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"Tenemos una fragmentación cultural que es brutal en el país"

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Alfredo García, un apasionado de la política y el periodismo a partes iguales.
Alfredo García, periodista y panelista de Esta boca es mía.
Foto de archivo.

Es uno de los periodistas más influyentes del medio, crítico con la izquierda de la que es parte, pero de la que a veces se convierte en una molesta voz de la conciencia.

Pasión. Es la palabra que define a Alfredo García, la pasión por el periodismo y por la política. Y también por la lectura y por el debate. A cada una de esas cosas Alfredo ha dedicado buena parte de su vida. En estos últimos 14 años esta energía full time se volcó al semanario Voces, un periódico de izquierda que poco a poco se transformó en influyente medio político.

La vida de Alfredo García (63) es similar a la de muchos uruguayos que peinan canas. Conoció el exilio, la lucha política en las calles, la necesidad de empezar de cero en varias ocasiones y, sobre todo, la necesidad de comprender lo que está pasando. Así nació el mandato del periodista, porque Alfredo era un enamorado de la Historia y se había preparado para estudiarla y enseñarla, pero por el camino tropezó con el periodismo y se convirtió en una pasión que nunca pudo abandonar.

—¿Cómo procesaste el tema del periodismo y la militancia? ¿No se te cruzaron nunca? ¿Advertiste un choque?

—El tema es que yo no creo en la objetividad, los que más se tiran de puros y objetivos no lo son, todos tenemos puntos de vista. En lo que sí creo es en la honestidad, yo tengo posiciones políticas, soy un hombre de izquierda y voy a morir de izquierda, pero si querés yo nunca sentí conflicto desde el punto de vista de enfrentarme con los que piensan diferente y discutir ideas. De aquel joven radical de los setenta, que pensaba en eliminar al enemigo que tenía del otro lado, es hoy una realidad muy difícil de entender para la gente joven que lo mira desde acá. La vida valía poco..., ¡éramos tan inconscientes en ese momento!

Alfredo nació en otro Montevideo, y como si estuviera marcado para siempre, nació en año electoral. En 1954 hubo elecciones nacionales, pero fueron bien distintas a las precedentes y a las que vendrían luego, ya que se elegían los miembros del Consejo Nacional de Gobierno, o "colegiado" como se le conoció. Una fórmula que se mostró ineficaz y fue cambiada pocos años más tarde.

De todos modos, lo que sí marcó su vida en la esfera personal fue la separación de sus padres, que ocurrió cuando él era muy pequeño. "Yo sufrí mucho con el tema de mi familia, con el divorcio de mis viejos, cuando se divorciaron nadie lo hacía, era en el año 58, entonces pasaba una fiesta con mi madre, una fiesta con mi viejo, yo no tenía memoria de haberlos vistos juntos siquiera", cuenta.

Su primer amor fue la lectura. Su casa estaba llena de libros, colecciones infantiles que acompañaron a varias generaciones como Príncipe Valiente, una historieta creada por Harold Foster en 1937 que narraba las aventuras de un príncipe de la Corte del Rey Arturo. Pero su voracidad lectora no tenía límites, así que también frecuentemente se quedaba hojeando la colección de Selecciones del Readers Digest de su padre. Hasta que un buen día se encontró con obras "mayores" y no temió lanzarse de lleno. "Yo recuerdo que leí a Balzac siendo bastante chico", dice.

Asegura que era muy malo jugando al fútbol, por lo que fuera de la escuela la mejor compañía fue un libro desde los primeros años. "Además, me decían el Chueco, porque soy chueco, pero me decían también Lenteja, Perita, porque me tiembla la pera, es un tic nervioso de nacimiento que lo tenía mi madre lo heredé yo y hasta mis nietos lo heredaron, es increíble", se ríe.

Los años de plomo.

Cuando terminó el bachillerato se anotó en Derecho, "por descarte", pero no era lo que quería estudiar. Ya se había convertido en un aguerrido militante de los GAU (Grupos de Acción Unificadora, agrupación de izquierda radical que integró la llamada "Tendencia Combativa") y en facultad encontró el mejor escenario para moverse. Era 1973, el año del golpe de Estado, un momento que se vivía con particular ebullición en el ámbito universitario. Concretado el quiebre institucional sobreviene la huelga general decretada por la central de trabajadores y la ocupación de los centros de enseñanza.

En poco tiempo el gobierno de facto dictó la intervención de la Universidad. "Con la intervención no estudié nada porque era horrible, y en el 75 iba a dar el examen del IPA para entrar, pero opté por irme porque la cosa estaba muy complicada", recuerda. Con la plata del pasaje y 70 dólares se fue para Europa.

En barco llegó a Barcelona, donde recaló por un tiempo. Para ganarse el sustento, en forma literal, trabajó como modelo para los estudiantes de Bellas Artes. Luego cruzó a Londres donde consiguió empleo como camarero. Dominaba el inglés con fluidez. Al poco tiempo partió para Suecia, donde planeaba quedarse apenas tres meses y continuar el itinerario europeo. "Y por esas paradojas, conseguí trabajo de jardinero en la Embajada yanqui en Estocolmo. Iba a estar por un mes, pero al que le estaba haciendo la suplencia nunca volvió y me ofrecieron el cargo", recuerda Alfredo.

De ese modo, y contra sus planes originales, se quedó trabajando en la sede diplomática por un año, luego como limpiador. Durante esa estadía conoció a la mujer que se convertiría en su pareja y luego en la madre de sus hijos. Era sueca y estudiaba enfermería.

"Yo no quise pedir asilo nunca en Suecia, porque había una cuota para asilo, entonces, primero que sacabas un lugar a los que podían llegar, y segundo, que yo quería volver a Uruguay, y como había estado trabajando en la embajada yanqui renové el pasaporte en la embajada uruguaya, no tuve ningún problema, quedé como limpito de antecedentes, fue un blanqueo", dice.

La idea era volver. Y probaron en 1977, cuando la dictadura estaba en su apogeo. "Era un momento muy duro, a un montón de gente que conocía se la habían llevado presa", recuerda Alfredo. La visita duró poco, pero los planes para el regreso seguían firmes.

Y finalmente lo concretaron el 29 de diciembre de 1983. Alfredo, su primera mujer y sus dos hijos pisaron suelo uruguayo para quedarse. "Me perdí el Obelisco por un mes", dice con cierta amargura por la manifestación multitudinaria que selló la suerte de la dictadura cívico-militar.

El periodismo.

Mientras aún residía en Estocolmo tuvo su primera oportunidad en el periodismo. Fue casi por azar.

Había ido a una charla que brindó el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, autor de la memorable Yo, el Supremo. Alfredo había leído la novela y había sentido una profunda admiración. Cuando terminó la charla se acercó y le pidió una entrevista, a lo que el escritor accedió. "Lo entrevisté, mandé la nota a Opinar y la publicaron, esa fue mi primera nota", recuerda.

Luego de publicar varias notas en el semanario que dirigió Enrique Tarigo, continuó escribiendo para la revista Opción. Ya en Montevideo trabajó en el periódico Cinco Días, una aventura que duró 21 días antes de que lo clausuraran. Poco después entró en la plantilla del diario La Hora y más tarde, "cuando desembarcó el Partido Comunista en el diario", se pasó para el semanario Las Bases, que fundó Jorge Pasculli.

Finalmente, hace 14 años fundó junto a Jorge Lauro y Hoenhir Sarthou el semanario Voces del Frente, actualmente Voces, a secas.

—¿Ves muy dividida a la sociedad?

Hay una fragmentación cultural que es brutal, porque hay dos mundos, un mundo del cual desconocemos hasta los códigos. Creo que hay códigos totalmente diferentes, no sé cómo se puede romper eso. Pobres siempre hubo en este país, por eso yo creo que hay un rompimiento muy grande que no es solo un tema económico sino cultural. A mí me da vergüenza que Uruguay con tres millones y medio de habitantes, donde podemos producir comida para 50 millones de habitantes, tengamos gente con hambre o gente sin vivienda. No puede ser que haya asentamientos, es una cosa que la izquierda en quince años de gobierno no solucionó, es una falla muy grande, le erramos al bizcochazo de palo a palo. En ese sentido la izquierda fracasó. Y plata hubo.

Presiones y censuras.

Alfredo García reconoce que durante los 14 años de Voces hubo presiones, ninguneos y por fin tolerancia por parte del gobierno del Frente Amplio. "Hubo una etapa de ignorarnos porque total van a durar dos días, y bueno, hace 14 años en agosto que estamos en la calle. La otra etapa fue ganarnos, vamos a tratar de ganarlos, tratemos de acercarlos. Cuando empezamos a criticar empezaron a mirarnos con algún tipo de prejuicio, alguno saltó, alguno presionó. Hasta que yo un día escribí una editorial diciendo que aquí no se aceptan llamados. Si quieren opinar sobre lo que quieran acá tienen espacio. Entonces, recibimos presiones hasta que se acabaron, a esta altura del partido saben que somos ingobernables. Sufrimos sí censuras, Antel durante cinco años no nos dio publicidad porque osamos una vez publicar en la tapa Acomodo en la Torre, pusimos porque habían nombrado al hijo de una periodista conocida como asesor, publiqué yo una nota diciendo eso y la presidenta de Antel de entonces no le gustaba que la criticaran y durante cinco años no tuvimos publicidad, recién este año empezamos a tener otra vez. Ahora, creo que ya aprendieron y se curaron de espanto, Es una batalla ganada", dice.

SUS COSAS.

Murguero.

El Carnaval, y en particular las murgas, es la mayor afición de Alfredo García, más allá de sus pasiones principales. Es hincha, sobre todo, de Falta y Resto, pero también de algunas agrupaciones más recientes como Contrafarsa, el movimiento que proviene de Murga Joven.

Adicto a las redes.

Tiene cuenta de Facebook, pero desde que se hizo una cuenta en Twitter ya no puede vivir sin él. Al levantarse cada mañana lo primero que hace es tomar su tablet y repasar las novedades a través de la red del pajarito, luego revisa los portales informativos. Suele compartir columnas de opinión de otros medios que le interesan.

Libros.

Algunos libros lo marcaron para siempre, sostiene. Los cuentos de Ray Bradbury que le hizo leer una profesora en el liceo están entre sus mejores recuerdos. Pero si tiene que elegir uno se inclina por Conversación en la Catedral, del Nobel peruano Mario Vargas Llosa, de quien es admirador.

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Alfredo García, un apasionado de la política y el periodismo a partes iguales.

ALFREDO GARCÍARENZO ROSSELLO

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