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"Actuar es algo alegre y doloroso a la vez"

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Graciela Borges: "No tengo actitud de diva. Soy absolutamente cotidiana". (Foto: Fernando Ponzetto)

De niña, sus compañeras se reían de su voz. Y fue con su voz y las palabras de otros que se animó a contactarse con los demás. El tiempo la transformó en la gran dama del cine argentino.

LEONEL GARCÍA

La biblioteca del hotel Hyatt, en la rambla de Pocitos, tiene cautivada a Graciela Borges (75). La gran dama del cine argentino, la que nació como Graciela Zabala y recibió su apellido artístico del propio Jorge Luis, la de más de 50 películas, la de la belleza eterna y la voz ronca inconfundible, encuentra ahí concentradas varias de sus pasiones. Ama a Uruguay, a Montevideo, adonde llegó para el relanzamiento de la línea de productos capilares Kérastase, a su costa y a Idea Vilariño: "Mi favorita".

—La poesía ha sido muy importante en mi vida. De chica iba a un colegio de monjas irlandesas y las demás niñas se burlaban de mi voz. Entonces me mandaron a estudiar declamación con una profesora que daba clases a niñas con problemas de contacto social. Cuando recité mi primer poema en público pensé que me iba a morir de pánico, pero pasó una cosa mágica: me di cuenta que me resultaba más fácil mirar y contactarme con los demás con las palabras de otros. Hace muchos años fui a un lugar a escuchar poesía y una actriz empezó a leer (mira a un punto indefinido): "Estás lejos y al sur, allí no son las cuatro..." y "Ya no, ya no seré...". Ahí descubrí a Idea Vilariño. Quedé deslumbrada. Un día, de vacaciones en Uruguay, la fui a visitar. Nunca hice algo así porque no soy muy cholula, pero conseguí todos sus libros y los libros sobre ella. Cada vez que vengo, compro algo nuevo. Y hasta que murió, ella me mandó un mensaje cada cumpleaños.

—Le resultaba más fácil contactar con la gente con las palabras de otro. ¿Por eso se hizo actriz?

—Actuar es eso. Hasta encontrar las palabras, los personajes suenan huecos. Hasta entonces hay un trabajo formidable, algo alegre y doloroso a la vez. En los primeros días de ensayo para Dos hermanos (2010), no le encontraba la vuelta a Susana. Un día me llamó Antonio (Gasalla) y me dijo: "Leelo sin comas ni puntos, porque ella es eso: una loca perturbada que no puede parar. Luego le metés pausas". Y así salió. Contrariamente a eso, en La Ciénaga (2001), Mecha tenía las pausas de una provinciana y la fuerza de ser una persona alcohólica, no borracha. Si la hubiera hecho borracha hubiera sido más fácil (imita un vaivén beodo), pero la hice alcohólica. Cuando era chica, pasaba las vacaciones en la casa de una mujer adorada, muy rica y muy alcohólica, en Mar del Plata. Ella deambulaba por la casa con la cartera y detrás de ella llevaba un vaso de vino. ¡Creería que no nos dábamos cuenta! Y yo le dediqué mi actuación. En Las Manos (2006), que hice de asistente del Padre Mario, mi hijo (Juan Cruz Bordeu, actor) me recordó que la gente que asiste a los líderes espirituales está solo para ellos. Entonces, no actué emocional ni fría, sino medida, contenida, como actúa la gente que acompaña a los líderes espirituales. El cine es algo fascinante.

—En un momento dijo que a su profesión la elige gente disconforme con ella misma, o que se siente incompleta.

—Quizá lo dije en otro contexto. Yo empecé a los 14. A esa edad no estás conforme con vos misma. Yo era hija de padres separados… quizá no es que no estaba conforme, sino que era una chica un poco triste.

—¿Por qué estaba triste?

—Tuve una niñez muy difícil... pero prescribió. Mi padre se oponía a lo que yo hacía. Pero bueno, hubo happy end.

Seguridad.

Graciela habla y sonríe. Habla y ofrece café. Habla y le pide a Sole, su asistente, que le ayude con la memoria "para los nombres". Habla y encanta pese al cansancio. Habla, habla y evoca: a su amigo Alfredo Alcón ("siempre conmigo"), a su expartenaire Gian María Volonté, a su exmarido Juan Manuel Bordeu, padre de su único hijo, a Marcos Gutiérrez, el futbolista 26 años menor con el que tuvo un romance en los 90 y hoy una entrañable amistad, a Jorge Luis Borges. El gran escritor le legó su apellido cuando ella iba a debutar en el cine, en Una cita con la vida (1958), de Hugo del Carril, ya que su padre no le dejó usar el suyo. "Hasta último momento me decía: Seguís honrando mi nombre. A mí me daba vergüenza. Él decía que Borges era su nombre, no su apellido. A mí me pasan cosas mágicas con la gente". Hay que creerle: el ya consagrado Del Carril bailó en su cumpleaños de 15, Pablo Picasso le regaló un dibujo en una servilleta ("¡Me lo lavaron! Por suerte quedaron las fotos, pero nada más que eso") y tuvo un affaire con Paul McCartney.

—Yo estaba en Londres y tenía un grupo de amigos maravilloso. Fue después de El rey en Londres (1966). Íbamos mucho a un lugar que se llamaba Scotch of Saint James. Ahí conocí a Paul McCartney. Nunca fui muy cholula, ¡pero era encantador! ¡Y era Paul McCartney! Mucho no lo cuento porque ahora está de moda que las chicas salgan en televisión a decir que salieron con tal o cual.

—¿Cuándo comenzó a sentirse actriz?

—Nunca. Sí he sabido que hago las cosas mejor; en algún punto, tener la seguridad de un minero galés. No la de ser una gran actriz.

—¿Ni en El dependiente (1969)?

—(Sonríe). Leonardo Favio, el director, me preguntó: "¿Cómo te hago más fea?". Yo le dije que me tocara un poco las cejas, me puse un poco de bigotes, le comenté que mi cabeza no era muy redonda, que me achatara el pelo, sin maquillaje. Yo estaba recién casada con Juan Manuel, hablaba, comía y me movía como la señorita Plasini (se pone en carácter, apocada, lánguida, casi lúgubre, onettiana casi): "¡Mamá!", "¿Qué dice, señor Fernández?". Eran personajes oscuros, horrorosos, maravillosos. En Europa está considerada una de las 20 mejores películas de todos los tiempos.

—¿Y aún así no estaba segura?

—Creo que, en el fondo, nunca estás segura del todo.

Diva, no.

La Borges fue dirigida por grandes realizadores. Recuerda a Raúl de la Torre, quien además fuera su pareja. "Era un gran hacedor. Fotografiaba las caras con algo de frialdad, pero también dándoles almas. El infierno tan temido (1980), es un ejemplo". También nombra a Favio, Leopoldo Torres Nilsson ("Me enseñó a fluir"), Alejandro Doria y Marcos Carnevale. Se mantiene vigente: en 2015 estrenó dos películas (Tokio y El espejo de los otros). Los realizadores jóvenes la siguen llamando.

—Supongo que es porque les gusto. A mí me interesa mucho lo que desconozco. Y lo que desconozco de su mundo, ellos desconocen del mío.

—¿Cómo es su relación con su nieta, María Jesús?

—Es maravillosa. Tiene cinco años, es nieta única, pero vale por veinte. Me puede. Ayer antes de venir para acá le decía: "No puede ser que te enojes con tu abuelita porque no puede jugar con vos". Silencio total. Al rato: "Abuela, dame otra oportunidad". Otro día: "Abuela, no te pongas nerviosa, no pienses con la cabeza, pensá con el corazón. La mente es mentirosa". ¿Dónde aprenderán eso?

—¿Ella sabe quién es usted?

—Creo que no le importa mucho. A los dos o tres años le dijo a una compañerita en el jardín: "Mi abuela trabaja en un cine". ¡Creía que vendía entradas! "Vos no sos coqueta para ser abuela", me dice. Mi madre, que era una mujer estupenda, arreglada todo el tiempo, me miraba y me decía: "Pobre, siempre desarregladita".

—¿Usted se siente diva?

—Esa palabra... no me da ni mal ni bien. Lo que piensan o dicen de mí no es asunto mío. Si a la gente le gusta esa palabra, bendiciones. Yo no vivo como una diva: camino todo el día con zapatillas viejas, soy afectuosa con la gente porque la gente me encanta, voy con la cara lavada siempre. No tengo una actitud de diva, no tengo chofer, me gusta estar en el campo. Soy absolutamente cotidiana. ¿Te digo un secreto? Mis amigas son mucho más estrellas que yo.

—A los 14 estaba disconforme, ¿y hoy?

—Ahora estoy contenta. Contenta de no tener pareja —si tuviera sería fantástico, ¡pero no es fácil enamorarse!—, me encanta todo lo que puedo hacer, seguir estudiando historia, leer todo lo que se puede leer en Buenos Aries, ir al cine, juntarme con mis amigas. Somos cinco loros de los que Pedro Almodóvar podría escribir una historia maravillosa. Son amigas de toda la vida, gente por la que tenés un amor incondicional. ¡Eso es lo que te hace tan feliz en la vida!

SUS COSAS.

Una ciudad

Graciela dice amar Uruguay, y si no estuviera en Buenos Aires, escogería Montevideo para instalarse. Su madre incluso alquilaba en Pocitos para veranear antes de que ella naciera. "Es algo entrañable. Yo acá tengo amigos que amo con locura. Me encanta esa cosa melancólica, del pasado, que tiene".

Un libro.

La Borges elige Suave es la noche, de su escritor favorito, Francis Scott Fitzgerald, uno de los mayores autores estadounidenses del siglo XX. Una de las eternas peleas con su gran amigo, el periodista uruguayo Homero Alsina Thevenet, era literaria: Graciela afirmaba que Scott Fitzgerald era el mejor, mientras que Alsina prefería a Ernest Hemingway.

Un objeto material.

Ella tiene un gran cariño por una ratona Minnie "chiquitita, de peluche", que la acompañó (escondida) en el escenario cuando hizo Cartas de amor, con Rodolfo Bebán. Este, a su vez, la consideraba imprescindible para que la función fuera buena."La adoro. Cómo será que la quiero que la tengo guardada en un cajón para que no la agarre mi nieta".

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Graciela Borges: "No tengo actitud de diva. Soy absolutamente cotidiana". (Foto: Fernando Ponzetto)

GRACIELA BORGES

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