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Amigos de temporada

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Los expertos aconsejan fijar reglas claras para no pasarla mal. Foto: Darwin Borrelli.

Con el calor, los afortunados que tienen piscina, jardín y parrilla se convierten en epicentro de visitas y anfitriones full time.

Qué onda el fin de semana? Ezequiel Almada Alcorta reconoce que esa pregunta se vuelve mucho más frecuente en esta época del año, a veces formulada con inocencia, otras con interés. "Generalmente invito a algún amigo el finde para que venga a la piscina, pero también tengo amigos que me llaman para venir. Es gracioso: algunos llaman más seguido que el resto del año e incluso aparecen viejas amistades. A mí no me molesta porque me gusta que vengan amigos a casa", agrega Ezequiel, abogado de 34 años que vive en un edificio que cuenta con piscina y un salón de usos múltiples, dentro del que se encuentra una también codiciada parrilla. "La temporada en mi caso empieza en primavera: muchos vienen a mi cumpleaños, que es en setiembre, me dicen ‘qué bueno el SUM’ y ahí empieza una bola de eventos".

Un salón de usos múltiples apto para reuniones de amigos, una piscina de medidas más o menos generosas, un patio con pasto y algo de sombra, una terraza con buena vista y, si es posible, con parrilla. La llegada del verano convierte a todos los espacios de uso social en irresistibles imanes que atraen a amigos y a familiares de esos que tienen una presencia cotidiana en nuestras vidas, pero también invoca la aparición de aquellos conocidos, compañeros del trabajo o primos lejanos que llaman a la puerta o mandan un WhatsApp sólo cuando el termómetro trepa alto. Bienvenidos (o no tanto): estos son los amigos de temporada.

Algunos los reciben con buena cara, otros hacen lo que pueden. Es que existe una infranqueable línea divisoria que coloca de un lado a los que disfrutan de esta explosión de vida social que tiene como epicentro el propio hogar, y, del otro, a los que la sufren.

Para los primeros, el verano es la época del año en que dan rienda suelta a su más genuina alma de anfitrión. "Amo ser anfitriona —asegura Carina Michelli, bloguera de 40 años que desde su cuenta doscasasblog.com ofrece ideas de decoración—. Me gusta armar mesas para los grandes, mesas para los chicos, decorarlas y recibir amigos en casa. Es algo que disfruto. Ahora que empieza la temporada de calor y que coincide con el fin de las clases de los chicos, una está más predispuesta para invitar gente y atenderla". Piscina, jardín e incluso la posibilidad de hacer deportes acuáticos en el lago al que mira la casa de Carina, son algunos de los atractivos que hacen que sea lugar de reuniones de su grupo de amigos. "Siempre nos juntamos acá porque soy la única que tiene piscina", dice Carina. "Lo que no me suele pasar es que mis amigos se inviten, a lo sumo me llaman para preguntarme qué hacemos el fin de semana", agrega.

Para quienes no disfrutan —o incluso sufren— del rol de anfitrión, basta una llamada de ese tipo o un escueto WhatsApp el viernes por la noche para esperar lo peor. "No me gusta poner la casa para eventos sociales, pero aún así el combo parrilla-piscina es irresistible en verano", reconoce Javier, empleado administrativo de 39 años, que prefiere no compartir su apellido para evitar problemas con amigos y familiares. "Cuando llega el calor, la casa se llena de gente: aparecen amigos de mis hijos que se invitan, familiares que pasan a saludar y se quedan hasta ya entrada la noche haciendo caso omiso a mis bostezos, y hasta vecinos que se asoman por la medianera para preguntar si ya comenzó la temporada de piscina. Como sea, de noviembre a marzo no hay posibilidad de que pueda tirarme una tarde a dormir la siesta en mi propia casa...".

Mi casa, el club.

La suelta de chicos que supone el comienzo del receso escolar hace que muchas casas se conviertan de un día para otro en una suerte de club social y deportivo abierto las 24 horas. Es el caso de Santiago Fiano, empresario de 49 años y padre de dos chicos de 12 y 14 años, que recientemente se mudó a una casa con piscina. Por estos días, en que la ciudad alcanzó temperaturas que superaron los 30 grados, su patio se convirtió en un mundo de testosterona.

"No me molesta que mis hijos inviten amigos a casa, pero llegué un lunes de trabajar con la sola idea de pegarme una ducha y me encontré con que no había una sola toalla limpia. Todas, absolutamente todas, estaban desparramadas en torno a la piscina, donde media clase de mi hijo mayor y media clase de mi hijo menor jugaban a algo parecido al waterpolo", dice Santiago.

Incluso para los más amables y tolerantes anfitriones, la llegada de aquel (individuo, grupo familiar, contingente) que llama a la puerta un sábado o domingo de sol sin previo aviso representa un momento difícil de sobrellevar. La visita inesperada tiende a dar sustento a variaciones de la ley de Murphy que postulan que aquella tiende a ocurrir justo aquel día en que los dueños de casa tenían un plan que no contempla terceros en discordia —salir, dormir la siesta, realizar algún arreglo en el hogar, ponerse al día con algún pendiente como ver una película o leer un libro—, o en momentos en que ya han llegado visitas sí esperadas, de tribus distintas y difíciles de asimilar bajo un mismo sol o dentro de una misma pileta.

"A veces aparece alguien sin aviso, siempre en un día de sol y de mucho calor, son visitas que no ocurren en invierno", dice con algo de humor y mucho de experiencia Fernando Dovago, empleado administrativo de 44 años. Su casa de amplio patio arbolado, cuenta con parrilla, quincho y piscina: una seductora trilogía cuya existencia es ampliamente conocida entre familiares, amigos y amigos de amigos. Cada tanto, alguno le evita la molestia del preaviso, y se aparece en malla un sábado o domingo alrededor del mediodía; generalmente, con las manos vacías (hambre y sed).

"Faltaba poco para el mediodía, cuando apareció un tío lejano, con toda la troupe: mujer y chicos", relata Fernando, una de las últimas visitas sorpresa. "Era 25 de diciembre, 1° de enero o una fecha por el estilo, cuando aparecieron y yo estaba preparando el asado. Vinieron con las manos vacías y se dejaron invitar fácilmente. Pasó el asado, pasó la sobremesa y entonces mi tío dijo "a la piscina", se pusieron las mallas que habían traído y se zambulleron, mientras mi mujer y yo levantábamos la mesa y lavábamos los platos...".

Aunque no hay estudios al respecto, coinciden varios entrevistados en que los amigos de temporada que suelen aparecer sin aviso para "hacer uso de las instalaciones" tienden a hacerlo con las manos vacías —con suerte, algún elemento simbólico, como una botella de vino, que se entrega al desprevenido anfitrión al momento de abrir la puerta— y con poca o nula intención de colaborar con las tareas (limpieza, orden, cocina) asociadas a un evento social compartido.

La falta de cooperación a la hora de dar cuenta con las tareas comunes mencionadas, junto con las que pueden darse en torno a la distribución de los gastos, son las que más comúnmente citan los anfitriones. "Las peleas, cuando las hay, son chiquitas, y son siempre por plata o por quién labura más o menos en la reunión, con frases como: vos nunca hacés nada, venís a comer y te vas", precisa Martín Alfageme. Son discusiones necesarias, saludables, que hacen a la organización inherente del convite, asegura el anfitrión.

Cuentas claras, reza el dicho popular, conservan amistades. Parafraseando, puede decirse que reglas claras previenen aquellos posibles chisporroteos que pueden hacer arder cualquier evento social en el que hay un anfitrión —voluntario o involuntario— y un número a veces multitudinario de huéspedes temporales.

"La única regla es no entrar mojados a la casa", cuenta Carina Michelli, dejando en claro que todo encuentro social de verano que ocurre en su casa tiene a la piscina como centro. "Para facilitarlo tenemos un baño en la casa al que se puede acceder desde afuera. Por otro lado, como los muebles de la galería son todos con almohadones o colchones de tela, siempre pido a los invitados que tengan la precaución de que no se sienten mojados, o que se cambien de ropa para sentarse si vienen de la piscina".

Fernando Dovago, por su parte, impone a los que ya son habituales asistentes a la piscina una regla algo más intensa y, quizá, justa: "La piscina es vieja y necesita un mantenimiento periódico muy importante y, además, bastante tedioso. Hay que limpiar bien las paredes que son de material y también hay que sacar todas las hojas que caen de los árboles que están alrededor, por eso la consigna es que si vienen a la piscina, también ayudan a limpiarla".

Se puede sacar partido

En verano, en Argentina, algunas casas de dimensiones importantes y numerosas habitaciones se convierten en clubes que incluso ofrecen alojamiento, con media pensión o, también, con pensión completa. El apodado "Hotel Alfageme", en San Miguel, es la quinta donde viven los padres de Martín Alfageme, redactor publicitario de 33 años, que en temporada de estío abre sus puertas a un nutrido grupo de amigos —mínimo 5, habitualmente entre 10 y 20, máximo 30— que se instala el sábado a la mañana y se va esa tarde, esa noche o al día siguiente.

"Cuando veo que el finde viene libre, mando en el grupo que sale Hotel Alfageme y ahí empezamos a organizar: uno se encarga de la comida, otro de la bebida, otro de la música, y el resto paga la tarifa diaria, que puede ser media pensión si incluye almuerzo o cena, o pensión completa con las dos comidas", cuenta Martín, que lleva organizando reuniones de fin de semana en la casa paterna desde que tenía 15 años. "En general viene un público estable que son mis amigos de San Miguel, pero cuando vienen los del trabajo, que son porteños, se quedan a dormir y al día siguiente volvemos todos juntos". El plan no es otro que fútbol, picada, asado, más fútbol, pileta y volver a empezar.

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Los expertos aconsejan fijar reglas claras para no pasarla mal. Foto: Darwin Borrelli.

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