Publicidad

Últimos días en La Habana

Compartir esta noticia
Foto Carlos A. Schwartz

La revolución le bajó el pulgar, y le complicó la vida. Crónica de un distanciamiento.

Mapa dibujado por un espía es la crónica del desencuentro de Guillermo Cabrera Infante con la revolución cubana en junio de 1965, cuando regresó a la isla desde su puesto como agregado cultural en la embajada de Bélgica para asistir al entierro de su madre y el viaje, supuestamente de una semana, lo dejó cautivo de los caprichos oficiales por cuatro meses. No es una novela, aunque pudo serlo, y hay controversias sobre el momento en que la escribió. Su biógrafo, Raimond L. Souza, afirma que según le dijo el propio escritor, el proyecto lo ayudó a recuperarse de una depresión en 1973, pero por el trato dado a unos amigos que a esa fecha ya se habían convertido en enemigos, el editor y su viuda, Miriam Gómez, presumen que la escritura es anterior a 1968. Desde entonces trabajó en el texto a lo largo de muchos años, pero finalmente lo guardó en un sobre y se lo entregó a su mujer con el pedido de que no lo leyera hasta que él hubiese muerto. Lo exhumaron entre los textos póstumos —esta edición llega a Montevideo con un retraso de cuatro años—, y si no añade méritos a la obra literaria ni críticas a su disidencia pública con el régimen de Castro, permite comprender el camino que lo llevó a exiliarse en Europa. "No quería que se le olvidaran las cosas que le habían pasado —dijo Miriam Gómez a la agencia EFE— y lo anotaba todo. Es un libro que no tiene literatura, un libro desnudo, una memoria total."

VERSALLES EN LA ISLA.

Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) fue hijo de dos fundadores del primer partido comunista de la isla, los acompañó a la cárcel cuando tenía siete años, y después del triunfo de Fidel Castro dirigió el suplemento cultural del diario Revolución. Pero en 1961 el suplemento entró en conflicto con el régimen, cerraron sus páginas y enviaron a Cabrera Infante como agregado cultural a la embajada de Bélgica, donde permaneció hasta junio de 1965, cuando debió regresar de urgencia en las circunstancias que narra esta crónica de tintes kafkianos, porque después de una semana de duelo, cuando se disponía a volver a la embajada con las dos hijas de su primer matrimonio, una llamada al aeropuerto le ordenó que no viajara. El Ministro de Relaciones Exteriores, Raúl Roa, quería hablar con él en la mañana siguiente. Pero al otro día el ministro estaba demasiado ocupado y no lo recibió, ni al otro día, ni al otro, y lo que transmite el recuerdo de esos días es que la joven burocracia revolucionaria tenía suficientes intrigas como para calificar de versallesca, y un sistema de palabras a medias que podían suspender a un funcionario de gobierno en la incertidumbre durante meses, como fue el caso. Entonces Cabrera Infante vivía en la embajada de Bruselas con su segunda esposa, Miriam Gómez, y acababa de ganar el premio Seix Barral con la novela Tres tristes tigres, que lo sumaría al boom de la literatura latinoamericana. Su padre era Presidente de manzana de la Revolución y su hermano Alberto (Sabá), encargado de negocios en Madrid, pero también quedó retenido en la isla después del velatorio, sin explicaciones ni cargos en su contra, y a poco de conseguir retornar a Europa pidió asilo político, como por entonces lo hicieron varios funcionarios que trabajaban en el exterior. Siguiendo los pasos de su hermano, con el pretexto de la edición de su novela en España y la ayuda de varios amigos en el gobierno, finalmente Cabrera Infante logró salir, como si escapara de una pesadilla.

Durante ese tiempo, sus asombros se concentraron en el deterioro de La Habana, de los hábitos de alimentación y de los centros de vida nocturna; la persecución a los homosexuales, a la cultura pop, a los excéntricos; las tensiones entre los ortodoxos y los funcionarios que acompañaron al Che Guevara durante su paso por el gobierno; los absurdos de la burocracia, los temores de varios de sus amigos intelectuales y las arbitrariedades del poder. No hay diatribas, sin embargo, solo la crónica de su vida familiar y social durante esos días en los que se fue quedando sin dinero hasta el grado de verse obligado a vivir de prestado y vender sus discos de jazz. El detalle es tan minucioso que las páginas de estas crónicas alternan episodios sugerentes y anécdotas muy triviales, junto al registro de sus conquistas sexuales y de su enamoramiento de una muchacha de 21 años, expuesto en toda su intimidad. Es posible que esa situación justificara el pedido a su mujer de que no lo leyera, y también que decidiera no publicar un manuscrito que dejaba expuestos a varios de sus amigos. Pero todo indica que nunca logró quedar satisfecho con su escritura, lo retomó y abandonó muchas veces, y la condición de work in progress solo interrumpida por la muerte, es responsable del tedio que gana la lectura de no pocas páginas.

EL MIEDO Y LA REVOLUCIÓN.

De las secuencias de mayor interés, se desprende que los disensos afloraban en 1965 como expresiones de audacia frente al consenso popular, con riesgo de quedar bajo el foco de encubiertas operaciones de inteligencia, a merced de delaciones y castigos de muy variado tenor: expulsiones laborales, condenas de la moral, congelamientos burocráticos. Comparece un temeroso Nicolás Guillén, entonces presidente de la Unión Nacional del Escritores, luego de que Fidel Castro lo tildara de haragán en un elogio público a Alejo Carpentier, que entonces dirigía la Imprenta Nacional. En esos días los visitó a ambos, y si el trato con Carpentier fue enteramente cordial, no dejó de anotar las limitaciones de censura que enfrentaba el autor de El siglo de las luces. Son las cuentas y los énfasis de un funcionario que todavía no rompe con la Revolución, pero confirma día a día que no tendrá cabida en ella y su destino es huir, como pueda, a Europa, donde deberá sobrevivir por sus propios medios.

Cabrera Infante se instaló por un tiempo en Madrid, pero el franquismo le negó la residencia, y finalmente se radicó en Londres con su mujer. Rompió públicamente con el régimen de Fidel Castro en 1968 a través de una entrevista con Tomás Eloy Martínez para la revista argentina Primera Plana. A partir de entonces varios de los viejos amigos que lo acompañan en estas páginas pasaron a ser sus detractores. La historia es cubana y quienes han estado cerca del gobierno castrista encontrarán muchos detalles interesantes para completar, confirmar o desmentir la información sobre la política interna de aquellos años. El resto de los lectores, a través de la crónica de los orgullos y flaquezas del escritor, entenderá mejor su destino.

MAPA DIBUJADO POR UN ESPIA, de Guillermo Cabrera Infante. Galaxia Gutenberg, 2013 (recién distribuido en Uruguay). Barcelona, 396 págs. Distribuye Océano.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Foto Carlos A. Schwartz

Confesiones de Guillermo Cabrera InfanteCarlos María Domínguez

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad