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Binge watching, un viaje de ida frente al televisor

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Sons of Anarchy abarca 92 capítulos a lo largo de siete temporadas.
Andrew Cox

Es un largo, complicado y solitario viaje el que uno emprende cuando tiene por delante más de 70 horas de televisión. Claro, nadie se lo plantea así de entrada. Siete temporadas de una serie que terminó el año pasado, y que en Uruguay no generó ningún interés comparable al de Los Soprano, House of Cards parecería un esfuerzo vano.

Pero cuando uno da con la serie indicada y entra en el mundo del "binge watching" (o sea cuando una serie se vuelve una compulsión) las recompensas se asemejan a las que se obtienen de una extensa y bien narrada novela, ese libro que nos atrapa tanto que lo sacamos de la mochila aunque sea para unas pocas páginas antes de que llegue el ómnibus.

Antes de Netlfix, nadie hablaba de "binge watching", ese concepto de laboriosa pronunciación para nuestras lenguas. Era posible hacerlo recurriendo a sitios web piratas, pero al no haber sido bautizado, no parecía existir. Fue a partir de House of Cards (2013), cuando una temporada entera estuvo a disposición, que esa manera compulsiva de mirar empezó a ser habitual. En enero, un jerarca de Netflix le dijo al portal Digitaltveurope que más allá de los cinco millones de suscriptores que ya hay en América Latina, "seguimos creciendo y estamos muy contentos con los resultados". El "binge watching" llegó para quedarse.

Binge significa "borrachera" (o "atracón"), y la unión con el verbo mirar (watch) da una idea de la intoxicación que genera tener todos los capítulos de una serie en las manos.

Como niños con juguete nuevo apretamos "play" una vez tras otra. Cada vez que está por terminar un episodio, ya estamos pensando en el que viene. En el mundo del "binge watching", no hay freno para la obsesión. Por eso el término "borrachera", con su directa relación al alcohol, tal vez no sea el más apropiado. La cocaína y sus efectos parecen mejores para describir esa compulsión a seguir mirando, de no parar aunque sean las dos de la mañana y en algunas horas haya que emprender el camino hacia la jornada laboral.

Con tantas horas frente a una pantalla, la compañía tiene que hacer que el viaje valga la pena. Y vaya si valió la pena seguir los derroteros de la pandilla de motoqueros Sons of Anarchy (Hijos de la Anarquía). Nucleados en torno a un taller mecánico que oficia de fachada para ocultar la verdadera actividad —el tráfico de armas— los personajes surcan las carreteras del sur de California en busca de todo lo que haya a disposición. Son herederos directos y deformados de Peter Fonda y Dennis Hopper, aquellos libertarios que buscaban su destino en Easy Rider (1969) arriba de una Harley-Davidson.

Si aquellos perseguían una utopía hippie de libertad y empatía, estos —ya tan curtidos como el cuero que cubre sus cuerpos— abandonaron toda pretensión de "Paz y amor" y se entregaron al cinismo más descarnado. Como serpientes en el paraíso de la pequeña ciudad de Charming ("Encantadora"), los pandilleros trafican armas, que ya sabemos quién las carga. Y aunque todas las transacciones sean en el verde de los dólares, en este mundo las deudas se saldan con el rojo de la sangre.

La serie es una creación de Kurt Sutter, quien también tiene un papel secundario. Estructurada de manera clásica con un "cliff hanger" al final de cada capítulo, la serie arranca con capítulos de aproximadamente 40 minutos. Pero a medida que las historias ganan en complejidad y profundidad, los episodios también ganan en duración, como pasa acá.

Eso ocurre más o menos a partir de la tercera temporada. "Más o menos" porque uno de los efectos del "binge watching" es que los límites entre los hitos de la historia empiezan a difuminarse. Como en una resaca (ahora sí de alcohol), cuando no recordamos con exactitud todo lo que pasó en la fiesta de anoche, los hechos decisivos de la historia se comienzan a mezclar en un magma algo amorfo de anécdotas y canciones (estas tienen un papel muy importante en la serie).

Episodios cada vez más largos plantean otros desafíos, que repercuten directamente sobre el día a día. El "binge watching" me llevó a una mayor planificación: arrancar más temprano, organizar mejor las actividades del día y cumplir con todas las responsabilidades para así tener más tiempo, a la noche, de ponerse a disposición de ese mundo de ficción.

Esa inmersión tiene otras consecuencias: uno empieza a entender la perspectiva de los personajes, a ver el mundo desde su lugar. De pronto, un chaleco de cuero con emblemas de calaveras bordados se torna algo natural (a veces, hasta deseable) y uno empieza a soñar con horizontes lejanos y carreteras desiertas.

Esa empatía empieza a asomar respecto a estos violentos delincuentes, y aquello de que hay que ser honesto para vivir fuera de la ley, como cantaba Bob Dylan en "Absolutely Sweet Marie", empieza a demostrar su sentido.

Cuando el final es inminente, cada episodio viene con la tristeza que carga toda despedida. Uno se debate entre las ganas de saber cómo termina y la renuencia a que termine.

Y es una despedida que no se comparte: el "binge watching" no es social. Seguir semana a semana una serie, como se solía hacer, da pie para charlas al otro día. Encontrar a alguien que mire al mismo tiempo una serie que hace mucho está almacenada en Internet es imposible. Solos venimos y solos nos vamos, dicen. También solos miraremos las series de televisión.

Consejos para llegar al final sin "spoilers".

Un tuit o una frase en Facebook puede arruinar un momento clave. Pero hay otras trampas. Un desafortunado correo electrónico de un amigo me privó de uno de los giros más impactantes de Sons of Anarchy, tal vez el más importante de todo el relato. Con experiencia en esto, acá van algunas recomendaciones para que las vueltas de tuerca surtan su pretendido efecto: a) elegir una serie sin tantos millones de fanáticos como Juego de tronos; b) considerar cuántos años pasaron desde que empezó. Cuanto más atrás en el tiempo, mejor. Internet vive de las novedades, no de la reflexión; c) evitar la tentación de poner el nombre de algún personaje en Google, porque en las sugerencias que vienen automáticamente habrá "spoilers"; d) jamás de los jamases buscar algo relacionado a la serie en Twitter, donde moran todos los que te arruinan las sorpresas.

SABER MÁS

TRES SERIES PARA MIRAR COMPULSIVAMENTE.

The Wire - 2002-2008.

Con más de una década transcurrida desde su comienzo, los riesgos de que te la arruinen con comentarios es menor. Pandillas de narcos en Baltimore, y los policías que los persiguen. Cruda y realista.

Mad Men - 2007-2015.

Un preciosista y extenso relato de algunos cambios en la sociedad estadounidense, a través de la mirada y las acciones de Don Draper, un personaje polifacético, un maestro de la seducción y la manipulación.

Breaking Bad - 2008-2013.

Aunque aún está fresca en la memoria colectiva, el trayecto que llevó a Walter White de profesor de química a convertirse en Heisenberg, el primer narco estadounidense a la altura del Chapo, es apasionante.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
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Cómo mirar 70 horas de una serie y sobrevivir para contarloFABIÁN MURO

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