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Bailar para ser más felices

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En Tu Luguar Gym las clases de zumba son las preferidas. Foto: Fernando Ponzetto

Sea ballet, salsa o una clase de zumba, muchas personas eligen la danza como una forma de terapia. Relajarse, divertirse, moverse y compartir parecen ser las claves.

Bailar para estar mejor. Bailar para olvidarse de los problemas. Para encontrarse y para acompañarse. Bailar para estar menos solos. Para relajarse. Bailar para curarse. Para divertirse. Bailar para estar más felices. Ese es el único objetivo. Porque, aunque no se conozcan, aunque algunos bailen ballet, otros salsa y otros vayan a una clase de zumba, todos coinciden en lo mismo: bailar los ayuda a estar bien, bailar les hace bien. Por eso, no importa el ritmo, todos eligen la danza, no solo para hacer ejercicio, sino como una suerte de terapia. Es que, como explica Jorge Salvo Spinatelli, mágister y psicólogo del deporte, "el bailar genera un tipo de actividad física, controlada, regulada, sistematizada y continua como para ser utilizada como un instrumento terapéutico".

Gritar.

Desde la vereda, por la calle Colonia, se escuchan música y gritos. Hace menos de cinco minutos que empezó la clase de zumba de Tu Lugar Gym y, aunque estén en el calentamiento, Stephi y Giuliana, dos de las profesoras, le dicen a sus alumnos que griten, que sonrían, que bailen, que no importa que no les salgan los pasos.

"En zumba ves a la gente feliz, es la única clase del gimnasio en la que ves a los alumnos sonreír, disfrutar, porque es como que se liberan. A mí no me interesa que bailen bien, no me importa que alguien vaya para el otro lado, si a la persona le hace bien estar ahí, para mí está bien", cuenta Stephi. "Yo los hago gritar, de bronca, de felicidad, para que se expresen, para que se desconecten de sus problemas y disfruten de su momento". Lo más lindo, dice, es que las alumnas le devuelvan una sonrisa.

Entre ellas, Alejandra (48) llega con un silbato que no dejará de sonar en toda la clase. Ella, en realidad, no dejará de cantar ni de sonreír ni un minuto. Incluso, cuando la clase termine, se va a quejar porque se terminó, porque el tiempo pasó muy rápido.

Hace dos años Alejandra estaba pasando por una situación triste. Un día decidió que tenía que hacer algo por ella y sus compañeras de trabajo le recomendaron que probara con ir a zumba. "Me crucé de pasada con Tu Lugar Gym, justo había una clase y Stephi me invitó a que me quedara a probar. Me quedé y no me fui más. Ese día me cambió la vida totalmente: en zumba puedo ser yo, disfruto de ser yo, me siento libre de hacer lo que quiero, si quiero gritar, si quiero cantar, hago cualquier cosa. Así es como soy yo, o como era yo antes de pasar esos momentos difíciles. A mí me encanta cantar, pero en el único lugar en el que lo hago es ahí".

Para ella, ese es su momento de felicidad y lo espera ansiosa todos los días. Incluso, cuando los fines de semana no la tiene, siente que le falta algo. Encontrar las clases de zumba fue un antes y un después en su vida. Y, aclara, no exagera: "Me levantan el ánimo, me siento más segura, me siento más agrandada, más linda".

Lo mismo le pasa a Marcia (39), que es una de las primeras alumnas de zumba del gimnasio. "Yo bailando me desconecto de todo, me río mucho, canto, grito pavadas", dice. De hecho, a las seis y media de la mañana, cuando se levanta, organiza su día para poder llegar a la clase. Es que, si deja de venir por un tiempo, además de extrañar, siente que lo necesita, especialmente para desconectarse de la rutina.

Girar.

Cuando termina la clase en de ballet para adultos en María Riccetto Ballet Studio, todas las que pueden se quedan en la cafetería a compartir un momento juntas. El grupo está formado por mujeres entre los 25 y los 68 años que, aunque distintas, todas comparten la misma pasión: bailar. "Nosotras no somos bailarinas pero nos sentimos así", dice Rosario, que tiene 60 años y una historia que emociona hasta a sus propias compañeras.

"Yo hice ballet cuando tenía 20 años, pero no me acuerdo de nada y siempre me habían quedado las ganas adentro. Estuve cinco meses cuidando a mi madre que era fanática de la música clásica y falleció en mi casa escuchando El Lago de los Cisnes. Cuando falleció, un día pongo la radio y le estaban haciendo una nota a María Noel en la que elegía a algunas personas para darles una beca en la escuela. Yo le expliqué por WhatsApp cómo era la cosa, que yo tenía 60 años, no fuese a pensar que yo tenía 15. Y me dio la beca. Vine, probé una clase con el maestro y no pude dejar", cuenta Rosario, entre café, rodetes y zapatillas que todavía están en la vuelta.

"El maestro", así le dicen todas a Julio Minetti, exintegrante del Ballet Nacional del Sodre y profesor de la escuela de Riccetto. "Nosotras estamos acá porque Julio es una persona muy especial, tiene el don de la docencia", dice Soledad (44). Y, para él, ellas son un grupo especial: "Yo nunca esperé que me sucediera esto, de poder conformar un grupo como este y que además se mantuviera en el tiempo. Hace un año y medio que estamos trabajando juntos y es lindo porque quien viene no se va. Ellas fueron mi salvavidas". Y para ellas, él fue el suyo.

Las clases de ballet con su maestro son un momento para disfrutar, estar juntas y olvidarse de todo. "Nosotras le llamamos ballet terapia, porque acá llegamos, cerramos la puerta de la clase y todos los problemas quedan atrás", dice Soledad. Y Laura, que bailó cuando era niña, dejó por 30 años y ahora, con 53, volvió a las zapatillas de punta, dice que ahora disfruta desde otro lado: "Cuando sos más chica querés ser técnica, querés que te salga bien todo, pero ahora que somos grandes, lo disfrutamos tan de adentro que nos sentimos bailarinas, porque no bailamos para nadie más, bailamos para nosotras mismas, es tan mágico". Lo mismo piensa Tania (46) que es maestra de ballet en Melo y toma las clases de Julio: "Más allá del ejercicio físico y emocional bailamos entre risas y juego, hay colaboración y apoyo es un ambiente curativo para el alma. Es una forma de conexión con el otro y a la misma vez liberador de uno mismo".

Disfrutar.

A la escuela Salsa & Company, de William Merlo, llegan personas de todas las edades. En general, son mayores de 20 y hay alumnos de hasta 60 años. ¿Los motivos? Muchos. Pero, especialmente, moverse, distraerse, despejarse y, por supuesto, aprender a bailar. Incluso, como dice William, son muchos quienes le agradecen porque sus clases de salsa los ayudaron a recuperarse de situaciones difíciles.

"La salsa, o nuestra academia, es muy social, muy familiar. En general las personas tímidas se sienten incluidas rápidamente en el grupo", comenta, mientras los alumnos van llegando para la clase de salsa de principiantes. Es que, para William, tener un buen grupo y que las personas se sientan cómodas, es muy importante. De hecho, cada quince días se juntan en la academia y después se van todos a La Bodeguita del Sur, el único boliche para ir a bailar salsa.

Entre los alumnos, una pareja llegó porque quieren aprender a bailar juntos. "Como ellos, tengo muchos. Le estoy dando clases a un hombre de 60 años. Es su aniversario y quiere sorprender a su esposa bailando, quiere poder bailar con ella esa noche, porque nunca lo hizo en su vida". De eso se trata, también, de bailar para sorprender y para encontrarse a sí mismo, bailando.

Un ejercicio para la mente.

Cuando Silvana no puede ir a zumba en una semana, mientras hace las tareas de su casa, escucha la música de las clases. "Ir a zumba es como una adicción", dice. Para ella, que es psicóloga, las personas eligen bailar porque además de ayudarlas con el ejercicio, las divierte, las alegra. "Dicen que después de una gran depresión, se recomienda que hagan zumba para estar más positivos", cuenta.

Para el mágister y psicólogo deportivo Jorge Salvo Spinatelli, bailar, además, ayuda a mantener la mente activa: "Considerando los ejercicios que implica el baile, que si bien están dirigidos al cuerpo, también favorecen lo mental y lo social al propiciar el bienestar integral del individuo, mejorando así su calidad de vida". Incluso, la American Heart Association establece que el baile contribuye a la liberación del llamado colesterol bueno y a disminuir el malo y un estudio realizado en 2016 por American Council on Exercise, determinó que las personas que bailan al menos dos veces por semana, son menos propensas a desarrollar demencia y alzhéimer.

Cuando un mal día cambia bailando.

En Salsa & Company los alumnos son variados. En general las clases son de 20 o 25 alumnos, pero han llegado a tener grupos de 40 personas. Es que, como dice William Merlo, al frente de la escuela, "la música automáticamente cambia el estado de ánimo" de una persona: "Todos tenemos un día malo, yo he venido angustiado, empiezo a bailar y la energía de la clase me cambia".

Una clase para todos.

"Las clases no son sencillas y tienen cierto nivel, pero dejo que vengan todos y empiecen a acostumbrarse. Siempre terminan por largarse, aunque no hagan todos los pasos, lo importante es sentir que trabajaron", dice Julio Minetti, al frente del grupo de María Ri-ccetto Ballet Studio. "Yo salgo de acá y siento que puedo hacer cualquier cosa", cuenta Rosario y Cecilia complementa: "Tomo todas las clases acá". Es que, como dicen sus compañeras, ella tiene pasión por la danza.

En Tu Luguar Gym las clases de zumba son las preferidas. Foto: Fernando Ponzetto
En Tu Luguar Gym las clases de zumba son las preferidas. Foto: Fernando Ponzetto
El grupo de adultos de María Riccetto Ballet Studio es variado. Foto: Darwin Borrelli
El grupo de adultos de María Riccetto Ballet Studio es variado. Foto: Darwin Borrelli
En Salsa & Company hay alumnos entre los 20 y los 60 aproximadamente. Foto: F. Ponzetto
En Salsa & Company hay alumnos entre los 20 y los 60 aproximadamente. Foto: F. Ponzetto
Recomiendan hacer zumba para estar más positivos. Foto: F. Ponzetto
Recomiendan hacer zumba para estar más positivos. Foto: F. Ponzetto
Todas bailan para dejar atrás los problemas y relajarse. Foto: D. Borrelli
Todas bailan para dejar atrás los problemas y relajarse. Foto: D. Borrelli
William Merlo, al frente de la escuela Salsa and Company. Foto: F. Ponzetto
William Merlo, al frente de la escuela Salsa and Company. Foto: F. Ponzetto

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