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Aquellos vanguardistas tremendos

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Francis Picabia

Bienvenido libro de 1924 que explica en gran medida el por qué de aquellos excesos, y las claves detrás del formidable poder transformador que tuvieron esas vanguardias.

François Marie Martínez-Picabia (1879 – 1953), conocido como Francis Picabia, fue un pintor y poeta vanguardista de principios del siglo XX. Pasó por varias corrientes, entre ellas el Dadaísmo y el Surrealismo, sin perder su lenguaje personal, su egolatría y la acidez de sus burlas hacia los “popes” como Breton o Éluard, referentes del surrealismo. Fue ejemplo de la actitud y la estética vanguardistas, pues siempre trató de que su mejor obra de arte fuese el empleo que hacía de su tiempo, su vida misma. Amó los placeres, incluidos el juego, las drogas y los autos lujosos y veloces.

Caravansérail, su única novela (1924), salió a la luz medio siglo después cuando Luc-Henri Mercié preparaba la edición de sus cartas y halló el original, salvo por cuatro páginas. La palabra designa a las antiguas posadas para caravanas y, en sentido figurado, a cualquier lugar en que sean permanentes el gentío y el bullicio. El equivalente español, “caravasar”, es muy poco usado, por lo que Paula Cifuentes tradujo el título como “Pandemonio”, que refleja mejor el vértigo y la multitud de personajes que aparecen en este libro.

La novela pinta el ambiente artístico de París luego de la Primera Guerra Mundial y antes de la la crisis del ’29, cuando la ciudad era el epicentro de las vanguardias: fue escrita el mismo año en que se publicó el “Primer Manifiesto del Surrealismo”. El protagonista –Picabia mismo– narra en primera persona sus andanzas por clubes nocturnos, fumaderos de opio y sesiones de espiritismo surrealistas, seguido por su amiga y amante Rosine Hauteruche, y por el joven escritor Claude Lereincay, que insiste en leerle la novela que está escribiendo en los lugares menos adecuados. Al final la amante y el novel escritor se casarán, impulsados por el mismo Picabia.

Van saliendo a escena –a veces con nombre ficticio pero reconocible– artistas e intelectuales de los que Picabia, certero e inmisericorde, muestra las facetas más ridículas: el deseo de fama, la vanidad desaforada y la apuesta a la ruptura sólo porque era la nueva moda. Este panorama vivencial puede explicar el fracaso –por lo menos parcial– de ese formidable intento transformador que fueron las vanguardias. Es de lamentar que las notas de Mercié, además de estar al final del volumen, sean a veces demasiado especializadas, tanto que dejan al lector sin entender lo que tratan de explicar. Otras caen en la obviedad.

El argumento abunda en situaciones traídas de los pelos que dan al texto un tono de humor demencial. Puesto en personaje, Picabia construye el sentido del relato a golpes de acidez e ingenio, como ésta que dedica a los críticos: “Los críticos quieren saber por qué hacemos lo que hacemos, y ese espíritu produce sobre el arte el mismo efecto que el mercurio sobre el oro: va penetrando lentamente a través del hermoso metal hasta un punto en que es necesario un nivel muy alto de calor para separar los dos elementos. Sería mejor quemar a todos los críticos.”

El final de la novela, cuando tras un viaje de dos años Picabia reencuentra al matrimonio Lereincay–Hauteruche, con Claude convertido en un autor de fama que ya no escribe tanto y es perseguido por un joven escritor que le quiere leer su nueva novela, señala con acertada melancolía la tendencia humana a caer, más temprano que tarde, en las mismas rutinas de siempre.

PANDEMONIO, de Francis Picabia. Malpaso, 2015. Barcelona, 144 págs. Distribuye Océano.

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