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Arotxa: "Siempre navegué la soledad"

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Rodolfo Arotxarena, "Arotxa". Foto: Mario Marotta

El 24 de mayo de 1975 apareció el primer dibujo de Rodolfo Arotxarena en El País. Hoy, 40 años después, peregrino, sigue contando sus amores.

Arotxa anda y dice que la honestidad es lo único que no se puede dibujar. Se puede dibujar la paz, la guerra, el amor, pero la honestidad, no. Y es paradójico en un periodista gráfico que conocimos hace casi 30 años, andando y hablando, que no pueda dibujar la honestidad, que ha sido la razón de su vida. Pero así son las cosas en el periodismo. La objetividad es una meta deseable, pero absolutamente imposible de alcanzar. El que piensa, habla, escribe, está siempre inmerso, al mismo tiempo, en un mundo colectivo y personal, que le marca opciones y define mensajes. Más aun, la supuesta objetividad, tan proclamada por los anglosajones, surgió durante el auge de la expansión mercantil sobre la totalidad de los continentes, asumiendo la premisa elemental de los tenderos, de que todo se mide con la misma vara. Por supuesto, el mundo entero sabe, que la vara con que ellos miden se alarga para comprar y se acorta para vender. Entonces, sin la simulación de objetividad y desde la honestidad como puente de abordaje del oficio periodístico, y que el trazo, según él, no puede sintetizar, Arotxa ha tejido su itinerario vital con los hilos de la libertad y la paciencia. Un andar lleno de sentido y significado, al que le ha inventado un guion: dibujar siempre con el humor como último reducto de la libertad. "Soy un sufriente, y porque sufro, dibujo. Si me cortan las manos, dibujo con la cabeza".

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"¿Mis vidas en El País? Calculá, en 40 años y tengo 56. Es mi segunda casa. Y como toda gran empresa, conocí de todo y vi de todo".

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Rodolfo Arotxarena (7 de setiembre de 1958) está casado hace 28 años con Magdalena y tiene dos hijos, Andrés y Juan Martín. En su casa, la tradición está de fiesta y llena de pequeñas hazañas. Como un ariete. Tango, milonga, candombe, coleccionismo, pintura, escultura, caudillos, aires de campo. Y dibujos, miles de dibujos que desde niño asomaron mirando trabajar a su padre y a su madre en el negocio familiar de la camisería de medida, donde aprendió a observar a la gente, a conversar y a escuchar radio Clarín. "Allí vi a la gente más rara que me tocó ver en mi vida. Porque el que iba a hacerse una camisa de medida corría con dos posibilidades: era un elegante, o era una persona con problemas".

Eran tiempos de la escuela República Argentina, a tres cuadras de la casa del Centro en que nació, en Yaguarón entre Mercedes y Uruguay. Dice que allí reforzó los códigos que venían de su familia. El primer Arotxarena llegó a Paso de los Toros, su padre es de Durazno y su madre de Melo. "Aprendí sobre el espíritu republicano de gente que era de una extracción social más baja, más alta, que a la hora de pasar la tabla, ahí cuando se jugaba el recreo, no importaba si eras chino, negro o blanco". Dice además que aprendió a cantar el himno argentino antes que el uruguayo. "Y te voy a decir una cosa: me he sentido toda mi vida mucho más argentino-oriental que lo que después devino en uruguayo. Yo era un entrerriano parado de este lado.

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"Troilo está en el comienzo de mi trayectoria en El País, pero fortuitamente, porque era una carpeta que armé y dejé en todos lados".

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Arotxa dice que ya de niño era "insoportablemente curioso". Y que la política le entraba por ojos y oídos: al lado tenía un club de Gestido del Partido Colorado, la Casa de los Lamas del Partido Nacional a 50 metros, en el comercio conoció a la esposa de Luis Batlle, iba Pacheco Areco y también Juan Pablo Terra. "Y me voy haciendo un curioso y un chusma ¿qué quiere decir esto en buen romance?

Que era un tipo con inquietudes, que quería saber el porqué de las cosas. Por qué suena un patrullero, por qué viene la Policía, por qué hay movilizaciones sindicales, o militares a caballo. En esos años, uno paraba la oreja y ya se perfilaban figuras de un arrastre popular enorme: empieza Wilson Ferreira a templar y calentar los motores; el Frente Amplio agarra vuelo. Los entierros al Cementerio Central pasaban todos por calle Yaguarón, y como era callejero —no me crié en la calle, pero andaba en la calle, como hoy— veía en el bar Outes a Zitarrosa, al padre de Barret y Bécquer Puig tomándose su cortadito, a Lamarque Pons que lo veía sentado y hablaba con él, a Marosa di Giorgio que la veía venir caminando y era espectacular, con una cintura de avispa que parecía un mascarón de proa del erotismo. Y Carlitos Maggi, que vivía muy cerca. Yo jugaba en todo ese mundo. En la vereda de enfrente tomaba el 522 Pintín Castellanos". Y el tango, Arotxa ama el tango. Primero Gardel y después se lanza a nombrar: Biagi, Troilo, Canaro, DArienzo, Di Sarli, Fresedo, Raúl Berón, Alberto Marino. Y Alberto Castillo. "Era fabuloso cuando entraba en El baile de los bailes del Palacio Peñarol".

De niño, y para mantener su cabeza ocupada, su padre dejaba que se dedicara a hacer trampas para ratones, los resortes de las trampas, en una ferretería. O mandadero de la farmacia Garate.

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"Al primer diario que fui a dejar la carpeta fue El Día por una razón de vecindad. Yo tenía todo cerca. El mundo estaba todo cerca".

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Al terminar la escuela, el padre lo mandó al colegio Elbio Fernández. Fue una medida tomada por la crisis política y los tiempos revueltos. "El Elbio Fernández, si bien era un colegio apoyado por la masonería, sería absolutamente irrespetuoso si te dijese que nos metieron códigos masones o algo por el estilo. Había un portero, que se llamaba Julio Soto, y por quien tengo un enorme recuerdo, al que volví loco con la carpeta".

Arotxa dice que en El País conoció "a personajes divinos". Y la memoria lo asalta: Arnaldo "Naldo" Salustio Armand Ugón, que era "un crítico de jazz infernal, compañero de la camada de Rodríguez Monegal y Homero Alsina, Gogo Mérica, el Negro Bonilla del taller, el Torta Aguirre", que le gustaba el tango y la cargada, el Negro Beltrán, siempre con un humor bestial. Y ahí conocí a mi hermano del alma, Chocho Traibel, que era 10 años mayor que yo y que me acompañó siempre. En el año 1979 mi padre muere en un accidente de tránsito. Yo tenía 21 años. A los 21 ya sos un hombre, pero solo para algunas cosas. Entonces, la redacción me apañó y tuve compañeros extraordinarios".

"Yo dibujaba en la redacción en el ruido de las cosas y había algo que me excitaba: la presión de las máquinas de escribir a las 8 de la noche, el cigarrillo, y estar allí con el rugir de las Remington y las Underwood. El archivo estaba en manos de personajes increíbles como Nereida Cosmides, estaban los hermanos Matteo en Deportes, Alberto Silvio Montaño. Y ahí conozco al que me inicia en la fotografía, que fue Mario Marotta, y que me explica que más que el arco lo que importa es la flecha. Tuve grandes momentos de felicidad y apoyo, pero hay dos personas que para mí fueron claves: en primer lugar Lalo Scheck, que le dice a mi padre que no pierda el tiempo en otras cosas y que me iba a encauzar en el diario porque tenía condiciones notables. Y el otro personaje, con un humor descomunal, que pertenece a mi familia de humoristas, que es Daniel Scheck. Todo lo tímido que era Lalo, no lo tiene Daniel. Una conversación con Daniel iba a terminar con una salida que te llegaba al alma. Entonces, había una preparación, un contenido intelectual, y un manejo del fenómeno relacionado con el quehacer artístico, muy familiar. Cochile Scheck era el administrador del diario, el más grande de los hermanos, y era una persona acostumbrada a estar con primeras figuras. El diario tenía un gran empuje, estaba bien escrito, y no tenía solemnidad. Cuando la academia entra en el yeso, todo es peor".

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"No me atraía El Día, no podía más con el suplemento sepia. Y tampoco BP Color. Yo veía que el diario más moderno era El País. Y me llegó a través de las publicaciones que tenía de humor, como la revista Lunes". -----------------------------------

Arotxa se jacta de repetir que el ego no le gana porque hay una cosa que tiene clara: él es dibujante de prensa. "No soy Leonardo Da Vinci. Yo veo periodistas que escriben y están convencidos que son Hemingway ¿me explico? A (Jorge) Abbondanza nunca lo vi en esa boludez. Y a Homero Alsina, tampoco. Eso lo tengo claro porque tengo algo de mostrador. Lalo Scheck siempre me confió que El País tenía una tradición enorme de dibujantes. Pasó LAN, Lanfranco, que después terminó en Brasil; dibujó el Mono Suárez, que había trabajado en El Plata también. Después vino Menchi (Sabat), lo más grande que se vio. Y después vengo yo. Como verás, la línea va declinando cada vez...".

— ¿Y qué es mirar para un dibujante?

—Es algo que viene con uno. El caricaturista, como el poeta, nace. Yo dibujo lo que veo. Y hay veces que me gustaría no ver lo que me toca.

—¿La realidad nacional es cada vez menos dibujable?

—Al contrario, la realidad se parece cada vez más a una caricatura.

—¿Y qué te impulsa y qué te deprime del Uruguay?

—No sé. Yo necesito dibujar. No podría estar sin mover los lápices o los pinceles. Por eso le agradezco infinitamente a la sociedad que me ha permitido ganarme la vida durante todos estos años. Yo dibujé a todas las administraciones. Desde la peor de todas, que fue trabajar en dictadura. Lo he dicho hasta el hartazgo: no publicaba lo que quería, publicaba lo que podía. Y están todos vivos. El Goyo, Sanguinetti, Lacalle, Jorge, Tabaré, Mujica. Dibujé a mucha gente. A personajes memorables y a otros olvidables. Y acá quiero ser claro: los políticos son inquilinos de los cargos y a veces malos pagadores. Y dentro de ese grupo hay gente que tiene cinco minutos de fama y otros que quedan perpetrados en la memoria colectiva y popular. Entonces, ¿qué pasa? Se conjuga que hay veces que existen personajes olvidables, donde el caricaturista repara, y con un arte que también es olvidable; porque lo que yo hago es como el vuelo de la mariposa: tiene el esplendor de un momento. El dibujo que yo hago siempre es el mismo. Lo que varía es la temperatura política. Yo nunca imaginé dibujar la crisis del 2002, la crisis de la aftosa, o la interna encarnizada dentro del Partido Colorado entre Batlle y Sanguinetti. O la indecisión de Batalla, o el escándalo de los blancos. Hay figuras que aparecen y otras que desaparecen. Todo es como una olla, adonde se va revolviendo el guiso.

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"En esa carpeta había dibujos de mucha gente. El 18 de mayo muere Troilo y El País publica el dibujo el 24, sin que yo supiese, porque era una carpeta que había dejado en marzo".

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En el año 2010, Arotxa estuvo 20 días en un CTI. Tuvo una peritonitis y casi muere por una septicemia. Lo operaron seis veces en 10 días. Dice que después de eso, salió peor. "Era insoportable, y ahora soy más. No tengo tiempo para perder. Cuando tengo un problema y no lo puedo resolver, me acuesto y al otro día sale el sol. Después de ese trance terrible, viví otra experiencia: de tanto cambio de camilla, me lesionaron el deltoides, y quedé con el brazo inutilizado. Eso me produjo una gran depresión. Cuando salí de todo, sentí, en la soledad que siempre navegué, en lo mío, más allá de los apoyos permanentes, que ya no espero. Hace años que dejé el balcón. Ando. Dame un amigo, un mate, un buen dibujo. Y una sonrisa".

Un dibujo, lo que ve y lo que quiere ver la gente.

"La gente ve lo que quiere ver. Y es formidable. Un día estoy atracando el auto y hay un veterano que me está esperando y me dice, muy respetuosamente: Perdoneme, ¿usted es Arotxa? Mucho gusto, lo quiero saludar y le quiero decir algo: lo que usted está haciendo con (Jorge) Larrañaga es espectacular. Y yo lo miré y le pregunté: ¿Pero qué estoy haciendo con Larrañaga? Y me mira con ojos de picardía y replica: Vamos Arotxa, usted no le pone cara. Ah, le digo, usted se refiere a que hago una síntesis y que no es necesario porque la gente se da cuenta quién es.... Y me dice: Lo felicito, usted es un descarado. Se dio vuelta y se fue".

"En política, los uruguayos son muy mezquinos".

—¿Hay una crisis cultural en Uruguay?

—Los países en general, y asumo la responsabilidad de lo que digo, pueden desmonetizarse, pueden entrar en crisis de depresiones, pueden entrar en situaciones bélicas, pero lo que no pueden hacer es desculturizarse. La Argentina tiene una enorme corrupción. Como la tiene Brasil. O Chile. Y otros países, latente. Yo me pregunto si realmente Uruguay es impoluto como la Madre Teresa.

—¿Y dónde considerás que aprieta la mediocridad?

—En primer lugar, hay gente que está en los lugares donde tiene responsabilidad, por militancia, y no por idoneidad. El uruguayo, en general, en lo que tiene que ver con el ámbito político, es muy mezquino. Es decir, cada uno que llega se cree un iluminado. Y que tiene el derecho de demoler lo que hizo el otro aunque esté bien. A tal grado se ve la mediocridad, que lo que importa es qué dice y no quién lo dice. Si los orientales no entendemos que como pequeño país tenemos que caminar en una dirección y ponernos de acuerdo, esto desaparece. Y cuando digo esto, es porque Uruguay se desculturizó. Argentina tiene una enorme corrupción, pero la raíz que tiene, emerge. Y va a emerger porque es un gran país, del cual formamos parte aunque queramos decir que no. Es parte de la histeria uruguaya hablar en contra de la Argentina permanentemente, por los intereses políticos y por el fútbol. Pero nosotros somos parte de eso. Por más que Brasil sea la continuación de la tierra de lo que es el Uruguay, Uruguay baila el mismo tango, toma el mismo vino y come el mismo asado. Somos pampeanos. Es decir, somos porteños montevideanos y porteños bonaerenses. No es un tema de echarle la culpa a alguien, que es algo característico del uruguayo. Pasaba el otro día delante de la fachada de mi escuela. Está hecha pelota. Las venecianas de las ventanas están destruidas. Se ve que son de antes que yo fuera a estudiar. El tema es no mover la tabla para sustituir eso. Dejar que se pudra. Y cuando se pudra, entrar a ver si se puede hacer algo. Yo no necesito que venga alguien a explicarme lo que es bailar el pericón. No tiene nada que ver. Pero si un uruguayo ve que un argentino canta el himno, le dice que es un facho. Hay una falta total de espíritu de pertenencia. Y eso necesita de una mirada nuestra. Como humorista, soy un sufriente. Y porque sufro, dibujo.

El sentido libertario y la intimidad que cambia.

"Eduardo Galeano decía que en la vida se cambia de todo. Se cambia de mujer y se cambia de casa. Yo también cambié. Cambié por ejemplo de cuadro de fútbol. ¿Por qué no se puede cambiar de cuadro de fútbol si ya no me interesa? Políticamente se cambia también. ¿Cuál es el problema? ¿Quién tiene la soberbia? Hoy se cambia de sexo, de cara, hay padres que se llaman Norma y mujeres que se llaman Pedro. ¿Cuál es el problema? Lo importante es tener el sentido libertario en la cabeza ¿Cuándo dejaría de dibujar? Si me cortan la mano, dibujo con la cabeza". Arotxa es un devoto del candombe. Y todos los febrero de Llamadas, inexorablemente, un dibujo suyo ilustra la nota. Dice que él introdujo el tamboril en el colegio Elbio Fernández. "Me gusta porque soy sapo de este pozo. Tengo un gran amor por esa manifestación. Y que no son afrodescendientes, son negros. Y los quiero". Además, es milonguero por parte de padres. Y grita, también, que cuando conoció a los Lecuona Cuban Boys, se le partió la cabeza.

Personajes: Gardel y Figari, dos amigos que no pudo conocer.

Si le preguntan a Arotxa a qué dos personajes le hubiera gustado conocer y hacer amistad, elige dos: Carlos Gardel y Pedro Figari. "Figari fue abogado y un humorista brutal, que sufrió el fustazo de la marginalidad a que lo condenó el viejo Batlle. Me hubiese encantado conversar y tomar unas copas con Figari. Era un gran caricaturista, enorme. Él pintaba caricatura. Lo que pinta es irreal, con una gran dignidad. Trabajó el humor con mucho respeto, un humor soterrado. Fino".

"Y con Gardel, podría hablar de la sabrosura de la marginalidad. Hablo de la orilla, del submundo, del mundo de donde viene Gardel. Yo admiré toda la vida, que para Gardel hubiese sido más fácil vivir borracho y acomodando autos. Venía de un origen extraordinariamente sumergido. Y desde esas sombras, arroja luz y se proyecta con un talento infernal. Yo no digo que no trajera la tristeza en su interior, pero hablar con él, de esos giros lunfardos y de la picaresca, sería una fiesta. Se nota que era un tipo que nunca lo iban a agarrar de improviso con una fotografía. Siempre estaba acomodado. Sí, tendría cosas para preguntarle a Gardel. Tendría cosas".

El tango, cuenta Arotxa, lo tenía "en la mente y el corazón" y visualmente, lo que hacía de niño, era ver bailar tango. "Tan es así que mi abuelo bailaba canyengue. Bailaba arrollado. Era fantástico. "El tango, no te quepa ninguna duda que me signó, junto con el pasadisco inglés que había comprado mi padre y que tenía una púa de diamante. En mi casa había discos a bocha y no había reunión familiar donde no sonaran. Todo eso fue sedimentando en mí".

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Rodolfo Arotxarena, "Arotxa". Foto: Mario Marotta

40 añosJULIO MARRA

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