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Dejar en la era de las redes

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Es imposible que no se encuentren huellas en la web.

Se habla mucho de formar pareja en tiempos de hiperconexión, pero muy poco sobre los desamores,también muy afectados.

Yo todavía estoy reinstalándome y él ya está conviviendo con otra chica". En principio, la cita no tiene nada de llamativo ni de novedoso. La frase se la podría haber dicho una chica de cualquier época a un amigo, a su mamá o a su analista. Pero resulta que esta frase no se le dijo a nadie: fue posteada por su autora en su propio muro de Facebook, para que los conocidos indiquen "me gusta" o "me enoja", o dejen su mensaje de aliento. O para que un contacto en común le pase al susodicho (imaginamos, eliminado recientemente de la "lista de amigos") una captura con el mensaje. Se habla mucho sobre las nuevas maneras de conocer gente, pero relativamente menos sobre cómo la tecnología y los cambios socioculturales del siglo XXI afectan los modos en que nos separamos.

Los que recuerdan el ritual que significaba hace apenas 20 años una llamada de larga distancia a algún familiar expatriado aprecian en toda su importancia las posibilidades que hoy tenemos de seguir conectados. ¿Pero qué pasa cuando necesitamos justamente lo contrario, por ejemplo, a la hora de una separación amorosa? Esta disonancia cultural es uno de los temas más interesantes que aborda el libro Diccionario de separación. De Amor a Zombie, un divertidísimo libro escrito por Andrés Gallina y Matías Moscardi, y editado por Eterna Cadencia, que empezaron a escribir hace 10 años, cuando ambos se encontraban recién separados.

"El otro día en Facebook leía a alguien que sobre este tema decía: Separarse siempre es igual, cambian los medios nomás, y para el libro es lo contrario", dice Gallina, licenciado en Letras. "Eso sería como un esencialismo del amor, una idea de que el amor no cambia en el tiempo, y el libro tiene una postura contemporánea, de historizar, problematizar la política de eso".

En efecto, en el Diccionario de separación... nos encontramos con entradas como "amor", "desesperación", "lluvia" y "vacío" mezcladas en una ensalada de sentidos con "Android", "Facebook", "celular" o "Tinder". "En el libro está mucho esa idea de McLuhan de que el medio es el mensaje", sigue Moscardi, doctor en Letras, "en el sentido de que uno a veces manda mensajes porque tiene celular. El mensaje existe porque existe el medio, no al revés: no es que irías a buscar a tu ex a su casa ni lo llamarías por teléfono, pero tenés el celular entonces podés hacer esto, mandar un mensajito. Uno podría decir también que el medio es el afecto: uno a veces extraña porque tiene celular o extraña más porque tiene Facebook. No sólo es que los dispositivos generan mensajes, sino que generan afectividad, un tipo de afectividad y un tipo de separación. Hay una separación del mail, una separación del teléfono, una separación de la carta, una separación del campo o de la gran ciudad o de un pueblito.

No son las mismas separaciones", aventura Moscardi. Gustavo Casals, psicoanalista, advierte sobre el lado oscuro del amor posmoderno: "Las nuevas formas de relacionarse están generando nuevas formas de angustia. No es que antes no existieran: la persona que no recibía una carta en tres meses también tenía una serie de ansiógenos que hoy mayormente han desaparecido. Pero la posibilidad real de seguir monitoreando las actividades de quienes ya no son vínculos es nueva, y abre la puerta a todo un grupo nuevo de neurosis, ansiedades, angustias y, en algunos casos, patologías más declaradas", explica.

Y aunque uno mismo se sienta un ridículo llorando por un "me gusta" o "un visto", Casals insiste en que a estas nuevas tristezas hay que tratarlas con respeto. "No podemos minimizar como una preocupación trivial que alguien viva obsesionado por los dos tildes azules y la falta de respuesta posterior. Es tan válido como la persona que hace unas décadas sufría por un chisme de oficina", ejemplifica. Si es cierto que hay un amor y un desamor para cada época, cada era trae también sus propias patologías.

Borrarse.

Todavía no disponemos de reglas de etiqueta consensuadas para llevar una separación en las redes sociales. En principio parece haber varias escuelas en la generación de estrategias para respetar al otro y, al mismo tiempo, protegerse a uno mismo. "Yo esperé que me borrara ella para ahorrarme un escándalo. Fija que si la borraba se venía el ataque", dice Ludmila, 28 años, estudiante universitaria. "Normalmente recurro a que no me muestre en el inicio cosas de X persona que no quiero", explica Ludmila.

La modalidad de "silenciar" o "mutear" es una buena manera de ahorrarse la angustia de cruzarse a la expareja en pantalla todos los días sin el gesto algo abrupto que implica una eliminación (dado que el otro no se entera de si es silenciado). También están, sin embargo, los que prefieren ir directamente al bloqueo, como Florencia, 33 años, arquitecta: "Compartíamos muchos ambientes, así que decidí bloquearlo, pero entonces me pasaba en varios debates de Facebook que no entendía, porque respondían a comentarios de él que yo no podía ver, entonces no veía el comentario, pero sabía que era de él".

En la historia de Florencia emerge una verdad ineludible: no importa los recaudos que tomemos, es imposible que no quede en la web ninguna huella, aunque sea en la forma de un comentario invisible. Y si no, el algoritmo de Facebook se encarga solo de hacernos llegar la información: "Me di cuenta de que ya se había puesto de novio con otra porque Facebook me la sugería como amiga todo el tiempo, en eso de Personas que tal vez conozcas", cuenta Ana, 30 años, docente. "Una vez le presté atención, ¡y la foto de perfil era ella besándose con mi ex!"

En algunos casos hay discusiones entre las exparejas sobre el modo en que seguirán (o no) comunicándose online. "Mi ex siempre fue ultra stalker, incluso cuando estábamos juntos", dice Daniel, antropólogo de 31 años, utilizando el término de moda (que en inglés significaba originalmente "acosar" o "perseguir", pero hoy se usa en un sentido más light para significar "espiar a otros en la web"). "Cuando nos separamos me escribió una vez, diciéndome que me extrañaba mucho y que no sabía si le hacía bien verme ahí en el costadito de la compu todos los días. Yo le respondí que lo lamentaba y que si pensaba que la haría sentir mejor, me borraba, que no ofendía. Nunca lo hizo y la terminé borrando yo."

En situaciones menos corteses, las historias pueden tomar caminos desopilantes, como en la anécdota que cuenta Lenni, escritora de 25: "Organizó un evento para vender mis cosas y etiquetó a mis amigos". Lo que sobrevino fue una especie de guerra fría (o no tanto): Lenni creó un grupo que se llamaba "Ex que venden tus cosas en ferias americanas".

Para muchos, lo doloroso o incómodo es ver cómo la expareja sigue con su vida. "Después de cortar lo borré de Instagram porque en las noticias me aparecían todos los likes que le ponía a fotos de otros chicos, odiaba enterarme de eso y no había manera de tenerlo en mi lista de seguidos sin que su actividad me apareciese en mis noticias", dice Ivo, economista de 33.

Muchos comentan que los angustió encontrarse a su expareja en aplicaciones de citas como Tinder, Grindr o Happen; casi nadie menciona la paradoja de que para encontrar a alguien en Tinder hay que haberse hecho un perfil en Tinder uno mismo.

"Nunca me sentí tan liberado y en paz".

Casi todas las historias son o cómicas o tristes, pero para algunos pocos afortunados las redes sociales puede proveer momentos de cierre. "Facebook me mostró a mi ex como Gente que tal vez conozcas vestida de novia y embarazada. Nunca me sentí tan liberado y en paz", afirma Leandro, economista de 30 años. "Así visceralmente lo que pensé es de la que me salvé —se ríe—, pero en realidad la foto me hizo caer en la cuenta de que queríamos cosas muy distintas". Si una imagen vale más que mil palabras, tal vez, muy cada tanto, una foto de Facebook que preferiríamos no haber visto pueda traernos una tranquilidad o una certeza.

Las redes sociales pueden parecer también nuestras aliadas a la hora de demostrar que superamos nuestra separación en tiempo récord y ya estamos para hacer estragos en las noches, pero se nos vuelven en contra si se convierten en una performance deliberada y oblicua dedicada a nuestro ex. La soledad aparece en la era de las conexiones no como un momento rico y necesario, sino como algo inimaginable, que produce terror y vergüenza, y la separación, aunque uno siga teniendo otros vínculos, es una especie de ventana a ese vacío.

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Es imposible que no se encuentren huellas en la web.

TECNOLOGÍA&La Nación/GDA

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