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El Rosario de un ídolo

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En Rosario, la Plaza de Deportes era uno de los lugares preferidos de Diego Godín. Fotos: Fernando Ponzetto.

La ciudad que vio nacer a Diego Godín vibra hoy con cada pelota que toca el capitán de la Celeste.

DANIELA BLUTH

Mabel García (59) está deseando que llegue julio para dar vuelta la página del Calendario Solidario 2016 de la Fundación Celeste que cuelga en una de las paredes del living de su casa. Así, podrá dejar atrás las fotos de Gastón Silva, Sebastián Coates y Álvaro "Tata" González y —tras seis meses de larguísima espera—, tendrá a Diego Godín en primer plano. Igual, no es que la imagen del capitán de la Selección le hiciera falta. Todo lo contrario. En su casa de Rosario, frente a la Junta Departamental, hay un rincón entero dedicado a él. "Todos me dicen que es un santuario, pero no, porque un santuario es para un muerto. Y yo tengo todo esto de Diego porque soy fanática y lo vi nacer".

Una mudanza y algunas humedades obligaron a Mabel a poner lambriz casi hasta el techo. Fue el empujón que le faltaba para decidirse a colgar fotos, bufandas, gorros y camisetas de Godín que venía guardando sin organización. Su última incorporación fue un tarro de papas chips —vacío, claro— con una imagen del Faraón. También hay un póster de Ovación, dos pelotas, un Godín en miniatura, una foto con la casaca del Atlético de Madrid, equipo con el que el próximo sábado 28 jugará la final de la Champions League, otra con la camiseta de Uruguay y un collage del homenaje que su pueblo le rindió tras el Mundial de Sudáfrica. Hasta el papel picado de los festejos, que le quedó entreverado en el pelo, se luce en la foto. Sobre un costado también hay una bandera estampada con la imagen de Luis Suárez, Edinson Cavani, Diego Forlán y Cristian "Cebolla" Rodríguez que compró por cien pesos en una feria de las termas de Salto. "Allá no tienen ni idea quién es Diego Godín, solo conocen a Suárez y Cavani. Y los otros dos, ni sé por qué los habrán puesto ahí...".

Pero Mabel está en Rosario. Y en Rosario todos conocen a Diego Godín. Incluso aquellos que nunca lo trataron en persona, seguro tienen algún conocido —o un conocido de un conocido—, en común con él. Con unos diez mil habitantes, Rosario es una ciudad con dinámica de pueblo. En pocas manzanas de casas bajas y humildes transcurre su vida, que arranca, a ritmo cansino, a media mañana. Como en toda ciudad del interior, los motores se aceleran alrededor de la plaza principal, la iglesia, la comisaría, el club social. Y no mucho más.

Allí, en una casa sobre la calle Rincón de fachada grande y amplias arcadas nació, el 16 de febrero de 1986, Diego Godín, considerado por muchos el mejor defensa del mundo. "¿Cómo era? Súper inquieto, fijate que a los cuatro años ya empezó a jugar en el baby...", arranca Iris Leal (61), su madre, a quien todavía le cuesta la fama de su hijo menor. "Pero a romper los cocos empezó mucho antes, desde siempre", aclara Julio (63), el padre presente en cada partido, cada pase, cada gol. La familia Godín-Leal se completa con Lucía, la mayor, contadora de profesión y desde hace años mano derecha de su hermano.

Diego creció rodeado de mujeres. Cuando no estaba en la escuela, estaba en la peluquería de su tía Olga Leal (72), donde su madre hacía manicuría y depilación. Era muy "madrero" y mimoso, pero sobre todo pícaro. "De chico no me dejaba trabajar, me sacaba las toallas, me pateaba la puerta, me golpeaba en la ventana", cuenta Iris. Una vez, en una de esas corridas a las disparadas se llevó un ventanal por delante. "Ese día estaban todas conmocionadas", recuerda Andrés Morante (24), primo menor y suerte de "mascotita" de la barra. Pero lo habitual era que esas toallas húmedas se convirtieran en pelotas de trapo y, a lo sumo, volara alguna maceta en el patio de la tía Olga, al fondo de la peluquería.

No era tan frecuente verlo en la tornería de su padre. Y Julio tiene una explicación para eso: cada vez que iba al taller, él lo ponía a barrer. "Entonces no iba mucho, elegía donde le daban masitas y yo le daba una escoba… Además, no le gustaban mucho los fierros".

Hasta hoy, la peluquería de Olga funciona y es punto de reunión familiar. Allí Diego "se sentía cómodo", recuerda ella en una pausa entre cepillos y ruleros. Incluso los sábados, mientras Iris trabajaba, iba simplemente a dormir la siesta. "Era muy bueno, muy cariñoso, pero también jodedor, siempre haciendo cachadas". De ahí, la rutina marcaba alguna escapada a pelotear en la Plaza de Deportes bajo la mirada de su tío Walter Leal (65, exjugador de Rampla) o a nadar y pescar al arroyo Colla, en cuyo margen derecho se ubica Rosario. En verano, pasaba las tardes entre primos y amigos jugando a la mancha india y tirándose de un trampolín que había en el Puente de Piedra, un ícono de la ciudad destruido por completo en las últimas inundaciones.

Ganador.

Antes de ser futbolista, Diego fue nadador. Y su comienzo mezcló tragedia y casualidad. Un mediodía, en el monte, mientras sus padres pelaban las perdices que habían cazado en la mañana y Lucía pescaba a orillas del Colla, a Diego se le cayó la caña y se tiró al agua para agarrarla. "Hacía frío y estaba vestido, con botas, campera... y nadó por instinto", recuerdan sus padres. Tenía tres años. A partir de ahí empezó a tomar clases. "Así fue que salió nadador. Y que nació de vuelta".

En Colonia, a falta de piscinas cerradas, la natación es un deporte de verano. Así, con gusto y sin queja, desde los siete años Diego dedicó sus vacaciones enteras a entrenar en el Club Esparta de Valdense, a diez kilómetros de Rosario. Compitió en todos los estilos y también en todos batió récords nacionales. "Ni bien se suma al equipo del Club y hace sus primeras armas, ya se empieza a destacar", dice Daniel Méndez (50), su profesor de pileta en Esparta y hoy entrenador de fútbol y subdirector del liceo de Nueva Helvecia. Con su picardía, recuerda, Diego "se ganó el corazón de todos sus compañeros, como hoy". Pero lo que más destaca es la impronta del Diego deportista. "Él es un fenómeno natural, porque es bueno en casi todos los deportes. Además de ser muy coordinado, tiene afán de éxito, y eso lo lleva a entrenar y a hacer las cosas muy en serio. Así lo hacía cuando era chico y, obviamente, es lo que está haciendo ahora".

Deporte al que jugara, deporte en el que se destacaba. "Hacía de todo, desde la bolita hasta básquet, fútbol, atletismo... no sabías ni para dónde se iba a inclinar", advierte Julio. A las clases de natación iba en una camioneta con otros niños y Lucía, quien también competía a nivel nacional. "Por suerte nunca competimos directamente, porque no me puedo comparar con Diego", admite ella, dos años mayor. "A mí me iba bien si me esforzaba, pero él tenía una facilidad innata, hacía las cosas una vez y ya le salían bien". El año que Diego logró seis récords Lucía batió uno, en espalda, su especialidad.

Dicen que al mejor defensa de la Liga española siempre le gustó ganar. "Era competitivo, pero no desde el exitismo sino desde los logros", distingue su hermana. "Siempre quería sobresalir. Era tranquilo, pero en la cancha se transformaba", dice el tío Walter. En la piscina, cuando eran solo él y el agua, ya se veía su "afán de mejorar", señala Méndez. "Era muy aplicado y muy consecuente. Al momento de cumplir con el entrenamiento, el compromiso y la responsabilidad eran sus principales cualidades". Pese a que la natación es un deporte individual, Diego siempre supo jugar en equipo. "Era muy solidario con el grupo, otros tienden a ser medio egoístas, pero eso no se veía en él", remata el entrenador, hoy fan del Atlético.

En Estudiantes de Rosario, su primer cuadro, jugaba como delantero. "Le tirábamos muchos centros al área y él nos daba un gol por partido seguro", cuenta Leandro Sánchez (30), entonces arquero del equipo. Aquel nueve rubio y espigado llamaba la atención más por los resultados que por su carisma. "No era líder, nunca le gustó el perfil alto. Se destacaba por ser muy buen deportista, pero nadie pensaba que iba a llegar a donde llegó".

En un entorno de partidos en el campito, rifas y tortas fritas —y pese a estar en el interior—, la presión y la competencia se hacían sentir. Para Leandro, en el despegue de Diego jugaron un rol fundamental dos "instituciones fuertes": la familia —con un padre siempre presente y exigente en cuanto a responsabilidad y resultados— y el Club, donde las presiones individuales fortalecían el trabajo en equipo. Pero hay algo más. "En Rosario está muy institucionalizada la picardía, conocer los puntos débiles del otro, es un tema de defensa... y Diego tenía esa arma, que lo posicionaba frente a los otros, incluso a los gurises más grandes", recuerda su amigo.

Jugó en Estudiantes (hoy Estudiantes El Colla) hasta los 14 años, cuando se fue a probar suerte en Defensor de Montevideo. "Desde chico destacó en su parte técnica. Tú ves sus movimientos como defensa hoy, y tiene muchos movimientos de delantero", comenta su primer entrenador, Víctor Carlin, en la biografía Coraje, corazón y cabeza, del español José Fernández Navarro. Diego solía ser el máximo goleador del equipo y todos los años peleaba el Pichichi de la categoría. También jugó en el seleccionado de Rosario, que en 1998 salió campeón nacional tras vencer a la selección de Lavalleja en el estadio Atilio Paiva Olivera de Rivera.

Tras cuatro años jugando en la primera local y casi una década en Europa (primero en el Villareal y ahora el Atlético), su entorno cercano asegura que la sed de triunfo sigue tan presente como el primer día. "Esas ganas de ganar forman parte de su profesionalismo. El día que un deportista de alta competencia no tenga eso... no sé cómo será", opina Lucía.

Bajo perfil.

Faltan pocos minutos para la una de la tarde y los niños se cuentan por montones en el patio de la Escuela N°3 de Rosario, a la que fue Godín. Más allá de la túnica blanca y la moña azul, hay otro denominador común. Son las mochilas —multicolor para los varones, con mariposas o corazones para las niñas— que el futbolista donó para todas las escuelas públicas y también para el Jardín 76 de su ciudad natal. En total, fueron 1.200 mochilas con un cuaderno y un kit escolar con cartuchera. Pero Diego no difundió la noticia. En cambio, mandó un video dirigido solo a los niños.

Sus donaciones son moneda corriente para instituciones como el Club de Leones, la Intendencia o Estudiantes, pero rara vez se conocen públicamente. Diego lo prefiere así. "Esas cosas no le gustan. No le gusta figurar ni hacer un show con eso. Si le sirviera para hacer cuatro goles por partido y ganar la Champions bárbaro, pero no", explica el padre. En ese ida y vuelta, hay gente del pueblo que dice que Diego se olvidó de Rosario. "Él ayuda mucho pero no lo quiere decir. Y algunos lo toman a mal. Hay gente que lo critica, que no lo quiere, pero es la envidia, que es grande...", defiende Mabel. Tampoco falta quien lo compare con Cristian "Cebolla" Rodríguez, del vecino Juan Lacaze, bastante más activo a la hora de difundir sus colaboraciones. Tras las inundaciones de abril, Godín y Diego Lugano donaron 30 toneladas de cemento pórtland para reconstruir las viviendas en Artigas. Y esa vez sí fue noticia.

En la Escuela N°3, desde 2014 Diego también está presente con una camiseta de Uruguay autografiada y enmarcada entre vidrios. "Todos los niños saben que vino a esta escuela", cuenta Jacqueline Díaz (49), directora y maestra de 6° año del ídolo Celeste. "Y ahora están todos fascinados con sus mochilas. Me la regaló Diego, dicen".

De sus años como alumno, Jacqueline solo tiene buenos recuerdos. "Fue excelente en todo su camino escolar. Era un niño muy inteligente no solo en lo académico sino también en la forma de resolver situaciones con los compañeros". Eso sí, sin ser tímido era muy reservado. "Y aunque él ni se daba cuenta era medio galancete, bien rubio y de cachetes colorados", ríe Jacqueline.

Terminar el liceo siempre fue condición sine qua non para seguir en el fútbol. De niño soñaba con estudiar Medicina. En la adolescencia, tests vocacionales mediante, cambió para Educación Física. Una vez en Montevideo (ver recuadro) fue al Liceo N°28 primero y al nocturno en el Zorrilla después. "Nunca nos dio trabajo. La hermana lo ayudaba a estudiar y se calentaba porque él lo leía una vez y ya se lo sabía", recuerda Julio. "Salía a jugar, venía, leía 15 minutos y le alcanzaba. Y encima salvaba todo con 12", completa Lucía.

Ídolo.

El día que Diego volvió a Rosario tras lograr el cuarto puesto en el Mundial de Sudáfrica, el pueblo fue una fiesta. En un hecho inédito, la plaza Benito Herosa recibió más de 4 mil personas entre neohelvéticos, sabaleros, valdenses y, por supuesto, los locales pichoneros. El evento cerró con la canción Por siempre Faraón, especialmente compuesta para el zaguero por el cantautor Fernando Muñiz, rosarino como él. En aquel momento, contó a Montevideo Portal que compuso el tema durante el segundo tiempo del partido con Alemania, "mientras pensaba una buena forma de darle una bienvenida". El himno de los pichoneros le parecía poca cosa y quería hacer algo más personal. "Y nació esto escrito con el corazón".

Por aquellos días, los pósters con su rostro o del equipo Celeste eran habituales en las ventanas de los comercios y las casas particulares, como la de Mabel, por supuesto. "Nunca había visto nada parecido. La caravana, la gente en la calle, el apego que logró...", recuerda Andrés. Hoy, todavía es frecuente ver niños y adultos llevando la camiseta de la Selección, el Villareal o, aún mejor, la del Atleti.

En la familia ya están acostumbrados a recibir pedidos, que dosifican según el motivo y la ocasión. Leandro, radicado en Nueva Helvecia, tiene el honor de tener una para él y un equipo para su pequeña hija, de solo siete meses, que Diego le mandó de regalo. Así, ambos vestidos con la rojiblanca, no se pierden ni un partido. Andrés, el primo, también tiene varias casacas autografiadas, como la alternativa del Atlético con la que el zaguero le hizo un gol al Barcelona en el Camp Nou que le valió el campeonato. "Le escribo por WhatsApp para felicitarlo, pero no mucho para no molestarlo. Él sabe que acá estamos todos pendientes", cuenta. Para el próximo sábado Andrés ya tiene planes: ver el partido en el Club Everton, donde atiende la cantina. Si el Atleti gana, la barra le paga el asado. En 2014 había apostado un cordero por Diego y perdió. Otros amigos, como Felipe Martínez (30), corren con mejor suerte y viajarán para ver el partido en el mismísimo estadio San Siro de Milán.

Iris y Julio ya no viven en el Centro de Rosario. Desde 2008 están radicados en un campo cercano a solo 15 minutos del pueblo, donde antes funcionó el criadero Ñanduty. Allí Julio se dedica a criar novillos y Diego se refugia cada vez que llega a Uruguay. "Le gusta mucho el campo, toda la vida salió a cazar conmigo y una barra de amigos, toda gente humilde". A modo de recordatorio, sobre la gran estufa a leña que reina en el living de su hogar cuelga una pequeña escopeta que Diego recibió de regalo con tan solo 9 años.

La casa, linda y sencilla, destaca por sus grandes ventanales con vista verde. El cuarto del capitán Celeste, una suerte de museo en miniatura, no es la excepción. En las paredes abundan los afiches y las fotos que recorren su carrera, desde el baby de Estudiantes hasta la selección de Uruguay y el Atlético de Madrid. Pero también están todas sus medallas de natación, sus récords nacionales, el Escudo que le regaló el presidente José Mujica, una réplica del Balón de Oro que recibió Forlán por su actuación en el Mundial 2010 y otra de la Copa América de 2011. Una cómoda de seis cajones desborda de camisetas, todas meticulosamente marcadas por Iris con fecha, partido y resultado. Al mirarlas, todavía se mezcla el orgullo con la incredulidad. "Nosotros nunca nos imaginamos que iba a hacer la carrera que hizo. Y eso se lo digo a todos los padres que puedo, que no piensen en el salvador de la familia o de él mismo, que es muy difícil", reconoce Julio. "Jamás se me cruzó la idea de que Diego pudiera jugar en un cuadro de Montevideo, muchos menos en Nacional, mucho menos en Europa...".

Sin embargo, y pese al Océano y los kilómetros que los distancian, Julio está detrás de cada pequeña gran decisión de Diego, como cuando rechazó las ofertas del Manchester City o el Chelsea. "Son clubes fabulosos, pero cambiar es volver a empezar y dejar lo que realmente ama, que son las amistades. Porque la plata va y viene".

Por ahora, la vuelta a Uruguay aparece lejana. "A Rosario voy a volver siempre, y de hecho siempre que puedo y tengo tiempo voy allí a ver a mi familia y a descansar", dice Diego a Domingo vía email. ¿A vivir? "Es difícil porque después de irte te acostumbrás a otro ritmo de vida y de fútbol, que es complicado mantener desde Rosario. Pero siempre volveré, de hecho quiero vivir en Uruguay, aunque no he decidido dónde".

Una historia de idas, vueltas, llantos y nuevas oportunidades.

"Cuando lo dejamos en la residencia de Defensor y nos volvíamos a Rosario me daba una lástima verlo tan chiquito y dejarlo... casi nos damos la vuelta". Así recuerda Iris Leal, su madre, el día que con solo 14 años Diego se instaló en Montevideo para jugar en Defensor. Estuvo con el equipo del Parque Rodó dos años, pero en diciembre de 2002 le anunciaron que ya no lo querían en el plantel. "Nos llamó llorando, decía que lo habían dejado libre. Y yo le dije lo que digo siempre: No hay mal que por bien no venga", cuenta Julio Godín sin recelo. Diego volvió a Rosario pensando en dejar el fútbol profesional. Pero en el verano apareció un conocido en Cerro y la posibilidad de hacer una prueba. Fue allí, bajo las órdenes de William Lemus, que se convirtió el zaguero, la posición que hoy lo ha consagrado entre los mejores del mundo. A los diez días estaba jugando en la quinta división. Tiempo después, con Gerardo Pelusso, debutó en primera. Mientras jugó en Cerro compartió vivienda con amigos y con Lucía, que ya empezaba Facultad. "Diego iba al Zorrilla en una bicicleta prestada y sin asiento. No había dinero, era todo un sacrificio", dicen los padres. El resto es historia conocida. A los 19 años, en 2005, Jorge Fossati lo cita para la Selección nacional. Y un año después, en el invierno de 2006, ficha para Nacional.

Va por su segunda final de Champions.

Con el partido del próximo sábado 28 entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid, Diego Godín estará jugando su segunda final en la Champions, la principal liga europea, un hito que en Uruguay solo superan Paolo Montero, quien jugó tres con Juventus, y José Emilio Santamaría, que hizo lo propio con los merengues hace más de 50 años. Godín llegó a España en 2007, tras tres años en Cerro y uno en Nacional. Jugó tres temporadas con el Villarreal CF y luego fue fichado por el Atleti, que pagó 8,5 millones de euros. Vistiendo la rojiblanca, el zaguero consiguió la Supercopa de Europa en 2010 y 2012, la Europa League en 2012, la Copa del Rey en 2013 y la Liga española y la Supercopa de España en 2014. Ese año su equipo perdió la final de la Liga de Campeones por 4-1, ante el mismo rival que el sábado próximo.

En Rosario, la Plaza de Deportes era uno de los lugares preferidos de Diego Godín. Fotos: Fernando Ponzetto.
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Sus padres, Iris y Julio, ahora viven en un campo cercano a Rosario y son sus principales fans.
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Diego se crió entre mujeres en la peluquería de su tía Olga, en pleno centro.
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Su tío Walter, exjugador de Rampla, y su tía Mabel, también fueron fundamentales en su crianza.
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Mabel García es fanática de Diego y tiene una suerte de "santuario" en el living de su casa.
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La maestra Jacqueline Díaz, hoy directora de la Escuela N° 3, lo recuerda como un excelente alumno.
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Diego Godín nació en Rosario, Colonia, el 16 de febrero de 1986.
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En la casa de sus padres hay una cómoda repleta con sus camisetas, que su madre marca meticulosamente.
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Empezó a jugar al fútbol en el baby de Estudiantes de Rosario.
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