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"Soy buscadora de la felicidad"

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Morán sube a escena para contarse a sí misma. Foto: Fernando Ponzetto
Nota a Mercedes Moran, actriz argentina de cine, teatro y television, en el Hotel Hilton de Montevideo, ND 20161011, foto Fernando Ponzetto
Archivo El Pais

La televisión creó seres tan queribles como el de Gloria Pinotti, de El hombre de tu vida, que protagonizó junto a Guillermo Francella. En su larga trayectoria cinematográfica fue, entre muchos otros personajes, Graciela, en aquella hermosa comedia dramática, Luna de Avellaneda, de Juan José Campanella.

Y en teatro sus personajes ricos e intensos conforman una larga galería, en obras que recorren la dramaturgia de Jacobo Langsner, Neil Simon, Arthur Miller, David Hare, Tracy Letts, David Mamet, Woody Allen y muchos otros grandes. Sin embargo, el sábado próximo Mercedes Morán subirá al escenario de El Galpón en un rol muy distinto, que desde su propia autoría, relata desde la escena su propia vida. Ay amor divino promete emoción y toques de humor, y también buen teatro.

Yo te miro y me acuerdo de El hombre de tu vida. ¿Por qué te parece que pegó tanto?

—Juan José Campanella es un eximio pintor de estas mujeres tan porteñas, tan características. Sobre todo un tipo de mujer, sola, desinhibida, con un carácter fuerte. Disparatada, súper expresiva, políticamente incorrecta. Que si bien vive un drama personal, a los ojos de los demás resulta muy graciosa. Son personajes que tienen muchos aditamentos para provocar empatía. Si bien es gracioso ver que la empatía que te confía el público nunca es personal: siempre te dicen yo tengo una hermana así, o una tía. Hay un poco de pudor de decir yo soy como ese personaje. Secretamente hay un arquetipo, y hay muchas mujeres que se sienten, por lo menos, amigas de esos personajes.

—Y la serie explotaba muy bien esa desesperación por dar con la pareja perfecta, con la media naranja…

—Sí, son esos personajes femeninos que buscan desesperadamente el amor, de una manera tan desesperada que resulta torpe, y graciosa, tragicómica. Yo personalmente no creo que sea ese el camino para encontrar el amor. Eso lo único que provoca es que la gente se asuste y huya. Pero siempre me divierte hacer personajes que no tienen que ver conmigo. Esa fue una de las revelaciones maravillosas que me produjo la actuación. La posibilidad de ser otras. Nunca trabajé a partir de mí. Salvo en este espectáculo que voy a presentar ahora en Montevideo, donde por primera vez no hago ningún personaje. Soy yo la que cuenta algo que tiene que ver con mi vida personal.

—Cuando te paran por la calle a saludarte desconocidos, ¿qué trabajos te recuerdan más?

—Los de la televisión, sin duda, tienen una llegada más popular que el teatro o el cine. Me recuerdan, por ejemplo, la Roxy, de Gasoleros, o la Chechu, de Culpables. Lo que pasó fue que al principio, cuando la gente no me conocía tanto —y al haber compuesto yo personajes tan diferentes—, a veces no asociaba que era la misma actriz que había hecho distintos papeles. Al cabo de mucho tiempo, cuando ya algo de mi trayectoria empezó a estar en la gente, empezaron a unir esos personajes y les apareció la actriz, antes que el personaje. Ahora de lo que más me hablan cuando se acercan a saludarme, más que de un personaje determinado, es del conjunto, de los personajes que he hecho, en general. Eso me gratifica más.

—Contame de tus trabajos con Lucrecia Martel, que creo que marcaron tu carrera.

—Sí, yo la adoro, la admiro, y me siento privilegiada de haber incursionado en el cine de su mano, en La ciénaga, su ópera prima, y luego La niña santa. Para mí, el ingreso al cine de su mano fue la posibilidad de estar en el gran cine de arte. Y el recorrido internacional con sus películas la revelaron no solamente como una gran directora, sino una gran artista, que es mucho más que ser una muy buena directora de cine. Con el reconocimiento de esa gente enorme del cine, que yo admiraba tanto. Polanski, gente de ese tamaño, que hacía reverencias cuando la veía. Para mí, tener dos películas hechas con ella es un tesoro.

—Interesante todas esas locaciones, tan derruidas...

—Sí, había una dirección de arte meticulosa, y Lucrecia estaba en cada detalle. Así como en los detalles de cada personaje, estas mujeres de provincia, que eran lo opuesto a Campanella, que pintaba esas mujeres tan urbanas. Mujeres totalmente diferentes. Y con Lucrecia teníamos mucho lugar de encuentro en ese sentido porque yo también soy una mujer de provincia.

—¿Esa renovación tan fuerte que hubo en el cine argentino 15 años atrás, sentís que ahora no está pasando tanto?

—Nunca creí tanto que aquel momento fuera un gran momento. No sobrecalificaría aquel momento, ni descalificaría este tampoco. Yo creo que hay una cosa continua. De hecho, yo vengo recién de presentar una película chilena, Neruda, por los festivales más importantes, y sigo viendo las presentaciones de las películas argentinas, y siguen suscitando la misma atención, los mismos elogios en el mercado y en la crítica extranjera, igual que cuando me tocó a mí, junto a Lucrecia, o Campanella, viajar con aquellas películas que se llamaron "nuevo cine argentino". Sigue pasando lo mismo. Lo que pasa es que vemos poco cine latinoamericano: no es un mal hábito de los espectadores, más bien tiene que ver con la distribución de las películas.

—Tú trabajaste dirigida por Taco Larreta, en Nunca estuve en Viena.

—La verdad que yo por Taco y China Zorrilla, tengo un amor enorme por ellos. A China la frecuenté mucho más porque trabajé muchas veces con ella, en cine, teatro y televisión. Ella un poco me adoptó, desde la primera obra que hice con ella. Para mí, Uruguay son algunas personas, con las que me une un afecto muy grande. Y ellos son dos de esas personas.

—Y ahora volvés a Uruguay. ¿Hacía mucho que no venías con una obra de teatro?

—Sí, no venía desde hacía como 12 años. Lo último que traje fue Pequeños crímenes conyugales, con Jorge Marrale. Así que tenía muchas ganas de venir a Montevideo. Justamente Ay amor divino nació como un proyecto que yo quería tener para salir de gira. Hacía muchos años que no salía de Buenos Aires: mis dos últimos espectáculos eran demasiado grandes, intrasladables.

—Y venís con una obra especialmente tuya.

—Sí, la dramarturgia es mía, y el espectáculo es la historia de mi vida, de alguna manera. Una gran parte de la obra es una evocación, y luego un largo epílogo, donde dejo de evocar y hablo desde el tiempo presente, de lo que me pasa en este momento: con el paso del tiempo, y con algunos temas que fueron un poco los motores del espectáculo. Aunque después, cuando empecé a desarrollarlo, me di cuenta que antes de hablar de eso, tenía que hacer un poco un repaso, sobre cómo se había construido esta persona que soy yo hoy. Me perdí bastante en ese paraíso de la infancia, y empecé a escribir relatos, cuentos, algunos de ellos que ya había contado de manera oral, a gente allegada a mí.

—¿Cuentos que tienen algo en común, más allá de ser sobre vos?

—Sí, el amor, en sus distintas manifestaciones. Desde niña hasta adulta, el amor a Dios, al pueblo, al padre. A los hijos, a la profesión, a la actuación. Así que se transformó en un espectáculo bastante evocativo. Y desde la dirección, Claudio Tolcachir fue el encargado de darle una forma teatral. Entonces aquello que eran tan personal, se convirtió en un lenguaje más universal.

—¿Cómo hiciste para evitar el corte psicoanalítico?

—Nunca me lo propuse. Más bien está atravesado por el humor, porque me parece que la distancia te ofrece esa posibilidad, de poder reírte, desdramatizar esas pequeñas tragedias que en su momento te asustaron o te hicieron llorar. Pero no, no tiene ningún rasgo psicologista. Lógicamente que al narrar cuentos de mi vida aparecen los vínculos más cercanos, mis padres, mi hermana, mis hijas.

—¿Con los años aumenta la mirada retrospectiva?

—No sé, supongo que sí, como siempre la hubo. Para entender lo que a uno le pasa, de alguna manera vas hacia atrás. Yo, a esta edad, lo único que tengo con respecto a mis vínculos familiares es cariño y cosas lindas. Pero creo que en este caso, todo lo que se puede mirar para atrás, es para tener una mirada hacia lo que viene, un poco más luminosa, más optimista. Soy buscadora de la felicidad, como yo la entiendo. Como un estado de armonía.

"El crecimiento implica ir derribando prejuicios".

"Yo no me enamoraba igual a los 15 que a los 30 o a los 50. A mí la gente que me dice, sigo siendo el mismo, no he cambiado mi manera de pensar, yo los miro con un poco de pavura. Yo digo, Dios mío, no le pasó la vida a esta persona. Yo he cambiado. Alguien que no ha cambiado, puede ser alguien demasiado estructurado. Creo que el crecimiento implica ir derribando prejuicios. El crecimiento es ir abriendo la cabeza. Lógicamente que de ninguna manera hoy pienso lo mismo que pensaba a los 20, ni busco lo mismo, ni me enamoro de la misma manera", señala Morán hablando del transcurso de la vida, que su espectáculo Ay amor divino pone en perspectiva.

En ese aspecto, el escenario es un gran lugar para experimentar. "Me parece que los personajes, cuando más complejos, cuando más intrincados son, más posibilidades te dan de tocar todas las notas. Pero no es ese el indicador de cuando me toca elegir un personaje. Son una suma de cosas las que me han llevado a elegir los personajes que he hecho, desde el equipo de trabajo hasta el momento de la vida que esté atravesando".

Ay amor divino estará en El Galpón el sábado 22, a las 21:00 y domingo 23, a las 18:00. Red UTS, a $ 1.560, $ 1.310 y $ 1.060.

Morán sube a escena para contarse a sí misma. Foto: Fernando Ponzetto
Morán sube a escena para contarse a sí misma. Foto: Fernando Ponzetto
El eterno femenino de una imaginativa pintora
Mercedes Morán. Foto: Fernando Ponzetto

MERCEDES MORÁN

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