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No hago sociales

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Uno de los asuntos que disfruto de mi libertad es no tener que ir a reuniones sociales que te roban horas de vida, oyendo a gente que uno no tiene demasiadas ganas de soportar y donde hay que sonreírle hasta el perro del impulsor del evento para quedar bien con todo el mundo. (El "hecho social" de Durkheim).

WASHINGTON ABDALA

Es que no tiene vuelta el asunto: estás obligado a ir a esas reuniones si sos empleado dependiente, si sos cliente, si buscás clientes, si vendes, si comprás, si buscás votos, si necesitás posicionamiento o si querés existir en la aldea. Y si sos el dueño del circo deberás velar para que todos los integrantes del mismo hagan sus rutinas de forma simpática y alegre. También vos estás obligado. En fin, un infierno dantesco al que nos vemos sometidos los mortales de manera impiadosa (Las reuniones de fin de año con los compañeros de trabajo son otro asunto criminal que la humanidad inventó solo comparable a los encuentros con los excompañeritos del liceo vía Facebook. Y nos gusta eso).

Entiendo que es parte del juego participar de estos momentos para darnos a conocer, mostrarnos e "interactuar" (me repele esta palabra de moda).

Yo supe que la izquierda iba a estar mucho tiempo en la vida gubernamental del país el día que aparecían fotos de sociales de cuanto personaje —de esa fuerza política— andaba por la vuelta en todos lados. Meta foto con fulano. Meta con Mengano. Y todos con la copita de whisky escondida en la espalda (¿pa qué?). La "era" de las fotos sociales de la izquierda concheta la inauguró pomposamente Mariano Arana hace tiempazo y Pepe la remasterizó al rango de top model (Pepe es nuestra Valeria Mazza). Años enteros saliendo fotos de ellos con un glamour inimaginable. Y los capitalistas nacionales (siempre los mismos) fueron cambiando las fotos con los gobernantes de la década y todos chochos. ¡chin pun, chin pun!

Hay que reconocer que en las reuniones sociales de ahora cambió el estilo. Hoy todo es finoli y murieron los sandwichitos. Es terraja eso. El glorioso sandwichito de bondiola, mayonesa y tomate marchó. Son gronchos. Desaparecieron. ¿De quien es el catering? Ahora la mano es curtir catering de chetas hiper fashion que te dan una tostadita con una ciruela con un toque de pimentón rojo y mermelada austríaca (Te tenés que apalabrar al mozo para que te provea de algo más sólido porque ahora se acabó la exuberancia alimenticia. Queda feo eso. Poco paté, poco queso, mucho vino de marca, mirada altiva y todos muertos de hambre. En fin…)

Una cosa que me descoloca de las reuniones sociales del presente es la altura de la mujer. Crecieron todas. Y claro, andan arriba de unos zancos, trepadas haciendo piruetas. Yo mido un metro ochenta y me pasan como un poste. Un bardeo innecesario (Un tip: me molesta de sobremanera que en la suela de esos zapatos-zanco se advierta la etiqueta del precio de donde compraron el calzado. Es un detalle groncho que denota mal gusto. Y si es de Brasil —de contrabando— peor aún. Eviten eso chicas)).

Odio las fotos de los eventos sociales. La gente en la aldea, además, no sabe posar. Ponen cara de personajes, de rostros onda "Clint Eastwood" o de Los Soprano. La gente no sabe ser natural ante un fotógrafo y sonríe como si el médico le estuviera anunciando una colonoscopía. Todo falso lo de esas sonrisas de pánico. Otro horror. Quieren pero no pueden.

Lo divino de las reuniones sociales es cuando llega un ministro de estado que alguno quiere cortejar. ¡Llega el ministro!, anuncia alguien. El enjambre se revolotea como cuando la abeja reina pone los huevos, los obreros se animan a hacer lo suyo y los zánganos son demasiados siempre. Nunca cambia esto. Progresistas, partidos fundacionales, "segual" decía el Minguito.

En fin, no voy más a reuniones sociales. Me tienen que contar cómo son. Yo paso.

Cabeza de Turco

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