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Peckham, el barrio que hoy fascina en Londres

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Hay que saber dónde ir para encontrar los sitios más encantadores.

¿Bonito? Definitivamente no. ¿Cool? Sí. Esta es la zona emergente y de moda en el Sur de la capital británica, algo sorprendente si se considera que hace 10 años era uno de los barrios más peligrosos.

El niño tenía 10 años. Quería ser doctor. Quería ser inglés. Quería salir a jugar ese día a la calle. Pero nada de eso pudo ser. El 27 de noviembre de 2000, el mismo año en el que había llegado a vivir al Sureste de Londres con su familia nigeriana, Damilola Taylor fue acuchillado por dos jóvenes hermanos, Danny y Ricky Preddie, en una escalera de concreto. Ahí murió. Desangrado.

La noticia, por supuesto, cayó duramente sobre Peckham, el barrio que acogió a Damilola y que, durante los años 90, había recibido una inyección de 290 millones de libras para mejorar en seguridad. Rápidamente, los diarios y la televisión comenzaron a reflotar la historia de esa área de Londres que por décadas fue calificada como una de las peores para vivir. No solo en Inglaterra, sino que en toda Europa.

Con el tiempo, y llegado ya el siglo XXI, esto de los precios más bajos comenzó a atraer de manera lenta pero sostenida a muchos artistas emergentes, que se instalaron aquí con sus talleres. También a jóvenes de profesiones liberales, que abrieron bullados coworkings, talleres de cine, agencias de publicidad. Y así comenzaron a surgir cafetines, galerías y tienditas que le dieron a Peckham nueva fama y otros bríos.

Para 2015, las historias del pequeño Damilola y las peligrosas pandillas que habían sido verdaderos íconos del sector —como los Peckham Boys, también conocidos como the black gang—, habían quedado atrás. Ese año, la edición inglesa de Vogue dedicó varias páginas a explicar por qué este sector de Londres se había convertido en un imperdible y glamoroso epicentro cultural, destino obligado para conocer las tendencias estéticas en alza. Y en mayo de 2016, The New York Times dijo que el Sureste de Londres era el lugar al que había que venir, al menos para quienes ya habían estado antes en la ciudad y no estaban tarjando su check list de sitios turísticos básicos. "Sus barrios están entre los más energéticos de la ciudad, con vívidas calles y tentadores restaurantes", apuntó el periódico.

Nada de eso que dicen los medios salta a la vista cuando uno se baja en la estación de trenes Peckham Rye, que está ahí desde 1865 y es prácticamente el único modo de acercarse al barrio desde el centro de Londres, porque el underground todavía no llega. Aquí no se ve ni la elegancia discreta de Chelsea ni los aires semiintelectuales de Notting Hill ni el bullicio cosmopolita de la calle Oxford. Ni siquiera está el atractivo con tintes rebeldes de Brick Lane, en el barrio de inmigrantes del East End que se puso de moda por los grafitis de Banksy. Lo que hay en Peckham es ruido. Mucho ruido. Basura. Desorden. Griterío. Peluquerías por miles. Locales de comida rápida —turca, africana, india— también por miles. Tiendas de baratijas del tipo "todo a una libra"—como Khans Bargains— por miles... Bueno, "miles" puede ser algo exagerado, pero es la sensación que queda. Y no parece muy alentadora.

Callejón secreto.

Entonces, lo primero que uno siente al llegar es decepción. ¿Qué habrá visto Vogue que uno no? Al salir de la estación del tren, lo único atractivo a la vista (si es que pudiera considerarse como tal) es un local de Traid, una tienda de ropa usada que tiene diez locales más, prácticamente idénticos a este, en lugares bastante más accesibles de Londres. Y entonces, aparece.

Justo donde termina el callejón de tiendas que se ubica bajo la línea férrea, un edificio anuncia una dirección que sonaba conocida: 133 Rye Lane. Antes, cuando busqué en Google sobre Peckham, esa dirección surgía primero que cualquier otra cosa. Y en los resultados del buscador aparecía con dos nombres. El primero: The Bussey Building. El segundo: CLF Café (o el café de The Chronic Love Foundation). Había que ver de qué se trataba.

Cruzo bajo el portal de un edificio postindustrial de fines del siglo XIX, camino luego por un pasillo oscuro y angosto y llego hasta un área despejada donde solo hay basureros humeantes y un grafiti de Roa, el famoso artista belga que ha decorado varios muros de Londres con sus gigantescas imágenes de animales peludos. Un poco más acá está la puerta. Detrás de ella, escaleras, un añoso ascensor industrial, gruesas puertas pintadas de intenso rojo y muros altos, tapizados de papeles pegados con scotch donde una productora de cine anuncia que quiere compartir un estudio, una mujer publica sus clases de yoga y alguien ofrece sándwiches veganos.

Son cerca de las once de la mañana cuando toco el timbre que corresponde al espacio A1 y aparece Shawn, un chico casi rubio, pálido y delgado, con esa delgadez que solo se tiene a los 23 años. Es el community manager del lugar y se ve trasnochado.

"Aquí los tickets están vendidos con tres semanas de anticipación", dice sobre CLF Café, como pidiendo que nos vayamos. "Hace siete años que trabajo acá", dice al rato, ya algo más amable. Resulta que CLF Café no es un café, a pesar del nombre, sino más bien un bar que siempre se llena. "Hay teatro, hay ciclos de cine, hay performances, hay karaoke, y también se viene a bailar, principalmente música electrónica. Viene gente desde todo Londres. Incluso, desde fuera de Londres. Personas de 25 a 50 años. Y no necesitamos publicidad", dice.

Vuelvo de noche. Esta vez con la entrada comprada. Es imposible llegar y entrar a CLF, especialmente si es jueves: la noche más popular en Peckham, según repiten medios como la revista Time Out. También es difícil llegar al techo de este edificio de seis pisos, donde, por encima de escuelas de yoga y oficinas de industrias creativas, está uno de los rooftops —esos bares que se instalan en las azoteas— más famosos en Londres por su onda y por sus vodkas.

Al Bussey Rooftop Bar (ahora se entiende el porqué de los dos nombres para un mismo lugar) se suma otro bar del estilo, el Franks, en el número 95 de la misma calle: esta vez, en el décimo piso de un antiguo edificio de estacionamientos (en los otros pisos se realizan actividades culturales de todo tipo). Franks es solo una carpa, que se arma durante el verano y, por eso mismo, desaparece después de septiembre. Lo apropiado aquí es llegar al atardecer, para ver la puesta de sol mientras se toma cerveza y se comen simples kebabs o bolitas de pescado frito. Nada muy gourmet. La gracia es la vista y la gente. Toda muy dénim style.

Pero la mayoría de las personas llega al Bussey Building o a Franks después de tomar un par de cervezas en Bar Story, un local de estética industrial que funciona debajo de los arcos de la línea férrea, que ha hecho surgir varios otros locales en la misma zona y que congrega a los más fieles seguidores de la noche al estilo Peckham. Es, por decirlo así, el lugar donde ir a hacer "la previa".

"Peckham ha cambiado mucho —dice Chris, otro chico casi rubio, pálido y delgado, de veintitantos, que se planta junto a una cerveza en la barra Bar Story—. La gente más creativa de Londres se ha venido para acá. Es uno de los pocos lugares de la ciudad que realmente es divertido. Peckham se ha gentrificado tanto que ahora tiene una identidad propia. Es interesante, es independiente. Es total".

Una muy colorina y muy pálida Sally Butcher, de unos cincuenta y tantos años, hace 17 años que tiene —y atiende— la tiendita gourmet más famosa de Peckham: Persepolis. A este lugar viene gente de todo Londres solo para comprar pétalos de rosa, limas deshidratadas y un sinfín de ingredientes propios de la cocina persa, que se venden en sus rústicos pasillos apretados, pintados de verde y amarillo.

A la tienda-restaurante de Sally también llegan los que antes visitaron la South London Gallery, la sala de arte más importante del sector. Para llegar a la galería hay que alejarse un poco del circuito de bares y locales nocturnos. Da igual: si uno quiere comer algo, ahí está The 67, que se presenta como un "modern british restaurant", pero que tiene la apariencia de un Starbucks. El almuerzo del día bordea las 15 libras. Tiene sopas, ensaladas, sándwiches. ¿Lo mejor? El patio. Siempre que no esté lloviendo, claro. Como hoy.

Peckham, dice The Guardian, es un lugar feo, pero animado. Unlovely, but lively. Ahora entiendo por qué.

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