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Cazadores de bibliotecas

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Álvaro Risso y Andrés Linardi, avezados cazadores de bibliotecas.

DE PORTADA

Algunos libreros se especializan en Uruguay en colecciones privadas que guardan tesoros pertenecientes al mundo editorial.

Álvaro Risso y Andrés Linardi, avezados cazadores de bibliotecas.
Roberto Cataldo es un veterano conocedor de libros raros y antiguos.
Alexis y Nicolás Vaz, la nueva generación de cazadores de bibliotecas.
Primeras ediciones como la de El Pozo de Onetti o El Aleph de Borges.
Librería El Galeón tiene secciones enteras dedicadas a libros antiguos.

Entrar a una biblioteca es como ver el alma de una persona, ver sus intereses, qué estudió, qué problemas le interesaban, qué disfrutaba más. Eso se multiplica cuando se trata de un coleccionista". De ese modo resume Alexis Vaz, dueño junto a su hermano de Minerva Libros y uno de los libreros más jóvenes que se dedican a la búsqueda y comercialización de bibliotecas privadas.

Libros raros o extremadamente antiguos, primeras ediciones, incunables (los más raros), ejemplares dedicados, impresiones o reimpresiones legendarias. Estas son algunas de las variedades que desvelan a los bibliófilos, coleccionistas que viven mucho más allá del mero placer de la lectura y atesoran estos volúmenes. Muchos de ellos los persiguen a lo largo y ancho del mundo, a veces durante décadas. Desde hace años los coleccionistas extranjeros aprendieron que en la remota ciudad de Montevideo existe una riqueza oculta en vastos anaqueles repletos donde estos viajeros del tiempo— los libros— han llegado a veces intactos hasta nuestros días.

Pero antes que los bibliófilos están aquellos que tras excavar entre miles de volúmenes y extraer la perla olvidada, la rara joya ante la cual se detendrá la respiración de los entendidos, son los responsables de esos inesperados rescates. Estos "cazadores de bibliotecas" son, además, verdaderos entendidos cuyos conocimientos alcanzan niveles de erudición a la par de avezados investigadores. En Montevideo hay varias librerías, pero solo algunas se dedican a libros antiguos y son bien conocidas por coleccionistas locales y extranjeros. Y a ellos recurren frecuentemente los herederos de las grandes bibliotecas particulares.

Han visitado y evaluado algunas de las colecciones más grandes y exquisitas, y algunos volúmenes con más de cuatro siglos en el lomo han quedado en su custodia. Por ellos han llegado coleccionistas extranjeros o sus representantes que pagaron sumas exorbitantes. Sin embargo, todos los expertos consultados coinciden en que la época de las grandes bibliotecas privadas parece estar llegando a su fin. Esto podría aumentar sus valores, como toda vez que los conocedores olfatean una era de extinción en ciernes.

Antiguos

Precursores.

Son los libreros especializados más reconocidos y de los más antiguos. La firma Linardi y Risso fue fundada en 1944 por los padres de sus actuales dueños (en la foto principal). Desde el principio los libreros se especializaron en autores latinoamericanos, particularmente en las materias de Historia, Filosofía, Política y Literatura. Actualmente son referentes para coleccionistas internacionales que llaman o visitan la casa en busca de libros antiguos y raros.

"Yo nací en esta librería y junto a mi padre conocimos algunas de las bibliotecas más increíbles que existieron en este país. Lamentablemente, cada vez son menos las bibliotecas y encontramos libros menos valiosos", cuenta Andrés Linardi, que se especializa en la compra de colecciones privadas.

Su socio Álvaro Risso, actual presidente de la Cámara Uruguaya del Libro, comparte el mismo gusto por los libros y también por los objetos antiguos que suelen adornar las salas de lectura. "Por no hablar de lo que se puede llegar a encontrar entre las páginas de un libro", apunta. Cartas, recortes de prensa, programas de teatro, "nunca encontramos billetes, como sostiene esa fantasía tan extendida de que en los libros antiguos se pueden guardar fortunas", se ríe.

Su socio recuerda un ejemplo. "En una ocasión encontramos una carta de puño y letra de Joaquín Torres García dirigida al poeta Enrique Lentini, invitándolo a una exposición suya en una galería de la calle Bartolomé Mitre y Policía Vieja. Estaba entre las páginas de su Universalismo Constructivista, una edición limitada de 100 ejemplares que llevaban la rúbrica de Torres García. Esa carta la encuadramos y la exhibimos aquí en la librería como un pequeño tesoro", cuenta Linardi.

De hecho, la librería está llena de esos "pequeños tesoros" para cualquier ojo atento que la recorra. Documentos de navegación del siglo XVIII, actas oficiales del siglo XIX, manuscritos de esmerada caligrafía, son algunas de las piezas que pueden apreciarse en una de las vitrinas.

Durante años los libreros continuaron la tradición de sus padres visitando y seleccionando volúmenes de los anaqueles más escogidos. No obstante, cada vez son menos los que aparecen en manos de privados, avezados bibliófilos o lectores.

"Han existido algunas bibliotecas notables como las de Octavio Assunção, la de Ariosto González, la del expresidente Jorge Batlle, es increíble la cantidad de libros que tenía, cosas de muy alto valor", comenta Andrés Linardi.

La biblioteca del extinto expresidente uruguayo, empero, no llegó a comercializarse debido a que uno de los hijos de Batlle ha preferido mantenerla mientras evalúan cuál sería su mejor destino.

El galeón

El laberinto.

La librería El Galeón es otro de los lugares ineludibles para todos los coleccionistas extranjeros que llegan a Montevideo. Su dueño es también un librero altamente especializado que comenzó sus días en el oficio trabajando para Linardi y Risso durante los primeros años de la década de 1960. Roberto Cataldo es hoy un referente en la materia.

"Hay dos tipos de biblioteca, a grandes rasgos, la del bibliófilo a quien le va a interesar más los libros por su edición, por sus características de libro raro. Y después está la biblioteca del historiador, o la de un docente", explica Cataldo.

El Galeón se encuentra en un local ubicado sobre la rinconada de la Plaza Independencia. Una primera planta a la entrada, tres escalones bajan hacia un primer desnivel y una escalera más amplia conduce al primer subsuelo, a este siguen tres niveles más hacia abajo. Todas las paredes están cubiertas de libros, una suerte de biblioteca helicoidal que parece homenajear los laberintos amados por Borges. Allí se encuentran alrededor de 100.000 volúmenes, pero lo cierto es que antes de mudarse a este local —donde a principios del siglo XXI funcionaba el boliche Pachamama—, desde su anterior emplazamiento en la Ciudad Vieja el librero tuvo que deshacerse de una cantidad gigantesca. "Antes de mudarme tiré quince toneladas de libros, no tuve más remedio. La mudanza duró entre ocho y nueve meses", recuerda Cataldo.

La depuración es para cualquier coleccionista una fase inevitable, mucho más para un librero. Entre los notables que Cataldo llegó a conocer y tratar habitualmente recuerda un par de ejemplos. "(Mario) Benedetti hacía periódicamente depuraciones, porque él era crítico literario y recibía toneladas de libros. Recuerdo que Iván Kmaid (poeta y crítico, 1932-1998) hacía algo parecido, porque llega un momento que el espacio físico no da más", asegura el librero.

"Uno de los enemigos que tengo son las mujeres de los clientes. Siempre comento que hay algunos clientes, como uno que era profesor de Historia, a quien yo le llevaba los libros cuando la mujer no estaba. Además iba y le distribuía los libros por diferentes lugares para que la mujer no se diera cuenta", señala con humor Cataldo.

Entre las mayores bibliotecas que le tocó clasificar, tasar y comprar Cataldo recuerda las del historiador Santiago Minetti —quien además se había especializado en toda la obra relacionada con Simón Bolívar—; la de Alfredo Mario Ferreiro, poeta y crítico uruguayo que vivió durante la mitad del siglo XX; y la del historiador Hernán Ferreiro que continuó su hijo Felipe, entre las más notables.

"Yo disfruto más cuando compro que cuando vendo, no tengo más remedio que vender porque sino me muero de hambre", comenta este librero que, durante su actividad, pudo tener contacto con algunas de las mayores celebridades literarias del siglo XX. El Nobel de Literatura, Pablo Neruda, a quien conoció en su pasaje por Linardi y Risso; el también Nobel Mario Vargas Llosa; el autor uruguayo más reconocido en el exterior, Mario Benedetti, con quien tenía un trato habitual; o figuras de la política como Julio María Sanguinetti o el ya mencionado Jorge Batlle.

minerva

Nueva generación.

Alexis y Nicolás Vaz son los dueños de Minerva Libros, que tiene dos locales por la calle Tristán Narvaja y dedican parte de su negocio a los libros usados. Aunque casi no comercializan libros antiguos o primeras ediciones, se han dedicado a rastrear y comprar las existentes en las grandes y escasas colecciones privadas que van quedando.

De hecho, en el momento de conceder la entrevista para esta nota habían terminado de adquirir la última biblioteca privada. Hay varias cajas que esperan su lugar definitivo en algunas de las estanterías que tienen en sus casas.

"La última biblioteca que compramos fue la de María Esther Cantonet, una poeta nacida en la década de 1920. Como nos pasa en estos casos, nos encontramos con varias sorpresas agradables, como primeras ediciones de libros de Felisberto Hernández, por ejemplo, o del poeta Jules Supervielle. Probablemente esta fuera una de las últimas grandes bibliotecas, aunque no llegara a tener el tamaño en volúmenes de las grandes bibliotecas que existieron en el pasado", dice Alexis.

Elige una de las cajas, la abre y toma algunos delgados ejemplares amarillentos. Se trata de dos cuentos de Felisberto Hernández, publicados en pequeños librillos de diez páginas, sin tapas. Busca un poco más y encuentra una primera edición de El Aleph de Borges. Debajo hay otra primera edición de la obra Querelle de Brest, de Jean Genet.

Estos libros, primorosamente envueltos en celofán, no engrosarán las estanterías del local. "Nosotros no compramos para vender, solo ponemos algunos ejemplares, y luego mantenemos los volúmenes que compramos en distintos lugares, solamente en mi casa tengo cinco mil volúmenes. Hay otros tantos en la casa de mi hermano y más en un depósito", explica Alexis.

La pasión por los libros, tanto por la buena lectura como por las ediciones que tienen alguna peculiaridad, une a los hermanos al frente de la librería. Saben que, de algún modo, llegaron tarde a las grandes bibliotecas, pero su olfato y tesón los ha llevado a hacerse con varios "tesoros", incluso con algún incunable, algo así como el Santo Grial de todo bibliófilo.

"No lo vivimos nosotros, pero nos lo contaron, a principios de este siglo venían los españoles, sobre todo, y se llevaban bibliotecas enteras", comenta.

Lo cierto es que cada vez son menos las oportunidades. Pero desde su enclave en Tristán Narvaja, donde los domingos salen a la calle igual que el resto de sus colegas para la mítica feria, de tanto en tanto aparece algún volumen raro.

Por último, una de las mayores librerías de la ciudad tiene también un local destinado exclusivamente a la venta de usados. Ruben Forni, el dueño de las librerías Puro Verso y Más Puro Verso planea destinar el subsuelo de su establecimiento sobre 18 de Julio a esta línea.

Forni reconoce que hace tiempo que no compra bibliotecas enteras, pero sí se ha encontrado con ejemplares dignos de destacarse. "He encontrado libros muy raros en bibliotecas totalmente anodinas, como por ejemplo una primera edición numerada del Universalismo Constructivo de Torres García. Probablemente la persona que lo tenía ni sabía de qué se trataba", recuerda Forni.

Las colecciones escasean cada vez más, pero los cazadores siguen alertas.

la suerte de un archivo

Rodríguez Monegal

La biblioteca de Emir Rodríguez Monegal fue, probablemente, una de las más grandes colecciones privadas que fuera propiedad de un intelectual uruguayo. Al morir en 1985, su hijo Joaquín tuvo que gestionar la colección. La anécdota fue referida por este a Alexis Vaz, como una muestra de las carencias en materia de políticas culturales que arrastra el país. Luego de su deceso, Joaquín Rodríguez supo que la Universidad de Princeton tenía un acuerdo hecho con su padre mediante el cual se haría cargo de todo el archivo personal del eminente crítico, docente y literato —creador del término "generación del 45" con el que definió a una de las más salientes de las letras uruguayas—, que incluía toda la correspondencia personal que había mantenido, por ejemplo, con integrantes del boom latinoamericano de las décadas de 1960 y 1970. Rodríguez Monegal había dictado clases en la Universidad de Yale cuando se vio forzado al exilio por la dictadura que comenzó en 1973. Durante esos años se afincó en Estados Unidos, adonde se llevó la colección de libros, más de 40.000 volúmenes, 13.000 de los cuales eran primeras ediciones, muchas de ellas dedicadas, de autores latinoamericanos de primera línea. La primera intención de Joaquín Rodríguez fue donar todos estos libros a la Biblioteca Nacional y por ello viajó a Montevideo para hablar con las autoridades del Ministerio de Educación y Cultura de la época. Para sorpresa de Joaquín las autoridades rechazaron la donación, aunque él se comprometía a los costos de traslado de la colección.

manuzio

El impresor que cambió la edición.

Por apenas un año la Ortografía Greco Latina, publicada en 1502, no es considerada un incunable según las reglas de la bibliofilia. Sin embargo, una edición de este libro que se conserva en la librería El Galeón tiene un alto valor histórico. El ejemplar fue editado por un célebre impresor veneciano, Aldo Manuzio. Este notable humanista que vivió entre 1449 y 1515 fue quien cambió la tipografía utilizada en los libros, usando por primera vez la letra "redonda" en vez del gótico.

incunables

El santo grial de los coleccionistas.

La palabra "incunable" es la que hace poner los ojos en blanco a los bibliófilos de ley. En rigor, un incunable es todo libro impreso antes de la Pascua de 1501, ya que por entonces se marcaba el inicio del año en esa fecha. La palabra fue utilizada por primera vez por Cornelius Beughem y proviene del latín incunabulae, que significa "en la cuna". Para las obras publicadas en América del Norte se toma la fecha a partir del 1600, a partir de la instalación de las grandes imprentas en las principales ciudades del nuevo continente. Uno de los incunables más famosos es la Biblia impresa por Guttenberg al inaugurar la invención que revolucionaría la historia. Se estima que hay alrededor de 35.000 libros incunables.

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