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Caballos: amor a todo galope

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Federico Píriz y Paola Rosas junto a su talentoso pura sangre Sir Fever.

Desde las carreras hasta la equitación o el trabajo de campo, historias uruguayas de pasión por los equinos.

Con Sir Fever fue amor a primera vista. Una vuelta por el salón Tattersall del Hipódromo de Maroñas resultó suficiente para que Paola Rosas (25) no le sacara los ojos de encima. El animal tenía un no-se-qué diferente al resto. Y Paola, casada con el jockey del stud Oro Negro Federico Fabián Píriz, poco experta en caballos pero gran aficionada a las carreras, lo notó. "Le gustó y decidió comprarlo", resume, clarito y con las pocas palabras que lo caracterizan, Federico (28). Por el potrillo pura sangre y de pelo negro, Paola pagó la suma de 7.400 dólares. Le encargó la doma al melense Edinson Cor, alias "Calunga", y el entrenamiento a su suegro, Jorge Píriz. Nunca antes había tenido un caballo, y la realidad superó todas las expectativas. "Lo único que quería Paola era ganar un clásico. ¡Y el caballo ganó los diez que corrió! ¡Era como un sueño!", recuerda Federico. En 2014 el zaino salió primero en la Polla de Potrillos, el Gran Premio Jockey Club y el Gran Premio Nacional, tres exigentes carreras que lo convirtieron en el campeón de la Triple Corona y en el mejor caballo que dio Uruguay en muchos años. En la memoria colectiva suena el nombre de Invasor, que había logrado la misma hazaña en 2005.

Pero hoy Sir Fever tiene casa nueva: Dubai. En diciembre pasado, a través de la empresa de remates Oribe, llegó una oferta de 1.500.000 dólares que Paola no pudo dejar pasar. "A ella le sirvió y lo vendió. El caballo había ganado todo, lo único que quedaba era el (Gran Premio) Ramírez, pero si le llegaba a pasar algo... pierdes todo, y esa es una oportunidad que se da una sola vez en la vida", cuenta Federico, con las valijas prontas para ir a ver a Sir Fever, junto a toda su familia, correr en pistas árabes.

—¿No te dio pena despedirte?

—Si el caballo te dio toda la alegría, ¿cómo no te va a dar pena? Uno viene a caer recién ahora...

Oriundo de San Carlos, Federico nació y creció entre caballos. Su padre, Jorge, cuidaba y corría en el hipódromo de Punta del Este. De complexión menuda y unos 50 kilos de peso, siempre supo que quería ser jockey. "Se nace con el don para correr, sentís que es lo más lindo que te puede pasar y que más o menos te sale bien". O, al menos, eso le ocurrió a él. Desde que se radicó en Maroñas, hace 11 años, corrió muchos caballos, pero ninguno como Sir Fever. "Cuando me subí enseguida noté que era diferente a los demás, en la alzada, en el galope... Desde la primera pasada que hizo supe que iba a ser un fuera de serie".

Pero en Uruguay historias como la de Sir Fever son la excepción y no la regla, donde abundan las más mundanas y menos cinematográficas. Arraigada a la historia y la tradición del país, la figura del caballo es protagonista tanto en el campo como en la ciudad, desde el turf hasta la equitación, el trabajo arriando ganado, la equinoterapia, las carreras de raid o en la rutina diaria de los clasificadores de residuos. "Uruguay es un país de a caballo", dice Rosario Martínez, secretaria ejecutiva de la Federación Uruguaya de Deportes Ecuestres (FUDE). "El caballo ha sido un eje fundamental en lo que ha sido nuestra historia. Desde la época de la Colonia y la Banda Oriental hasta hoy. Además, desde 2002 y sobre todo en los últimos años, la cría del caballo deportivo ha tenido un boom muy importante"

Rosario, con más de dos décadas en la FUDE, sabe de lo que habla. En 1983, en el país solo se practicaban las tres disciplinas olímpicas: adiestramiento, salto y prueba completa. Hoy, Uruguay cuenta con atletas en las ocho disciplinas avaladas por la Federación Ecuestre Internacional (FEI), que incluye rienda, carruaje (o atalaje), volteo, enduro y jinetes paraecuestres (en adiestramiento y carruaje). Además, el deporte ecuestre es el único en el mundo que no tiene categorización por sexo. "Hombres y mujeres compiten en igualdad de condiciones", dice con orgullo.

Aunque históricamente el salto fue la disciplina más popular, el enduro ha ido ganando terreno, advierte Rosario, y este año está prevista la realización de diez pruebas internacionales en suelo charrúa. La Federación cuenta con 18 clubes afiliados y una base de datos con unos 1.120 "binomios", como se conoce en la jerga hípica a la dupla jinete-caballo. "Pero en total se mueve mucho más gente. Alrededor de cada binomio hay otras cinco o seis personas, mínimo", dice Rosario sin necesidad de estadísticas y en referencia a caballerizo, veterinario, herrero, propietario y entrenador. Los fanáticos de cada dupla se cuentan aparte.

En la pista.

El celular de Martín Rodríguez (33) no para de sonar. Es martes por la mañana y debería ser un día tranquilo en el Centro de Entrenamiento de Caballos Deportivos (Cecade), en Paso Carrasco. Pero uno de sus animales —que vienen en viaje tras una competencia en Brasil—, está enfermo y necesita medicación. Martín sugiere algún calmante y lo consulta con Ana Paula Correa (35), su esposa y compinche en esto de la pasión por los equinos. La pareja se conoció en el Cecade y pasa allí buena parte de la semana. Él compite en salto (además de entrenar caballos propios y ajenos y dictar clases a unos 15 alumnos). Ella, brasileña radicada en Uruguay, se especializó en rienda, una disciplina que consiste "en llevar el trabajo de campo al deporte".

Practicar cualquier deporte ecuestre insume tiempo y dinero. "Es como tener un hijo más, hay que cuidarlos, darles de comer, entrenarlos...", enumera Martín. Un caballo para competencia cuesta, como mínimo, entre 1.500 y 2.000 dólares. En el ambiente del turf, los precios son más altos y la compra-venta se da a través de remates. En Oribe, los caballos de dos años pura sangre rondan los 9.200 dólares, las yeguas madres 3.600 y los animales de entrenamiento 2.900. En 2013, la empresa vendió un ejemplar en 72.000 dólares, su récord hasta hoy.

Para salto, todas las razas sirven, pero en Uruguay lo más frecuente es recurrir a ejemplares pura sangre que, por un tema de edad, ya no corren en los hipódromos. "Para las carreras tienen que ser potrillos, pero en el salto, por un tema físico, se empiezan a usar a partir de los 4 años", explica Martín. Su "mejor momento", dice, tiene lugar entre los 9 y 12 años, cuando el caballo llega a su "madurez física y mental". En promedio, viven 20 años.

El mantenimiento tampoco es para todos los bolsillos. En cualquier club —como el Cecade, el Hípico o el Carrasco Polo—, el pensionado no baja de 8.000 pesos mensuales. Si el caballo es para entrenar, entonces el presupuesto asciende entre 12.000 y 15.000, ya que incluye box, veterinario, herrero, cama, peón, ración y, en algunas instituciones, también las clases.

En los Juegos Panamericanos de Guadalajara, en 2011, Martín quedó a un solo punto de clasificar para los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Este año ya tiene todo listo para viajar junto a su caballo Brunotti —un KWPN, raza europea, de 8 años— a los Panamericanos de Toronto, que se celebrarán en julio. "Pero los premios no te dan dinero, tan solo te ayudan a solventar los gastos del mes", cuenta. La satisfacción, claro, pasa por otro lado. En el negocio de compra-venta, en cambio, las ganancias pueden ser más abultadas.

Además, competir también es caro. La "principal traba" que tiene el deporte ecuestre en Sudamérica, dice Martín, es que el caballo "es considerado mercadería", lo que eleva los costos de traslado, personal a cargo y trámites. "Armar el papeleo te pueden llevar hasta un mes. Hay aduanas que están preparadas para recibir animales y tienen boxes, pero otras no, y el caballo se come todo el tiempo del trámite arriba del camión. Más que el viaje en sí, eso para ellos es un estrés, se ponen nerviosos, hace calor, están sin comer…". Martín recuerda cuando, hace no tanto tiempo, un viaje dentro de la región insumió 60 horas y a los caballos les costó una semana recuperarse.

Ida y vuelta.

Al fondo de la caballeriza principal, Blue, el ejemplar cuarto de milla con el que Ana Paula entrena desde noviembre, relincha suave ni bien la ve entrar. Ella lo saca del box y le acaricia la cabeza, atravesada por una delgada franja blanca. El animal vuelve a relinchar y busca la mano de su dueña, la frota y la mordisquea, sin pegar el tarascón. "Si quisiera morder lo puede hacer y duele", advierte Ana Paula. "Pero él amaga y no lo hace, es de juguetón, de guacho, no de malo". Se nota que entre ambos hay una relación de cariño y respeto.

Ana Paula disfruta más la convivencia "de abajo" con el caballo que "de arriba". Una vez más, la jerga dice presente. "Me gusta ensillarlo, cepillarlo, vendarlo. Después de entrenar, me gusta ducharlo. Está lindo montarlo, pero también aprovecho mucho esos otros momentos", explica con un marcado acento brasileño. "Cuando quiero comprar un caballo busco uno con el que pueda disfrutar la semana y que pueda tener un vínculo, sino para mí no tiene gracia", agrega. Poder subir a su hija Luana, de 4 años, por ejemplo, es fundamental. Y con Blue, un padrillo de diez años, eso no es problema.

Más allá de la forma de ser de cada animal, en su conducta también inciden la edad y la tipología. "Las yeguas son yeguas, por algo surge el dicho", dice Ana Paula y se ríe. "Son más ováricas, más peleadoras y tienen sus días". Los padrillos —o sea, caballos con cualidades para reproducción—, tienen "más vida" y una rebeldía que, en la pista, puede jugar alguna mala pasada. "El padrillo es más de discutir, en cambio un caballo castrado tiene menos contestación", distingue Martín.

Para un amateur, coinciden, lo ideal es trabajar con un caballo castrado. "Si no va a ser un buen ejemplar de reproducción, es mejor castrarlo cuando es potrillo. Hacerlo cuando ya tiene 6 o 7 años no es tan recomendable, porque le sacás la hormona del sistema, pero el carácter ya lo tiene hecho", dice Martín.

Al momento de su venta al exterior, Sir Fever todavía era un potrillo de tres años. Un crack en la pista, inmaduro y juguetón fuera de ella. Nació en el haras N.A. y su padre, Texas Fever, había llegado desde Estados Unidos en 2010 sin grandes loas. "Teníamos empatía y pasábamos mucho tiempo juntos", cuenta Federico. Recuerda las mañanas en que lo vareaba y las tardes tomando mate en el box. "Él era medio mordedor, no de malo sino de juguetón". Por eso, los americanos que oficiaron de intermediarios en la compra-venta le encontraron un sutil apodo. "¿Sabés cómo le pusieron? Suárez. Me lo contaron y yo lloraba de la risa". Lo dice y se vuelve a reír.

Campo y ciudad.

Lejos y cerca de hipódromos y pistas de equitación, por Montevideo circulan, según un censo realizado por la Intendencia de Montevideo (IMM) en 2012, más de 700 caballos que tiran de los carritos de los clasificadores de residuos. Aunque han surgido decenas de proyectos para sustituir la tracción a sangre por motos o bicicletas, los equinos siguen siendo el principal motor de quienes viven de la basura. "Para el clasificador el caballo es la herramienta de trabajo, es con lo que sustentamos nuestras familias", dice sin titubear Patricia Gutiérrez (54), secretaria general de la Unión de Clasificadores de Residuos Urbanos Sólidos (Ucrus). "Si ahora cada tanto hay un accidente de tránsito con un caballo imaginate con las motos, a cargo de gente que quizás no sabe leer ni escribir... Está también el tema de la libreta y el seguro, son muchas complicaciones", opina. Hace tres años, según el estudio de la IMM, había alrededor de 500 carros con bicicleta y apenas 25 con moto.

En su casa del barrio 1° de Mayo, Mimosa, una yegua de 6 años, tiene galpón propio: hecho de material, con techo y viruta en el piso. Patricia la compró de potranca a una persona de la zona que comercia con caballos "legales" que trae "de afuera". Le costó 60.000 pesos, a pagar en cuotas. Con ella, sale a hacer sus recorridos diarios, antes con uno de sus hijos —que ahora está en la construcción— y hoy sola. Quienes saben cargar el carro, dice, pueden llegar a trasladar hasta 700 kilos.

Para tirar del carro no importa la raza pero sí la salud. "La condición fundamental es que sea sano de patas y manos. Que tampoco esté lastimado en el lomo ni la panza, si no cuando le colocás las varillas sufre. No se precisa nada más, a veces un petiso cincha mejor que un caballo grande", explica. Mimosa es socia de la Veterinaria Barrios Unidos, que por 40 pesos mensuales la controla y vacuna.

Además, durante seis meses fue entrenada para trabajar con un carro en medio la ciudad. "Para no estropearla, primero se le pone una cabezada y se le cuelga una goma de auto. Después una más grande y más tarde una tabla a la que se le va aumentando el peso. La metés en repecho, en bajada, en empedrada... El primer tiempo la ensillaba con el carro vacío para ir a buscar ración o a mis nietos a la escuela", recuerda Patricia. Así, hasta que estuvo pronta para trabajar. De todos modos, igual que las personas, los caballos tienen sus mañas. "A mi yegua no le gusta andar bajo agua. Pero si veo que anda retobada le pego un grito y sabe que tiene que seguir. Es como un gurí, si nunca lo retás, cuando lo hacés queda quietito".

A casi 500 kilómetros de Montevideo, los caballos también son una herramienta de trabajo para Alejandro (38), productor agropecuario con campo en Salto e integrante del grupo Crea. "Olvidate el tema de la raza, eso es una paquetería", arranca diciendo Alejandro. "El caballo marca caballo funciona fenómeno. Lo importante es que sea manso, ágil, grande y bien domado", se explaya. En su caso, cada mil hectáreas de campo hay unos 20 caballos. Él, dice, siempre usa los mismos dos o tres.

El "patrullaje" del campo es, quizás, la tarea principal de los equinos. Durante el recorrido se chequea el estado de los alambrados, las aguadas y el ganado, si hay alguno que está enfermo o si nació un ternero, cuenta Alejandro. "En algunos casos precisás ayuda de un profesional, pero en general con la práctica aprendés a hacer todas las tareas". Arriar el ganado, tirar de algún carro con madera o alambre y oficiar de medio de transporte también son parte de la rutina diaria. Para Alejandro lo ideal es comprar caballos jóvenes que ya estén domados. ¿Entrenamiento? No es necesario, allí los animales ya saben lo que tienen que hacer.

Compañero de todas las horas, entre el peón y el caballo la relación tiende a ser profesional. "Lo cuida porque es una herramienta de trabajo, pero no conozco casos en que haya un cariño especial. A mí eso no me pasa, me encariño, porque tengo una pata en el campo pero soy de la ciudad".

El interior y la tradición del raid

Uno de los deportes de más larga data en Uruguay es el raid hípico, popular sobre todo el pueblos y villas del interior, donde cada evento moviliza alrededor de 5.000 personas. La mayoría de los caballos que corren estas "marchas de fondo" —en cualquier terreno, individual o por equipo—, son pura sangre jubilados de los hipódromos, aunque también son aptos los caballos criollos y algunas cruzas.

La Federación Ecuestre Uruguaya cuenta con 50 clubes inscriptos en todo el país y prevé para este año 65 raids entre marzo y noviembre, la mayoría concentrados en Cerro Largo, Florida, Treinta y Tres y Canelones.

El raid es el destino "más frecuente" de los equinos que nunca llegan a correr en un hipódromo o ya no obtienen buenos resultados, explica el gerente general de remates Oribe, Walter Benítez. Hoy, Oribe vende unos 1.100 ejemplares al año en 35 subastas. "El mercado ha crecido mucho y es muy dinámico. En los últimos dos años hemos superado con creces a los anteriores", resume.

Una "barra" de Maroñas: amistad y carreras

A Leonardo Costa (48) le gustan los caballos de toda la vida, pero "la pasión" por las carreras la desarrolló de adulto, seguramente bajo la influencia de Jorge Batlle, de cuya presidencia fue prosecretario entre 2000 y 2004. Desde 2007 no ha habido un año que pasara sin comprar un ejemplar. Uno de ellos fue Forgotten, el crack de la generación 2010. Pero Costa no está solo en la aventura de las carreras en Maroñas. De hecho, forma parte de una modalidad clásica en el ambiente del turf, "la barra" de amigos que se nuclea alrededor un caballo para compartir un momento de camaradería y disfrute. En el stud Siga Siga, además de Costa hay comerciantes, contadores, profesionales de la salud y empleados del transporte, entre otros. "Es una barra abierta, cada uno tiene un porcentaje distinto y, salvo excepciones, todo el dinero que se gana en las carreras se reinvierte en el mantenimiento de los animales", dice Costa, también presidente de la Asociación Uruguaya de Propietarios de Caballos de Carreras, con 800 socios entre los hipódromos de Maroñas y Las Piedras. En promedio, hay unas 35 carreras oficiales por fin de semana que mueven 60.000 personas.

Siempre listos: de la seguridad y la salud

Sobre la avenida Varela, con el futuro Antel Arena como telón de fondo, en el predio de la Guardia Republicana se fusionan un polígono de tiro, el entrenamiento de los coraceros y una caballeriza techada donde se practica equinoterapia. Este servicio, que empezó siendo exclusivo para funcionarios policiales y sus familiares, hoy es un centro abierto a pacientes con discapacidad provenientes de instituciones públicas y privadas. Allí se desempeñan 20 personas, entre policías y técnicos —fisioterapeutas, psicomotricistas, terapeutas ocupacionales, profesores de educación física, psicólogos y rehabilitadores— que llevan a la práctica el trabajo dentro y fuera de la pista. El centro funciona con seis caballos, sin importar la edad, el tamaño ni la raza. En cambio, es primordial que sea manso y esté acostumbrado a la monta. "Los caballos nuestros son los mismos que van al Estadio Centenario o a los diferentes servicios y eso es bueno porque se acostumbran a estar con la gente, con el ruido, haciendo que el trabajo sea más fácil", explica el teniente Assael Arcos, encargado del centro. Hoy, los cupos están llenos; atiende en total 130 pacientes, en su mayoría niños.

Federico Píriz y Paola Rosas junto a su talentoso pura sangre Sir Fever.
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Ana Paula Correa compite en rienda en compañía de Blue, su padrillo cuarto de milla.
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Martín Rodríguez ya tiene todo listo para competir en Toronto en la disciplina de salto.
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En el campo, el caballo es una herramienta de trabajo para realizar, entre otras tareas, el patrullaje.
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En Uruguay el turf mueve alrededor de 60.000 personas.
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