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"El teatro es mi forma de decir lo que quiero"

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El médico le aconsejó guardar la memoria para el teatro. Foto: Francisco Flores.

Pérdidas íntimas, como la partida de su esposa cinco años atrás, lo enfrentaron a la soledad. Pero no lo alejaron del teatro. Aún tiene cosas para decir sobre las tablas.

Pepe Vázquez no sabe el motivo, pero aquella noche tuvo un irresistible deseo de ladrar. Las tres personas que compartían la habitación con él no daban crédito. Jorge Denevi y su novia de entonces se "mataban" de la risa. Mientras, su esposa Imilce Viñas, quien falleció hace cinco años, lo increpaba: "¿Estás loco?". Sin ánimo de reprimirse y dado que su mujer no lo acompañaba en semejante enajenación, salió a dar una vuelta a la manzana. En cada esquina, frenaba y ladraba. Quienes andaban a esa hora por el centro de Punta del Este escuchaban sus gritos. Algún que otro vecino llegó a cruzarlo en la calle y prefirió seguir la marcha a paso rápido. Y en la vivienda alquilada, Denevi repetía: "¡Está loco! Con razón hizo teatro".

Jamás le contó esta anécdota a ninguno de los dos psicoterapeutas a los que consultó. Cuando tiene necesidad de una liberación de este tipo, sabe que no hay mejor terapia que una función de teatro: "Saca la fiebre y todo bajón", asegura. Sobre las tablas es donde logró canalizar las travesuras de aquel niño inquieto nacido en Treinta y Tres, quien no se trepaba a los árboles como su ídolo Tarzán "porque era gordito y temía partir las ramas".

Hoy, con 75 años, está "gordo no solo de comer", dice, sino de cómo le han "llenado la panza los papeles" que le tocó interpretar. Muerte de un viajante, Cartas de Amor en Papel Azul o Cyrano de Bergerac, son apenas unos pocos ejemplos de una trayectoria que incluye también televisión.

"El teatro es mi forma de decir lo que quiero", dice. No es una frase cualquiera. Con ella Pepe parece desafiar al arte comercial. "Ya he hecho cosas por dinero (en su época de televisión llegó a tener un sueldo de 3.000 dólares) y además tengo una jubilación digna por la Comedia Nacional (elenco que integró durante siete años). Ahora me tiene que gustar el proyecto, significar algo y saber qué quiero decirle a la gente".

Su primer grupo de teatro, dirigido por Nelly Goitiño en el Centro de Protección de Choferes, fue el que trajo a dramaturgos vanguardistas como Jean Genet, con un fuerte contenido de crítica social. Al poco tiempo de instalada la revolución en Cuba, Pepe viajó a hacer teatro ambulante entre las sierras. De regreso en Montevideo, integró el Partido Comunista. Pero se fue a vivir a Costa Rica durante la dictadura porque "las piedras" le estaban "pasando muy cerca".

Eso lo hizo sentir un poco "culpable", reconoce. Compañeros de las tablas como Denevi y Roberto Jones se quedaron en Uruguay y él se fue al exilio. Argumenta que había escondido a un amigo del Partido Comunista a quien estaban buscando. "Yo sabía cosas que de pronto se volvieron ilegales y peligrosas", hace una pausa con una respiración profunda. "No hubiera podido vivir con el peso de delatar a alguien bajo la tortura… tuve miedo".

En Costa Rica, su trabajo en escena es tan admirado como en Uruguay, solo que ha tenido menos visibilidad porque allá no hizo televisión. En su primer año en el país centroamericano ganó el premio a Mejor Actor. Y cada tanto vuelve a la que llama su "segunda casa".

— ¿Se arrepiente de algo?

—Pasé un momento de arrepentimiento grande cuando la catástrofe del mundo socialista. Dije: "¿Dios mío, qué fue lo que estuve defendiendo?". Sobre todo cuando vino la catástrofe de Rumania y la ejecución de (Nicolae) Ceaucescu. Con el tiempo lo fui analizando. Me levantaba muy deprimido, Imilce me metía una pastilla debajo de la lengua y me decía: "Pepe: nosotros no hicimos nada malo, nunca agarramos un arma, nunca pegamos un balazo, creíamos en eso. A otra cosa mariposa. Tomate unos mates, no jodas".

Soledad.

La casa de Ciudad Vieja está intacta, igual que cuando ella partió hace cinco años y medio. El mobiliario es el mismo salvo por la cama —que ahora es más pequeña—, unas decoraciones en el patio que recuerdan el viaje por Alemania Oriental y dos sillones más altos para que Pepe no tenga que agacharse tras su segunda operación de cadera. En uno de los sillones está él, con los lentes a punto de resbalarse por la nariz y su reconocible papada que se mueve al ritmo de las palabras. A un costado hay una foto en blanco y negro.

Imilce Viñas está en un balcón. Tiene los pies en una palangana, esperando la pedicura. Él, mientras, almuerza enfrente con una amiga que le cuenta sus problemas. Pero no da bolilla, la atención está centrada en esa mujer y su palangana, a quien conoció en un restaurante de comida macrobiótica entre dieta y dieta. "¿Qué estás esperando? Andate que yo pago", le dice la amiga a Pepe dando por finalizado el almuerzo. Él sale corriendo, abre la puerta y saca la foto sin decir nada. "¿Sos loco?", reprende Imilce con una sonrisa. "¿Te querés casar conmigo?", responde él. Y así marcharon al Registro Civil.

Esa mujer, Imilce Ángela Viñas Durán, fue algo más que su esposa. Fue quien le enseñó a armar un hogar y dejar de vivir en un "chiquero" lleno de libros tirados por el suelo ni bien llegó a la capital luego de su infancia en Treinta y Tres. Fue quien lo acercó a la religión, a celebrar la Navidad y le hizo notar que sus dudas de ateo hablaban de un hombre, en el fondo, creyente. Hasta se casó por Iglesia para satisfacerla a ella. Y fue quien tiñó de positividad su vida, aun en los peores momentos: cuando murió el primer hijo de ambos a pocos días de nacer (luego tuvieron a María Clara, también actriz) o cuando la enfermedad golpeó la puerta.

"La partida de Imilce fue muy dura", reflexiona Vázquez sin dejar caer las lágrimas —y eso que su cardiólogo le recomendó no contener el llanto—. "Cuando ella se enfermó de cáncer, esa enfermedad que es como una maldición bíblica, enseguida consultamos con mi hija a un psicólogo. Queríamos saber cómo enfrentábamos a esa poderosa mujer que lo primero que nos dijo cuando la trajimos del sanatorio a casa fue: No me traten como una moribunda".

Aquel agosto de 2009, tras el mediático entierro, Pepe notó el vacío. Los amigos le recomendaron mudarse o cambiar, al menos, los muebles. Él prefirió no tocar nada. Le dijeron que el duelo le iba a llevar dos años, pero a él le costó cinco. Y eso, dice, que "la tristeza queda, es como un río en donde el agua fluye y a veces se estanca. Pero la pena ya logré superarla".

—¿Se volvió a enamorar?

—No, para nada. No puedo. Incluso mi hija, quien es una mujer que se parece mucho a su madre y se quedaban conversando juntas hasta la madrugada, me dijo: "Papá: mirá que a mí no me caería nada mal si tuvieras una compañera". Pero no puedo.

A lo mejor por eso en su computadora, ubicada en la habitación contigua al living junto a recuerdos de Imilce, Pepe juega al Solitario. O quizás es el motivo por el que actúa en Miedos privados en lugares públicos, de Jorge Denevi, una obra "que habla de nosotros y el miedo a estar solos".

Mencionar a Imilce le da impulso. Es como la imagen de su admirado Johnny Weissmüller, el actor que interpretaba a Tarzán, quien con coraje y perfección saltaba de liana en liana. Y así, dice, se comporta en el teatro. No falta, llega a los ensayos media hora más temprano y es hiperdisciplinado. Es de poco salir, a lo sumo se junta a almorzar o tomar algo. No se droga y, salvo el año que estuvo en Chile donde probó marihuana, nunca lo hizo.

"El teatro es mi droga", afirma ahora con una gran sonrisa. Antes del estreno sigue sintiendo las mariposas en el estómago y las mismas ganas que cuando hacía "payasadas" en su pueblo. O cuando la madre, quien lo tuvo a los 40 años, le pedía al membrillero amigo que trajera unas varas para poder pegarle a Pepe a ver si se comportaba mejor. Pero Pepe le hacía burlas, ella se tentaba y terminaban fundidos en un abrazo.

—¿Cuándo será su retiro?

—¿Hasta acá llegue? Eso lo va a decir la biología.

Un viaje de recuerdos

Entre un viaje en avión y una escala de una semana en México, Pepe Vázquez memorizó La Gaviota de Antón Chéjov. Fue camino a Cuba, en donde realizó teatro ambulante por los pueblos y las sierras ni bien se instaló la Revolución. La comedia del dramaturgo ruso y alguna tequila —y eso que no es de tomar alcohol— le sirvieron para dejar atrás a su país y familia, en lo que fue su primera aventura al exterior —luego vivió siete años en Costa Rica—. Como un niño que recién aprende las tablas de multiplicar, repitiendo, así memorizó el guión. Y la misma técnica utiliza hasta hoy, a los 75 años. Su médico de cabecera le aconsejó "reservar la memoria para el teatro". Pero él fue más allá. Escarbando en los recuerdos, comenzó a escribir sobre su vida (y la de su ya fallecida esposa Imilce Viñas) en forma desordenada. Así nació Memorias de un tipo descosido, su autobiografía que presentará el 21 de abril, a las 19 horas, en el Centro Cultural España. "No pretendo ser un escritor", aclara. De hecho el libro no se aferra a un estilo concreto, sino que planea sobre anécdotas, reflexiones y datos que construyen su historia personal. El prólogo, de esos que roban una sonrisa, está a cargo de Jorge Denevi.

SUS COSAS.

Su botella.

Desde su llegada de Treinta y Tres a la capital, la Ciudad Vieja es su lugar en Montevideo. Allí vive, conoció a Imilce Viñas, tuvo su restaurante e hizo teatro. Y allí recuerda con nostalgia el sonido del repartidor de leche que llegaba con las botellas al grito de "Conaprole". Por eso compró un par de estas reliquias de vidrio y en verano las llena de jugo para el disfrute de los nietos.

Sus nietos.

"Son los que ayudan a vivir". Así define Pepe Vázquez a sus nietos, Guillermo y Santiago. Ellos viven en la planta de arriba, en la misma casa. Aún no sabe qué serán de grande, pero si optan por el teatro él les aconsejaría "que se lo tomaran en serio y supieran que no es nada fácil".

Su actor.

Johnny Weissmüller, el exnadador olímpico que interpretó Tarzán, fue su primera inspiración para la actuación. "Me drogaba con sus saltos y su capacidad para volar de rama en rama", recuerda. Pero hay un actor al que admira: Marlon Brando. La foto la encontró su amigo Julio Calcagno en Internet. Es la prueba de vestuario para Un tranvía llamado Deseo.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
El médico le aconsejó guardar la memoria para el teatro. Foto: Francisco Flores.

pepe vázquezTOMER URWICZ

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