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Tristeza en Treinta y Tres

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Dibujo de Ombú

El Uruguay profundo transita por estas páginas, una novela narrada de forma breve e intensa que no renuncia a los recursos de la poesía.

PARA USAR sus propias palabras, la narrativa y la poesía del Gustavo Espinosa (1961), podrían definirse como "…una cepa inaudita de melancolía venida de Treinta y Tres". Es allí donde este autor ubica su "territorio mágico", también pago de origen, de infancia y adolescencia. Pero a diferencia de la Santa María de Onetti o el Condado de Yoknapatawpha de Faulkner, el paisaje en que transcurren estas ficciones y varios de sus personajes aludidos son reales, lo que no deja de ser inquietante en un país tan pequeño como Uruguay. Pequeñez que se vuelve casi microscópica en cada pago chico, lo que le da a la obra de este escritor y docente olimareño, que en este trabajo se incluye como narrador y personaje, los valores agregados del riesgo y la provocación.

Sin embargo, mirada con lentes menos pueblerinos, la literatura de Espinosa refleja la nostalgia —ácida, lúcida, visceral— que muchos uruguayos cincuentones sienten no sólo de su infancia, sino también de un futuro que soñaron y luego faltó a la cita.

CERCANÍA ENTRE DIFERENTES.

La Treinta y Tres de Espinosa tiene sus gentes decentes —a las que el escritor sabe mostrar por su lado ridículo, egoísta o despreciable— y su fauna de marginales y derrotados, en los que rescata destellos de humanidad, sin escamotear nada de la sordidez de sus vidas y entorno. Es un territorio de distancias sociales infranqueables —la gente "bien" hace sus fiestas en el Club Progreso, los más plebeyos en el Democrático— pero conviven en un espacio pequeñísimo, sin poder ignorarse. Tal vez por eso el personaje femenino central del relato, Ana Cecilia Armendáriz, tan alta como hermosísima, Miss Treinta y Tres en su momento, es apodada, acaso por envidia de su prestancia, "Ana Culo de Buje" —luego simplificado en "Anita Culo"— pero asume el apodo con gusto, al menos entre los íntimos.

También puede rastrearse esta cercanía entre diferentes, incluso entre opuestos, en el plano musical (podría decirse que las novelas de Espinosa tienen banda sonora, pues buena parte de su desarrollo temático se construye mediante alusiones musicales del narrador o los personajes). Así, por ejemplo, el anti héroe coprotagonista, Héber "Mondongo" Espel, puede estar metido con cierta caricatura de éxito a guitarrista de blues —desliza el narrador que tal vez por no tener la técnica para tocar otra cosa— pero tararea como mantras temas de Los iracundos, que marcaron su infancia.

En esta novela lo del "fin del mundo" tiene varios significados, todos vinculados con el título de la novela, tomado de "Puerto Montt", canción de Los iracundos. Fin del mundo, en un sentido geográfico, es el sur de Chile, entre Puerto Montt y Punta Arenas, donde va a terminar sus días de blusero viudo, alcohólico, gordo y mugriento "Electrón Rosa", que es lo que resta del Profesor Fernando Larrosa, docente de Física y amigo íntimo de Espinosa en la novela. Fin del mundo es, para Larrosa, el haber enviudado de Anita Culo, bella incluso en su agonía cancerosa. Le quedará llorarla acompañado en guitarra por "Mondongo", en una seguidilla de blues elegíacos —"Tus orgasmos perdidos", por ejemplo—, degradarse junto a otros parias y tratar de recuperar en la memoria de su boca el sabor del "Cunnilingus Más Largo de Todos los Tiempos".

Testimonio del fin del mundo, o por lo menos del mundo de la infancia, son las ruinas mugrientas del "Club Democrático". Esta es una de las "marcas" de estilo de este autor: combinar, con el tono elegíaco, la lucidez más demoledora para mostrar la destrucción que en todo causa el tiempo. Como le hacía decir a Enrique Segovia, narrador de Las arañas de Marte: "la vida es espantosa".

LA DECADENCIA Y LA PIEDAD.

El único triunfador de la novela es Mario "el Tarado" Arbelo, estrella local de la "música beat" de los 60 que regresó al pago hace unos años ostentando su victoria: formar parte de Los iracundos, es decir, de uno de los varios conjuntos que se reivindican herederos del original tras la muerte del fundador, Eduardo Franco.

Todos los demás ("Electrón", "Mondongo", la propia Ana Culo) son de un modo u otro derrotados. Espinosa retrata esas decadencias con lúcida ternura. Es interesantísimo el trabajo sobre el amor platónico de "Mondongo" hacia Ana, a la que intentará salvar y hasta resucitar mediante ingenuos rituales mágicos.

Esa fe crédula e ingenua no cuenta con la simpatía intelectual del narrador. Sin embargo, Espinosa conmueve al lector, pues si bien subraya lo ridículo de estos intentos de aferrarse al ser amado, no deja de mostrar su patetismo. En el fondo, aunque Larrosa —marido y luego viudo— tenga formación científica, cuando lleve a su esposa a la consulta de un iridiólogo en el lado brasileño de la frontera del Aceguá, y luego se dedique a evocarla en sus canciones, no intentará sino lo mismo: vencer a la muerte.

Espinosa, el personaje, es un observador compasivo y lúcido. Impotente en la práctica para salvar a nadie, rescata la experiencia del único modo que puede: convirtiéndola en lenguaje.

DOMINIO DE RECURSOS.

Las novelas de Espinosa son breves e intensas. Logra, además, dar a sus textos un tono reflexivo y por momentos lírico, sin atentar contra la agilidad del relato y la credibilidad de los personajes. Domina los recursos del novelista pero también del poeta. Véase, por ejemplo, cómo describe el impacto del viento frío de Punta Arenas sobre alguien mal abrigado: "Cuando abro la puerta de calle para salir hacia allá me zamarrea una cosa maciza y glacial como el orgasmo de un elefante de vidrio…".

La estructura elegida ayuda mucho al despliegue lingüístico. La novela adopta la forma de una serie de artículos para un periódico treintaytresino, en los que el tema elegido por el escritor y docente es la reciente desaparición en el sur de Chile del blusero "Electrón Rosa". El autor se desdobla e intercala páginas en las que supone cómo habría narrado el propio Larrosa sus andanzas y desandanzas, lo que hace que el texto avance en dos registros idiomáticos. Junto a estas dos líneas principales del relato aparece la parodia de otras hablas, como por ejemplo la jerga engolada de buena parte del periodismo del interior uruguayo, el argot español del que vienen atiborradas las traducciones peninsulares de Bukowski o la carta de la prima de Ana Culo, sin una sola coma, como asfixiada de furor por la falta de respeto para con la memoria de la difunta. Ya en su cuarta novela, el autor despliega un estilo reconocible y personal, que no parece todavía estar cerca del autoplagio o el agotamiento.

En próxima edición deberá corregirse un puñado de erratas menores —"sección" por sesión, "boñato" por boniato, y otras de ese estilo— que afean un texto de calidad superior.

TODO TERMINA AQUÍ, de Gustavo Espinosa. HUM, 2016. Montevideo, 180 págs.

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