior y de la mejor forma de expresarlo en pantalla, a través de un trabajo sólido, profundo y que al igual que entretiene, también remece. Y, mientras tanto, el espectador solo quiere saber qué sucede con la historia hasta llegar el final.

Animales nocturnos es la historia de una sofisticada galerista de Nueva York, Susan Morrow (Amy Adams), casada con un exitoso hombre de negocios (Armie Hammer). Pero tanto su carrera como su vida marital van de mal en peor porque se siente, a través de las imágenes y el ritmo narrativo, la modorra del desgaste y la obsesión por lo material.

Ford muestra entonces un mundo que conoce por su afiliación laboral en el diseño: el mundo de la élite, de las altas esferas, de gente con altísimo poder de adquisición, y su mirada es con claro desdén y escepticismo hacia ese foco porque, ha dicho, siente que ya hace más de un lustro tocó fondo, se aburrió de esa falsedad y encontró nuevos caminos que le iluminan con mayor autenticidad.

Padre de un chico de casi cuatro años, con pareja estable (Richard Buckley), Ford puede estar quizás viviendo uno de los mejores momentos de su vida personal y profesional, aunque mantiene vivo un miedo perenne a equivocarse, a dejarse seducir por sus demonios pasados y, por ejemplo, dejarse vencer por una depresión que lo tuvo contra las cuerdas en algunos momentos de su vida. O por su alcoholismo, que ha mantenido a raya no sin esfuerzo y lucidez.

Sueños de actor.

Tom Ford siempre se sintió distinto. Iba al revés de los mortales, siendo un chico que sentía que no calzaba y con ganas de dejar de existir durante su infancia. Pero fue durante su juventud cuando se dio cuenta de que algo cambió. Se convirtió en el oscuro objeto de deseo de muchos, y este joven Tom Ford sentía una profunda atracción por las luces y la fama.

Quería ser actor. O, mejor aún, estrella de cine. Pero su timidez galopante, su hastío por las esperas y el trato tipo ganado en las sesiones de foto como modelo/actor, le hicieron tomar el camino por el diseño y la moda. Pero el cine siempre, siempre estuvo ahí.

Cada vez que imaginaba o creaba una línea, ha señalado, pensaba en fragmentos de películas, en imágenes que le dieran inspiración. Pero siempre iba y venía a una película: Las amargas lágrimas de Petra von Kant, de Rainer Werner Fassbinder, un relato que reunía en un mismo lugar una ambición estética con un motor narrativo dramático e intenso.

Animarse a saltar.

Atreverse a dar el salto al cine fue complejo al inicio, pero Ford dejó de lado miedos y aprehensiones y siguió el consejo de su amigo David Geffen, quien frente al temor de jamás ver filmado su por entonces primer proyecto, Solo un hombre, le dijo: "No hay nada mejor en el cine que invertir en ti mismo".

Dicho y hecho, Ford formó así su propia compañía, Fade to Black, que significa "fundido a negro", una transición usada en el lenguaje del cine para pasar a otra cosa. Así ha sido para la carrera de Ford la forma de saltar al mundo del cine.

Lo más duro, según ha dicho, ha sido intentar financiar esta carísima empresa. Pero teniendo en cuenta que estamos ante uno de los príncipes del mundo de la moda, con cifras de varios ceros en su cuenta bancaria, sumadas a su innegable talento, la quimera se ha transformado en una aplaudible realidad que debería tener, además del galardón en Venecia (Gran Premio del Jurado) que ganó, más nominaciones y/o premios en la temporada de Oscar que se viene.

Si con Solo un hombre, Colin Firth consiguió su primera nominación al Oscar, hay igualmente posibilidades de candidaturas para el elenco de Animales nocturnos. Ford ha recordado que lo más sencillo de esta nueva forma de hacer arte para él es conseguir a las estrellas. De hecho, los trajes del diseñador los usa Daniel Craig en la saga de James Bond.

Tom Ford creció en Austin, Texas, y parte de la acción de Animales nocturnos ocurre en esa zona texana. La idea, dice, era también retratar hombres que no respondieran al típico estereotipo del macho-man, vaquero y con pistola al cinto. "De hecho, Jake Gyllenhaal puede parecer muy débil", dice por la doble misión del actor: hacer del exesposo y además del family man dentro de la historia. Pero ambos roles, los de Gyllenhaal, son para Ford un hombre fuerte.

Curiosamente, Gyllenhaal ha confesado que debió derribar prejuicios cuando se juntó por primera vez con el director. Ha dicho que pensó que esta película sería una propuesta más estética, más formal, ya que Ford es diseñador. "Pero estaba equivocado. Preparó muchos perfiles de los personajes, tenía todo clarísimo en su cabeza", dice el actor.

"Si pasas una hora y media en una sala de cine, eso debe desafiarte —ha dicho Ford—. No puede ser que salgas como si nada te hubiera pasado".

Y así pasa con el breve, pero potente trabajo de este director. Después de ver sus películas, uno se lleva a casa las vidas, problemas y alegrías de esos personajes. Y eso no lo hace cualquiera. No es llegar y vestir bien a los actores: hay que tener toda la sensibilidad que le sobra al señor Ford, un animal único en su especie.

LA HISTORIA DENTRO DE LA HISTORIA

Un film sobre el sentirse descartado y las lealtades

“Animales nocturnos se trata de cómo superamos esa manera de ser tratados como algo desechable en las relaciones y de la importancia de la lealtad hacia la persona que tenemos al lado”, ha explicado Ford sobre las motivaciones que lo llevaron a embarcarse en este proyecto de US$ 22 millones, y que lo tiene firmando como director, coproductor y como guionista.

El film, además, es una adaptación de la novela de 1993 Tony and Susan, de Austin Wright. Pero ese es el génesis de Animales nocturnos, que cuenta además con otra cualidad. Dentro de la historia de la galerista con un matrimonio y vida miserables, hay una historia dentro de la historia. Un relato que funciona con vida propia cuando el primer marido de la protagonista, olvidado y enterrado en su pasado (Jake Gyllenhaal), reaparece como un fantasma en pena y le envía una copia sin publicar de su primera novela, llamada Animales nocturnos: la novela que siempre trató de hacer este hombre en sus años juntos, pero que no podía terminar.

Y así, dentro de la película, es posible ver cómo, mientras Amy Adams lee en su cama sola, se muestra lo que pasa en el libro: un marido (de nuevo Jake Gyllenhaal), su mujer (la pelirroja Isla Fisher) y la hija adolescente de ambos son acosados en la carretera por una banda liderada por Aaron Taylor-Johnson.

Es un relato dentro del relato que le sirve a Ford para mostrar no solo su alta capacidad narrativa en el cine, sino para mostrar operaciones morales y reflexiones sobre la condición humana, como la perseverancia y el arte como purga de los demonios individuales.

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