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"El teatro es un modo de vivir y entender"

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Lucía Trentini ensaya Inconfesable, su próxima obra. Foto: Darwin Borrelli.

Es una de las artistas jóvenes que está pisando fuerte en la escena nacional. Con 32 años estrenó dos obras propias, grabó un disco y ensaya su nueva propuesta, Inconfesable.

Colecciona sombreros, zapatos y lentes. A todos los usa en su vida y también para crear a sus personajes, para buscarlos y encontrar a alguien que pueda decir lo que ella quiere decir. También, por qué no, para encontrarse a sí misma a través de otros: otros cuerpos, otras voces, otros ojos. Y eso, jugar a ser otra persona, es algo que Lucía Trentini (32) hace desde que es una niña.

Cuando tenía cinco años sus padres la llevaron a clases de teatro. Y si bien estudió piano durante mucho tiempo, hubo algo que siempre tuvo claro: quería ser actriz. "Sabía que tenía una gran vocación por el teatro, siempre fui muy activa, y sabía que era eso a lo que me quería dedicar. Pero hasta que no fui más grande, no supe que existía una escuela de teatro. Yo quería ser actriz pero no sabía que me podía formar para hacerlo", cuenta Lucía, sentada en el living de su casa, que comparte con Juan, su pareja.

Su hogar la delata: libros, discos, vinilos, trípodes, sombreros por todos lados, instrumentos, micrófonos y papeles. Allí se respira arte en todos los rincones. Es que hoy, con dos obras propias estrenadas y otras tantas por estrenar, unos cuantos escenarios, un disco y un montón de canciones, Lucía se define como una artista. "Ni cantante ni actriz, o ambas. En algún momento fui una actriz que cantaba, pero actualmente yo creo que no son separables, al menos en mi caso. Tanto la música como el teatro, ambos son actos de comunicar". Y ella no puede entenderlos por separado.

Rebeldía con causa.

Nació en Durazno y es la segunda de cuatro hermanos. Tiene recuerdos de una infancia tranquila, llena de juegos y de títeres. "Fue preciosa", dice.

A ella y a su hermano mayor, un tío abuelo les había enseñado a hacer títeres con papel maché, y esas fueron las primeras veces que Lucía le inventó la vida a alguien más. "Mi hermano los empezó a hacer con diario y con engrudo y yo le confeccionaba la ropa, siempre me gustó coser. Después diseñábamos juntos teatritos y hacíamos funciones y le cobrábamos entrada a los vecinos y amigos", recuerda.

Además, le gustaba ir a lo de su madrina o a lo de sus abuelas porque allí siempre tenía un rinconcito en el que le guardaban vestidos y collares para que ella pudiera disfrazase y jugar. Incluso, muchas veces se iba a lo de sus vecinos, desaparecía y la encontraban "tomando la leche con unos viejitos". Pero también se recuerda cantando con su papá mientras él tocaba la guitarra, ensayando las canciones en el cuarto mientras los amigos de sus padres estaban en el living y ella esperaba ansiosa el momento de "salir a escena".

A los 10 años empezó a estudiar piano, solfeo y flauta en el conservatorio de música de la ciudad. "Había solo canto lírico pero a mí no me gustaba". Así, cuando tenía 14 años, un día escuchó una murga, PaDelante, mientras ensayaba, se acercó a ellos y les dijo que ella quería cantar ahí. "Había solo una mujer que era la pareja del director y se cantaba todo. Yo creo que me dejaron porque dijeron pobre, no se dio cuenta de que no tiene nada que hacer acá". Ese día, empezó a cantar con la murga. "En ese momento me escuché por primera vez", dice.

Entre títeres, juegos, guitarras, canciones y poesías —escribía e incluso su mamá la llevó a hablar con alguien para que se las editara— Lucía era una de las dos adolescentes que estaba en el elenco del teatro de la ciudad. Una ciudad que recuerda con mucho cariño pero que la hizo rebelarse. "Era de pura adolescencia, y era rebelde sin mucha causa. La rebeldía fue también conmigo, un día me corté el pelo radicalmente corto, y eso, en el contexto de Durazno, una ciudad del interior, pegaba mucho. A nivel social es difícil vivir en un pueblo, hay muchos prejuicios: si tenés un piercing o un tatuaje sos un drogadicto, si sos artista no servís para nada o sos un vago. Hay cosas que están impuestas y tan metidas a fuego, que son difíciles de entender, y eso a mí me dolió pila. Mi rebeldía creo que fue un poco en función de eso, de tener que responder a determinadas normas con las que no estoy de acuerdo".

A los 17 años terminó el liceo y se vino a estudiar en la EMAD (Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático) a Montevideo. "Cuando recién me vine me preguntaban qué estudiaba, yo decía teatro y siempre la repuesta era ¿y qué más?. Nunca es suficiente decir que uno estudia teatro para el común de la gente". Y aunque Lucía tenía claro que al terminar una carrera así "no sabés de qué vas a vivir o cómo vas a hacer para vivir", igual se la jugó. Ella sabía también que elegía al teatro, al arte en general, como su forma de vida.

Creadora.

Cuando terminó la EMAD se fue de viaje a Cuba. Al volver, tenía un mensaje de Tabaré Rivero para que cantara en La Tabaré. Y, aunque fue una sorpresa, no lo dudó. Estuvo en la banda entre 2009 y 2014. Además, en ese momento, estaba haciendo un posgrado con Roberto Suárez, empezaba a dar clases de teatro y se inscribió en la Escuela de Música para estudiar canto. "Para mí que era chica era todo perfecto, ensayaba todos los días, con La Tabaré teníamos toques todos los fines de semana y agarré un fogueo, un entrenamiento y una confianza en la escena que estuvo buenísimo".

— ¿Por qué dejaste la banda?

Me empezó a pasar que extrañaba mucho el teatro y la banda no estaba tocando lo suficiente como para justificar que yo no pudiera dedicarme al teatro. Además estábamos todos en etapas de la vida diferentes. Taba era mucho más grande que yo, que tenía 25 años y me quería llevar el mundo por delante, quería seguir buscándome.

Y para buscarse Lucía necesitaba crear, necesitaba escribir y volver a actuar. "Acá si no te conoce nadie no te llaman para laburar, y yo no iba a quedarme esperando a que alguien me buscara, así que empecé a armar algo. Lo único que sabía era que quería romperme actuando, hacerme pelota en la escena". Fue así como surgió Música de fiambrería, la primera obra que escribió y actúo. Allí fue dirigida por Diego Arbelo. Después, Marianella Morena la convocó para la obra No daré hijos, daré versos. Luego escribió su segunda obra, Muñeca rota, un policial sinfónico, que dirigió pero no actuó. Y volvió a trabajar con Morena en Rabiosa Melancolía. Ahora, se encuentra ensayando Inconfesable, sonata para dos actrices, un texto que escribió, dirige y actúa, que estrenará en la Zavala Muniz en setiembre.

— ¿Qué es el teatro? ¿Por qué lo necesitás?

Para mí es todo y por eso lo necesito. Es un modo de vivir y de entender. En el teatro cabe todo lo que yo quiero hacer. No es solo la representación de un texto, tenés infinitas posibilidades, el teatro es infinito. Es la posibilidad de poder hacer lo que quiera. El teatro no tiene límites y no necesita de nada. Si querés hacer una obra solo precisás la gente que se cuelgue a laburar contigo y nada más y eso me encanta.

En general, Lucía nunca está conforme. Así que, cuando dejó la banda y volvió al teatro, empezó a extrañar la música. Escribió canciones, se las mostró a un amigo que tiene un sello y grabó su primer disco, Cicatriz.

Aunque sabe que vivir del arte es difícil, tiene más ideas, más canciones, más discos que quiere grabar, más personajes por crear y, especialmente, más cosas que quiere decir. Incluso, quiere volver a Durazno para hacer una obra en el río, "para hacer una revolución teatral", dice medio en broma y medio en serio.

"Ahora vivo de mi trabajo, pero es muy difícil y muchas veces angustia mucho", cuenta. "En los últimos años, como para entender mi economía, di muchas clases de teatro a grupos muy grandes y eso me empezó a joder la voz, pero a su vez necesitaba un ingreso medianamente fijo para al menos pagar el alquiler por un tiempo. Es difícil, voy viendo año a año qué surge, pero nunca tenés nada seguro. Ahora por ejemplo, en casa no tenemos un aire acondicionado, andamos en bicicleta, no tenemos auto, no me voy de vacaciones. Pero son elecciones de vida. Yo elegí al teatro, me la jugué por mi profesión y no me importa tener que pasar un poco más de frío", dice, y sonríe porque paró de llover y salió el sol.

SUS COSAS.

Nina Simone.

Juan, su novio, es músico y en la casa que comparten está lleno de vinilos que se regalan para sus cumpleaños. Encima de un mueble que fue escenografía de Música de fiambrería, está uno de los preferidos de Lucía: At the Village Gate, de Nina Simone. Es que ese disco incluye una de sus canciones favoritas: The house of the rising sun.

El cine.

Lucía es fanática del cine. Incluso, en su casa tienen un proyector que usan para mirar películas en una pared. Además, sus creaciones siempre tienen referentes cinematográficos. "Muñeca rota tenía mucho de David Lynch y ahora Inconfesable tiene mucho de Bergman. Ellos son dos de sus cineastas de cabecera.

Su disco.

En junio presentó su primer disco, Cicatriz, que incluye nueve canciones propias. El título responde a la necesidad de cerrar un proceso: había dejado La Tabaré, empezaba a escribir su segunda obra y a extrañar la música. "Una cicatriz es algo que se abre, se desangra, genera otras cosas y luego se cierra. Me encantan las cicatrices".

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Lucía Trentini ensaya Inconfesable, su próxima obra. Foto: Darwin Borrelli.

LUCÍA TRENTINISOLEDAD GAGO

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