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Martín Castro dejó su trabajo en IBM y abrió el restaurante Tomate.

Un sueño postergado, una rutina agobiante o falta de oportunidades son los principales motivos para buscar nuevos rumbos laborales. 

No podía dormir por las noches y durante el día tenía taquicardia. Tras una consulta con el médico el diagnóstico fue claro: estrés. Sol Aguiar (35) sabía a la perfección cuál era la causa: su trabajo como escribana estaba lejos de ser lo que se había imaginado durante sus años de estudiante. El celular le sonaba de la mañana a la noche, pasaba horas haciendo trámites en las oficinas públicas, tenía reuniones eternas y cuando llegaba al estudio para redactar los contratos sentía que su energía había tocado fondo. "Ahí hice un click. Me di cuenta de que mi trabajo no podía afectar así mi salud. ¡Aparte tenía solo 32 años!".

Hoy, a punto de cumplir 36 y embarazada de cinco meses, Sol se presenta como cosmetóloga e instructora de danza árabe. Un cambio radical para quienes lo ven de afuera, pero natural para ella. Estudia baile desde los 19 años y, por simple interés personal, tenía varios cursos cortos de maquillaje y cosmética en su haber. "Entonces, empecé a tomar lo que antes veía como un hobby, como algo más en serio", recuerda.

La reconversión, claro, no se dio de un día para el otro. El año clave fue 2011, cuando Sol tuvo la oportunidad de pasar tres meses en Nueva York por el trabajo de su marido. Aprovechó para hacer varios cursos de estética y tomó clases con bailarinas de primer nivel. La distancia, dice, le permitió ver su vida con una perspectiva distinta. "Me di cuenta de que no quería mi vida así. No me imaginaba a los 50 con la escribanía, estresada, siempre en tensión, en alerta permanente". Aterrizó en Montevideo con la idea de abrir una academia de bailes árabes y de la India, proyecto que se concretó a comienzos de 2012 y al que llamó Snake Charmer. Además, aprovechó ese año para profundizar sus conocimientos de estética. En 2013, un buda y dos camillas desterraron al escritorio y la computadora de su estudio, ahora transformado en consultorio.

"Durante todo ese tiempo también trabajaba de escribana, no es que llegué y pude largar todo", aclara. Sobre todo por el factor económico, es difícil hacer un cambio radical. Aún sigue inscripta en la Caja Notarial, aunque paulatinamente dejó de tomar nuevos casos. "Yo no enterré la escribanía ni me arrepiento de haber hecho la carrera. Pienso y actúo como escribana. Pero es una profesión agobiante y desde hace unos años, por cambios de legislación, ya no es tan redituable como antes", justifica. También admite que tuvo sus miedos e incertidumbres y que fue el tiempo el que le sirvió para procesar la decisión. "Es difícil empezar en algo nuevo, tenía que convencerme más a mí que al resto. Hoy mis clientes son pacientes. Y mis pacientes vienen a la escuela de danza". ¿Y los tailleurs? Están en el fondo del ropero y salen cada vez menos.

Saber soñar.

Sol es un ejemplo exitoso de cómo reconvertirse. Pero no es el único. En un mundo de cambios vertiginosos y mayor expectativa de vida, dar un golpe de timón y tomar nuevos rumbos laborales es cada vez más frecuente. "Esto tiene que ver con cómo han cambiado las expectativas en todo sentido. En otra época todo era para toda la vida: una heladera, un matrimonio, una profesión... Hoy hay gente que aun habiendo ejercido exitosamente llega un momento que quiere experimentar cosas nuevas", opina el psicólogo Juan Hebert Elizalde, especialista en orientación vocacional.

Las razones son tan diversas como las personas en cuestión: una rutina estresante, pobres perspectivas de crecimiento, cambios en las reglas de juego, aburrimiento, frustración o simplemente el deseo de cumplir con un sueño postergado. Y entre medio, como una suerte de hilo conductor está la búsqueda de la vocación, que puede surgir sobre la marcha.

Cada vez que caminaba por la Ciudad Vieja desde su oficina de IBM hacia la sede central del Banco República (BROU), Martín Castro (34) iba mirando los carteles de "Se Alquila" en busca de un local para abrir su restaurante. Era su sueño casi que de toda la vida. "La vocación que siempre tuve clara es la de servicio. Y también una veta medio comercial. A la psicología llegué por la sangre: mi madre, mi padre, todos en mi entorno son psicólogos", cuenta sentado en una mesa de Tomate, su restaurante de comida saludable y ensaladas sobre la calle Ituzaingó.

Martín fue un estudiante ejemplar de psicología en la Universidad Católica de La Paz, Bolivia, donde vivía su padre. No perdió ni un examen y se recibió en cuatro años. "Me lo tomé como un trámite, sabía que eso no era lo que iba a hacer toda la vida". Tuvo varios trabajos. Todos los disfrutó, pero también todos en algún momento le resultaron decepcionantes. "Si siento que no estoy aprendiendo nada nuevo me frustro. Puede haber un salario mortal de fondo... pero eso me mata. ¿Otra vez lo mismo? ¡Es como vivir en un loop!", intenta explicar.

A los pocos meses de volver a Montevideo, en 2005, empezó una maestría en estudios organizacionales en la Universidad Católica y entró a IBM como psicólogo consultor en gestión de cambio y transformación. Durante siete años trabajó vinculado al BROU, asesorando sobre el impacto que generaba la instalación de un nuevo sistema tecnológico central. "El trabajo me encantaba, pero teníamos mucho tiempo libre", comenta.

Así, en esos momentos de ocio, nació el proyecto de Tomate. "Esta idea surge de todo lo que aprendí en IBM", explica. Se refiere a armar un proyecto, darle vida, gestionarlo, entender que hay una etapa para cada cosa y solventar lo ya hecho. "Tuve la suerte de conocer gente que predica con el ejemplo y eso lo aplico en el restaurante. Si tengo que lavar una lechuga o limpiar un baño lo hago", ejemplifica.

Los cuestionamientos —propios y ajenos— que estuvieron presentes al comienzo siguen aún hoy. Más de uno le preguntó: ¿Estás seguro Martín? "¿Si dudo? Claro, pero también creo en el proyecto". Antes de Tomate, él simplemente era una persona a la que le gustaba comer bien y no le gustaban pagar caro en un restaurante. Tenía algo de experiencia como mozo y era inventivo en la cocina. "Una vez escuché a mi padre decir: Sexo, comida y muerte son negocio seguro. Y tiene razón, el tema es hacerlo bien. Yo no quiero llenarme de plata en un año y cerrar. Quiero generar una marca con coherencia, que cuando la gente quiera comer algo sano venga acá. ¡Y no pague carísimo!".

Los primeros tres años Tomate funcionó como delivery; hace cinco meses abrió al público con una carta más amplia. Allí trabajan siete personas y hay varios proyectos en puerta: armar una tienda ecológica, un espacio de café concert y una huerta propia. "Cuando tenés algo tuyo el horizonte de crecimiento sos vos, no dependés de nadie, con lo bueno y lo malo. Esto es una elección y a conciencia".

Para el psicólogo Elizalde, hacer lo que a uno más le gusta aumenta las chances de ser creativo, tolerar la frustración y contagiar el entusiasmo. En cambio, si uno no tiene pasión carece de "esa arma" para enfrentar un mercado tan competitivo como el actual. "Defender la vocación tiene que ver con eso, porque las cosas no se sostienen si no están hechas sobre una verdadera pasión", agrega.

Momento justo.

Aquella frase que dice "más vale tarde que nunca" también es aplicable para un cambio de profesión. Francisco Bello lo hizo a los 48, en 2011, cuando después de dos décadas dejó su puesto de subgerente del área comercial de Banco Santander para abrir su propia productora audiovisual, Clever. En aquel momento el banco había iniciado una reestructura y para lograr un ascenso al puesto de gerente general que quedaba vacante Francisco (52) debía aceptar un traslado de tres años a Chile. Por razones personales no podía irse del país y rechazó la oferta. Era ahora o nunca.

"Fue el momento en que estaban dadas las condiciones para ser independiente, trabajar con mis propias cosas y mis propios riesgos. Era todo un desafío, porque mirá que ¡es dura la calle! Pero esto tiene otra adrenalina", explica.

Para Elizalde, siempre es buen momento para cambiar y "ponerse en sintonía" con uno mismo. "Cuando uno se da cuenta de que la cosa no funciona lo mejor es hacerlo a la edad que sea", opina. Y a modo de anécdota recuerda que, en 2013, una colega recibió en su consultorio al menos siete contadores que querían cambiar de profesión.

En la casona de Pocitos donde Francisco conjuga productora y vivienda, el garaje se convirtió en una videoteca con 7.000 DVDs y el patio en una pequeña sala de cine. "Soy coleccionista y siempre había soñado con poner una productora para hacer cine, una utopía en Uruguay", cuenta. Su fuerte son los guiones, que empezó a escribir mientras trabajaba en el banco. También se formó vía Internet y compró libros. Hoy incluso está capacitado para dictar cursos, asegura.

Aunque se sacó el gusto de hacer alguna película —estuvo a cargo de la producción general de 23 segundos, estrenada en 2014—, en estos tres años Clever se convirtió en una mezcla de productora y agencia de publicidad. Invirtió en equipos e hizo "los números" para ser competitivos. "Surgen muchos trabajos que requieren la parte audiovisual y de diseño gráfico, dos áreas donde nos revolvemos bastante bien", cuenta. También invirtió en equipos

De todos modos, Francisco no dio por terminada su carrera como contador. Mientras se afianza en la parte creativa de la productora —este año tiene dos nuevos proyectos de cine— sigue dedicando varias horas a la semana a asesorar empresas, sobre todo en el área de créditos bancarios. Para eso, de vez en cuando vuelve a sacar del placard el traje y la corbata. "Estoy tranquilo con la decisión que tomé y con lo que estoy haciendo hoy. Si fue una buena opción o no, el tiempo lo dirá".

Reinventarse con éxito.

Aunque no hay una única manera de alcanzar un cambio exitoso, involucrados y expertos coinciden en que la palabra clave es planificación. Pero claro que un buen plan no es suficiente. En su libro Smart Change (Cambio inteligente, en español) el psicólogo Art Markman explica que para reinventarse las personas necesitan "reprogramar" su sistema motivacional —al que él llama Go System y que está ligado a las metas que la persona quiere lograr— y adquirir nuevas conductas. "Esto significa desarrollar un conjunto de metas realistas y después hacer un plan con acciones específicas que puedas cumplir en un horario regular", señala.

Más que en el corto plazo, Markman sostiene que lo fundamental es tener objetivos a largo plazo. Sin este tipo de metas, las acciones diarias pueden "no sumar nada". "Es fácil lograr estar ocupado sin lograr nada significativo. Las metas a largo plazo le dan sentido a aquello que quieres construir en tu vida", explica el psicólogo.

Además, los expertos recomiendan tomar conciencia de cuáles son las competencias, destrezas y habilidades de cada uno. Y en ese sentido, el camino recorrido siempre es un buen indicador.

Hay profesiones que tienen "viento a favor"

Profesión y vocación deberían ir de la mano, aunque eso no siempre ocurre. "Si bien desde los años 80 hasta hoy ha habido una explosión de nuevas carreras universitarias, en Uruguay aquello de mhijo el dotor sigue estando presente y muchos muchachos eligen la profesión en función del deseo parental o del entorno", dice la psicóloga del trabajo y docente de Udelar Carolina Moll. Sin embargo, advierte, las nuevas generaciones están empezando a marcar un cambio, buscando desarrollarse "en lo que más les gusta" más allá de las presiones sociales o económicas.

Las carreras tradicionales todavía "generan viento a favor" entre los padres, dice el psicólogo Luis Hebert Elizalde, especialista en orientación vocacional. "Si decís quiero hacer Ciencias Económicas te dan para adelante. Si decís quiero ser periodista seguramente no haya tanto viento a favor. ¡Ni te digo si querés ser pintora!", ejemplifica.

Cambiar de profesión después de haber ejercido no es fácil, pero tampoco imposible, coinciden. "Cada vez más tiene que ver con aspectos de índole narcisista, de ser feliz, autorrealizarse y sentirse identificado con lo que se hace", dice Moll. Mejorar la calidad de vida, más allá del rédito económico, también está presente.

Elizalde compara la elección vocacional con la de pareja. Y a cambiar de profesión, con el divorcio. "Con una damos forma a la familia y con la otra al trabajo, los grandes pilares de nuestra existencia. Si un día te despertás y te das cuenta de que lo que tenés no es lo que querés para tu vida, puede ser muy doloroso, pero peor es sentir que te estás dejando de lado a vos mismo".

Soñar con un proyecto propio

Sol, Martín, Francisco y Rocío tienen historias y caminos diferentes. Pero también tienen una cosa en común: el deseo de generar un proyecto propio. "En el banco tenía una rutina estresante, ahora tengo mis propios estreses", dice el contador Francisco Bello entre risas.

Según la psicóloga del trabajo Carolina Moll, esta aspiración "tiene que ver con la autorrealización". Y agrega: "Aunque el tema del emprendedurismo es para personas con determinadas características y se tienen que dar una conjunción de factores, es una realidad del mundo en el que vivimos hoy". La responsabilidad puede ser mayor que en una relación de dependencia, pero "tirarse al agua" con un emprendimiento propio tiene el sabor del desafío y la independencia.

UNA BUSCAVIDAS

Volver a empezar

Rocío Barbosa se cayó y se levantó muchas veces. Una hora de conversación no le basta para resumir su periplo vital. Y solo tiene 41 años. Se casó dos veces y las dos se divorció. Tiene dos hijos. Estudió educación inicial, pero solo ejerció en dos períodos de su vida y por poco tiempo. Hizo tortas para vender, confeccionó camisones, estuvo a cargo de una estación de servicio, trabajó ordenando placares, armó una empresa de mudanzas y, el año pasado, abrió una blanquería. "Las cosas me fueron pasando, nunca dije dejo esto y empiezo con otra cosa, pero se dio así. Hay gente que tiene una vida más lineal, pero eso no es para mí".

Cada paso que dio, asegura, le aportó "herramientas" para seguir adelante. Antes de ponerse a estudiar educación inicial trabajó vendiendo baterías de autos y en una oficina de despachantes de Aduana. "Empecé y dejé muchas cosas, como Magisterio, que abandoné cuando vino un paro enorme. Eso de estar esperando sin hacer nada...". Así llegó hasta un instituto privado y en dos años estaba recibida. Ejerció un tiempo, hasta que por problemas de salud de su entonces suegro decidió dejar las aulas. A la docencia volvió muchos años después, cuando su hija menor, Bernardita, tenía que empezar el jardín. "La docencia había quedado por ahí y a medida que fueron pasando los años yo pensaba si en algún momento volvería a ese lugar. Y la vida me llevó hacia allí", cuenta hoy, ya retirada, dice, definitivamente. "Fue una experiencia increíble. Cuando hacés algo de alma es como si el tiempo nunca hubiera pasado".

Tantos cambios la fortalecieron, pero también la volvieron más vulnerable. "Cuando sos joven sos más audaz, a medida que uno va creciendo aparecen más miedos y más responsabilidades. He tomado muchas decisiones, pero todas implicaron cierto grado de incertidumbre", dice. Sin embargo, a Rocío le cuesta negarse a una nueva propuesta de trabajo. El sueño del local propio se concretó en 2014, cuando su amiga Geraldine Risso —ahora también socia— le propuso abrir una blanquería, Francine, en Pocitos. Allí conjuga su gusto por la estética y el trabajo manual con un trato personalizado con la clientela. "Creo que el recorrido que hice es porque tengo que ir hacia algún lugar. Esto no va a quedar acá, todavía me faltan cosas por hacer".

Martín Castro dejó su trabajo en IBM y abrió el restaurante Tomate.
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Rocío Barbosa estudió para maestra de educación inicial y ha trabajado de todo un poco. Ahora abrió una blanquería en Pocitos.
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Francisco Bello era subgerente del Santander y abrió una productora audiovisual.
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Sol Aguiar, de contadora a instructora de danza árabe y cosmetóloga.
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Cambiar de profesiónDaniela Bluth

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