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Una Nobel que sabe unir fuerzas

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Jody Williams, de activista a premio Nobel y ahora luchadora feminista.

Jody Williams reunió a las otras mujeres que lograron ese premio para luchar juntas.

Cualquiera puede ganar un Nobel", lanza de entrada Jody Williams, 66 años, ganadora del Premio Nobel de la Paz, en 1997. Cientos, miles de mujeres la escuchan en sus viajes por el mundo casi dispuestas a tomar nota de la fórmula que se debe seguir para lograr ese reconocimiento mundial. Pero ella, alta, de ceño fruncido y hablar enérgico, dice que en ella no hay nada especial. "Yo soy normal. Soy normal", insiste casi desesperándose ante su más audiencia: unas doscientas mujeres reunidas por el grupo financiero Sura, en un hotel de Santiago de Chile, para escucharla hablar sobre el liderazgo de la mujer en el siglo XXI.

Jody Williams, que recibió el reconocimiento por su trabajo al frente de las organizaciones que llevaron a la firma del tratado internacional de Ottawa, donde más de 160 países se comprometieron a la eliminación de las minas antipersonales, reconoce que el honor —que agradece— no siempre le cayó muy bien.

"Los primeros 5 años no me gustó nada el Premio Nobel. De una día para otro te empiezan a preguntar cosas que nunca me habían preguntado. Cosas como cómo lograr la paz... Es decir, yo puedo responder, puedo inventar, puedo unir un par de datos, porque tengo opinión, pero no soy ninguna santa. Entonces, recuerdo haber llegado a mi casa a llorar, porque sentía que estaba hablando cosas sin saber, que se me estaba preguntando sobre cualquier situación en el mundo, y no tenía cómo responder".

Fue a esa edad, a los 47 años, que Jody Williams dejó de agradecer sus honores y comenzó a preguntarse el para qué; cuál era el sentido de haber ganado un Nobel tras liderar una serie de acciones antibélicas, que para ella eran parte del pasado, del porqué.

Jody repasó su historia juvenil. Se vio a los 18 años cuando, enfrentada a la situación de que su novio partiera a Vietnam, salió a manifestarse. Luego recordó cómo ya trabajando como profesora de inglés entró en contacto con una organización que buscaba condenar la intervención militar de Estados Unidos en El Salvador, Honduras y Nicaragua. Repasó sus meses de voluntariado en Centroamérica, el abuso sexual de que fue víctima por parte de fuerzas paramilitares y el cómo estuvo a punto de renunciar a su activismo, buscando un empleo formal; eso fue justo cuando la invitaron a participar en una ONG que buscaba eliminar del mundo toda mina antipersonal. Bajo su liderazgo se terminaron reuniendo más de 100 organizaciones del mismo tipo a nivel mundial.

Solo cinco años le tomó pavimentar su camino al Nobel de la Paz y, una vez ganado, ella seguió preguntándose para qué. Eso fue hasta que en 2004 la iraní Shirin Ebadi, la primera mujer musulmana en recibir el mismo galardón la hizo caer en cuenta de que de las 17 mujeres que han recibido ese premio —90 son hombres— había seis vivas, y no tenían mayor conexión.

"Ella fue la que me dijo ¿no crees que deberíamos hacer algo para promover los derechos humanos de las mujeres?. Y pensé que era fascinante. Al día siguiente nos reunimos con Wangari Maathai, keniata que había ganado el premio ese año y murió de cáncer unos años atrás. Le preguntamos qué pensaba y lo encontró genial. Y eso, trabajar juntas, es algo que a los hombres Nobel nunca se les ocurriría hacer".

Así nació Nobel Womens Initiative (Iniciativa de las Mujeres Nobel), que reúne a seis mujeres que antes defendieron distintas causas, pero que hoy se concentran en los derechos de la mujer. Junto a Williams están Mairead Maguire, irlandesa premiada en 1976; Rigoberta Menchú, guatemalteca galardonada en 1992; Shirina Ebadi, iraní reconocida en 2003; junto a las premiadas en 2011, Leymah Gbowee, de Liberia, y Tawakkol Karman, de Yemen.

"Ya llevamos 10 años", dice con orgullo, Williams. "Y todo el propósito que tenemos es usar la influencia y el acceso que tenemos para apoyar el trabajo de las mujeres activistas de base. Y no es con dinero, porque no tenemos, sino que con presencia física".

La Nobel da un ejemplo: cuenta que hace unos años un grupo de mujeres pobladoras de la localidad de Atenco, México, le pidió ayuda para luchar por detener la construcción de un aeropuerto internacional en sus tierras.

"Fui capaz de conseguir una reunión con el ministro del Interior. Él esperaba conversar conmigo, y yo entré con muchas de estas mujeres. Nos sentamos, le agradecí haber aceptado la reunión y les pedí a las mujeres de Atenco presentarse y darle a conocer lo que sucedía, porque era su problema y no el mío", dice, riendo. "Él nunca las habría admitido si no hubiera sido por mí".

Disociar el dolor.

Jody Williams es una mujer alta, de expresivos ojos azules y un hablar muy enérgico que no se condice con el caminar pausado con que llega. Su agenda internacional es abultada y ella la cumple, pese a que hace años sufre de un dolor crónico en la espalda ocasionado por levantar una pesada roca de 24 kilos en el patio de su casa, ubicada en su pueblo natal, Vermont.

"Estuve a punto de caer en una depresión, porque el dolor crónico, todos los días, es algo que te atrapa. Cuando me siento, me duele; cuando me muevo, me duele... Así que por qué iba a quedarme en casa. Si el dolor iba a estar siempre, prefería trabajar", señala.

Williams recuerda que su primer acercamiento con el feminismo fue a los seis años, en el seno de una familia de ascendencia italiana y católica. "Yo quería ser la primera mujer Papa, y fue muy rudo descubrir que no podía serlo, solo por ser mujer. Ni siquiera podía ser monaguillo. Luego, en la época de Vietnam recuerdo haber leído un libro, no recuerdo el título, que decía que me habían estado oprimiendo toda la vida. Y yo no me había dado cuenta, porque en mi casa siempre me habían dicho que podía ser lo que quisiera, pero de a poco te vas dando cuenta de que el sexismo es algo que va más allá".

Ella ha recorrido, en los últimos años, el mundo en defensa de los derechos de la mujer, y asegura que la presencia de activismo no varía de un país a otro, de una cultura a otra; para ella la urgencia de apoyo es igual. "Hay algo en común en las mujeres en todas partes. En cada país hay organizaciones de mujeres que están luchando por los derechos de las mujeres. Incluso en países como Afganistán o Irán, muchas de ellas están en prisión solo por manifestarse a favor de los derechos humanos básicos de la mujer. Y lo que tenemos que entender es que las mujeres no necesitan otras personas que les digan lo que tiene que hacer para pelear por sus derechos. Desafortunadamente, en algunos países toma más tiempo. Y en otros más avanzados siento que ahora hay un retroceso en los derechos de la mujer, especialmente con la llegada de The Donald (que es la expresión que ella usa para referirse a Trump).

"Trump: un retroceso para las mujeres".

—Usted dijo que de ganar Trump se iría a Canadá.

—Eso fue una broma. Nuestra oficina está en Canadá.

—¿Coincide con Stephen Hawking sobre que este es un momento preocupante de nuestra historia?

—Creo que es un momento terrorífico, sí. No mentiría.

—¿En particular para mujeres?

—Sus dichos sobre el "manoseo" y hablar de su propia hija sexualmente son un poco más allá de lo aceptable, por decir lo menos. Creo que es un ser humano reprochable, pero temo más de su falta de conocimiento sobre el mundo, más allá por cierto de sus negocios y sus torres que construye en todas partes. Él realmente no tiene idea de cómo funciona el mundo en términos de política, de poder, etcétera, y él se ha rehusado a consultar los reportes diarios de inteligencia que los presidentes en transición usualmente miran.

—Dijo que los hombres se sienten más amenazados, ¿por qué?

—En Estados Unidos 65% de las estudiantes de medicina son mujeres. Y en Irán 65% de las estudiantes son mujeres. Todo eso, al pasar el tiempo, inevitablemente, va a traer problemas. Ellos están asustados. Toda la elección de Trump es un reflejo de un cierto tipo de ese miedo: toda la gente blanca siente que América nunca más será blanca —si es que alguna vez lo fue—, a menos que Donald los proteja y haga América segura otra vez. Es parte del mismo retroceso.

— En 1988, le tocó ser víctima de violación cuando trabajaba como voluntaria en El Salvador. ¿Cree que hoy habría tenido más herramientas para manejar ese abuso?

—La verdad es que entonces no me lo tomé como algo personal. ¿Sabes qué es la disociación?

—Un mecanismo psicológico de defensa, evade el trauma, como si no fuera usted.

—Pues yo tengo una fuerte capacidad de disociación desde pequeña, porque mi hermano mayor nació sordo y luego se volvió un esquizofrénico paranoide violento. Así que también lo de 1988 lo disocié. Y dije esto no tiene nada que ver conmigo en lo personal. Pensé, ellos no pueden matarme. Matar a un americano suponía tener la autorización de los superiores. Entonces, si no pueden matarme deben hacer algo diferente, y eso fue abusar. Fue un mensaje no solo para mí, sino que para mi organización, de abandonar el país y dejar de parar la guerra. No lo tomé personalmente, lo disocié, lo puse en una caja en algún lugar. Pensé era una mujer de 38 años, no la Virgen María....

-Pero...

-Yo sé, yo sé que es difícil de entender. Ahora tengo otras amigas que fueron violadas o abusadas, y se traumatizaron gran parte de su vida. Yo no me traumaticé. No sé si es bueno o malo. Mi hermana sigue diciéndome que necesito terapia, pero yo le digo: "Mary Beth, te adoro, así soy una mujer muy efectiva en el mundo y no quiero terapia, muchas gracias".

—Quizás es de ahí de donde viene su fuerza.

—En parte, sí.

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Jody Williams, de activista a premio Nobel y ahora luchadora feminista.

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