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Calle 13 y Rubén Blades recordaron a Eduardo Galeano

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El encuentro entre el escritor y el rapero

René Pérez Joglar, de Calle 13 y Rubén Blades redactaron cartas de despedidas al escritor uruguayo.

Los músicos escribieron en sus páginas de Facebook una carta abierta a la memoria y la literatura del escritor uruguayo que falleció anteayer.

El panameño nunca se encontró con Galeano, algo que señala en su carta

Le conocí a través de la lectura de sus obras. Me pareció un escritor sólido, con una nueva perspectiva de la historia, un romántico en una era en la que el cinismo crece cuando vemos que la gente parece no estar dispuesta a cambiar, con hechos, lo que critica con palabras. Honesto en su posición como intelectual y valiente en su auto-crítica. Sus análisis y artículos de opinión lograron ilustrar -y también molestar- a corrientes de derechas e izquierdas, y eso de alguna manera resulta una prueba de su objetividad, una cualidad sorprendente en un medio tan intrínsecamente subjetivo como lo es el periodismo, no importa cuanto se discuta lo contrario.

Galeano fue un cronista de América, y más que político, su argumento siempre me pareció sustentado en una identificación con el ser humano y no con doctrinas ideológicas. "Memorias de Fuego" enaltece nuestro presente, recordando un pasado lleno de imágenes e historias que aunque parezcan cuentos, fueron reales. La ternura de muchas escenas, la terrible realidad que a veces es descrita, el orgullo que inspiran hechos de heroísmo y de ingenio, la cruda descripción de injusticias y de corrupciones, la ausencia de juicios viciados por el panfleto, todo contribuye a crear una visión de la vida americana que no se fundamenta en posturas políticas, ni en nacionalismos mal entendidos y peor aplicados. Galeano escribió acerca de UNA América, de la gente que ha vivido, vive y que continuara viviendo su búsqueda constante, envueltos, iluminados y enredados, tratando de hallarle sentido a una existencia cuya explicación al final posiblemente solo dependerá de nuestros actos y sus resultados. Cada libro rebosa anécdotas describiendo la magia del entorno contradictorio que en nuestras tierras define la posibilidad de nuestras vidas. Me sorprendía constantemente, aún después de que la edad me hiciera difícil las sorpresas y esa es una de las cosas por las que le estaré siempre infinitamente agradecido.

Lamento no haber podido conversar con él alguna vez, y lamento que no tengamos la posibilidad de leer nuevas obras de su autoría. Independientemente de banderías políticas, Eduardo Galeano fue un escritor que provocaba leerlo, perspicaz, lapidario, erudito. Otro más de los indispensables que se nos muda al "otro barrio", un lugar que cada vez se va nutriendo mas de la clase de gente que aun necesitamos por acá, en este "Sub-D" de abuelas y dictadores, de santos y pecadores, alucinado y glorioso.

Rubén Blades
13 de Abril, 2015

El puertorriqueño, en tanto, rememoró el único encuentro que tuvo con el escritor, y el nerviosismo que sentía ante la reunión.

"Eran como las dos de la tarde. Luego de intercambiar varios correos electrónicos el encuentro se hacía real. Estaba por conocer, no solo a uno de los escritores más grandes de Latinoamérica, sino que también al único escritor que fue capaz de capturar la atención de un niño índigo, que ahora de adulto carga con un déficit de atención y que vive en una nube de un país que no existe.

Después de 3 cuadras doblando hacia la derecha, nos refugiamos en un pequeño restaurante italiano. En la mesa había pastas al dente, pan, aceite, un poco de pimienta y vino. Al principio me sentía nervioso, no sabía cómo empezar, sobre qué temas hablarle. Tenía frente a mí un libro abierto mientras tomaba vino y me iba sintiendo como un libro sin letras. Como si fuera poco, en mi cabeza se hacía cada vez más recurrente el aviso de que soy un tipo que patinó por 5 escuelas en Puerto Rico antes de graduarse, sin ningún credencial intelectual, con muy pocas lecturas en la cabeza y con una facilidad increíble para perderse en cualquier conversación. Sabía que al final sería delatado por mis ojos espaciados que miran sin mirar y atienden sin atender.

Solo tenía una forma de sobrevivir a este encuentro, así que decidí confesarle mi 'padecimiento'. Por alguna extraña razón, en ese momento todos los platos, vasos y cubiertos dejaron de hablar para escucharme decir: 'Eduardo, tengo un problema, soy muy despistado y a veces se me hace muy difícil seguir una conversación'. A lo que él me contesto, 'yo también soy despistado y de los peores'. Desde ese momento en adelante todo fluyó de forma natural, como si fuésemos amigos de antaño. Eduardo empezó a hablar mientras mi esposa y yo escuchábamos. Fue como escuchar al tiempo narrando historias.

Compartió los escritos que tenía en una de sus libretas miniatura, donde escribía una idea por página. En ese momento andábamos por la ciudad de Nueva York. 'Las ciudades resuelven el 90% de los problemas que ocasionan', leía uno de los escritos en aquella pequeña libreta.

Nos contó sobre todos sus viajes por Latinoamérica, el tiempo cuando acampó con mineros en Chile, las historias de sus amigos arrojados desde un avión con las tripas al aire durante la dictadura en Argentina, sus años en la revista, su tiempo en España. Nos habló sobre su familia, su compañera, sus hijos, su sobrina, sus amigos escritores, sus no tan amigos escritores, sus encuentros, sus despedidas; toda una vida contada frente a una mesa a la que le salieron raíces y ramas que rompieron las ventanas de aquella tarde que ya era noche.

El vino no se acababa y nunca se acabó, porque siguió merodeando por nuestras cabezas hasta nuestra salida de aquel pequeño restaurante. Y así, amarrados hombro con hombro, como si fuéramos compañeros de toda una vida, nos acompañamos hasta llegar a su hotel.

Le pregunté si necesitaba ayuda para llegar a su habitación y me miró con la cara de alguien que sobrevivió momentos mucho peores que una subida de elevador con tres botellas de vino en la sangre. Lo entendí totalmente, así que decidí darle un abrazo. Luego del abrazo, apretándome con fuerza la mano con la que escribo y casi hablándome con los ojos me dijo, nos volveremos a ver. Así me despedí de una de las mejores historias que viví, el mejor de los cuentos.

Gracias por ese día Eduardo. Te queremos mucho, René, Sol y Milo"

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