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"Nunca me importó lo que la gente dijera de mí"

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"Me han ofrecido y tentado muchas veces para hacer televisión o teatro, pero es como de otra encarnación", dice Ludovica Squirru. Foto: Claudio Herdener.

Famosa por su horóscopo chino, antes de convertirse en astróloga fue actriz. Encontró en la filosofía oriental su forma de trabajar y vivir en paz, siempre con el humor como aliado.

Nada en la vida de Ludovica Squirru (60) parece casual. Ni su vocación, ni su estilo, ni sus peripecias, ni sus logros. Mucho menos el hecho de ser mono de fuego, el animal y el elemento que la representan en el horóscopo chino, ese mismo que la hizo famosa con sus predicciones en todo el mundo. "Vengo perseguida por el fuego, lo mío viene de purificación a través de él", dice convencida. Y se refiere a varios incendios, no a uno, que la obligaron a hacer borrón y cuenta nueva. El primero, recuerda, ocurrió cuando era todavía adolescente, dos años después de la muerte de su padre. El fuego comenzó en la chimenea y "agarró" toda la casa. Ella, su hermana y su madre se quedaron sin nada. "Ahí vino Carlitos Perciavalle y nos trajo un jean y una remera. Yo tenía que ir al colegio al día siguiente y no tenía nada... Pero tenía la vida. Y ahí te das cuenta de que la fuerza de la vida es superior a todo. Podés perder lo material y seguir viviendo igual. Yo perdí todo mi pasado, no me quedó ni una foto... pero en mi caso fue una liberación, me ayudó a volar. A mí las tragedias me fortalecieron y me siguen fortaleciendo".

De niña, Ludovica miraba más el cielo que la televisión. Sin embargo, fue actriz antes que astróloga. Mientras el vínculo con la cultura oriental viene por parte de su padre Eduardo —abogado y primer embajador argentino en China—, ella creció en una familia de artistas. El crítico de arte Rafael Squirru era su tío y la precursora del café concert, Inés Quesada, su media hermana. "Ya de chica tenía muchas condiciones histriónicas y fui muy incentivada por Perciavalle y toda una generación. A mi casa venían muchos pintores... Tuve la suerte de nacer en una familia de mucho arte y mucha cultura, algo que evidentemente me marcó y acrecenté".

Estudió en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático e hizo sus primeras armas con Tato Bores. Con veintipocos años, dos cosas la distinguían: su sentido del humor y la capacidad de escribir sus propios guiones. "A los 24 años me hice re famosa porque hacía todo. Y eso pegó". Por ese tiempo también empezó a interesarse por la astrología y el I Ching, dos temas "inéditos" en Argentina. Fue ahí cuando el editor de una revista sobre televisión le propuso escribir un "cuadernillo" del horóscopo chino. Corría el año 1983. "Empecé con mis conocimientos, era algo virgen y fue un boom editorial. Tan impresionante fue que me propusieron hacer un libro". En esa misma tarea, Ludovica ya lleva 33 años consecutivos.

—¿No dudaste en dejar la televisión?

—Al contrario, ¡no sabés lo que me cuesta ir a la televisión hoy! Creo que las actrices de raza tienen un ADN que tiene que ver con el mundo de la televisión, pero es una energía que no me interesa. Yo vivo hace 17 años en Córdoba, entre las sierras, tengo una parte Ying y otra Yang, seis meses escribo y seis meses estoy de gira. Me han ofrecido y tentado muchas veces para hacer televisión o teatro, porque la gente me recuerda con mucho cariño, pero es como de otra reencarnación. Creo que si no hubiera sido actriz no podría transmitir como transmito todo lo que hago. La vida es un camino donde un paso te lleva a otro.

Cuestión de vida.

En su caso, el gran paso fue a los 30 años, cuando viajó sola a China. Allí pasó seis meses estudiando, investigando y recorriendo a media lengua entre un inglés básico y un improvisado idioma de señas. "Fue muy duro, fue como hacer la colimba, como decimos nosotros", cuenta, hoy a las risas. Recorrió de Beijing a Hong Kong en tren, festejó el año nuevo chino —que en 1988 fue del dragón— e intentó confrontar si todo aquello que había leído era cierto. El resultado interno solo Ludovica lo sabe. Hacia el exterior, de aquella experiencia nació un libro, Mi China (1990), donde cuenta la historia de por qué decidió dedicarse a la astrología oriental.

—Sobre todo en los primeros años, ¿te enfrentaste a muchos prejuicios?

De los demás, por supuesto. Cuando empecé era el curro del horóscopo chino, esto lo inventó esta, mirá si va a existir algo así... En Argentina al principio pensaban que era un invento mío, que lo hacía en televisión tipo chiste. Lo bueno es que nunca me importó lo que la gente dijera de mí, o sea, eso no me desvió nunca. Después mucha gente que al principio no me creía se me acercó a decirme que mis libros le habían cambiado la cabeza. Respeto al que no cree o al que no le interesa, es algo muy personal, es como un amor. Podés tener un flechazo y que ese flechazo se convierta en un amor importante o que pase y quede por ahí. Creo que me tocó ser la iniciadora de abrir el camino de algo bastante desconocido.

En ese recorrido, su padre siempre fue el eje. Ni actriz ni astróloga, él la soñaba como una destacada física química nuclear. Y aunque la vocación de Ludovica se terminó de construir en torno a la filosofía y la cultura oriental, ella no siente el abismo. "Con el tiempo descubrí que la astrología está muy ligada a la física y la matemática. Él a lo mejor vio en mí algo que yo desarrollé desde otro lugar", dice. Con los años, su vida y su trabajo se convirtieron en una unidad indivisible. "Vivo, pienso, siento y practico lo que escribo desde que mi padre me marcó el ADN. Para mí esto es holístico, no es hoy tengo ganas y mañana no".

Por eso, hace años que se instaló en Nono, un pueblo en la región de Traslasierra, Córdoba, "un lugar de alto vuelo de inspiración y energía". Allí, en una chacra donde alguna vez tuvo vacas a las que numerar y vacunar —tarea que no le gustaba en absoluto—, convive con su pareja desde hace diez años, Claudio Herdener, fotógrafo, entre otras cosas, de sus libros. Y también allí está creando "una escuela de vida", en la cual junto a un equipo de profesionales da cursos de constelaciones familiares, meditación dinámica y medicina núbica.

Fresca, simpática y hasta por momentos mal hablada, Ludovica no duda en haber encontrado su lugar en el mundo. "Mañanera" contumaz, se levanta temprano para ver el amanecer. Hasta el mediodía está inmersa en su universo laboral: leer, estudiar, responder mails, escribir. ¿Y la meditación? También, durante toda la jornada. "Soy meditadora permanente, no tengo una hora, tengo situaciones", explica. "Medito en acción, si limpio, si cocino, la meditación no es om, om, om, es un ejercicio en el cual vos te metés con un vacío y una respiración mientras hacés cosas. Y de repente de ahí salen las ideas más geniales".

Además de los clásicos bestsellers de cada diciembre —acaba de presentar en Montevideo el Horóscopo Chino 2017, del año del gallo—, Ludovica ha escrito sobre los mayas, sobre el destino y sobre el amor, antaño el tópico que despertaba más interés. Hoy, dice y se lamenta, la mayoría de la gente pregunta por el trabajo y lo económico. "Por el amor te diría que preguntaban hasta hace siete años, después la preocupación pasó para otro lado". En su vida personal, en tanto, no era un tema que le quitara el sueño. "Nunca tuve el problema de tener una pareja o un hombre... al revés, siempre me cayeron piqueteros galácticos. ¡Soy una mujer invadida por los hombres! Igual creo que para estar con alguien primero tenés que pasar una temporada fuerte con vos misma". Ser madre, en cambio, sí es una materia que anota en el debe. "Sí, me hubiera gustado, por ahí hubo desencuentros, pero no se puede tener todo ni hacer todo bien en la vida".

—¿Qué pasa cuando las predicciones no son alentadoras?

—Hay que bancársela, la vida no es la vie en rose, hay que aceptar las cosas como son y no disfrazar la realidad. Si querés ser siempre feliz y negás tus dolores, tus duelos, tus pérdidas, terminás siendo muy infeliz, porque te estás privando de sentimientos. Yo no quiero que la gente crea en mí, quiero que la gente descubra a través de mi libro qué poder tiene para ser dueño de su destino. Y con esa información viva mejor, se sienta con un GPS un poquito mejor rumbeado. No es "si Ludovica dice…"; yo hago correr la energía, porque sino ese karma es muy pesado.

SUS COSAS

I Ching.

El I Ching, uno de los cinco clásicos confucianos cuyos primeros textos se supone fueron escritos hacia el 1200 a. C., es un libro que la marcó y la sigue marcando aún hoy. "Lo tengo todos los días conmigo", dice Ludovica Squirru.

Caetano Veloso.

La gurú del horóscopo chino lleva una vida más "introspectiva" que social. Prefiere las reuniones con amigos en su casa a los eventos multitudinarios. Eso sí, nunca despreciaría una entrada en primera fila para ver a Caetano Veloso, uno de sus músicos preferidos.

Córdoba.

En la zona de Traslasierra Ludovica pasó los veranos más felices de su infancia. Por eso, cuando pudo elegir dónde vivir no lo dudó: construyó su casa sobre los cimientos de la de su abuela, que se había incendiado. "Logré reconstruir parte de mi historia y soy muy feliz ahí".

E-mail.

Ludovica no tiene redes sociales. "Me parecen nefastas. En mi caso, además, han hecho mucha cosa trucha", justifica. Usa un celular básico para hacer llamadas (no WhatsApp), y para trabajar no cambia por nada su computadora y el e-mail.

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"Me han ofrecido y tentado muchas veces para hacer televisión o teatro, pero es como de otra encarnación", dice Ludovica Squirru. Foto: Claudio Herdener.

EL PERSONAJE i LUDOVICA SQUIRRUDANIELA BLUTH

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