El texto impresiona por todas las acciones que ofrece a los tres actores, pese a estar prácticamente recluidos en un asilo. Pero más allá de las acciones físicas, que hay muchas, también asombra todo lo que estimula la imaginación del espectador. Por eso, este regreso de El viento entre los álamos permite el reencuentro con un gran texto, muy bien llevado a escena.

El género en que se inscribe la obra, muy fronterizo, colabora al respecto: por momento se suceden escenas de humor, aunque ninguno de los tres personajes (no los actores) busca hacer reír. La risa del público, que intermitente recorre la obra de principio a fin, surge de las acciones físicas, de la palabras del texto, y de cómo lo dicen los intérpretes.

Pero de pronto el espectáculo entra en zonas de tensión, de desgarro humano, que sin embargo nunca se precipita al melodrama. La vejez habilita a un juego escénico en el que el absurdo se mezcla con la realidad, y las manías de los tres personajes potencian los toques de humor.

La versión, en esta sala, gana con respecto a lo que se había visto en el Teatro Solís, dado que al ser más chico el escenario, el efecto visual es mayor. Las imágenes de video se proyectan, no al fondo, sino sobre los protagonistas, mientras que la escenografía (muy buena), enmarca mejor el espectáculo. El texto y los actores ofrecen detalles muy disfrutables, y en el fondo un mensaje de esperanza, aun en el último tramo de la vida.

Autor: Gérard Sibleyras. Dirección: Mario Ferreira. Traducción: Laura Masello. Elenco: Pepe Vázquez, Jorge Bolani, Julio Calcagno. Escenografía: Adán Torres. Vestuario: Diego Aguirregaray. Iluminación: Martín Blanchet. Música: Silvia Meyer. Realización audiovisual: Julio Sánchez, Julio Porley. Sala: China Zorrilla, Alianza Uruguay—Estados Unidos (Paraguay 1217). Funciones: miércoles y jueves, a las 21 horas. Entradas: $ 360.

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