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El delivery de Pepe Vázquez

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El espectáculo es "a la gorra"; el actor solo pide que lo pasen a buscar y lo lleven a su casa. Foto: Marcelo Bonjour.

El actor escribió, dirige y actúa Paciencia y pan criollo, una seat down comedy que lleva al hogar de sus espectadores y apela a la picardía y las anécdotas.

El viernes la cita fue en un apartamento en el Centro, en Juan Paullier y Colonia. Pero antes Pepe Vázquez estuvo en una casona en Carrasco, un salón comunal en Euskalerría, un hogar de ancianos en Paso Molino, un club en Maldonado y otro en Colonia, un espacio de la Comunidad Israelita del Uruguay y un apartamento frente a la rambla de Pocitos. Desde marzo, cuando tras un mes "a modo de prueba" mudó su espectáculo Paciencia y pan criollo de la sala de La Gringa Teatro a los hogares de sus espectadores, el actor no ha parado.

La propuesta de Vázquez, 76 años, una trayectoria como pocos en la escena local y un carisma aún menos común, no es casual. Más bien es el resultado de muchas decepciones y otras tantas reflexiones, sobre todo acerca del reciente auge de la comedia de stand up en Uruguay. "Fui a ver muchas obras y no me gustaron nada. La temática siempre giraba en torno al sexo...". Recién había vuelto de interpretar Rey Lear en Costa Rica, país que lo acogió durante la dictadura militar uruguaya y al que siempre regresa, y tenía las pilas recargadas.

Así, a principios de 2014 nació Paciencia y pan criollo, una seat down comedy —él mismo bromea que con dos operaciones de cadera no puede estar demasiado tiempo de pie— en la cual apela a un humor sano y a pequeñas anécdotas de su vida y su carrera. Nunca antes Vázquez había escrito, dirigido y actuado una obra. A los 70 y pico sintió que había llegado el momento de hacerlo. Y se animó a probar.

El resultado no es un monólogo cualquiera. Además de estar hecho a medida para el actor, fue pensado para desarrollarse en cercanía, apelando al contacto cara a cara y con la camaradería de estar charlando con un abuelo, un tío o un amigo de toda la vida. No hay más escenografía que dos sillas —una para Vázquez y otra para su ayudante-apuntador, Emilio Pigot— y un vestuario compuesto por pantalón negro y camisa de color. Tampoco se cobra entrada; el actor lleva una gorra que el dueño de casa pasa para que cada uno de los asistentes ponga a voluntad.

El comienzo de la función está previsto para las 19.30 horas. Vázquez y su equipo de tres, que se completa con Lucía Etcheverry a cargo de la producción ejecutiva, esperan en silencio en la cocina. Si los invitados los descubren, parte de la magia del comienzo se perdería. Mientras las bandejas con sándwiches, pizzetas y masitas se empiezan a acumular sobre la mesada, el actor recuerda la función anterior, en un complejo de viviendas en Parque del Plata. "Era gente muy muy humilde... Y cuando terminó se me acercó un hombre para agradecerme y me dio lo único que tenía, un cono de maní caliente. Resulta que era el manicero, terminamos a los abrazos y llorando los dos. ¡Y obviamente nos comimos el maní en el camino de vuelta!". Unos minutos más tarde la dueña de casa, Rosana Sosa, una de las pocas privilegiadas con libre acceso a la cocina, les avisa que la platea ya está completa.

El personaje encarnado por Vázquez entra a escena luego de una breve discusión con su asistente. Pigot, con voz de tanguero, dice que el espectáculo se suspende, que el actor está alcoholizado, que revisó todas las estanterías de la cocina para ver si había whisky y que finalmente se tomó un vaso que creyó era agua pero era... vodka. Vázquez hace oídos sordos y comienza su monólogo con guiños al oficio del teatro y al descubrimiento de su vocación. Durante la hora que sigue, el exintegrante de la Comedia Nacional y Telecataplum (ahora en cartel con Almacenados, en la Alianza) elige el camino del costumbrismo, dejando de lado sus logros y hazañas. En medio de datos reales como su obsesión por interpretar Hamlet o su pasión por Pablo Neruda y Octavio Paz, hay poco lugar para la ficción.

Esta vez en el público hay muchos "compatriotas del Olimar", dice Vázquez. Y aunque aclara que no va a hablar de Treinta y Tres, el personaje del paisano con aterrizaje forzoso en la capital le calza a la perfección. Las carcajadas aparecen con sus recuerdos sobre las primeras salidas non-sanctas entre amigos y los viajes en ómnibus sin saber cómo obtener un pase libre ni bajar en marcha. Pero también hay momentos emotivos, con historias como la de Andrés Merino, abogado de profesión y fundador en 1963 de un colectivo integrado por afrodescendientes llamado Teatro Negro Independiente.

La primera vez que el actor presentó Paciencia y pan criollo fuera de una sala fue en el jardín de su colega Roberto Fontana. Desde entonces cuenta unas 30 actuaciones. Al comienzo, la difusión fue meramente boca a boca. Luego sumó un aviso de radio en El Espectador. "La gente me llama con miedo, me pregunta si realmente soy yo... no lo puede creer". En cada charla previa, Vázquez se ve en la obligación de aclarar que en su sit down no hay chistes verdes ni referencias "al tamaño de la cola de las damas". "Me quería probar a mí mismo que podía hacer reír sin enchastrar la cancha", dice. En esta propuesta de "delivery teatral", como él mismo lo bautizó, tiene un solo requisito: que lo vayan a buscar y lo devuelvan a su casa en Ciudad Vieja.

Aunque no toca un único tema, en ningún momento el espectáculo pierde coherencia. Vázquez pasa de un onírico viaje a Londres a ver a Vanessa Redgrave al recuerdo de cuando Vittorio Gassman vino al Solís. Bromea sobre que en cada actuación el público "tiene terror" de que lo haga participar —"pero nooo, eso yo ya lo hice en los 60"— y revela que creó este unipersonal porque cree en el "poder transformador de la cultura" y porque... "no hay muchos papeles para viejos".

En esa cruzada a favor de las artes, Vázquez recita con orgullo el monólogo Ser o no ser, de William Shakespeare, con un texto adaptado por Jorge Denevi, quien minutos después también aparece en su rosario de anécdotas. "Hasta ahora las traducciones siempre nos alejaban de los clásicos. El Flaco rescata el corazón del monólogo y lo vuelve comprensible para todos". Dice que esos versos los aprendió con la ayuda de Susana Anselmi — "una actriz amiga"—, defiende la poesía — "porque no le pido explicaciones"— y añora las palabras que ya no se usan más —como belinún—.

Mientras el juego entre realidad y representación es una constante, está claro que Vázquez aprovecha la cercanía con el público para pasar mensaje. No siente compromisos con nada ni con nadie. Y por eso hace el teatro que le gustaría ver a él y no encontraba en la cartelera. En esa aventura, Pigot queda en un claro segundo plano como apuntador, luciéndose al final con la interpretación de En la vía, el tango que le da nombre al espectáculo.

Pasan las nueve de la noche y el departamento estalla en aplausos. Las butacas, los bancos y las sillas playeras suenan al correrse y muchos se ponen de pie. Bastan pocos segundos para que Vázquez se mezcle con el público. Lo abrazan, lo elogian, le hacen preguntas. El actor responde fascinado, tan conmovido como la primera vez. Rápidamente la dueña de casa habilita la picada, los refrescos y descorcha una botella de vino. La comunión actor-espectador se extiende al menos una hora más. Objetivo cumplido: Vázquez sale de allí panza llena y corazón contento.

CÓMO LO VIO LA PLATEA.

"Una modalidad que puede acercar el teatro a la gente".

La noche del viernes 7, en la casa de la profesora Rosana Sosa, en la platea había algo más de 20 personas, muchas de ellas vinculadas al arte y la cultura. Aquí, algunas de sus impresiones:"Yo soy de ir al teatro y esta modalidad me encantó. Me parece que puede acercar a la gente a conocer más el teatro". Nélida, profesora de literatura.

"No suelo ir al teatro porque tuve malas experiencias, la sobreactuación me rechina. A Pepe Vázquez nunca lo había visto actuar en vivo y me encantó, fue genial". Eugenio, informático.

"Estuvo muy bueno. En los stand up que vi usan muchas malas palabras y en este caso no. Yo creo que funcionaría con gente joven que tiene preparación y es de ir al teatro", Clara, estudiante.

"Soy más de ir al cine pero hoy me reconcilié con el teatro". Gabriela, psicóloga.

"Me parece una idea genial. Al llevar el teatro a la casa de la gente la obra se vive de otra manera, la cercanía del actor con la platea es sincera y fuerte. La información se procesa distinto y el mensaje llega al corazón. Ojalá se siga haciendo". Carlos, actor amateur.

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El espectáculo es "a la gorra"; el actor solo pide que lo pasen a buscar y lo lleven a su casa. Foto: Marcelo Bonjour.

CULTURADANIELA BLUTH

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