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Creadores de sueños

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Federico Beledo y su hijo Tiziano, feliz entre tanto juguete de madera. (Foto: Darwin Borrelli)

El Día del Niño cumple hoy 50 años. La lucha de los artesanos por llegar al público más sincero.

LEONEL GARCÍA

Podría haber seguido su profesión de contador público, pero Gerardo Pallas (53) decidió continuar con la empresa familiar y optar por otros números que no siempre cierran: ser juguetero en Uruguay. En una casa-depósito-oficina en el barrio Larrañaga funciona Juegos Pallas. Ahí se acumulan pelotas, caretas, arcos de fútbol, ludos, ajedrez, yo-yos y un largo etcétera. Gerardo señala sus últimos juegos de caja: 5 deportes olímpicos, Compañeros.com, Bromas y Partidos mundiales. También muestra el primero de todos, que fue ideado por su padre: el cincuentón largo Arma mil, "el maravilloso juego de la construcción", repleto de piezas de madera, "sin tuercas, tornillos ni elementos cortantes".

Y su padre, Osvaldo Pallas, el fundador de Juegos Pallas, de lúcidos y verborrágicos 93 años, está a su lado. Este exjugador de fútbol y también fundador de la Mutual de Futbolistas Profesionales inauguró en 1946, siete décadas atrás, la juguetería La Casa de los Chascos, inicialmente bajo el nombre Edén Infantil. Y su olfato comercial hizo el resto.

"Yo sabía lo que había y lo que no había en plaza. Entonces, pasé de ser vendedor a inventor". Al juguete hay que buscarlo, enfatiza, y una gran aliada fue en la década de 1960—y lo sigue siendo hoy— la televisión. "A Batman le puse de todo, le metí cosas que no tenía. Luego hice el equipo de El Zorro. También le inventé mil cosas a Meteoro: el equipo, los lentes, el auto, un juego de caja con el botija (sic) en la tapa, ¡y el tipo solo andaba en auto! Yo hice el juego de caja de los astronautas, La conquista de la Luna. Luego agarré una caja de zapatos, metí tijeras y diseñé una radio portátil para Combate, la serial de Vic Morrow. ¡Y vendía como loco! Nosotros le comprábamos los derechos en Argentina, a un tipo que era dueño de una filial. No sabíamos si era verdad... ¡pero el que se arriesgaba era él!".

Don Osvaldo tiene mucho que ver con la jornada de hoy. Hace 50 años, —exactamente el 10 de agosto de 1966—, junto a algunos colegas, impulsó el primer Día del Niño que se celebró en Uruguay. Esta es la primera fecha comercial de este tipo realizada en el Río de la Plata, anterior a las dedicados a la madre y al padre, según lo recuerda la Asociación de Jugueteros del Uruguay (AJU). "Costó mucho imponer la idea, ¿eh?", guiña un ojo el hombre, con la picardía de quien se supo poco acompañado en los inicios. "Yo, por mi edad, tengo que ver muchos médicos. Ven mi apellido y me dicen: Yo tuve un juego suyo. No sabés qué satisfacción es eso...".

Gerardo Pallas lo escucha, se recuesta en la silla y sonríe con satisfacción. De niño fue modelo y se disfrazó del Zorro y de astronauta para las fotos promocionales. Hoy es director de una empresa en la que, más allá de su esposa y su hijo mayor, hay dos empleados más. Las ideas ahora las tiene que aportar él. En su momento, movían directa o indirectamente a más de 300 personas. Pero aún dan pelea. Gerardo tiene motivos para estar orgulloso: "Esto tiene 70 años y no le ganaron los chinos".

La fabricación nacional de juguetes es "bastante pequeña y difícil de cuantificar", aunque se estima está "entre el 5% y el 10% de los productos que se venden en plaza", sostiene Federico Gerwer, presidente de AJU. De los 23 socios de esta entidad, creada recién en 2014, solo dos —Didacta y Plastolit— son fabricantes.

Por fuera de ella, hay un montón de emprendimientos artesanales que con sus armas, aprovechando las bondades de las redes sociales, la búsqueda de opciones más tradicionales y la "complicidad" de padres y abuelos en la puja por quitarle un poco de terreno a la tecnología, intentan hacerse un lugar en tiempos de predominio de "los chinos", tablets, playstations y Pokémon Go. Con maderas, hilos, telas y caños quieren captar la ilusión y la atención del público más sincero de todos. Y esa lucha no es ningún juego de niños.

Madera.

"Hijo, no rompas tu herencia", bromea Federico Beledo (46). En su casa, en la Ciudad Vieja, Tiziano (3) está en la gloria entre las cachilas, trompos y tatetíes de ñandubay, lapacho y algarrobo creados por su papá. Madera y Negro, el emprendimiento de Federico, nació en 2002, durante la crisis, como un hobby de este psicólogo social para pagarse sus vacaciones en La Paloma. Pasar horas mirando trabajar a los carpinteros y navegando en Internet terminaron dándole forma a juegos tradicionales o milenarios en culturas tan disímiles como la mapuche o la malaya. Entre solitarios y cajas de muñecas, perinolas y teatros de títeres, equipos de croquet, tejos y baleros, armó un catálogo de 68 productos. Eso le permitió ser reconocido y acceder en su momento a 350 puntos de venta en todo el país (hoy tiene unos 100), pero también resultó ser un techo.

"Si bien mi objetivo es económico... en el fondo no debe serlo. Sino le tendría que haber hecho caso a (la organización de emprendedurismo) Endeavor, que me acompañó en un primer momento. Ahí me dijeron que en vez de tener un catálogo de 50 productos me dedicara solo al croquet y exportara para el exterior. Yo dije que ni loco, que me iba a aburrir. Pero desde el punto de vista del negocio tenían razón", dice Federico.

Mientras Tiziano le pone sonido a trenes y autos de madera, Federico dice que su meta es abrir un Museo del Juguete. "La idea mía es hacer los juguetes (tradicionales) de todo el mundo. Yo no vendo juguetes, vendo memoria. En mi puesto en la feria de fin de año del Parque Rodó se me han acercado abuelos que se han puesto a llorar cuando ven lo que jugaban cuando eran chicos. Ellos compran ese recuerdo y se lo dan al niño que también lo juega, ¡aunque sea por un rato!".

Hierro.

Con la madera, Federico siente que pelea contra "los chinos" (otra vez) en una zafra que no es la de antaño. Lo mismo ocurre con Eduardo Gayero (60), el hierro y la chapa decapada, materia prima para sus juegos infantiles de jardín: hamacas, combinados, calesitas y toboganes. En el taller de El Barrilete, su negocio en Bella Italia, todo está en familia: sus dos hijas atienden el teléfono, un yerno y el hijo de un amigo preparan cadenas y marcos para los balancines. Aún tiene existencias de 2015. "Capaz vendo el 50% que hace diez o quince años, ¡aún estando bien el país, no te hablo de crisis! Cambiaron los gustos de los chicos, hoy te piden un celular", dice el herrero, que comenzó en el oficio en 1982 con mediotanques, estufas y una hamaca que le llevó un día y medio de armado.

El otro cambio de comportamiento que Eduardo ha notado es que el entusiasmo se volvió adulto. "Los padres y los abuelos son los que quieren sacarlos a los niños afuera a que hagan ejercicio". Por las dudas, asegura que sus hamacas y combinados soportan el peso de un adulto. Las madrugadas de Reyes con camionetas y camionetas llevando juegos embalados son un recuerdo, tanto como esas previas del Día del Niño con el negocio abierto hasta las diez de la noche. Uno de ellos, hace 18 años, es un recuerdo agridulce: cuando llegó a su casa, contigua, se dio cuenta de que se la habían desvalijado.

A Eduardo le encanta lo que hace, saca pecho con sus calesitas —"encontrarás parecidas, pero estos modelos son míos"— y sus combinados. "El otro día vino un hombre a comprarme una estufa. Y me dijo que hacía veinte años me había comprado una hamaca y que todavía la tenía. 'Vos tenías el pelo largo, estabas más flaco', me recordaba". Mientras prepara unos juegos para una escuela rural de Lavalleja, cuenta que su orgullo es saber que el producto de sus manos pasan de padres a hijos, intactos. "Aunque sea sin uso, así, pintaditos, estos juegos te embellecen un jardín, ¡mirá si no!", dice y señala la colorida geometría de sus creaciones en exposición.

Hilo.

La tecnología y lo artesanal no tienen por qué ser siempre rivales en el mundo del diseño de juguetes infantiles. Hay emprendimientos que han nacido gracias a tutoriales de YouTube y deben su punto de partida comercial a las redes sociales. Esos son los casos de A La Rueda Rueda y Érase Una Vez. A ambos los ayuda el valor (en rigor la revalorización) del trabajo hecho a mano para determinado público.

Hace siete años, Nataya Camacho (29), cosmetóloga, se encontró en Internet con la imagen de una osita bailarina en crochet de colores pasteles. "¡Me enamoré! ¡Yo quería hacer eso!". Ella había aprendido a tejer con dos agujas a los seis años, pero en su San José natal no había quién le enseñara esta técnica y este punto en particular. Así que no le quedó más remedio que volverse autodidacta. "Comencé a mirar videos en YouTube, en español, portugués, inglés, alemán, hasta chino. Fue algo obsesivo. Cuando dejé mi trabajo y me vine a Montevideo a estudiar Psicología, esto resultó para mí ser más que un hobby, era un escape. Podés hacer un montón de cosas hermosas, que te transmiten ternura, amor. Y a mí me distrae, ¡pienso todo el tiempo qué hacer!".

Nataya se entusiasma al hablar de un hobby que pronto pasaría a otra dimensión. Sus primeras creaciones fueron un pollito amarillo y un búho, que aún conserva. "Yo también hacía almohadones y cortinas, todo para mi casa. Mis amigas me empezaron a pedir que les hiciera cosas. Hace tres años, una de ellas me hizo una página en Facebook. Y esto comenzó a ser un trabajo". Así nacía Érase Una Vez.

Ella despliega sus muñecos —zorros, ranas, osos, ballenas, unicornios y prácticamente todo bicho real o mitológico conocido—, de hilo hipoalergénico, en la vitrina del local Arlequín, en Pocitos. Perdió la cuenta de los puntos en los que están sus creaciones, aunque no se olvida del primero, en la ciudad de Mercedes. Ella vende directamente a través de su cuenta de Instagram de Érase Una Vez, donde también expone. En estos días ha estado "totalmente al palo" para cumplir con los pedidos que recibe. Si su primer macaco le llevó toda una noche, hoy hace doce por día, a pura aguja. Con el tiempo, aprendió a anexarles ropa e imanes.

"Queda raro que lo diga, pero a mí no me costó mucho imponer mis muñecos. Yo creo que este tipo de cosas son únicas y por eso se buscan, eso marca la diferencia. Y creo que reflejan el amor que le pongo. Yo los veo terminados y... ¡me los compraría, qué querés que te diga!".

Tela.

Como un calco del caso anterior, la maestra Denise Mermelstein (37) y la licenciada en Artes Plásticas Ana María Llano (36) se encontraron en Internet con un libro confeccionado en tela. Tanto les gustó que decidieron hacer algo parecido. Ninguna sabía coser, así que no solo tuvieron que hacerse de una máquina Singer, sino que debieron aprender a usarla. "Los tutoriales hacen maravillas", dice Denise y hay que creerle: el inicio de A La Rueda Rueda fue en octubre pasado y sus alfombras y fichas didácticas, pensadas para un público de 0 a 4 años, ya cruzaron —gracias a su cuenta en Facebook— los límites de sus círculos de amistades.

"Este es nuestro producto estrella", dice la maestra y despliega una alfombra de tela, algodón y fieltro, de 80 centímetros por 60, que asemeja una pista de autos. Doblada, es una valija con bolsillos para los autitos. Tienen piezas pegables con velcro, tipo puzzle, que buscan trabajar la motricidad fina y la correspondencia de colores. "Estos juegos fomentan la creatividad y la imaginación. Nosotros entendemos que es imprescindible estar en contacto con estas texturas, amables, de calidad, con diversidad de colores. Es algo palpable, algo que contraste con la tecnología", afirma Denise. Su socia Ana María se suma en el espíritu militante en contra de un gigante: "Esto es volver al trabajo hecho a mano, una opción al plástico, a las cosas importadas, a lo hecho en China".

La casa y taller en el Cordón tiene hilos y telas por todos lados. "Es que esto está en pañales, ¡como nuestro público objetivo!", ríe Denise. Al público —en rigor, a sus padres— ya lo están comenzando a detectar. A principios de mes participaron en la Feria de Camino Verde en el LATU. Ya buscan tener su lugar. "Por suerte, cada vez hay más gente que valora el trabajo artesanal, es un nicho que va creciendo", señala Ana María.

Con ese mismo objetivo, un grupo de mujeres integrantes de la Red de Crianza Uruguay, madres conectadas a través de Internet, instaló por estos días un pequeño local de venta de artículos artesanales, incluyendo juguetes, en la Galería Ópera.

Daniella Grela (42) es una de las artesanas. Empezó con fieltro y hace dos años añadió telas a su materia prima. Conseguir clientes no es fácil, la "lucha contra el plástico" es difícil. Según ella, el trabajo artesanal "no está valorado todo lo que se debe". Muestra una muñeca de lana, tela y tules a 990 pesos. "La gente te dice qué cara que es, y no se da cuenta lo difícil y costoso que resulta hacer las cosas. Esta muñeca me la hice en cinco días, en jornadas de ocho horas cada una".

La defensa del trabajo artesanal, de horas de dedicación para un solo artículo, utilizando los mejores materiales disponibles en plaza es defendido por todos y cada uno de sus colegas y principal justificación para el costo de las piezas (en Madera y Negro, un juego de croquet vale 2.000 pesos; un combinado grande de El Firulete, con tobogán y más de un tipo de hamacas, 20.000; los muñecos de crochet de Érase Una Vez van de 220 a 990; y las alfombras didácticas de A La Rueda Rueda, 1.400). Por suerte, señalan que cada vez hay más gente que busca para sus niños, aún en estos tiempos, esas piezas únicas e irrepetibles, que se resisten a ser anacrónicas incluso en tiempos 3.0, aún capaces de concentrar toda la ilusión. "Mi hija Gabriela (5) también es nieta única y sobrina única. Como te imaginarás, tiene todo lo que anda en la vuelta. Y teniendo todo, prefiere jugar con las cosas que hace mamá", dice Daniella. Mejor tester, imposible.

CUANDO EL NIÑO ES PROTAGONISTA

"Ayer y hoy las necesidades de los niños son las mismas. Sus sentidos tienen que ser estimulados. Y para eso sirven más los juegos donde el protagonista es el niño y no el juguete. En un muñeco, una caja o con fichas de madera, el niño usa más la imaginación y le da sentido a cada objeto", dice Silvana Barlocci, psicóloga especializada en crianza y familia.

La electricidad será "más cómoda", dice. "Sobre todo para los adultos". Pero tiene sus contras: "Hasta los tres años de edad, las cosas que aparecen en pantalla van más rápido que la capacidad de procesamiento de información. Una sobreexposición podría derivar en problemas de aprendizaje y conducta".

En niños más grandes los juegos de caja o de cartas tienen varios beneficios: "Promueven la coordinación visoespacial, concentración, creatividad, búsqueda de alternativas y la interacción social".

CON MENOS TIEMPO PARA SER JUGADOS

¿Crecen más rápido los niños? ¿La adolescencia le ganó terreno a la niñez, inventando neologismos como la preadolescencia? Fuera de cuestiones psicológicas, lo comerciantes notan que hay menos margen de tiempo para los juguetes.

"Hasta hará quince años, los niños y las niñas usaban juguetes hasta los 12 años. Y de un tiempo a esta parte, ese margen se achicó mucho", dice Federico Gerwer, titular de la Asociación de Jugueteros del Uruguay (AJU).

Según el directivo, esto se debe al gusto de los niños por la tecnología. "No solo se trata de la Play o el Xbox. Ahora la competencia está en las aplicaciones para celulares y tablets, que cada vez ganan más lugar. Vos lo ves incluso en la sala de espera para el médico: todo padre tiene una app para su hijo a mano para que pase el tiempo. Eso es normal; el problema es que eso se traslada también al hogar".

AJU señala que la publicidad en televisión y el correcto posicionamiento en los sitios de venta siguen siendo los grandes caballitos de batalla. Hoy por hoy también tienen aliados en el público adulto "que compran juguetes para sus niños queriéndolos sacar de su burbuja tecnológica".

UNA IDEA QUE NO IBA A ANDAR CUMPLE SU PRIMER SIGLO

Osvaldo Pallas ideó el Día del Niño como fecha comercial a partir de una jornada similar que se realizaba en España. "Nosotros la hicimos mejor. Ellos lo celebraban el primer domingo de agosto, sea el día que sea. ¿Y qué pasaba si la gente aún no había cobrado? Por eso, nosotros lo fijábamos cada año según el domingo que conviniera".

Pallas logró movilizar, entusiasmar y unir en una suerte de comisión a varios colegas. No todos le siguieron el apunte. "Varios me decían 'no, yo no vendo muchos juguetes', ¡y tenían las estanterías llenas! ¡No querían poner plata!". No fue el único obstáculo. "Cuando tuvimos un capital fuimos a la mejor agencia de publicidad para imponer la idea, en radio y televisión. '¿Lo qué? No, no lo hagan. Miren, está el mundial de fútbol (Inglaterra 1966), ¿quién les va a dar pelota? Vengan el año que viene'". Ese torneo, en el que participó Uruguay, finalizaba el 30 de julio de 1966.

"Y nos fuimos así como vinimos. Llamé a la agencia de Julio Alonso, que era una agencia chiquita, nos dijo que sí y la cosa salió". Hace 50 años, el 10 de agosto de 1966, se celebraba el primer Día del Niño en Uruguay.

Federico Beledo y su hijo Tiziano, feliz entre tanto juguete de madera. (Foto: Darwin Borrelli)
Federico Beledo y su hijo Tiziano, feliz entre tanto juguete de madera. (Foto: Darwin Borrelli)
Denise (izquierda) y Ana María llevan adelante A La Rueda Rueda. (Foto: Marcelo Bonjour)
Denise (izquierda) y Ana María llevan adelante A La Rueda Rueda. (Foto: Marcelo Bonjour)
Nataya Camacho pasó de ser cosmetóloga a artesana y estudiante de Psicología. (Foto: Marcelo Bonjour)
Nataya Camacho pasó de ser cosmetóloga a artesana y estudiante de Psicología. (Foto: Marcelo Bonjour)
Osvaldo Pallas fue el impulsor del Día del Niño en Uruguay. (Foto: Marcelo Bonjour)
Osvaldo Pallas fue el impulsor del Día del Niño en Uruguay. (Foto: Marcelo Bonjour)
Hace 32 años que Eduardo Gayero está al frente de El Barrilete. (Foto: Marcelo Bonjour)
Hace 32 años que Eduardo Gayero está al frente de El Barrilete. (Foto: Marcelo Bonjour)
Hay una revalorización del trabajo artesanal. (Foto: Darwin Borrelli)
Hay una revalorización del trabajo artesanal. (Foto: Darwin Borrelli)

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