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Autorretrato de la diva

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Sophia Loren. Foto: Archivo El País

Biografías sobre Sophia Loren hay muchas, y algunas, según ella misma, llenas de datos incorrectos.

Para salir al encuentro de esas ediciones, y también por el placer de escribir, y de hablar de sí misma, la célebre actriz italiana lanzó Ayer, hoy y mañana, un exquisito libro de memorias que editado por Lumen recientemente, se puede encontrar en las librerías locales.

La traducción de Ana Ciurans Ferrándiz logra conservar la frescura de una prosa suelta, rápida, ordenada, que habla de una mujer inteligente y sensible, que se abrió camino y conquistó la fama a través de una historia que podría ser el mismísimo guión de una película, o más aún, el argumento de una novela.

Tiene todo para ser ficción el libro, y el encanto suplementario de no ser ficcional. La historia de la niña pobre que con belleza, audacia y sentido común, escala posiciones hasta convertirse en estrella. Pero más allá de esa carrera ascendente, y del glamour que la acompaña una vez conquistada, tempranamente, la fama, el libro tiene muchos otros atractivos, que tienen que ver con la aproximación a un ser humano de excepción, y del modo en que ella mira el mundo.

Toda autobiografía tiene algo de psicoanálisis, y esta por suerte no es la excepción. Una de sus zonas más jugosas es la infancia. En el caso de Loren, su niñez fue dura, minada tanto por los problemas económicos como afectivos, que surgían por la misma causa. Hija de la maestra de piano Romilda Villani y el ingeniero Riccardo Scicolone, nació en Roma pero creció en Pozzuoli, cerca de Nápoles: sin contar con su padre, el resto de la familia tuvo que subsistir a fuerza de privaciones e ingenio, en relatos que la actriz aviva desde el recuerdo, no sin un dejo de humor.

Verdadera pobreza y hambre marcaron su niñez, con su madre tocando piano en cafés. Su sentimiento de desprotección se afirmó en el colegio, aunque en todo el relato, desde la memoria, siempre conserva un aire muy fuerte de seguridad en sí misma.

La Segunda Guerra Mundialsumó desgracias a la desgracia, y anécdotas a las anécdotas. Su madre, por ejemplo, abrió en la pequeña sala de su casa una especie de café concert doméstico, que funcionaba los domingos por la tarde para amenizar a los soldados norteamericanos. "Mamá les ofrecía un licor artesanal que ella misma elaboraba añadiendo licor Strega de cereza al alcohol, comprado en el mercado negro. Los soldados entonaban canciones de Frank Sinatra o Ella Fitzgerald, y la futura actriz iba y venía con las botellas. "Mi infancia estuvo marcada por el hambre", escribe, en párrafo aparte.

En la posguerra no sólo se abrió camino Loren. Toda una generación y un país buscaba abrirse paso, y la industria cinematográfica jugó un rol fundamental en esa nueva imagen de Italia, con sus grandes directores y sus agitados estudios cinematográficos. Y la actriz da sus primeros pasos en el camino del arte, primero en el mundo de la fotonovela, arte que ella revalora desde la memoria, más allá de su condición de divertimento popular. Y llegan sus trabajos como modelo, y sus primeros castings para cine, donde asoma la astucia que la artista seguramente desarrolló desde esa infancia signada por las limitaciones.

Allí surgen algunos de los tramos más jugosos de las memorias, como cuando se presenta como postulante para el rodaje de Quo Vadis, por donde también andaba Carl Pedersoli, el futuro Bud Spencer. Mintió que sabía hablar inglés (cosa que quedó en evidencia al instante), pero su presencia y encanto le valieron sus primeros roles como extra. Hay otra anécdota muy graciosa, cuando mintió que sabía nadar, para rodar una película cuyo argumento obligaba a muchas tomas submarinas. Y de esa pequeña mentira salió victoriosa, con el papel obtenido, y nadando como un pez.

Luego siguen, lógicamente, sus primeros éxitos, sus grandes papeles, y los reconocimientos, unos 50 premios internacionales, hasta un Oscar honorífico. Obviamente que muchas páginas están dedicadas a su familia y a su relación con Carlo Ponti, a quien llama lisa y llanamente "El hombre ideal". De la relación entre ellos hay en la autobiografía mucha historia divertida, especialmente en lo que tiene que ver con ese manejarse en sociedad que él le enseña a ella. Pero también están las reflexiones de la diva, y sus meditaciones sobre la belleza, que fue especialmente generosa con ella.

Cuatro títulos icónicos

El oro de Nápoles (italia 1954)

Ya había hecho cosas menores, pero fue en esta comedia coral de Vittorio de Sica que Sophia dio el salto. Su arrollador personaje taconeando por las calles de Nápoles la lanzó al estrellato.

El Cid (Estados Unidos 1961)

Sophia en el cine internacional y hablando en inglés siempre fue más glamorosa y un poco menos convincente. Su Doña Jimena para esta epopeya de Anthony Mann es más hollywoodense que española.

Un día muy especial (Italia 1977)

Sophia en batón, en italiano y sin maquillaje, mejor que nunca: una heredera de la Magnani, más versátil que la Magnani. Este drama de Ettore Scola junto a un inmenso Marcello lo prueba una vez más.

Dos mujeres (Italia 1960)

De Sica quería a Sophia para el papel de la hija (y Magnani como su madre) en este drama bélico basado en Moravia. Anna no quiso, el director se arriesgó y la actriz de 26 años llegó al Oscar.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Sophia Loren. Foto: Archivo El País

sophia lorenCARLOS REYES

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