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Napoleonescos

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Ahora sí, hoy termina todo. Ya está, finalizan las elecciones municipales y por la noche cada departamento tendrá su pequeño virrey y todos felices comiendo perdices. El mapa político se habrá delineado con este epílogo y por cuatro años podemos estar en paz.

WASHINGTON ABDALA

Los nuevos intendentes empiezan a realizar una tarea encomiable casi siempre. Se paran del lado de la gente, sintonizan mejor que los legisladores las preocupaciones de sus departamentos, resuelven problemas cotidianos y son hacedores (se les dice "emprendedores"; ¡guau, qué moderno!). De a poquito pasan de ser un vecino más a transformarse en el "súper vecino" y, en general, no pesa el color político porque el buen intendente tiene que trabajar para todos. Esos son los respetados. Los "camiseteros" solo tienen a sus barras que los vitorean pero duran lo que un lirio. A estos se los traga la historia por badulaques.

El buen intendente va por el camino correcto cuando los tradicionales adversarios (de los tres partidos políticos hablo) le reconocen que está haciendo las cosas bien. Hay buenos intendentes en todas las colectividades políticas. No seamos necios.

¿Qué sucede entonces? Casi como por un acto de magia, ante el buen resultado que van obteniendo en sus gestiones, los embalan para carreras nacionales de algún tenor para la próxima elección. Los afilan al ratito y los tipos entran. Y la vanidad puede siempre, o casi siempre. Es que es difícil no caer en la trampa cuando les comen la cabeza diciéndole a más de uno: "Sos un crack, lo que lograste nadie lo había obtenido y por eso tenés que servir a la gigantesca causa nacional en la que estamos. Te necesitamos".

Ellos copados, obvio, mientras crecen sus papadas y sus panzas junto a un proceso narcisista que se instala en la mente del novel munícipe mayestático. Y así, de un día para el otro observamos individuos que empiezan a vivir un proceso "napoleonesco". Advertimos que cambian su forma cívica de ser, los vemos con ropas cuidadas, voces engoladas y una postura lindante con el delirio porque hablan con el rigor de las sentencias dictadas por el emperador. Los intendentes (las intendentas también) empiezan a creer que el país requiere de sus patrióticos servicios, que el Senado, el Poder Ejecutivo o la propia Presidencia son su destino inevitable. Que se lo merecen. Y junto a una claque de adláteres —no siempre bien intencionados— empieza la carrera por el poder en los espacios nacionales. Insisto, pasa en todos los partidos políticos. Que no cunda el histeriqueo.

Digámoslo claramente: los intendentes, en muchísimos casos, se agrandan, alucinan y se pierden. Sus acólitos se suben a la fiesta —por si hay un 5 de oro en la vuelta— y meten filo gritando por las calles que llega el nuevo Mesías. Y así nacen personajes que ayer eran humildes servidores republicanos devenidos ahora en redentores de la patria. Todo una desmesura.

La historia dicta que en general no le ha ido demasiado bien a casi ningún intendente en los últimos treinta años en sus "aventuras" nacionales. Logran instalarse en posiciones relevantes un ratito, es cierto, pero no hacen historia. Digamos la verdad. Duele un poco, pero esa es la evidencia (Tabaré Vázquez es la excepción porque reúne atributos distintos, y Jorge Larrañaga también, porque consolidó una imagen nacional con trabajo permanente. Son raras avis).

Se me dirá que este exceso le cabe también a otros protagonistas del sistema político. Es probable que sea así, pero el intendente que "se la cree" causa penita aunque nadie se los diga. Ayer era un humilde vecino respetado, hoy parece un personaje del foyer del Teatro Solís. Y es una lástima porque de ser individuos valiosos en sus tierras terminan siendo ignotos personajes en un panorama que los sepulta sin honor. Y este no es el típico prejuicio de la capital contra el interior, es que no siempre se da la talla para posiciones de otra entidad. Hay mil pruebas al canto de esto. Es el pecado de Hybris (desmesura) del que hablaban los griegos.

Si hubiera una vacuna para inmunizarse de esta patología más de uno debiera dársela.

Cabeza de Turco

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