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Julio Chávez encaró con fuerza a Rothko

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Julio Chávez en red.

La pintura ha dado mucha letra al escenario y a los actores. Sin ir más lejos, Arte, de Yasmina Reza, toma como punto de partida una discusión sobre pintura para abrir el juego hacia los entretelones entre un triángulo de amigos.

En una línea similar se ubica Red, que toma aspectos de la biografía del pintor norteamericano Mark Rothko, para desarrollar sobre el escenario muchos temas vinculados al arte y a la estética, y muchos otros que parten de allí para reflexionar sobre el trabajo, el dinero y los vínculos humanos. Claro que estas funciones de esa obra que se vieron en el Solís a cargo de este equipo de artistas argentinos, tuvo un protagonista mucho mayor que los temas en juego: fue lógicamente el actor Julio Chávez, figura que arrebata multitudes de uno y otro lado del Plata, y que tiene en Uruguay un mar de seguidores.

Chávez arrancó el espectáculo parado en el medio del frente del escenario, con su personaje totalmente incorporado, que lo transita en un tono alto, intenso, que parece difícil de sostener a lo largo del espectáculo. Pero él lo logra, armando un personaje hosco, franco, que compone más desde el impulso que desde las modulaciones. De complexión fuerte, de maneras rudas, algo rengo, este Rothko de ficción recorre el espectáculo de principio a fin sin que se note la menor simulación en la composición. Por otro lado, el rol se inscribe, desde un lugar propio, en esa zona que el actor ha trabajado bastante, de personajes bravos, en los que la palabra y la acción parecen una misma cosa.

Ese es otro de los elementos que atrapó de la performance de Chávez, y que el director Daniel Barone, aprovechó al máximo: lejos de ser una obra muy hablada, pese al abundante texto, éste es servido a través de un movimiento escénico bien dinámico, en el que los gestos y acciones de Chávez son seguidos por la vista de los espectadores.

El protagonista de Farsantes y de Un oso rojo gesticula con movimientos a la vez precisos y bruscos, recorre el escenario con intensidad, discute hasta la ira, tira pintura, realmente parece desgarrarse y dejar todo en escena. La voz de Chávez se escucha con claridad, con intensidad, a lo largo de toda la obra y desde las distintas ubicaciones del teatro.

Su compañero de escena, Gerardo Otero, lo sigue bien desde ese rol secundario, con un personaje y una interpretación que van creciendo, desde el chico que llega al taller a colaborar con el eximio pintor, hasta el artista que opina y lo enfrenta, hasta tomar un rumbo propio.

Como suele ocurrir con el buen teatro porteño que llega hasta Montevideo, la escenografía nunca es un mero decorado. Y en este caso se trata del estudio de un pintor, que el escenógrafo Jorge Ferrari armó con gran realismo, aunque también con los tonos que recuerdan la pintura de Rothko. La música, realmente sutil, aporta subrayados fundamentales, mientras las luces ponderan aspectos del decorado, permitiendo al espectador visualizar justamente un tema que está presente en el texto: la relación entre el color, la luz, la pintura y el ojo del que mira.

En ese marco el texto aporta temas atractivos y variados, que tanto describen a los personajes como abren reflexiones sobre la pintura, el trabajo, el dinero, los afectos, la disciplina, las responsabilidades. El argumento, sencillo en su anécdota, que se resuelve con una llamada telefónica, sirve de soporte, tanto a los muchos temas que contiene como a la gran actuación de Chávez.

Texto: John Logan. Dirección: Daniel Barone. Diseño de escenografía: Jorge Ferrari. Diseño de iluminación: Eli Sirlin. Diseño de vestuario: Mini Zuccheri. Elenco: Julio Chávez, Gerardo Otero. Lugar: Teatro Solís. Fecha: Dio tres funciones, del viernes 15 al domingo 17: se reseña la primera de ellas.

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Julio Chávez en red.

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