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Balada triste para cincuentones

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Yo, Daniel Blake. Foto: Joss Barrat
Joss Barratt

Se estrena la nueva de Ken Loach, Yo, Daniel Blake, Palma de Oro del último festival de Cannes.

Un puñado de grandes directores vistosos y un tanto apátridas lo han hecho olvidar pero Gran Bretaña tiene una larga tradición de un cine social y político que empezó a desarrollarse en la década de 1950 y que le ha dado grandes momentos al cine británico.

Quizás sea que ese cine de compromiso social mutó hacia la más rentable amabilidad de la comedia costumbrista.

Así como la comedia italiana de la década de 1950 (la de Dino Risi, Vittorio Gassman, Los Monstruos y Los desconocidos de siempre) fue una versión populista del neorrealismo, The Full Monty o Billy Elliott trasladaron la crítica social del cine británico del drama a la comedia. Del llamado realismo de fregadero (aquel de Todo comienza en sábado y Billy Liar) de la década de 1960 se pasó a la simpatía cómica por el obrero en problemas pero al que siempre salva la dignidad (bueno, más o menos) y el optimismo en, digamos The Full Monty.

Otro factor que apuró la caída de aquellas inquietudes pueden haber sido encares como Trainspotting de Danny Boyle y Snatch: cerdos y diamantes de Guy Ritchie glamorizando una pobreza y una sordidez que antes hubieran sido mostradas con indignación. El realismo británico se volvió divertido y estilizado, una contradicción en sí mismo.

A Ken Loach, quien tiene 81 años, la coyuntura del mercado cinematográfico lo ha tenido sin cuidado y aunque sus películas tienen una confección que lo ponen, a veces, en la misma categoría, su mundo es la contracara de los desempleados simpáticos de aquellas comedias. Loach ha pasado los últimos años contando la coyuntura social, económica y política británica y con eso ya ha tenido bastante.

Eso no ha impedido su reconocimiento internacional. Loach ganó dos veces la Palma de Oro (por esta I, Daniel Blake y en 2006 por El viento que acaricia el prado) y un Premio del Jurado (en 2012, La parte de los ángeles). También se hizo de la mejor película en los últimos premios Bafta y su carrera ha sido reconocida con galardones honoríficos en los principales festivales internacionales.

Ahora con Yo, Daniel Blake confirma que su cine sigue siendo criticón, disconforme, crónicamente opositor del orden político y económico y de vocación social. Su acercamiento es similar al de Mike Leigh, pero Loach es más claro en su toma de partido.

Lo personal y lo social.

Yo, Daniel Blake —el estreno más importante de este fin de semana, lo que no le fue nada difícil pero probablemente también del año— es la crónica de dos crisis.

Por un lado la de su protagonista, un hombre de 59 años en pleno uso de sus capacidades intelectuales y sociales al que un infarto deja por fuera del mercado de trabajo . Dos lacrimógenos discursos cerca del final, ubican perfectamente al personaje dentro del ecosistema actual: un daño colateral.

Por otro lado, Yo, Daniel Blake exhibe evidencia sobre la crisis de la sociedad de bienestar, el modelo más amable del capitalismo que por lo visto daba remedio momentáneo y complicaciones a futuro. Loach venía avisando de su efecto placebo desde antes que el modelo mostrara sus primeros síntomas.

Daniel Blake (Dave Jones) no está solo. Prisionero de una estructura burocrática que tiene tanto de Kafka como de Orwell, en su deambular por monocromáticas oficinas públicas se cruza con un montón de extras que, como él, son presentados como víctimas del desdén de un funcionariado público precisamente funcional a las crueles indicaciones del sistema. Loach deja claro eso en la constante preocupación por el entorno en toda la película y un par de escenas bien claritas. Por ejemplo, cuando el lugar en una sala de espera es rápidamente ocupado por otra historia personal, otro drama, otra película en potencia.

De todas esas historias anónimas que rondan la trama central, Loach elige a Katie (Hayley Squires), una madre sola que lidia con el letal cóctel de dos hijos, un nuevo barrio y la falta de oportunidades. La amistad que nace en ellos representa de alguna manera la unión de los desclasados: el cincuentón analfabeto digital y enfermo y la mujer sin preparación y demasiadas responsabilidades.

Para acentuar su realismo, la película transcurre en una Newcastle de callejones de ladrillos, de luz plombiza que siempre amenaza lluvia y de interiores humildes. Es un mundo austero presentado con un preciso y precioso diseño de producción. En ese sentido, Yo, Daniel Blake es más comercial de lo que su tema sugiere. Sacado de su contexto político, es un drama bien tradicional y de detalles cuidados.

Como siempre sucede con las declaraciones políticas (y el cine de Loach lo es) acá hay conclusiones debatibles y polémicas: ser parcial tiene esos riesgos. Su estreno en Gran Bretaña obligó a un escrutinio que fue más allá de lo cinematográfico.

La falta de imparcialidad, en todo caso, se avisa en el título: Yo, Daniel Blake es el comienzo de una declaración y como tal está llena de subjetividad. Loach no traiciona ese compromiso y su protagonista es retratado como la víctima, el dueño de sus pequeñas alegrías, sofocado por un nuevo entramado burocrático y social al que no parece molestarle dejarlo a la intemperie. Sin embargo, dice en un tono esperanzador siempre se puede recibir generosidad de los extraños.

Hay varias bibliotecas sobre el tema pero está claro que a Loach eso lo tiene también, sin cuidado. Lo inapelable, en este caso, es su capacidad narrativa que genera momentos de gran drama aunque en momentos con tendencia al golpe bajo o el facilismo que alivia un poco la carga social en el último tercio, mientras va rumbo a su conclusión inapelable.

El lado sentimental de Charles Chaplin fue una influencia del neorrealismo y por transitiva de Loach. Así, Yo, Daniel Blake dialoga con otro personaje en debacle que dio nombre a una película, Umberto D, de Vittorio De Sica. Esas citas quizás le den un tono tirando a anticuado pero lo que dice refiere a un ahora tan urgente que Loach no teme conducirlo hacia el maniqueísmo de una arenga. Disculpado eso, consigue un drama bien británico pero tan universal.

Carrera conocida.

Pobre vaca (1967), la primera película importante de Ken Loach (foto) cuenta la historia de una muchacha con un hijo enamorada de un ladrón; era como la otra cara del Swinging London del relato oficial. La misma vocación social estaba presente en Kes otra de sus tempranas grandes obras. Desde Agenda secreta (1990), su filmografía suele estrenarse en Uruguay. Así se vieron Riff Raff, Tierra y Libertad, La canción de Carla, Mi nombre es Joe y El viento que acaricia el prado.

YO, DANIEL BLAKE [****]

Reino Unido/Francia/Bélgica, 2016. Titulo original: I, Daniel Blake.
Dirección: Ken Loach. Guión: Paul Laverty. Fotografía: Robbie Ryan. Música: George Fenton. Diseño de producción: Fergus Clegg y Linda Wilson. Con: Dave Johns, Hayley Squires, Sharon Percy. Duración: 100 minutos. Estreno: 13 de julio.

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