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"Me hice hincha de los jugadores que conocí"

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Para festejar Cauteruccio elige prender el fuego: "es un punto de encuentro y un momento de distensión".

Como cocinero, nunca imaginó vivir un Mundial de fútbol desde la cancha. Sin embargo, hoy eso forma parte de su rutina. Sacrificios, sueños y logros del “chef Celeste”.

DANIELA BLUTH

La noche previa a empezar a trabajar en el Complejo Celeste Aldo Cauteruccio no durmió. No le preocupaba su tarea como chef sino sus comensales. Era 2004 y la Selección uruguaya entrenaba para la segunda rueda de las Eliminatorias para el Mundial de Alemania 2006, al que finalmente no clasificó. En aquel plantel, que conocía de memoria por mirar los partidos en televisión, estaban, entre otros, Paolo Montero, Richard ‘Chengue’ Morales, Darío Silva y Álvaro Recoba. "Iba caminando por el pasillo al que dan las habitaciones, que en la puerta dicen el nombre del jugador, y pensaba: ‘Pah… del otro lado están estas grandes figuras…’. Nunca me había imaginado estar trabajando con ellas". En la nebulosa de la memoria, no recuerda el menú de aquel primer día. Sí que fue Carlitos, el mozo que lo acompaña aún hoy, quien lo recibió y le mostró el lugar. "No tenía ni idea lo que era la ruta 101 porque nunca había venido para este lado", recuerda riéndose de sí mismo. También registró el primer futbolista con quien se cruzó. Fue el ‘Chengue’, con sus casi dos metros de altura y un saludo amistoso. "Nos presentamos y seguí trabajando".

El de Cauteruccio (38) no ha sido el recorrido más ortodoxo que un chef suele —o espera— hacer. "Es natural que un futbolista sueñe con jugar un Mundial. Si es profesional y es bueno, puede lograrlo. Pero yo… ¡soy cocinero! ¿Qué hago en el medio de una cancha en un Mundial saliendo por la tele? Para mí era impensable, era demasiado, pero en ese momento no me daba cuenta, iba y lo vivía. Ahora veo todas las cosas que fueron pasando en estos años y es muchísimo".

Desde aquel primer día junto a la Selección que dirigía Jorge Fossati pasaron once años y cientos de anécdotas. En el camino, entre triunfos, derrotas, asados, viajes, partidos de truco, llegadas y partidas, Cauteruccio se convirtió, casi sin darse cuenta, en el "chef Celeste". Hoy, además de cocinar en el Complejo, tiene su propio restaurante —La Cuadra—, en sociedad con Sebastián Eguren, y es el flamante papá de Agustín, de diez meses.

Su jornada empieza a las ocho y termina, en una noche tipo, no antes de las dos de la madrugada. En medio de esa rutina que admite es sacrificada, no hay lugar para la queja ni la duda. "Es un trabajo de muchas horas que dura 15 minutos, que es lo que demora uno en comer. Pero no me pesa en lo más mínimo venir a trabajar". Eso sí, el poco tiempo libre que le queda lo disfruta en su casa de Solymar, donde hace algunos días un pequeño jugador pateó su primera pelota. "Ya lo tengo vendido", bromea.

Equipo.

Es lunes y el Complejo Celeste, en el kilómetro 27.800 de la ruta 101, está tranquilo. El sol baña las canchas, vacías tras la partida de la Sub 18 después del almuerzo. Todavía está fresco el triunfo de Uruguay 3 a 0 ante Chile y la noticia de que Luis Suárez cumplió con la sanción que lo alejó de Brasil y de la Selección. Cauteruccio aún lleva la casaca oscura que usa en la cocina, ese espacio creativo que comparte con María, una de las pocas mujeres que trabajan allí. En promedio, la dupla alimenta unas 50 personas por comida. Su público no siempre son deportistas, también hay equipos técnicos, miembros de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) o incluso de la FIFA. "Cualquier grupo que venga al Complejo y requiera del servicio gastronómico, lo atendemos nosotros", explica. Él se encarga de las compras, la planificación del menú y los platos calientes; ella hace postres y ensaladas. Las milanesas, por ejemplo, nunca son menos de cien. "Vengo de la escuela de la hotelería, donde los eventos son para 200 o 300 personas todos los días. El que se dedica a esto ya lo tiene asumido, la cantidad no es un problema".

El desafío, en su caso, pasa más por cumplir con los horarios y las necesidades de los deportistas, que en materia alimenticia las marca el médico. Aunque no hay "grandes restricciones", los fritos quedan fuera del menú. "Este es un trabajo cíclico que tenemos muy aceitado. Y los jugadores son muy profesionales, tratan de comer cosas saludables porque viven de su físico. Cuanto más lo cuiden, más va a durar la maquinita". Cuando la consigna es relajarse o festejar, el chef elige prender el fuego, que además es un método de cocción saludable. "Ahí la idea es generar un entorno hogareño, lograr un punto de encuentro y un momento de distensión". Durante el Mundial de Sudáfrica, las fotos de sus asados sin achuras y con bifes de pollo y lomo dieron la vuelta al mundo.

Cuando entró al Complejo, a Cauteruccio le gustaba el fútbol y defendía los colores de Nacional. Hoy se define como "hincha a muerte" de la Celeste. "Es una sensación mágica e inevitable la que se vive entre la gente que trabaja con la Selección", intenta explicar. "Me cuesta mucho ver a un pibe que debuta en cualquier equipo y no ponerme contento si hace un gol. Con el tiempo y el estar acá perdí el fanatismo y me hice hincha de los jugadores que fui conociendo, porque conocés a la persona detrás del deportista".

—¿Te sentís parte del equipo que hoy lidera el maestro Óscar W. Tabárez?

—Me lo hacen sentir. Y eso nos pasa a todos los funcionarios que estamos acá, tanto del cuerpo técnico como los jugadores. No pasa por lo que hace cada uno, somos un grupo de personas que convive muchas horas al día. Y cuando concentramos son días y días. Se pierden los límites, en la ronda de charla y mate estamos todos. Y la pasamos muy bien.

Por eso, en los viajes al exterior la yerba nunca falta. Y sale desde casa.

Legado.

El vínculo de Cauteruccio con la cocina viene desde su casa y su infancia. Su madre Miriam cocinaba todos los días, su padre Alberto lo hacía para "desenchufarse" los fines de semana. "Mi papá, descendiente de italianos, hacía banquetes para mucha gente. Y los sigue haciendo; hace 65 años que se junta con un grupo de amigos todos los viernes. Nosotros somos cuatro hermanos, tres varones y una mujer, nos comíamos todo y en casa siempre había mucha comida", recuerda.

Esa tradición lo llevó, a los 16 años y junto a su hermana Mariela, a abrir una casa de comidas en la zona de Tres Cruces. Y el azar lo llevó a pasar de las tareas administrativas a la cocina. "Se enfermó la cocinera y tuve que agarrar yo. Llamé a mis viejos para que me pasaran recetas y así arranqué. Esa fue la primera vez que vendí un plato de comida. Pero se ve que muy bueno no estaba porque al tiempo nos fundimos... lo cerramos. No teníamos idea de nada, fue todo una aventura".

Entre el final del liceo y la profesionalización en la UTU, trabajó en una agencia de viajes como animador de grupos estudiantiles. Viajó a Argentina, Brasil y Estados Unidos. "¿Cómo llegué ahí? Porque armé el grupo de viaje de mi liceo, moví a todas las clases, y la persona que trabajaba en la agencia me llamó. Fue una etapa muy divertida pero de mucho trabajo y mucha responsabilidad. Lo bueno es que todo eso me ha formado como profesional. Me ha ayudado muchísimo a encarar un montón de cosas que nunca me hubiera imaginado y a relacionarme con la gente, a abrirme como persona".

En la Selección, de hecho, tiene fama de conversador. En los viajes, cuando el resto del equipo quería dormir, él y Eguren marchaban para el fondo a charlar sin molestar. "Nos echaban de todos lados y de repente llegábamos a destino y no habíamos parado. Para la mayoría un viaje es muy pesado, para mí no, es estar fuera de la cocina compartiendo un momento con un montón de gente. La paso bien en todas las instancias. ¡Disfruto hasta el vuelo!". Así, en los trayectos, Cauteruccio y el mediocampista de Nacional cranearon y pulieron el proyecto del restaurante propio. La Cuadra abrió sus puertas en mayo de 2014, una semana antes de que el chef partiera rumbo a Brasil.

—¿Te imaginabas el rumbo que hoy tomó tu profesión?

—A la Selección llegué por recomendación de un compañero con el que trabajaba en un hotel. Él era el chef que viajaba antes de que existiera el Complejo. Cada vez que llegaba después de un partido nos hacía los cuentos. Yo lo escuchaba y pensaba: ¡Qué buen laburo que tiene este tipo!. Y a los pocos meses, por diferentes factores que se fueron dando, ese era mi trabajo. Es aquello de estar en el momento justo en el lugar indicado.

SUS COSAS.

Su lugar.

Llegó hasta Solymar por casualidad y se terminó quedando. Hoy, vive allí con su esposa Lucía y su hijo Agustín. "Me enamoré de la costa, me encantó, todavía mantiene eso de ir a hacer los mandados en bicicleta, no hay edificios ni tanto ruido. Se vive muy bien, tiene ese aire de balneario mezclado con ciudad", justifica.

Su partido.

El partido entre Uruguay y Ghana, en el Mundial de Sudáfrica, ocupa el primer puesto del podio entre los que más lo marcaron. Lo vio desde la tribuna del estadio Soccer City (Johannesburgo), atrás del banco de suplentes. "Estuve mucho tiempo sin poder ver las imágenes de ese partido. No podía... Y creo que si lo pongo hoy lo vuelvo a vivir como aquel día".

Su comida.

Cada vez que sale de Uruguay hacia un destino costero, come mariscos. "Después vuelvo a Uruguay y le doy a la carne", admite. "Creo que somos un país costero de espalda al mar. Los uruguayos tenemos un paladar muy afinado a la carne, si no hay un pedazo de carne en el plato es como que no hubiera comida", opina.

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Para festejar Cauteruccio elige prender el fuego: "es un punto de encuentro y un momento de distensión".

EL PERSONAJE i Aldo Cauteruccio

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