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Lo que las emociones pesan en la comida

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El estrés o la ansiedad pueden descontrolar los hábitos saludables

A veces el estrés o la ansiedad descontrolan los hábitos saludables y nos sentamos a la mesa con hambre psíquico. Expertos hablan de cómo enfrentar esta espada de Damocles.

El hambre emocional existe y ha sido descrito por la ciencia. Y este comer por tristeza, por rabia o por ansiedad explica, en parte, el sobrepeso. El comer emocional está bajo la mira. Nutrirse es incorporar nutrientes; alimentarse tiene que ver con la cantidad de calorías requeridas. Comer, en cambio, es un acto cultural.

El comer emocional, dice María Patricia Cordella, psiquiatra y presidenta de la Sociedad de Estudios para Trastornos Alimentarios de Chile, está ligado con la necesidad de relacionarse con otros y con el imperativo de autorregularse. Cuando algo falla en esa regulación, explica Cordella, el ser humano recurre a algo muy primitivo: comer. Es un contrasentido porque el comedor emocional come para equilibrarse, pero termina en el desequilibrio del sobrepeso, la obesidad y puede caer en trastornos alimentarios.

María José Escaffi, nutricionista, reconoce la complejidad del cuadro: "En la regulación del apetito intervienen el cerebro, el sistema digestivo desde la boca y hormonas. Estas señales pueden ser tan potentes que hay receptores ubicados en centros donde también actúan algunas drogas que producen dependencia".

A continuación, diversos especialistas analizan a cuatro tipos de comedores emocionales.

Estresado o ansioso.

El estrés y la ansiedad suben, la respiración se acelera: para calmar la sensación negativa se recurre a la barra de chocolate. Y todo se calma... por diez minutos. "Comer por estrés o por ansiedad permite desconectarnos mentalmente. Es como cambiar el canal en nuestro cerebro e intentar trasladarnos del dolor al placer", dice el psicólogo clínico y miembro de la British Psychological Society, Mark Winwood. El estrés, dice el especialista desde Londres, activa las glándulas suprarrenales que producen cortisol, lo que eleva el apetito. Es el principio de un peligroso espiral que atenta contra la salud y contribuye a las desalentadoras estadísticas.

En Chile, la psicóloga clínica y experta en terapia conductual dialéctica María Ignacia Burr explica: "Cuesta aceptar las emociones negativas. Frente a ellas, la comida cumple dos funciones: desfocaliza a la persona del problema y, por otra parte, actúa como una anestesia que alivia el dolor por un corto plazo".

La psicóloga entrega dos claves para estresados y ansiosos: comer cada tres o cuatro horas impide sentir hambre fisiólogica, "la gran herramienta" para no equivocar el camino. La segunda es no castigarse, sino concentrarse. "Observar nuestra conducta e identificar las emociones que gatillan el problema". Menciona al Mindful Eating como camino hacia la conciencia en el comer. Y propone, en casos más profundos, tratar el hábito con un equipo multidisciplinario con psiquiatras, psicólogos y nutricionistas.

El perfeccionista.

"Todos sentimos una voz en nuestra mente que nos habla, una voz interior que nos juzga. En los comedores emocionales esta voz es muy crítica y dura. Pero es más intensa y profunda en los perfeccionistas, quienes la silencian comiendo, su forma de hacer desaparecer sentimientos negativos", dice la terapeuta Sally Baker. El perfeccionista es víctima de esta voz rectora y no resiste una realidad imperfecta, pero el mundo real no funciona sin imperfecciones: sobreviene la frustración. Para el psicólogo Mark Winwood, el perfeccionista emocional come cuando siente el descontrol. Hasta puede llegar al "binge eating", desorden por el cual se ingieren alimentos descontroladamente. "El perfeccionista de más alto riesgo cree estar en permanente evaluación por parte de los otros. Siente una presión crítica por ser perfecto. Se pone metas inalcanzables y, al no cumplirlas, come para esconder su vergüenza".

Winwood propone estrategias: focalizar el problema, pensar a largo plazo e identificar la diferencia entre esta emoción y el hambre verdadero. Y ser autocompasivo: "La autocompasión puede disminuir el comer por estrés y frustración. Quien se escucha y se comprende, resiste mejor".

Por recompensa.

La psiquiatra Cordella llama al comedor por recompensa "comedor emocional por adicción". "Aquel que busca en el comer estimular los sistemas dopaminérgicos o de recompensa del cerebro que producen gozo y placer", explica. Cordella recuerda que la ciencia ha comprobado con roedores —tienen nuestras mismas capas cerebrales— que la mezcla de grasas con azúcar, por ejemplo chocolates, produce adicción. También los alimentos que crujen como papas fritas y suflés. ¿Y por qué comemos para buscar placer? Aprendimos en la cuna que el comer está asociado a emociones positivas y placenteras. "Al comienzo de la vida, comer y amar se conjugan juntos. En el desarrollo psíquico los diferenciamos, pero a veces quedan resabios", dice Cordella. Y es tarea de la adultez de cada uno "ir ubicando los alimentos en el lugar de la nutrición y no de los equilibrios psíquicos". Cuando el proceso falla o está en falta, se genera el comedor por recompensa.

La nutricionista Escaffi reconoce que "existe un tema de cultura alimentaria. Nos centramos en la comida como forma de celebrar, pasar las penas, consolar, calmar angustias y premiar. En algunas familias se considera un desaire no comer hasta la saciedad; tenemos una distorsión del peso saludable".

Escaffi también sitúa a las razones del comedor por recompensa en la primera infancia. "Es lo que nos enseñan desde la cuna". Un manejo profesional es, dice, la llave del éxito.

El zombi.

Lo inútil de calmar las emociones con comida, dice la terapeuta inglesa Sally Baker, es que es una solución a corto plazo que marca un círculo vicioso. "La comida que elegimos habla de nuestra autoestima. Quien consume a destajo alimentos como pan y papas se está dopando con carbohidratos para ahogar sus sentimientos. Los carbohidratos simples actúan igual que los antidepresivos en el cerebro. Ese comedor se siente la mayor parte de su tiempo como un zombi".

La definición del comedor zombi es quien come cualquier cosa a la carrera, no discrimina alimentos, duerme poco y funciona en piloto automático. La psiquiatra Cordella lo ha visto. "Se busca llenar el vacío existencial con comida. La persona está en un estado de conciencia parecido a una hipnosis. Así se borra de la realidad: es muy difícil que deje de comer". La nutricionista de la Universidad de Chile y Clínica Las Condes, Daniela Ghiardo, reconoce que al comedor zombi "es complejo tratarlo solo desde la perspectiva nutricional. Se debe enfrentar con un equipo multidisciplinario. Si le cuesta llevar un orden alimentario, hay estrategias de selección de alimentos que pueden servir. Por ejemplo, se sabe que las proteínas producen más saciedad que los azúcares".

Desde Reino Unido, la experta en psicología de la alimentación Hala El-Shafie insiste en que es necesario que los seres humanos reaprendamos un comportamiento intuitivo en el comer. "Nutrirse es asegurar un balance alimentario. No solo elegir alimentos, sino mirarse a sí mismo y pensar en por qué se los eligió".

Ciertas estrategias ayudan al zombi a redirigir su mirada: llevar un diario de sus comidas, reflexionar y, si todo falla, jamás autoflagelarse. Simplemente, recomenzar.

Recién en agosto de 2016, el Reino Unido reconoció oficialmente el rol del comer emocional en las altas cifras de sobrepeso.

Adicción compleja y sin abstinencia.

Desde Londres, Sally Baker, terapeuta con formación en hipnoterapia y coautora de los libros Seven simple steps to stop emotional eating (Siete simples pasos para detener la comida emocional) y How to feel differently about food (Cómo sentirse diferente en relación a la comida), que saldrá a la venta durante este mes, cuenta que, por primera vez, en agosto de 2016, los estatutos médicos del Instituto Nacional de la Salud y la Excelencia en el Cuidado de Reino Unido mencionaron el rol del hambre psicológica en el sobrepeso. A esto se suma —dice la nutricionista y experta en psicología de la alimentación, Hala El-Shafie— que la relación de las personas con "la comida se ha convertido en una de las mayores adicciones". "Es particularmente compleja porque, a diferencia de otras sustancias, la abstinencia en la comida no es una opción", sostiene la especialista.

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