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Julio Chávez: "Yo siento que a mí el teatro me rescató"

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"La obra plantea la dialéctica inevitable entre la visa y la muerte". Foto. L. Carreño
Nota a Julio Chavez, actor y dramaturgo argentino, de visita en Mvdeo., ND 20150430, foto Leonardo Carreño
Archivo El Pais

En 12 días el actor argentino Julio Chávez se presenta en el escenario mayor del Teatro Solís para dar vida a la peripecia artística del pintor Mark Rothko. Casi 20 años atrás el artista pisaba ese mismo escenario, con muchos años menos y mucha menos experiencia escénica, para ofrecer un trabajo a la sombra de Federico Luppi.

Desde entonces ha recorrido muchísimos escenarios y sets de cine y televisión, y ahora regresa triunfante, con una larga lista de premios que incluyen el Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín y el Premio Konex de Platino al mejor actor de teatro de la década. Aunque quizá alcanza con pensar en Farsantes para tener presente su talante de actor.

—Volvés al escenario mayor del Teatro Solís casi dos décadas después. ¿Cómo compararías esos dos momentos de tu carrera? ¿Qué es lo que más cambió?

—Ante todo, la edad, lógicamente. Cuando yo hice El vestidor, o mejor dicho, cuando Luppi hizo esa obra y me convocó a mí, yo interpretaba a un hombre joven que prestaba servicio a un gran actor que tenía que transitar por su ocaso. Eso fue en el 97. Y hoy por hoy estoy yo interpretando a un gran pintor que tiene un asistente que de alguna manera lo enfrenta al momento de su ocaso. Sí que es como una revancha. Y es una de las hermosas cosas que te da el teatro: la posibilidad de poder, casi te diría anticipadamente, ir ensayando experiencias que, con suerte, te van a tocar en la vida. Con Red siento que puedo ir ensayando algo que no es mi presente, pero que no es tampoco mi futuro muy lejano. El teatro en ese sentido te va dando letra para lo que te pueda venir.

—Y siguiendo con eso, ¿qué diferencia hay entre hacer un papel protagónico y uno secundario a nivel actoral?

—Bueno, en aquella oportunidad tuve mucha suerte. Cuando hice El vestidor, tuve la dicha de poder conquistar al espectador, y tuve la suerte también de tener un compañero de elenco como Federico, que lejos de enfurecerse, o de asumir una actitud de no querer compartir esa situación, fue muy generoso conmigo en el escenario. Y vivió de una manera muy relajada esa adhesión que el espectador estableció con el trabajo que hizo con Norman, que así se llamaba mi personaje de aquella obra. Es algo que yo nunca me voy a olvidar de Luppi: yo no sé si tengo esa nobleza.

—¿Cuál sería el trasfondo último de Red?

—Si tiene una virtud Red es que no tiene un solo trasfondo, sino que tiene un relato que puede pegar en muchos trasfondos, sino que tiene un relato que puede pegar en muchos trasfondos. La obra plantea, según el propio texto, la inevitable tragedia del hombre de estar siempre en esta dialéctica inevitable entre la vida y la muerte. Esa constante necesidad de hombre de olvidarse de la muerte para poder construir, y en el momento en que construimos, la propia construcción nos recuerda que nos vamos a morir.

—Se supone que ser pintor lo ayudó a construir el personaje...

—Enormemente. Yo no endioso el trabajo del pintor, lo conozco, no lo sublimo. No soy de cuidar los pinceles. Sé lo que es el fragor del taller, lo que es meter el pincel adentro del café sin darte cuenta. O comer y comerte un pedazo de pintura por tener las manos llenas de pintura. Eso me da un respeto nada acartonado por la pintura, que me ayudó mucho a construir ese taller que tenemos que armar en escena, esté vivo, de tipos que laburan. Y creo que eso produce que el espectador se sienta familiarizado con algo que no le es familiar. Ese es el problema: vos tener que en una hora y cuarto involucrar al espectador en un taller de pintura, meterlo en la historia de un pintor y un vínculo. Al espectador hay que ayudarlo, sin hacerlo pasar por momentos didácticos o museológicos. Tenés que envolverlo desde que es la historia de una persona y el espectador es otra persona.

—¿Y qué distancia sentís entre el tiempo de Rothko y el tuyo?

—Rothko es un pintor que no atravesó el arte de los 70 hasta ahora, como yo lo estoy atravesando. Eso nos ubica en un momento diferente: yo estoy atravesado por Rothko, por sus seguidores, sus detractores, que han ido y vuelto varias veces. Rothko no tiene eso: pertenece a una generación que verdaderamente descubre algo. La abstracción es un acontecimiento, ellos están pegando un salto. Se están atreviendo a algo: yo no soy un atrevido, no tengo una impronta de manifiesto revolucionario. Y a mí me pasa lo que dice Rothko, que el gran problema ante una tela en blanco no es la tela en blanco en sí, sino todos los pintores que se te aparecen en la mente cuando la mirás.

—Pasando a la televisión, ¿sentís que tu personaje de Guillermo, en Farsantes pegó fuerte por el modelo de homosexualidad de presentaba?

—Sí, yo tengo la impresión que Guillermo puso sobre el tapete una manera de homosexualidad desagradable para el entendimiento. Donde no aparecían elementos que alivianen a otros, como suponer que la homosexualidad que debía teñir de formas afectadas. Como que a veces se considera que se necesita de la figura femenina para justificar el gusto por otro varón. Pero que aparezca un varón que desde lo varonil guste de otro varón, produjo un acercamiento, y una crispación también, y eso creo que formó parte del éxito de la dupla que hicimos con Benjamín Vicuña: fue un vínculo verdaderamente entre varones. Tanto que una vez, una señora muy mayor, y como de clase alta, se me acercó y me dijo que aunque era creyente, y tenía serios problemas con Farsantes, el cariño que los personajes se manifestaban la había conmovido enormemente. O sea que percibió el afecto pese a sus problemas ideológicos.

—Como que impresionó que no hubiera amaneramiento...

—Sí, aunque ni la telenovela ni yo necesitábamos que esa mujer cambie su manera de pensar. Pero ese mínimo corrimiento del modo de ver de esa mujer es muy atractivo de ver. Creo que lo que produjo Farsantes es un poco una homosexualidad que no necesitaba explicarse, ni justificarse, ni interpretaciones psicoanalíticas, ni pedir permiso, ni ver si es normal o no. Ni necesitaba de manierismos estéticos para poder sostenerse. A mí muchas veces me llama la atención y digo, qué extraño, que muchas veces, para articular el gusto hacia otro hombre, a veces el varón necesita la presencia de la femineidad para sostenerlo. Y por qué no desde la virilidad: se ve que las mujeres son mucho más poderosas de lo que se cree.

—Muchas veces te han dado personajes ásperos, ¿hay un vínculo entre eso y tu carácter?

—Seguramente. Hay un temperamento, aunque también he interpretado otros roles que no tienen nada que ver con eso. Pero sí, hay una impronta de temperamento que a la vez presta servicio a los materiales que se utilizan en escena. También prefiero que se crea que soy así, así no me molestan.

—¿Y también se puede decir que convertiste tu rebeldía en material actoral?

—Sin lugar a dudas. Siento que mi el teatro me rescató. Yo podría haber sido un elemento incómodo en lo social, desagradable, o yermo. Y esa rebeldía, con la que en la vida no se sabe qué hacer, en el trabajo actoral es una materia prima que puede prestar servicio a la construcción de una naturaleza.

—Tu tenés sangre de diversos orígenes, como muchos en el Río de la Plata. ¿Sentís que allí hay mucho de tu identidad?

—Sí, hay mucho de mi identidad ahí, y también hay muchos fantasmas que pertenecen a mi identidad, que ni siquiera sé si vienen de allí. Cuando sos chico y pertenecés a familias desarraigadas, que vinieron a el país, te armás un museo en la cabeza muy extraño, de hechos reales y de hechos fantaseados por vos, a tal punto que al final no querés averiguar si es verdad o mentira. Yo siempre conté que mi padre viajó en un barco y estuvo ocho días sin comer. Y un día se lo pregunté a él y me dijo, ¿quién te dijo eso? Y ahí descubrí que yo me había armado una historia que me había marcado a fuego, como si fuese verdad.

—¿Te definís como solitario, te gusta la soledad?

—Muchísimo. Bueno, soy solitario y no, pero sí, tengo un vínculo muy bueno con estar solo conmigo. No le escapo, no le temo. Me gusta. Si quiero estar con alquilen estoy, pero nunca me he sentido solo.

—Y en el teatro, ¿no se te hace cuesta arriba tener que tratar los fines de semana en escena, con otros actores...

—No. A mí se me hace cuesta arriba la pérdida de tiempo social. Las a veces inevitables reuniones sociales. Tengo mucho que hacer, por eso a veces soy tacaño con mi tiempo.

—Planes para más adelante...

—Hago esta gira, luego una miniserie de 16 capítulos que va por Canal 13, que cruza un asesino serial con la astrología. Y una película más, y trabajar sobre la edición de 10 obras cortas, de mi autoría, y una muestra de pintura para el año que viene. Con eso ya tengo justificación para no tener que ir a fiestas durante todo el año.

Actor en la piel de un pintor.

" Red" promete ser intensa, provocadora y emotiva, y por esa vía sumergir al público en la profundidad del ser humano. Y lo hará a través del retrato escénico de un artista que se desgarra en su búsqueda por crear la obra que lo defina. Pero por sobre todo, promete ser un recorrido por los vínculos entre una vida y la de los semejantes. Para cumplir con todo eso, Julio Chávez se pone en la piel del pintor norteamericano Mark Rothko, que se ve enfrentado al dilema entre el arte y el dinero. Luego de sucesivos éxitos en cine, y con su éxito televisivo de "Farsantes" todavía en el recuerdo de la gente, el actor se presenta en tres fechas en el Teatro Solís. Será el viernes 15 y sábado 16 de mayo a las 20:30 horas, despidiéndose el domingo 17 a las 18 horas. Entradas en Red UTS y en la sala, desde $ 1400 a $ 750.

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