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Corazones que valen oro

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Thiago y el testimonio de la admiración de su hermano mayor. (Foto: Darwin Borrelli)

Uruguay tuvo una excelente actuación en los Juegos Olímpicos Especiales 2015. Detrás de cada atleta, hay una historia que inspira.

Nací para intentar". Desde hace 10 años, ese es el lema de Agustina. A él se aferró cuando le dijeron que nunca más iba a poder hacer gimnasia, cuando le vaticinaron un futuro en silla de ruedas, y cuando veía su rendimiento académico seriamente afectado. Y tanto se aferró que, en una pausa en sus estudios viajó a Los Angeles y se llenó el bolso de oro.

"Al rival no lo miro. Siempre estoy mirando para adelante". Thiago ha actuado así tanto en la pileta como en la vida, donde los "rivales" pueden ser competidores, la inclusión tantas veces proclamada y mucho menos concretada o el desubicado transeúnte que no le quiere leer lo que dice un cartel en la calle. Hoy es un héroe deportivo en Canelones, y el ídolo de su hermano mayor.

—Competir... es ganar— suelta de golpe Leticia.

—Epa, ¿cómo es que decimos?— interrumpe su madre, María.

—Competir es un orgullo— termina concediendo la nadadora.

"Yo voy sola", dijo Leticia y sus padres supieron que no había más discusión: se iba a competir 7.000 kilómetros al Norte aunque ellos no la pudieran acompañar. "Si hubiera sido otro de mis hijos, yo lo dejaba ir sin dudarlo. Así que, ¿por qué ellano?", concluyó mamá María, envalentonada por la valentía de su hija mayor.

Santiago habla poco; esconde su timidez debajo de un pelo revuelto y unos grandes auriculares que rinden culto a Rombai y Marama. Según sus referentes en el Hogar XXIII, en San José y bajo la órbita del INAU, él es un chico súper trabajador, solidario, sensible y de gran corazón. Pese a que tomó una raqueta recién hace dos años, gracias a su tenis ya se subió a la cima de un podio. No tiene palabras para explicar la sensación: solo una sonrisa enorme y tímida.

Dicen que la delegación uruguaya que participó en los Juegos Olímpicos Especiales que se celebraron en Los Angeles, Estados Unidos, entre el 25 de julio y el 2 de agosto, sorprendió desde el arranque. No solo por su tamaño —los 89 deportistas la convertían en la tercera más grande de América Latina— sino por el entusiasmo. Se fueron casi en silencio y volvieron haciendo ruido. Y la cosecha es mucho más valiosa que las 25 medallas de oro, 17 de plata y 13 de bronce conseguidas.

"Esto es un antes y un después para ellos", dice Aurora Saroba, presidenta de la organización Olimpíadas Especiales Uruguay. Estos juegos, cuya primera edición data de 1968, están pensados para atletas con discapacidad intelectual. "Son chicos que muchas veces están sobreprotegidos en su familia, en su comunidad. Participar en estos juegos les aumenta la autoestima, los hace más independientes, que se miren y los miren distinto". En definitiva, aprenden que pueden.

Pero ellos, que han debido y deberán sortear en la vida muchos más obstáculos que los que pueden encontrar en la pista, también tienen mucho que enseñar.

Thiago: querer es poder

Estos juegos fueron el primer viaje al extranjero de Thiago Prat (19). Su madre, Rosanna Bonino, sufrió todo ese tiempo; su hijo, en cambio, apenas se asustó al carretear el avión. "La pasé mal. Siempre te planteás si estará bien, si extrañará y los profesores no te lo dicen. Siempre estábamos comunicados por WhatsApp. Pero me quedaba tranquila porque veía las fotos (en la cuenta de Facebook de Olimpíadas Especiales Uruguay) y veía su sonrisa. No era fingida. Conozco a mi hijo".

Y la amplia sonrisa de Thiago parece brillar más con el oro en 25 metros espalda y el bronce en 100 metros relevo libre colgados en su cuello. La humilde casa de Canelones, que parece agrandarse de orgullo, es bien fácil de identificar: "Hermano, sos mi ídolo!!" está escrito, inmenso, en la calle Luis Alberto de Herrera, testimonio de la admiración y afecto de Leandro, que está por hacerlo tío.

"Siempre me gustó nadar, desde que tenía seis años. Y esto fue algo muy lindo, que lo pude disfrutar. Tenía ganas de estar ahí y pude estar ahí", dice Thiago con una convicción que conmueve. Empezó a nadar debido a problemas respiratorios. La piscina le permitió curar sus bronquios y también vincularse con otros niños, tarea nada fácil para alguien con trastorno generalizado del desarrollo, con conductas autistas evidentes si está nervioso o deprimido, que le impidieron aprender a leer y escribir. Ha tenido problemas de integración: en una escuela especial le recomendaron irse porque, dice Rossana, "se había convertido en un centro de reclusión de chicos de mala conducta"; en una escuela pública no lo aceptaron; en otra privada la maestra no le prestó atención. Sus logros, sus avances y su alegría han sido conseguidos a pura brazada.

Rossana, empleada municipal, es —como los familiares de estos chicos— otra heroína de la historia. Como todo atleta seleccionado, ya tenía el pasaje, alimentación y estadía paga por Olimpíadas Especiales Uruguay. Pero su madre, sola y su alma, debió conseguir un abono de ómnibus para que pudiera ir a entrenar de Canelones al Club Defensor y al Comando del Ejército, en Montevideo. Para brindarle la indumentaria y la dieta, se hizo una cena show en la Asociación de Jubilados, un baile e incluso ella vendió tortas fritas. Él la ha retribuido y no solo con medallas. "Él es muy ordenado, muy obediente. Todo el mundo lo aprecia muchísimo, no es rechazado en ningún lado. A mí me llena de orgullo, más allá del oro...".

De su aventura, Thiago recuerda que se cruzó con Edinson Cavani en un aeropuerto, que se maravilló con una ciudad "donde no ves una basura en el piso" y que en una entrevista que le hizo ESPN le mandó saludos —él, bolso al punto de arrastrar a su madre al Parque Central y hacerla saltar al ritmo de la hinchada— a un vecino hincha de Peñarol. Y que nadó en el Uytsengu Aquatics Center como si estuviera en el Comando del Ejército. "Cuando compito, estoy concentrado en lo que voy a hacer: lo mismo que hago en Montevideo. Y cuando me pusieron la medalla... una que no lo podía creer y otra que estaba muy emocionado", cuenta. Ahora sueña con ser profesor de natación. "Y si él lo quiere ser lo va a ser. Y yo me voy a la China en bicicleta para ayudarlo si hace falta", completa la madre coraje.

La bienvenida a Tato

Cuando Santiago Santucci (15) volvió a San José, con un oro en dobles y un bronce en singles en tenis, sus 19 compañeros del Hogar Juan XXIII, a cinco kilómetros de San José de Mayo, sus mayores hinchas, lo recibieron con un video titulado Bienvenido Tato. Ahí le dijeron que estaban orgullosos de él, que lo habían extrañado, que era el mejor tenista del mundo, que lo querían, que se lo merecía, que lo esperaban con la cama ya pronta, que les había enseñado "abundante"...

Santiago sonríe, se encoge de hombros y vuelve a sonreír. La educadora Verónica Pérez y la coordinadora Adriana Crosa, que también son su familia, tratan con poco éxito de que venza su timidez. Aseguran que le está gustando esto de la fama y el reconocimiento en su tierra. "A mí me gusta entrar a la cancha. Seguir el punto", dice él. Y eso es lo que hizo tanto en la Escuela Especial 95 de San José, donde conoció este deporte, como en el Círculo de Tenis de Montevideo, donde practicó para estos juegos, o en Los Angeles.

Tato vive en el INAU por motivos judiciales desde 2009. Cuatro de sus hermanas comparten hogar con él. Con su madre tiene un contacto semanal. Tiene un "pequeño retraso", dice Verónica. Su mayor dificultad ha sido crecer separado de sus padres. "Pero ha tenido personas al lado suyo y, a pesar de todos los pesares, puede disfrutar la vida", subraya Adriana.

Santiago, que quiere ser carpintero, muestra una tercera medalla. "Esta es por jugar contra los famosos. Jugué contra un chinito, que no sé el nombre", se ríe. Adriana y Verónica le recuerdan que venció a parejas de países grandes como Brasil e Italia. La coordinadora habla de una felicidad multiplicada, por él y por sus compañeros del hogar, que hicieron fuerza por Tatode todas las formas posibles: tratando de saber algo por la tevé, Facebook, WhatsApp o telepatía. "Para nosotros fue una alegría, un disfrute y una emoción. Esto les enseña a todos que dando lo mejor todo es posible".

Leticia sin miedo

Dicen María García, la mamá, y la hermana Agustina, que Leticia Alejo (23) vino locuaz, llena de historias, de recuerdos de deportistas de Japón, Colombia y Puerto Rico y con ganas de no parar hasta ser una atleta profesional. Sin embargo, se llena de timidez ante el fotógrafo y el periodista. Es la misma timidez que desaparece cuando baila en Tribu Tambor, la comparsa de Las Piedras donde tocan su hermano y su padre, y cuando se lanza a la piscina: ganó oro en 100 metros libres, bronce en 200 libre y bronce en 100 espalda. Y eso que recién aprendió a nadar a los 19 años, hace apenas cuatro.

Las realidades socioeconómicas de los distintos atletas son muy distintas. Si los padres deciden (o sea, pueden) acompañar a sus hijos a los juegos, la organización les pide que "donen" el pasaje del atleta (que de otra forma es gratis), que esta vez costó algo más de 1.100 dólares. En esta casa del Cerrito de la Victoria eso era un lujo que no podían darse. Leticia se animó a ir igual y los Alejo accedieron, como lo hubieran hecho —seguramente sin dudar un segundo— con cualquiera de sus hermanos. María ha luchado toda la vida contra el "egoísmo y desconocimiento de la gente" sobre las capacidades de los chicos con Síndrome de Down, como su campeona.

"No hay que tratarla entre algodones. Si la trato distinto, le doy la idea que no puede. Ella tiene más madurez que muchos, te sorprende. Con dos palabras te arregla la vida. Somos nosotros los que complicamos la cosa. Y este logro le aporta tantas cosas... independencia, comunicación con el otro, sentirse igual al otro, integrarse, perder miedos, yo ya lo he notado... Se va una Leticia y vuelve otra".

El esfuerzo dio sus frutos. María, ama de casa, acompañó a su hija en las exigentes semanas de entrenamiento, lloviera o tronara. "Es un esfuerzo que una hace como familia. Si hacía feliz a mi hija, no lo tomaba como sacrificio". También vendió entradas para un espectáculo de ballet para recaudar fondos. Y la Leticia que desde chica pasaba horas en la piscina de 1.000 litros, la que entró a natación solo porque le gustaba, hoy es la medallista olímpica del barrio. Los vecinos la recibieron entre aplausos cuando llegó.

—¿Te sentís feliz, Leticia?

Y de golpe la seriedad desaparece. La cara se enciende con la que podría competir por la sonrisa más linda del mundo. Es cierto, pocas palabras acomodan la vida:

—¡¡Re-feliz!!

Agustina intenta siempre

Fue repentino, recuerda Agustina Fernández (25). A los 15 años comenzó a perder el oído izquierdo y el equilibrio. El dolor de cabeza se volvió eterno. Girar la cabeza para cruzar una calle provocaba mareos. Comenzaron las convulsiones. De golpe, se dio cuenta de que estaba más lenta para leer. "Ya no razono como antes", resume. Ella padece la Malformación de Chiari, un trastorno en el cerebro que impide el correcto fluir del líquido encefaloraquídeo. Eso afecta el equilibrio, lo peor que le podía pasar a una gimnasta artística como era ella desde los 13. Le dijeron que nunca más iba a poder hacer gimnasia ni un montón de otras cosas. Ella decidió poder.

"Hacía rehabilitación en equilibrio y era algo muy frustrante. Me hacían mirar puntitos y caminar sobre una línea. Y a los 19 años decidí volver a la gimnasia. Me dije que prefería caminar por la viga y caerme mil veces a seguir mirando puntitos", dice esta estudiante de psicología en su casa de Solymar, a la que trajo una enorme carga de cuatro medallas de oro: viga de equilibrio (justamente), barras asimétricas, suelo y valoración general. Se cayó mil veces, se mareó y se volvió a levantar.

Decir que su camino estuvo empedrado es un eufemismo. Lo sigue estando hasta hoy. En 2013 se le practicó una cirugía descompresiva y estuvo un año sin entrenar. El año pasado, en una tomografía se reveló que tenía las vértebras aplanadas de nacimiento. "El médico me dijo: En dos años estás en una silla de ruedas. Yo lo miré y me reí...". Cuando llegó a Los Angeles, la doctora que le hizo el chequeo previo se puso a llorar: "No hay ninguna gimnasta con los dificultades que tenés vos". En las pruebas clasificatorias tuvo una caída que le dejó un moretón y luego debió ser llevada a un hospital por una convulsión (en estos juegos, la presencia de médicos en gimnasios y alojamientos es constante). Y "Agus de Oro", como la recibieron sus amigas, respondió. El tesón que puso para su regreso y las seis horas de entrenamiento diario durante la recta final a Los Angeles dieron sus frutos. Y de yapa, se trajo un autógrafo y una selfie con Nadia Comaneci, una leyenda de la gimnasia, madrina de los Juegos Especiales. Su madre, Adriana Larrañaga, dice que hacía tiempo que no la había visto tan feliz. "Tengo que encontrar nuevos sueños porque los que tenía los cumplí, mamá", dice que le dijo.

Fue rara la sensación para Agustina cuando ella entró a Olimpiadas Especiales, en 2011. Ese año asistió a su primer torneo nacional, de esos que suelen congregar ente 800 y 900 atletas de todo el país. "Vos empezás a escuchar la palabra discapacidad y yo no nací con dificultades...", hace una pausa larga. "Pero cuando hice la primera serie y vi cientos de personas aplaudiéndome... comencé a asumir que se me abrían otras puertas".

Ese nacer para intentar que proclama, ese no rendirse, está íntimamente ligado a vivir el presente. Así como vive con un dolor de cabeza constante en el que prefiere no pensar, así como perdió completamente el oído izquierdo (y el derecho lo tiene a menos de 80% de su capacidad auditiva), Agus sabe que mañana puede levantarse sin sensibilidad en una pierna o un brazo. "No sé qué hacer contigo", le dice su neurólogo, cuando ella le comenta todo lo que se exige en los estudios —cursa la Facultad de Psicología en la Udelar y la Escuela de Psicología Social de Montevideo— y en lo deportivo. "Andá, competí y disfrutá. No sabemos qué va a pasar mañana", le acaba concediendo, resignado. Sus padres también le dicen que afloje con tanta exigencia. Ella sigue.

"Hay días que son difíciles porque te podés levantar y tener un síntoma nuevo. Veo a toda la gente y me gustaría ser como mis compañeros de facultad: lo que a ellos les lleva40 minutos entendera mí me lleva una semana... Puedo juntarme a ver películas con amigas, pero ir a bailar, a un pub... ya es una frustración porque no puedo escuchar a nadie". Agus hace otra pausa y mira con firmeza, como si estuviera concentrada en una barra fija. "Pero lo que más me marcaron como imposible fue la gimnasia. Y yo me dije que lo iba a intentar: nadie podrá decirme que algo es imposible si yo no lo intento".

3,7 MILLONES DE ATLETAS ESPECIALES

Los Juegos Olímpicos Especiales Los Angeles 2015 atrajeron a unos 6.500 atletas que representaron a 165 países y participaron en 25 deportes distintos, divididos en varios niveles de discapacidad.

Se estima que en todo el mundo hay 3,7 millones de atletas con discapacidad intelectual que forman parte de esta organización.

Las Olimpiadas Especiales fueron creadas en 1962 por Eunice Kennedy Shriver, hermana de John, expresidente de Estados Unidos. Ella, fallecida en 2009, dijo en reiteradas oportunidades que su hermana mayor Rosemary —que tenía un leve retraso mental que empeoró luego que le practicaran una lobotomía— fue su musa inspiradora.

No hay que confundir estos juegos con los Juegos Paralímpicos, más vinculados a discapacidades físicas. De hecho, una delegación uruguaya de 12 atletas está compitiendo en estos momentos en los Parapanamericanos de Toronto.

Los primeros Juegos Olímpicos Especiales se celebraron en Chicago, Estados Unidos, en 1968 y hoy tienen lugar cada cuatro años. La primera versión invernal de esta competencia es de 1977 y se realizó en Steambot Springs, también en ese país.

DEPORTE COMO OBJETIVO DE VIDA PARA UNA INCLUSIÓN INSUFICIENTE

"Lo que me ha pasado mucho y me da rabia, es que no me quieran leer un letrero en la calle. ¡Yo no tengo que andar con un cartel que diga que no se leer!", cuenta Thiago Prat fastidiado. Más allá de los festejos deportivos, y de la prensa atraída por los buenos resultados, los familiares de estos atletas saben que la lucha por la integración es diaria. Y dura.

"Lo complicado para Thiago no ha pasado por él, sino por la integración con la sociedad. Me molesta que se hable de inclusión. ¡Incluidos están, hay que integrarlos!", dice su madre Rossana.

Leticia Alejo fue a un jardín "normal" (así lo nombra su madre) y pudo completar Primaria a los 14 años. "Y ahí te das cuenta que se te cierran las puertas, en la adolescencia, que lo único que hay para personas como ellos son talleres, solamente talleres", afirma María García. Su hija asiste a cocina, danza e informática.

Aquí se refuerza la importancia del deporte, subraya Aurora Saroba, presidenta de Olimpiadas Especiales Uruguay. "Estas personas están escolarizadas hasta determinada edad, luego solo pueden ir a algún taller privado. Pero deporte pueden hacer siempre, pasa a ser un objetivo de vida".

UNA ACTIVIDAD QUE SE REALIZA DURANTE TODO EL AÑO

"Acá se cumple el verdadero objetivo del deporte: sacar personas adelante", señala Aurora Saroba, una profesora de Educación Física jubilada que desde hace 25 años preside Olimpíadas Especiales Uruguay. Entusiasta difusora de su organización, cuenta que todo el año se organizan competencias a nivel local, departamental y regional, que los juegos nacionales se realizan en octubre en sede rotativa, donde asisten entre 800 y 900 atletas, que Uruguay es el único país de América Latina con profesores de educación física en todos los deportes (salvo bochas y ciclismo) y que trabajan con las 80 escuelas especiales de Primaria en todo el país.

La organización y los viajes a los juegos se financian por colaboraciones de instituciones estatales y privadas. En algunos deportes colectivos, como fútbol o volley, se permite la presencia de hasta un 30% de deportistas sin discapacidad pero cuyo nivel de habilidad no debe primar sobre el resto. "Y ellos aprenden mucho de los valores de los especiales".

Sobre la reciente experiencia en Los Angeles, 89 chicos de los cuales 70 provenían del Interior del país, Saroba habló de una "convivencia excelente para una delegación tan grande". En general son personas sensibles y con baja tolerancia a la frustración. Por eso, la delegación incluye profesores capacitados y maestros de escuelas especiales. Hay médicos y clínicas en todas las instalaciones deportivas.

Thiago y el testimonio de la admiración de su hermano mayor. (Foto: Darwin Borrelli)
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"Preciso nuevos sueños porque los que tenía los cumplí", le dijo Agustina a su madre. (Foto: Ariel Colmegna)
"Preciso nuevos sueños porque los que tenía los cumplí", le dijo Agustina a su madre. (Foto: Ariel Colmegna)
Leticia Alejo y su hermana Agustina, gran hincha y "defensora" suya. (Foto: Marcelo Bonjour)
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Del INAU también surgen historias esperanzadoras como las de Tato. (Foto: Darwin Borrelli)
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También en los deportes colectivos la delegación uruguaya tuvo buenas actuaciones. (Foto: Facebook)
También en los deportes colectivos la delegación uruguaya tuvo buenas actuaciones. (Foto: Facebook)

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