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El público de jazz en Uruguay se mantiene fiel y crece a paso lento, coinciden músicos y aficionados.

Con conciertos y jam sessions todas las noches, en Uruguay el jazz vive un buen momento. ¿Qué es lo que conquista a sus fieles?

La primera vez que Francisco Yobino escuchó al pianista Oscar Peterson en vivo fue en el Teatro Gran Rex de Buenos Aires. Después, lo vio tocar muchas veces más, en el club Blue Note de Nueva York y también en el Lionel Hampton de París. En la Ciudad Luz, de hecho, se sentó en la primera fila durante cinco días seguidos solo para verlo a él. En realidad, a sus manos. "Fui una semana seguida no tanto para escucharlo, pero quería verle las manos. ¡Parecía que tuviera cuatro!". En esas noches también conoció, sin siquiera planearlo, a Charles Aznavour, con quien si bien no trabó amistad sí intercambió comentarios e impresiones de los shows. Todo eso sucedió hace casi 30 años, en julio de 1988, antes de que el uruguayo —más concretamente fernandino— desoyera los consejos de su entorno más cercano y se transformara de aficionado a productor del primer Festival Internacional de Jazz de Punta del Este. "Paterson fue uno de los que más me movió, uno de los músicos que hizo que yo más me metiera en el jazz".

Por aquel entonces Yobino era propietario del tambo Lapataia, que además de producir leche y quesos ofrecía una propuesta de turismo rural a la cual él le quiso sumar la música. Y si era música, tenía que ser jazz. "Cuando comenzó el Festival, en enero del 96, no había absolutamente nada de música en Punta del Este. Hubo cosas muchos años antes, cuando vino Vinicius de Moraes… después nada". Primero organizó el Jazz Cooking, un tipo de encuentro como ocurre en Nueva Orleans, cuna norteamericana del jazz.

Hablando poco inglés, en 1995 viajó al congreso que organizaba anualmente la revista Jazz Time, en Nueva York, donde el destino lo cruzó con Paquito DRivera. Sin pensarlo demasiado, Yobino lo invitó al tambo. Al primer Festival el cubano llegó a tocar con su quinteto; en la segunda edición se convirtió en el director musical. Con algunos cambios de locación —en 2007 el empresario tuvo que vender Lapataia— el Festival Internacional de Jazz de Punta del Este va por su edición número 21. Paquito faltó solo dos veces y el músico que lidera la tabla de asistencia es el trompetista Diego Urcola, quien no estuvo en el debut.

Mientras hay quienes sostienen que el jazz es un género difícil o una música para intelectuales, Yobino la defiende y dice que es un sentimiento. "No quiere hacerte pensar en nada, es algo que vos sentís... Es lo mismo que una pintura, te tiene que gustar o no gustar, te llega o no te llega...". A él, el jazz le gustó de entrada. "No tuve que pensar, reflexionar. No me llevó tiempo, empecé a escuchar y a buscar discos de los grandes músicos de épocas pasadas. A Dizzy Gillespie lo pude ver, no pude ver a Charlie Parker, sí pude ver a Gerry Mulligan, pero no pude ver a Thelonious Monk… vi a muchos grandes y estuve en varios festivales".

Las noches doradas en la historia del Festival de Punta del Este convocaron a unas 900 personas, pero el promedio ha rondado las 500. El Hot Club de Montevideo, que nació en 1950 y tuvo sede estable en Guayabo y Jackson, llegó a tener 2.000 socios activos. Hoy, sus encuentros colman la capacidad de Kalima, que no son más de 60 personas (ver recuadro). Sin embargo, músicos y aficionados coinciden en que no es un mal momento para el jazz. "Todos los días hay un espectáculo de jazz para escuchar en algún lugar de la ciudad", dice Rolo Suzacq (67), pianista e integrante del Hot Club, aunque él que no va a ninguno.

En el Bar Fénix, en Ciudad Vieja, todos los viernes hay Jam Jazz y en la cava del Bar Tabaré, en Punta Carretas, los vientos también suenan todas las semanas. En enero, en Mercedes (Soriano) se realizó la décima edición de Jazz a la calle, que este año por primera vez se replicó en la Sala Verdi de Montevideo con tres conciertos. Este fin de semana, el argentino Ruben Ferrero organizó, por primera vez en Uruguay (un día en Colonia y otro en Montevideo), el Festival Free Jazz, que hace 12 años desarrolla en Argentina. "Tengo amigos músicos uruguayos de hace muchos años, como Ruben Rada y Hugo Fattoruso, pero es la primera vez que llegamos con el festival", cuenta. Además de Ferrero (54) en piano y Patricio Villarejo en cello, estará sobre los escenarios el británico George Haslam, uno de los pocos músicos en el mundo que toca "un instrumento raro" que es antecesor del clarinete. Tener a Haslam en su equipo, es uno de los tantos orgullos de Ferrero.

En los reductos donde suena el jazz —que mantienen parte de la mística pero ya no el humo de cigarrillo de los años 50 y 60— el público se renueva pero a paso lento. "La gente se está conectando un poco más porque no hay una eclosión del rock, como sucedió en otros momentos", opina el aficionado y periodista cultural Eduardo Alvariza (57). Claro que, advierte, el número de fieles siempre va a ser más limitado que para otros géneros. "Si hacés un festival lo podés ver lleno pero es siempre el mismo público. Se puede ampliar, pero es un nicho más limitado que otras músicas como el rock o el pop, que son más vastas".

Para Suzacq, que empezó a frecuentar el Hot Club a los veintipico, el escenario no es tan alentador. "Hoy el jazz tiene menos público que en la década del 50, que fue su momento de explosión, cuando vino Gillespie... ¡Duke Ellington vino dos veces! Hace rato que el jazz dejó de ser música popular, hoy es música culta... ¿Cuándo pasó? Con el bebop de los 40, cuando empezó a hacerse críptico, cuando el público no entendía lo que tocaban los músicos. Y no lo entendían porque los músicos no querían que lo entendieran", dice con cierta complicidad.

—Y eso, ¿no es peligroso?

—Ahora si vas a escuchar jazz y no sos músico no vas a entender nada. Eso lo hace una música culta. ¿Si es un riesgo? Sí, lo es, pero ya pasó, hoy ya no se puede hacer nada.

Libertad

Hablar de jazz es hablar de improvisación. Este es el rasgo que lo separa de todos los demás géneros y lo coloca en un lugar, al menos, distinto. "Lo más grande del jazz es la improvisación. Ese es su motivo central y significa una apertura del músico a componer en forma instantánea", dice el pianista Julio Frade (73), dedicado al jazz desde su adolescencia. "Además, el músico tiene que saber mucho de armonía, de composición... tiene que saber mucho de música. No es para cualquiera, va más allá que saber tocar el instrumento, es un conocimiento más global". Esa peculiaridad lo vuelve, entonces, también más complejo de escuchar. "Puede ser que la persona no entienda al principio, pero se aprende a escuchar. Y después de que aprendés te volvés adicto y querés escuchar más y más", cuenta.

Algo de eso le pasó a Ferrero, quien empezó a estudiar música a los ocho años y recién entró al jazz cerca de los 20. Su primer encuentro con esta música nacida de los esclavos africanos en Estados Unidos fue "una cosa muy loca", recuerda. "Fue una especie de desafío. A los 13 o 14 años fui a la casa del Enrique Mono Villegas, gran pianista argentino, y él me mostró un disco de Charlie Parker. A esa edad escuchaba jazz y no entendí nada, era todo un ruido, un caos... Y eso lo tomé como un desafío, esto no me va a ganar, me dije".

Más de 40 años después, su historia se sigue repitiendo. En su escuelita de música, en Buenos Aires, a los chicos "todavía les cuesta entender la mecánica de la improvisación" en una canción. "Yo en aquel momento no entendí nada pero me apasionó. El arte te tiene que atrapar; cuando logra cautivarte es como encontrar un amor a primera vista".

Frade también lo sigue disfrutando como el primer día; disfruta el escucharlo y al tocarlo. "En el primer caso analizo lo que está haciendo el músico y en el segundo caso yo construyo, porque nunca tocás dos temas de la misma forma", dice. "Eso hace que el que escucha se sorprenda, le puede resultar difícil, pero después que entra en la onda se produce el milagro de la gran comunicación". En mayo de este año Frade celebrará sus seis décadas en la música con el espectáculo "60 años no es nada", en el Auditorio del Sodre.

Para Alvariza, el jazz no es más fácil ni más difícil que otros géneros. Simplemente, es una cuestión de gustos. "Lo básico es que cuando empieza la melodía nunca sabés cómo la van a ejecutar y tampoco lo saben los músicos, porque en lo que hacen más hincapié es en la libertad y en la improvisación. Es la forma la que distingue al jazz de las otras músicas", explica. En la casa de sus padres, Alvariza escuchó desde Astor Piazzolla hasta The Beatles y Miles Davis. Con sus amigos empezó a incursionar en el rock, mientras sonaban discos de Jethro Tull, Jacques Brel, Cat Stevens y Jimmy Hendrix. El jazz llegó en una etapa aun posterior, cuando alrededor de 1975, en plena dictadura militar, se volvió seguidor del programa News Rock, que emitía Radio Independencia y difundía rock progresivo.

"Gracias a ese programa me empecé a vincular con gente, se abría el micrófono y a veces íbamos con amigos a hablar, me hice amigo de uno de los conductores...", recuerda. Fue en ese contexto que incursionó en la fusión: Weather Report, Chick Corea y Miles Davis con su banda ya electrificada. "Así empecé a salpicar y a escuchar jazz acústico. Al principio no me resultaba en absoluto desagradable pero me parecía todo igual. No le veía demasiadas variaciones ni cuestiones armónicas. Después caí indefectiblemente en Charlie Parker". Y a partir de ahí no hubo vuelta atrás. En 1980, mientras era estudiante de Psicología, fue a dos festivales de jazz en Brasil. "En San Pablo veo a un tal Dexter Gordon (saxofonista), un tipo de que me partió la cabeza y que nunca había escuchado".

Desde entonces, la banda sonora de su vida suena, básicamente, a ritmo de jazz. "Cuando escuchás un cuarteto no sentís el hilo narrativo, pero si te vas metiendo vas descubriendo la forma de estructurar las notas en el espacio y en el tiempo. Así te vas enganchando en esa cuestión narrativa que es la música en sí, que te lleva de un lugar a otro y si te gustan esos sonidos te provocan un indudable placer". Mientras vivió en una casa en Colón tenía "un ranchito" en el que escuchaba música hasta las tres de la madrugada sin molestar a nadie. Ahora, vecino de Parque Batlle y habitante de una vivienda más compacta, Alvariza volvió al mundo de los auriculares. Provisto de su iPod de 160 gigas —donde tiene cargada la mitad de su discoteca, o sea, unos 1.100 discos— todos los días camina de regreso de su trabajo en el semanario Búsqueda, en el Centro, hasta su casa escuchando jazz. "Es un trayecto de un poco menos de una hora y lo disfruto como pocas cosas. Pila de gente me dice ¿te llevó?, pero yo digo que no. Lo hago con terrible ánimo, no solo de escuchar música sino de hacer ejercicio", cuenta. Y tomando de sus ídolos el ejemplo de la improvisación, pone el modo aleatorio y se deja sorprender.

Renovación.

Rodrigo Guerra (21) llegó a los 650 discos de vinilo y paró de comprar. Ya no tiene lugar en su apartamento de Pocitos. De ellos, unos 150 son solo de jazz, género que descubrió gracias a su hermano Maximiliano, diez años mayor que él. Venía de una época muy Beatle cuando escuchó Miles Davis, específicamente Kind of Blue, por primera vez. "¡Me voló la cabeza! Todas las libertades que ofrecía el jazz... las improvisaciones... se abrió un mundo nuevo para mí".

—¿Qué fue lo que más te gustó?

—El primer tema, So What, la mezcla de la trompeta, nunca había escuchado algo así. Antes estaba en un vicio con The Beatles y pasar de esas canciones de tres minutos a música instrumental que dura nueve minutos te abre la cabeza a otras cosas. Tenía 16 años y con mis amigos no podía hablar mucho de eso, charlaba sobre todo con mi hermano. Lo fui convenciendo de ir al Hot Club, así entramos a este mundo.

El disfrute lo llevó a investigar qué músicos tocaban con Davis y así llegó a John Coltrane. También buceó en otros estilos y conoció a Benny Goodman y a Louis Armstrong. "Traté de no quedarme en una sola rama, empecé con el jazz más moderno y después fui a las raíces, descubriendo cosas distintas en el camino", dice Rodrigo, cuya afición lo llevó a escribir de música en la revista digital Moog.

Igual que le sucede a la mayoría de los fanáticos, con las horas de escucha Rodrigo aprendió a disfrutar de la complejidad del jazz. "Al ser una música instrumental no hay problema de idioma ni de nacionalidad. En el Hot Club, por ejemplo, el otro día estaba tocando una banda y llegó un saxofonista extranjero. El tipo le tiró el nombre de un tema y tocó como si hubieran ensayado durante tres meses. Con una base, el jazz permite todas esas libertades, eso es lo que más me gusta".

Además de los viernes del Hot Club, en Kalima el tercer jueves de cada mes se presenta Tríptico, la banda integrada por Daniel Rodons (guitarra), Carlos Laicovsky (bajo y contrabajo) y Álvaro Ganduglia (batería), otro ejemplo de renovación del género. "Me gusta tomar y escuchar los distintas variantes que tiene", dice Ganduglia (26). "El jazz le da mucha libertad a los músicos, entonces tenés espacios para acompañar a los demás y otros para solear, más individuales. Una de las cosas más lindas que tiene es que, al basarse en la improvisación, cada vez que interpretás una canción el resultado es diferente".

Antes que al jazz, Ganduglia —que es ciego y toca la batería desde los 11 años—, se volcó al rock. "En un momento pensé que el jazz era para viejos, pero cuando vas creciendo te das cuenta de que llega una edad para eso", dice y ríe. Tampoco le gustó desde el arranque, sino que le llevó un tiempo de asimilación. En ese camino, lo marcó la forma de tocar del baterista estadounidense Buddy Rich. "Nosotros agarramos el lenguaje del jazz y tratamos de que interactúe con algunas influencias de música nacional, como candombe". Hoy, el jazz suena en su vida varios días a la semana con los ensayos de la banda, que además está por presentar su primer EP.

Por estos días, además, el jazz se volvió un poco más masivo que lo habitual con el éxito de La La Land, la película musical dirigida por Damien Chazelle, quien ya había abordado el género con Whiplash, que contaba la historia del joven baterista Andrew Neiman y su experiencia en una exigente escuela de música de Nueva York. Esta vez, el protagonista, Sebastian, es un pianista de jazz defensor de los estilos más puros que sueña con abrir su propio club. Con marchas y contramarchas, lograr su objetivo no es sencillo. En el camino, un músico con quien tocó en su juventud le dice: "¿Cómo vas a ser revolucionario siendo tan conservador? Te aferrás al pasado, pero el jazz habla del futuro". Y ahí, está todo dicho.

Los maestros del alma negra

Hay nombres que se repiten una y otra vez cuando la consigna es empezar a escuchar jazz. Allí están Charlie Parker, Ella Fitzgerald, John Coltrane, Louis Armstrong y Miles Davis, por armar un Top 5. Para los principiantes, el músico Ruben Ferrero, organizador del Free Jazz Festival, sugiere empezar por las raíces del género, cuando el jazz era "la búsqueda de una esperanza" para los esclavos que desembarcaban de África en Luisiana, Estados Unidos. "Comenzó desde lo más terrible y se transformó en improvisación, en ritmo, en swing. El jazz hay que verlo en vivo, no hay que escucharlo por discos. Y cuanto menos intelectual sea, mejor".

Géneros y festivales para todos

Bebop, free jazz, contemporáneo... los estilos de jazz son varios, quizás tan subjetivos como quien los toque o los escuche. En Uruguay, pese a ser un mercado pequeño, hay músicos y aficionados para todas las variantes. En el Festival de Jazz de Punta del Este, Francisco Yobino difunde el jazz moderno, con énfasis en el bebop y los ritmos que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial. El Jazz Tour, que se organiza en Uruguay hace más de diez años convoca no solo artistas internacionales de jazz sino también de "estilos derivados o complementarios", como Yann Tiersen, Djavan, Lenine o Diego "el Cigala". El Festival de Free Jazz que se realizó el último fin de semana, en tanto, rinde tributo al estilo que surgió como una vuelta a las raíces negras en los años 50. Pero también es un juego de palabras que permite abrir la cancha, dice su organizador, Ruben Ferrero, incluyendo swing, big bands y ritmos no tan puros.

Hot Club de Montevideo: una mística que sigue sonando

En el living del apartamento de Rodolfo Rolo Suzacq hay un tocadiscos, un amplificador, una colección de discos de vinilo, otra de CDs, varios adornos con rostros de músicos y fotos de sus hijos. También, arriba de una mesa ratona, hay una pila de revistas amarillentas que el pianista acaba de recibir y ordenar. Son las primeras ediciones que publicó el Hot Club de Montevideo, una institución que surgió por iniciativa de un grupo de músicos y aficionados para difundir el jazz. Y esas revistas fueron, justamente, una de sus primeras acciones. En ellas había críticas, comentarios, sugerencias y las geniales caricaturas de Hermenegildo Sábat, quien además de dibujar tocaba el clarinete.

A mediados de la década de 1950 el Hot Club logró tener sede propia, lo que le permitió no solo organizar conciertos sino hacer grabaciones y comprar instrumentos musicales.

Los años de gloria duraron hasta 1981, cuando se quedó nuevamente sin sede. Sin embargo, con altibajos, la actividad nunca se detuvo. Hoy, el Hot Club sigue sonando todos los viernes en Kalima (Durazno y Jackson) con tres bandas estables (Nardis Cool Jazz, Labrada Cuarteto y Montevideo Swing) y luego una hora y media dedicada a "hacer la famosa jam session" y que los "músicos más nuevos se fogueen", cuenta Suzacq.

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Este enero en Mercedes se celebró la décima edición del festival Jazz a la calle.
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Paquito D'Rivera es el director musical del Festival de Punta del Este, que lleva más de veinte ediciones.
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Rodrigo Guerra tiene 21 años y una colección de 650 vinilos, muchos de ellos de jazz. Foto: Marcelo Bonjour.
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Julio Frade tiene más de seis décadas en la música y sigue eligiendo tocar jazz. Foto: Francisco Flores.
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VEA LA FOTOGALERÍADANIELA BLUTH

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