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La canción como soporte de la poesía

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Bob Dylan. Foto: Difusión

El músico estadounidense fue distinguido con el máximo galardón literario en el mundo por la Academia Sueca.

Apenas se conoció la noticia empezaron las discusiones. ¿Es correcto premiar a un músico con un galardón literario? Espinosa cuestión a dilucidar en el caso de Dylan. Unos y otros se alinearon en torno a la elección de Dylan como Nobel de Literatura. El inglés Salman Rushdie celebró la elección: "Dylan es el brillante heredero de la tradición de los bardos". El escocés Irvine Welsh, que hace poco anduvo por Uruguay, en cambio, expresó su contrariedad brutalmente: "Desacertada elección nostálgica, arrancada a la fuerza de las rancias próstatas de unos hippies seniles".

El presidente de Estados Unidos, en tanto, no dudó en tuitear desde la cuenta institucional: "Felicitaciones a uno de mis poetas favoritos por un merecido Premio Nobel".

El Nobel en Literatura es el premio más importante de la disciplina, y también el más polémico. Es más difícil argumentar contra un Nobel en Física o Química, disciplinas científicas que se han tornado tan complejas que ya parecen formar parte de lo esotérico.

Pero en literatura son muchos más los que se sienten con propiedad para disentir o coincidir con el fallo de la Academia Sueca, que explicó la decisión con una breve frase que llama la atención por su insipidez: "Por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense".

Para un cuerpo integrado por gente que lee mucho y escribe otro tanto, la frase suena deliberadamente vaga. Y lo mismo que la Academia Nobel se dice sobre Dylan se podría decir sobre Bruce Springsteen, o Paul Simon, o Neil Young. Dentro de unos años (unos cuantos), probablemente se pueda decir lo mismo sobre Eminem.

Lo cierto es que el nombre del músico venía sonando desde hace años para un Nobel en literatura, aunque siempre parecía que la idea era más de unos sobreexcitados fanáticos que el resultado de una serena y rigurosa meditación crítica.

Ahora que lo recibió, algunos se congratulan a sí mismos por haberlo mencionado como un Nobel, mientras otros despotrican contra lo que entienden como la intromisión del rock en la alta literatura. Puede que estos últimos tengan razón. Al menos en parte.

Más allá de sus notables letras —algo que solo algunos obtusos pondrían en entredicho— Dylan no deja de ser un músico, un cantante y compositor que tiene una larga trayectoria como artista discográfico y en vivo.

Ese es su ámbito natural, su hábitat digamos. Cualquiera que considere al rock como expresión artística válida, podría sentir cierta irritación ante este Nobel, que puede ser interpretado como la legitimación definitiva y condescendiente de algo que es, artísticamente, inferior. Como si la literatura le hubiese dicho al rock: "Bienvenido. Ahora podés sentarte en la mesa".

Porque además, más allá de sus cualidades poéticas, Dylan es un tipo que prácticamente inventó una manera de cantar, y otra de tocar la armónica. "Nadie canta Dylan como Dylan" es una tautología que se viene repitiendo entre seguidores del trovador (hay incluso un sitio web llamado así) que, más allá de su redundancia, consigue expresar esa sensación epifánica que se produce cuando esa voz —que ha mutado múltiples veces a lo largo de los años— de repente deja de sonar "rara" o disonante para escucharse como una de las más personales, arriesgadas y conmovedoras del rock. Por Internet circula un meme con la cara de John Lennon, en el cual se le atribuye la frase (probablemente apócrifa), que sintetiza esa noción: "No importa tanto lo que dice Bob Dylan. Importa cómo lo dice".

Lo cierto es que si alguien iba a lograr irrumpir en el terreno de la alta literatura desde el rock, ese género musical que hoy parece un comercializado eco del carácter contracultural que alguna vez tuvo, pocos más aptos para eso que Dylan. Aunque hay frases de Chuck Berry y Little Richard que logran representar al rock en sus primeras y esplendorosas convulsiones, Dylan consiguió unir la inmediatez y urgencia juvenil de esa música, con la reflexividad y la introspección literaria para cantar (y narrar al mismo tiempo) todo tipo de historias, tanto antiguas como modernas, tanto banales como trascendentes. Y ese logro estuvo ahí desde el principio.

En Crónicas, Vol. 1, una autobiografía de lo más particular, Dylan relata cómo, recién llegado a Nueva York desde la blancura interminable del invierno de Minnesota, tiene que atravesar más de un lugar para llegar al mundo de las letras: "Apagué la radio, atravesé la sala, vacilé por un instante y puse el televisor en blanco y negro (…) Las imágenes parecían centellear desde un país lejano. También lo apagué y me fui a otra habitación, una sin ventanas con la puerta pintada; una caverna oscura con una biblioteca hasta el techo. Encendí la luz. La presencia abrumadora de la literatura que se respiraba en ese cuarto te empujaba de forma implacable a abandonar tu pasión por la idiotez. Las referencias culturales con las que había crecido me habían dejado el cerebro tiznado de hollín (…) En aquel cuarto todo eso quedaba reducido a una broma".

Para él, que venía de sentir pasión por el rock más sencillo y vital, ya no era suficiente el "be-bop-a-lula". Había que dar un paso más allá y plasmar en las canciones letras que llevaran a la canción y a la imaginación a lugares nuevos.

Y lo hizo desde el principio. "Blowing In The Wind", canción que dejó con la boca abierta a casi todos con su profunda sencillez, abre ya el segundo disco de Dylan, editado en 1963, que también tenía notables panfletos como "Masters Of War" o "A Hards Rains A-Gonna Fall".

Inquieto ("mercurial", dirían algunos de sus seguidores), Dylan siguió explorando el formato canción, al que muchas veces puso al servicio de la letra. La canción "Like A Rolling Stone" vale tanto por su órgano Hammond desfasado y la nasal e intensa voz de Dylan, como por sus estrofas, que conjuran una multitud de imágenes que —como relámpagos— despejan con su brillo la incertidumbre de la oscuridad.

En una entrevista que Dylan concedió en 1965, le preguntaron si se consideraba, ante todo, poeta. Aunque respondió que no, también dijo: "No tienes necesariamente que escribir para ser un poeta". Medio siglo después, la Academia Sueca le dio la razón.

TRES OPINIONES URUGUAYAS SOBRE EL NUEVO NOBEL.

Jorge Arbeleche - Poeta, miembro de la academia de letras.

Ni Borges ni Antonio Machado obtuvieron este premio. Es un premio discutible y discutido, quizá en exceso. Porque en todo caso no pasa de ser un galardón más y no cambia el valor de la obra del ganador. Esto evidencia que los paradigmas cambian. Yo soy de otra generación, de la del 60 en el Uruguay donde las letras de Dylan son muy poéticas pero no sé si alcanzan la dimensión de otros poetas.

Amir Hamed - Escritor, traductor y músico.

Cuando escribía para Posdata, dije que Dylan es tal vez uno de los artistas más completos que hay. Esto es muy raro entre los líricos que no son de papel, de página escrita. Dylan es un talento lírico extraordinario. Para mí hay pocos talentos que me conmuevan y el de Dylan es uno. Talento contemporáneo no hay ninguno salvo Dylan.

Hugo Achugar - Doctor en literatura.

Me parece excelente. Porque la poesía no es solo lo que se publica en libro y papel. Desde tiempos inmemoriales los poetas cantaban. Zitarrosa es un gran poeta y los mejores poetas de la historia eran trovadores y se estudian en la literatura. Y Bob Dylan es uno de los grandes a nivel mundial, marcó generaciones y su poesía es cantada. Que el soporte sea cantado me parece irrelevante frente al poder y la importancia de Dylan.

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Bob Dylan. Foto: Difusión

NOBEL DE LITERATURA

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