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La playa dominicana que se resiste al turismo

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Bahía de las Águilas, un paraíso dominicano poco conocido.

Bahía de las Águilas cumple con todo lo que uno puede soñar y algo más: muy pocos turistas. Pero estas arenas protegidas dentro de un parque nacional parecen cada vez más próximas a cambiar.

¿A Pedernales? ¡Pero si eso está muy lejos! Buena carrera que se va a pegar usted". La reacción del taxista camino a la terminal donde se toma el bus que va de un extremo de República Dominicana (desde la famosa Punta Cana, costa Este) al otro (Pedernales, en la zona Suroeste) es común cuando los dominicanos escuchan sobre este viaje. El trayecto, poco más de 500 kilómetros, aunque largo, no parece de otro mundo. Pero lo que llama la atención es una cosa: ¿Por qué alguien iría al otro lado del país?

El nombre "Bahía de las Águilas" no ayuda a disipar la confusión. Sucede que ni los propios dominicanos están aún familiarizados con esta localidad, una playa meritoria, llena de reconocimientos, a la que algunos apuntan como la mejor del Caribe y de la que se dice tiene las aguas más cristalinas.

Pronto, se espera, eso cambiará. El anonimato relativo llegará a su fin. "Ha llegado la hora del Sur", dijo el presidente de Republica Dominicana, Danilo Medina, en su rendición de cuentas del año pasado. Pocos meses después anunció un plan de desarrollo turístico para esta olvidada zona. Desde entonces (aunque algunos visionarios partieron antes) se habla de que Bahía, como la llaman los locales, será la próxima Punta Cana. De que llegarán grandes hoteles. De que se impulsará un turismo masivo tipo resort. Y de que, a fin de cuentas, su característica más envidiable en un país donde el turismo manda, esa especie de oasis todavía poco conocido, se perderá entre miles y miles de toallas y reposeras.

"Usted ha llegado a un remanso de paz", reza el cartel que da la bienvenida a Pedernales, pueblo fronterizo con Haití, en la provincia del mismo nombre que fue fundada por el dictador Rafael Trujillo en 1957. Desde entonces, el pueblo se ha mantenido alejado de los progresos de la capital y de la fama de zonas como Samaná o La Romana.

Los 319 kilómetros de Santo Domingo a Pedernales, la antesala a Bahía de las Águilas, se hacen en seis horas. Y cuando uno llega a esta localidad, resulta que el aspecto de este municipio no es la excepción a los poblados que dejamos atrás.

Pedernales tiene ese característico letargo de los pueblos todavía ajenos al bullicio de las ciudades más grandes. Hay coloridas casas de un piso y calles de pavimento que muchas veces están desiertas, y otras veces están ocupadas por vacas y gallinas que pasean libremente. La localidad tiene una playa con las características propias del litoral Sur: arena blanca y aguas calipso. Pero está mal cuidada y disfrutarla es difícil. La rambla es pequeña y solo hay un par de bancos y dos negocios con música fuerte.

Así, cuesta entender que Pedernales sea la parada casi obligada para quienes quieren conocer Bahía de las Águilas. En cifras, se podría resumir así: este municipio tiene alrededor de 24 mil habitantes, unos 15 hostales, poco más de 200 habitaciones y un porcentaje de pobreza que ronda el 60 por ciento. A favor hay que considerar que el 68 por ciento de la provincia es área protegida, tiene dos parques nacionales (Jaragua y Sierra de Bahoruco), una reserva de la biósfera (declarada por la Unesco en 2002) y numerosos atractivos naturales. Desde luego, Bahía de las Águilas, entre ellos.

"Desde que yo tengo 11 años que vengo oyendo esa historia", dice Giovanni Felivilomal mientras pierde la vista en la costa. Giovanni tiene 33 años y dice que lleva 29 "navegando por aquí".

Lo más notorio en la ruta antes de llegar al parque nacional es el color de la tierra: rojiza. Es como un símbolo de la principal ocupación de la gente de la zona: la extracción de bauxita a manos de empresas mineras (las otras ocupaciones más comunes por aquí son en la fabricación de cemento, en la zona franca, la agricultura y pesca), que los camiones que repletan la ruta llevan al puerto de Cabo Rojo para su exportación.

Ese es básicamente el paisaje que hay hasta llegar a La Cueva, donde trabajan 18 embarcaciones que funcionan por "escala" y que hacen el recorrido hasta Bahía de las Águilas, bordeando las rocosas costas del Parque Nacional Jaragua bañadas en agua calipso. En un día bueno, dicen, han trasladado hasta 500 personas. Pero hoy, desde el bote no se ve a nadie en la costa.

Caminata.

Son las 11 de la mañana. En los cinco kilómetros que tiene la playa no hay nadie. Eso dura poco. Pronto llega una embarcación y baja quien será la única compañía del día: Marco Argiolas, de Cerdeña, que se encuentra en Santo Domingo visitando a un amigo. Como alrededor no se ve más infraestructura que una caseta, meterse al mar parece la mejor opción. El agua se siente fresca y bajo este día nublado la escena parece una piscina pintada en calipso. Al rato Marco dice que esta debe ser la mejor playa en la que ha estado, "sin contar las de Cerdeña, claro".

La playa en Bahía de las Águilas es una angosta franja de arena blanca limitada por verdes matorrales. De camino al extremo opuesto de la playa puede sentirse bien la arena: proveniente de arrecifes de coral cercanos a la costa, es fina y tan esponjosa que cede fácil ante las pisadas. La imagen es esta: si se mira hacia atrás, las huellas han desaparecido bajo el suave oleaje; hacia adelante, nada.

Es casi una hora y media de caminata hasta el final de la playa. Una hora y media en la que el único sonido, además de la conversación de Marco, es el viento agitando los matorrales. Si el día estuviese soleado, no habría sombra en ninguna parte para guarecerse.

El Parque Nacional Jaragua, que abarca esta playa, protege la naturaleza prístina de las Antillas, particularmente de los ecosistemas áridos y costero-marinos. Tiene gran cantidad de plantas adaptadas a la alta radiación solar y escasa precipitación. Hay especies endémicas, como la canelilla de Jaragua, el guanito de Cabo Rojo y el melón espinoso de Pedernales, y también puede toparse con fauna como las iguanas rinoceronte y de Ricord, además de 130 especies de aves, y tortugas que desovan en esta costa: carey y tinglar. Y en ese escenario, Bahía de las Águilas es solo una más de las playas del área protegida. Hay otras de aspecto similar, aunque esas ya están más "intervenidas" por el hombre, como San Luis, Mosquea, las de Isla Beata y Lanza Só.

De vuelta a la playa, se ven conchas vacías de lambí (un caracol comestible), algas moradas y cangrejos blancos. También, por desgracia, algo de basura. Y es mejor quedarse cerca de la orilla porque más hacia el interior se hacen notar los mosquitos. Al final de la caminata, cinco pescadores haitianos en un bote chequean la pesca.

De lejos viene el sonido de una tormenta. Es poco probable que llegue: aquí prácticamente no llueve y por eso es una de las zonas más áridas del país. Otro chapuzón. Otro poco de caminata. A estas alturas el día ha transcurrido y la tormenta ha avanzado. Los truenos suenan cada vez más fuerte. El cielo oscurece. Justo llega el pescador que trajo a Marco y dice que hay que irse porque "va a caer agua". Y a pesar de correr y empujar el bote, cae agua.

Más tarde, cuando el vehículo ya se aproxima al cartel que anuncia el remanso de paz de Pedernales, con la imagen de Bahía todavía fresca en la memoria, no es esa precisamente la sensación que uno tiene al entrar al pueblo.

Esa noche, en Ibiza, uno de los pocos buenos sitios para comer en Pedernales, con comida típica bien preparada, llega a la mesa un pulpo a la criolla, dorado a la plancha, arroz negro y plátano frito. Nellis Carvajal, la dueña, una dominicana ya mayor que ha sido testigo de la evolución (y los retrocesos) del pueblo, dice: "Todo el mundo quiere el turismo porque quiere progresar". Lo dice mientras, por segunda noche consecutiva, se ve solo un comensal más en el restaurante. "Aquí hay mucho potencial. La Romana, Punta Cana, Boca Chica, esas partes no tienen el potencial que tiene Pedernales, que es el ecosistema de las costas", dice Nelly y pasa lista de los turistas que ha visto pasar: vienen de Estados Unidos, de España, de Italia, de Europa en general, y todos vienen porque quieren conocer el lugar tras ese nombre que a muchos dominicanos todavía no dice nada: Bahía de las Águilas. "Después de haber conocido Bahía de las Águilas, ¿acaso tú no crees que hay un potencial aquí?".  

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