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Arte que derriba barreras

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Al no tener los brazos, Augusto Lotito hace todo con los pies, incluso tocar el teclado.

Historias de uruguayos que encuentran en la plástica, la música o el teatro su lugar en el mundo, más allá de la discapacidad.

Augusto Lotito (32) se descalza. En su pierna derecha lleva una prótesis de acortamiento, como se llama la pieza que usa para no renguear. La desprende con su pie izquierdo, donde uno de sus dedos luce un anillo de plata. Luego de quitarse los zapatos se saca las medias, que enrolla dentro del calzado. Si pudiera elegir, siempre andaría descalzo. En un rincón de un salón del Taller Uruguayo de Música Popular (TUMP), donde trabaja desde 2012, hay un teclado y una silla. Hacia allí se dirige para tocar, como lo hace desde que tiene 12 años. Toca con ambos pies y a puro instinto. "Cuando estoy en contacto con la música me siento totalmente realizado,", reflexiona. Augusto, el menor de seis hermanos, nació sin brazos y con el fémur derecho más corto que lo normal. Sin embargo, eso no fue un obstáculo para hacer de su vocación su forma de vida.

En su casa del Valle del Lunarejo, en medio del campo riverense, la música no era habitual. Augusto empezó cantando y al poco tiempo formó, junto a su hermano mayor Sergio Daniel, quien tocaba la guitarra, el dúo de los Hermanos Lotito. Con su padre como manager y su madre como compositora de algunos temas y vestuarista, recorrieron buena parte de Uruguay, algunas ciudades de Argentina y otras de Brasil. Grabaron dos cassettes y hasta compartieron escenario con Xuxa. "La primera presentación fue en la inauguración del liceo de Tranqueras. Mi padre y algunos vecinos alquilaron un ómnibus para que todos pudiéramos ir. A partir de ahí la música fue una nueva forma de vida para mí", cuenta.

El teclado llegó un par de años después, casi de casualidad, en la casa de su padrino. Aquel aparato en cuestión tenía una particularidad: una función que pasaba una melodía y después permitía imitarla. La primera vez que Augusto probó suerte se prendió una luz naranja. La segunda vez ya obtuvo una luz verde. "Y me encantó". Empezó a tocar de oído y ni bien pudo vendió una vaca que era suya para comprar su primer Casio.

—¿Qué sentís al hacer música?

—El momento de plenitud que tenés arriba del escenario, de poder expresar un sentimiento a través de una canción para el público, no se puede explicar en palabras. Es algo único que se vive en ese instante. Pero sin duda la música también me ayudó a socializar. Me permitió ir a muchísimos lugares... Y yo no cuestionaba mi discapacidad, yo hacía música, iba como artista, no como discapacitado. Si alguien me decía que no, yo sabía que sí, porque ya lo había hecho.

El vínculo entre el arte y la discapacidad o el arte y la salud tiene larga historia. Casi siempre asociada a las patologías psiquiátricas, en Uruguay las primeras experiencias se remontan a la década de 1950, cuando el profesor Juan Carlos Carrasco llevó a los estudiantes de la Facultad de Psicología a realizar prácticas con talleres de expresión en las escuelas públicas del país. "El arte puede transformar un entorno de enfermedad en un ambiente de descubrimiento y creatividad. Y mejorar tanto trastornos físicos como mentales", opina la psicóloga Rasia Friedler, fundadora de SaludArte, organización que trabaja a través rutinas vinculadas al arte y el humor.

En las personas con discapacidad, el arte, sea la disciplina que sea, también resulta terapéutico. "Nadie elige tener una discapacidad, por lo tanto quien la tiene y debe desarrollar un proyecto de vida, debe enfrentarse a una percepción negativa sobre su situación y muchas veces a barreras sociales y materiales infranqueables", señala el coordinador ejecutivo de la Secretaría de Accesibilidad para la Inclusión de la Intendencia de Montevideo (IMM), Federico Lezama. "En este contexto de gran adversidad, las distintas estrategias de expresión artística se transforman en un medio que por su naturaleza es adaptable a cualquier situación de vida. Esta plasticidad permite que se convierta muchas veces en la única forma de participar de la vida, o de comunicarse con la sociedad desde un lugar de igualdad".

Durante años, Augusto no percibió su discapacidad como un problema. Su entorno, dice, tampoco se lo hacía notar. Con naturalidad, hace todo con los pies. Así, transitó cada etapa de su vida: el apoyo incondicional de su familia, el respeto de sus compañeros en la escuela N°37, el fútbol y los bailes con amigos, los primeros contactos con las chicas, el nacimiento de su hija, los aplausos en cada show, la independencia en Montevideo y hasta un exilio voluntario en San Pablo.

El primer gran "golpe" lo sintió cuando el dúo con su hermano ya tenía varias giras y premios en su haber. "Surgió el comentario de que mi padre quería usarnos para hacer plata. Ni él ni yo creíamos que su dedicación podía ser vista así, pero tampoco percibíamos un aspecto circense que había alrededor de los shows, aquello de ir a ver al chico que tocaba el órgano con los pies. Porque eso siempre estuvo presente".

Ese traspié lo desalentó pero no lo frenó. El dúo dejó de actuar por un tiempo y después retomó su actividad. Con el nuevo siglo llegó la carrera solista de Augusto, que cuenta con disco propio y planea el segundo. Hoy, además de en el TUMP, trabaja en el Mides contratado para dictar talleres de sensibilización sobre los derechos de las personas con discapacidad.

Libertad

A los dos años Mike Wolfson tuvo un accidente de tránsito que lo dejó con graves secuelas motrices. No puede caminar ni hablar, pero comprende todo. Hoy, a los 22, se comunica a través de su computadora táctil, siempre sobre la mesa de su silla motorizada, que le permite expresar sentimientos y opiniones.

En el departamento de su abuela, Perla Mendelsohn, los cuadros de Mike decoran paredes y se guardan por decenas en los placares. Ella es su mentora. Y su principal fan. "De niño Mike pasaba mucho tiempo conmigo y yo no me conformaba con que estuviera todo el día quieto", recuerda. Un día, entonces, le dio una hoja y unas crayolas. Él, con su mano derecha, hizo unos garabatos. Con el tiempo —y el tesón de ambos—, esos primeros trazos se transformaron en dibujos.

La agenda de Mike siempre fue intensa. Aun hoy tiene poco tiempo libre. Un día, allá por 2004, en una de las tantas sesiones de fisioterapia en el Casmu, su abuela vio un cartel que le llamó la atención: la convocatoria a un concurso de pintura, libre y anónimo. Alentó a su nieto a presentarse. "En ese momento hacía un garabato, pero para nosotros era hermoso". Con aquella obra, abstracta y colorida, como las que pinta todavía hoy, Mike obtuvo una mención. "Y entonces todos le empezamos a dar más importancia a lo que hacía", reconoce Perla. Empezó a trabajar sobre cartulina, después cartón, luego en madera. Con su delantal, manoplas y pinceles, pinta en acrílico, un material fácil de manipular. ¿Su color favorito? El rojo.

Tras el éxito del primer concurso, Mike siguió en carrera. Obtuvo varios primeros premios y expuso en la Intendencia de Durazno y en la Bnai Brith de Montevideo. Cuando está inspirado, cuenta su abuela, puede llegar a pintar un cuadro en una sola mañana. "Nunca lo dirigimos, él elige los colores... Siempre cuidamos que fuera lo que él quiere expresar".

Mike es autodidacta, nunca tomó clases ni fue a un taller. "El gesto del grafismo es innato y lleva un proceso natural que no requiere enseñanza, cualquier niño lo puede hacer. Todos nacemos en un mundo rodeado de imágenes y con el grafismo lo que hacemos es descubrir un lenguaje propio", dice Ema Young, arte-terapeuta y tallerista, actualmente coordinadora del Taller de Expresión Plástica de Teletón.

Si bien no hay disciplinas artísticas más terapéuticas que otras, la plástica es de las más recurrentes entre las personas con discapacidad. Según Friedler, eso se debe a que las artes visuales "involucran muchas áreas del cerebro y tienen efectos poderosos sobre la mente". Entre otras cosas, "permiten a las personas resignificar el mundo en el que viven".

Más allá de cada persona y discapacidad, los beneficios saltan a la vista. Confianza, autoestima y seguridad son los conceptos que más suenan en boca de los especialistas. "El arte fortalece la autoestima, la confianza en sí mismos, motiva, incrementa las ganas de vivir", enumera Friedler. Además, "favorece el conocimiento y la aceptación de sí mismo", permitiendo "expresar y elaborar" los conflictos internos.

Este efecto, en general, repercute en la familia y el entorno cercano. "Cada logro lo hablamos y lo festejamos, vemos el proceso con ellos y con su familia. Genera mucho rescate ver que no todo pasa por la discapacidad, sino que es cuestión de encontrar en ellos las habilidades que puedan desarrollar en la vida", opina Young. "Aparece la satisfacción de ver a un niño que empezó haciendo una pelotita en barro y termina haciendo una figura que se sostiene de pie".

Parte de la familia de Mike vive en Panamá y en 2008 tuvo la oportunidad de exponer allá. Esa fue la primera vez que vendió obra: 17 pinturas prolijamente encuadradas, tituladas y firmadas "M.W.M", con un sello que le mandó a hacer su abuela Perla. Con el dinero que juntó, colaboró para comprar la camioneta adaptada con la que su madre Mónica lo lleva y trae a todas sus actividades.

Por las mañanas Mike va a la escuela Nuevo Sol; las tardes se reparten entre la fisioterapia, la fonoaudióloga, el grupo de fútbol y el grupo OR de la Kehilá. Pero si tiene que elegir una, la pintura gana. "Lo hizo sentirse importante, rodeado, valorado y reconocido", explica Perla. Mike ríe y asiente con la cabeza.

Ser otro

El próximo sábado 12, cuando las luces del Teatro Victoria se prendan, Natalia Lambach (29) estará, una vez más, de estreno. Aunque está acostumbrada a ponerse en la piel del otro —actúa desde los diez años—, una obra nueva siempre genera cosquillas en la panza. Ella, además, es perfeccionista. "Siempre quiero que la obra se haga tal cual está en el guión", explica esta joven con Síndrome de Down que encontró en el teatro su lugar en el mundo. Hoy, le resulta imposible imaginar su vida sin él. "Me desconecto del mundo real".

Con una memoria extraordinaria que le permite recordar títulos, fechas y festivales, Natalia tiene presente una frase que la marcó. Fue de Verónica Linardi, con quien comenzó sus estudios de artes escénicas, en el Teatro del Centro. "Ella me dijo la primera palabra de aliento, me dijo que todos tenemos miedo, pero que el miedo hay que vencerlo". Luego siguió sus estudios con Beatriz Massons, directora de la Escuela de Adultos del Teatro del Centro. Así, entre consejos, elogios y crítica constructiva, construyó una sólida carrera en las tablas. Integró grupos independientes, participó en festivales de teatro integrado y de jóvenes, hizo obras infantiles, para adultos y monólogos. Tenía 12 años cuando recibió su primer premio, en el Encuentro Teatral para celebrar los diez años del Colegio Inglés (Mejor actuación femenina en la obra La mentira). Otro gran reconocimiento llegó en 2013, cuando ganó el Florencio como Mejor Actriz de Reparto por la pieza para niños Arlequín, convención de brujas.

Su gusto por el teatro, cuenta Natalia con frases lentas y claras, nació de leer, una y otra vez, los cuentos clásicos de Disney que guardaba como un tesoro en su cuarto. Aunque alguna vez le han tocado papeles dramáticos — como en Gente Normal, de Micaela Larriera, donde interpretaba a una chica con síndrome de Down recluida en una institución— lo que más disfruta es la comedia. "Me gustan más las partes divertidas, graciosas… Si son obras para niños exploto esa parte".

Su nueva obra, narra la vida de John Langdon Down, el científico que estudió por 1ª vez el síndrome de Down, y un personaje misterioso (Natalia), con quien se encuentra después de la muerte. Es otra de las veces que su arte y su discapacidad se conjugan arriba de un escenario. En 2009 estrenó Estigma, informe sobre una verdad y una mentira, una obra escrita por su madre, Silvia Prida, que abordaba los derechos de las personas con discapacidad. "Para Natalia, el arte ha sido una verdadera manera de descubrirse a sí misma en sus potencialidades y exorcizar el dolor por la discriminación que tuvo que sufrir muchas veces", cuenta Silvia. Además, también aportó a su formación. "No solo hizo muchísimas obras, también vio mucho teatro. Buena parte de las grandes obras de la literatura ella las vio en teatro o en videos. Y Natalia llegó a destacarse entre los que no tenían discapacidad porque tiene una capacidad especial para eso. Pero ella se formó y estudió donde la dejaron. La sociedad es muy dura y muy restrictiva para las personas con discapacidad".

En la vida de Natalia, ganar el Florencio fue un antes y después. "A partir de ahí la empezaron a buscar, porque antes no la llamaban", cuenta Silvia. Igual de importante fue para Mike lograr exponer y vender sus cuadros, para Gonzalo abrir su propio atelier o para Augusto sentirse que, por sobre todas las cosas, es un artista. En su caso, cuenta, los prejuicios todavía son fuertes y las contrataciones llegan cuando el concierto en cuestión está vinculado con la temática de la discapacidad. "He mandado videos y currículum para un montón de festivales que hay en nuestro país y nunca me llamaron... o últimamente no me han llamado de ninguno. Y aquí vuelvo a reflexionar: lo que yo siento es una interpretación propia, pero quizás lo que ven los demás es otra cosa. Quizás lo que ven desde afuera es alguien tocando el teclado con los pies que puede ser utilizado en distintas ocasiones".

—¿Te duele eso?

—Sí, me duele como artista, porque sé que hay un montón de artistas que tienen discapacidad y que las oportunidades no son equitativas.

De habilidades, fortalezas, procesos, críticas y resultados.

"Las creaciones no son buenas o malas, lindas o feas según quién las realice, sino por la capacidad de movilizar a otros. Sucede en nuestra sociedad, que cuando una persona con discapacidad realiza una actividad artística, la gente tiende a destacar el esfuerzo por sobre el valor artístico. Estas situaciones tienen mucha similitud a cuando un niño o niña realiza una intervención artística, se lo alienta por el solo hecho de haberlo realizado. Esta situación muchas veces empaña la propia creación y no hay una valoración sincera de la obra". Federico Lezama, coordinador ejecutivo de la Secretaría de Accesibilidad para la Inclusión de la Intendencia de Montevideo.

"Lo importante es el proceso, no el resultado. A las personas se les enseña a no ensuciar, y poder trabajar en un ambiente más relajado, más permisivo, produce efectos transformadores. Es fundamental que el ambiente sea muy contenedor, que la persona se sienta plenamente aceptada con sus dificultades y errores. No hace falta tener ninguna habilidad ni conocimiento previo. El arteterapia se basa en las fortalezas y las habilidades ya existentes en la persona, y las potencia". Rasia Friedler, psicóloga y creadora de la fundación SaludArte.

"En el arte todo es válido. Que un niño o un joven con dificultades intelectuales logre generar obras que se puedan encuadrar y mostrar lo coloca en otro lugar. Ellos y sus familias disfrutan de esas instancias, generando alegría y comunicación. Ellos pueden hacer cosas y te las pueden mostrar, vos los podés ir a ver, felicitar... todo eso fortalece la autoestima y les da seguridad". Ema Young, coordinadora del Taller de Expresión de Teletón.

GONZALO MOLLA

En busca de un sentido

Por estos días, Gonzalo Molla (44) cierra una etapa y empieza otra. Después de hacer temporada con su atelier en La Barra, abre un local de exposición permanente en el corazón de Carrasco. Allí expondrá sus óleos con motivos de animales, flores, figuras femeninas, puertas antiguas, marinas, caballos de carrera y polo.

Gonzalo quedó sordo a los dos años, seguramente a causa de un virus. Con una madre decoradora y amante de las artes plásticas, la pintura siempre formó parte de su vida. Empezó a tomar clases de niño, con una profesora de dibujo de la Scuola Italiana, el colegio al que asistía. "Marta Quijano, una entrañable persona y pedagoga", recuerda. Durante la adolescencia asistió al taller de Juan Storm y luego continuó su formación con Aldo Curto y Oscar Larroca.

Aunque la pintura entró de forma natural a su vida, Gonzalo sostiene que "las circunstancias condicionan todo". Y agrega: "Quizás, de no haber tenido esta discapacidad, me hubiera inclinado a otras actividades que también me interesan mucho, como Ciencias Políticas o Derecho, siguiendo la tradición familiar empezada por mi abuelo y seguida por mi padre".

Durante algunos años Gonzalo tuvo su propia empresa de diseño gráfico, pero hoy su apuesta es a vivir del arte. "La pintura da sentido a mi vida y ocupa gran parte de ella". Con el apoyo de la Fundación Alejandra Forlán, durante el verano Gonzalo expuso su obra en el Paseo Real de la Barra, donde también instaló su atelier hasta abril. Fueron meses de mucha venta y creación, a veces en soledad y otras frente al público. "Lo que más disfruto es el proceso mismo de pintar, si bien al mismo tiempo se sufre porque la creación es un acto de búsqueda en el cual la mayoría de las veces las cosas no se dan de primera".

Aunque nunca se sintió discriminado por su discapacidad, reconoce que sí se topó con "más limitaciones y dificultades" para desempeñarse. "No solo en el arte sino en la vida misma".

Por los museos del mundo.

Hace tiempo que la utilización del arte con fines para la salud tiene nombre propio: arte-terapia. Bajo ese paraguas, son varias las instituciones culturales y los museos del mundo que tomaron conciencia de que el arte y la creatividad son una buena herramienta para concientizar y sensibilizar a la sociedad.

A nivel internacional, existen iniciativas como Colorblind Design, que buscan fomentar a que las personas ciegas produzcan arte.

Además, el Museo del Prado, entre otros, generó un proyecto para jóvenes con Síndrome de Down llamado Cuéntame que ves y te digo lo que es. Por su parte, China cuenta con su propia compañía de Artistas con Discapacidad, una agrupación con 88 miembros, entre ellos sordos, no videntes y personas con discapacidades motoras.

¿Una formación equitativa?

Para Federico Lezama, del Servicio de Inclusión de la IMM, uno de los "capítulos a analizar" en Uruguay es el de las oportunidades de estimulación y perfeccionamiento. "La mayor parte de los artistas del mundo moderno han tenido, con mayor o menor intensidad, espacios de perfeccionamiento, de conocimiento y de aplicación de técnicas... Todo este proceso se ve altamente condicionado en personas con discapacidad", opina. Como ejemplo, Lezama se refiere al diseño de los instrumentos musicales, que muchas veces no se adaptan a las necesidades físicas o sensoriales de los usuarios, o incluso de las propias escuelas de arte o docentes, que "no encuentran estrategias de potenciar capacidades para que las personas con discapacidad puedan, al menos, participar del proceso de creación".

Para crear con libertad.

El Taller de Expresión Plástica de Teletón funciona desde 2007 y asisten niños entre 6 y 18 años. “La idea es que sea un espacio donde los niños puedan desarrollar habilidades desde lo creativo”, cuenta Ema Young, coordinadora. Trabajan con pinturas y barro, uno de los materiales preferidos de los chicos. “Acá a nada se le dice que no, estamos abiertos a que siempre se puede”.

Al no tener los brazos, Augusto Lotito hace todo con los pies, incluso tocar el teclado.
Al no tener los brazos, Augusto Lotito hace todo con los pies, incluso tocar el teclado.
Mike Wolfson pinta con acrílico y tiene varios primeros premios en su haber. Foto: Fernando Ponzetto.
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Gonzalo Molla quedó sordo siendo niño; nunca sintió discriminación, pero sí más dificultades para desempeñarse. Foto: Fernando Ponzetto.
Gonzalo Molla quedó sordo siendo niño; nunca sintió discriminación, pero sí más dificultades para desempeñarse. Foto: Fernando Ponzetto.
Natalia Lambach actúa desde los diez años; cuando sube al escenario se olvida de la realidad, dice. Foto: Fernando Ponzetto.
Natalia Lambach actúa desde los diez años; cuando sube al escenario se olvida de la realidad, dice. Foto: Fernando Ponzetto.
El Taller de Expresión Plástica de Teletón funciona desde 2007 con niños entre 6 y 18 años.
El Taller de Expresión Plástica de Teletón funciona desde 2007 con niños entre 6 y 18 años.

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