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Retorno intimista

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Ian McEwan
Thesupermat

Texto más espeso, en la línea de sus anteriores Sábado o Chesil Beach

UN McEwan discretamente actual es el de su última novela, La ley del menor (2014), historia de juzgados y emociones que pega de lleno en uno de los asuntos cruciales del siglo XXI: el tema de la fe. La jueza Fiona Maye ha vivido para su trabajo y al borde de los sesenta años, largamente casada y sin hijos, se encuentra con dos problemas que le reclaman decisiones. El primero, manejable, tiene que ver con su trabajo y es decidir si ordena la transfusión sanguínea al menor de edad Adam Henry, un Testigo de Jehová enfermo de leucemia, que prefiere morir antes que desacatar la interpretación bíblica de su religión. El segundo se relaciona con su vida íntima: aceptar o no la insólita solicitud de su esposo, que quiere abrir por un momento el matrimonio para disfrutar una aventura sexual con otra mujer más joven. Esa línea sentimental mantiene en vilo al lector y sin embargo la que se va imponiendo es la otra, donde la ley religiosa y la secular se enfrentan, y donde el "estado" de Inglaterra (citando a su contemporáneo Martin Amis) muestra otra hebra de su vulnerabilidad.

La novela singulariza en el caso de Adam Henry, pero coloca otros ejemplos secundarios como para que no perdamos de vista el mapa actual. Hay un litigio entre padres judíos divorciados a propósito de cómo educar a sus hijas, un marroquí islamista que secuestra a su hija, y un caso de siameses que requieren cirugía para salvar al menos a uno de los bebés, pero los padres, católicos, lo quieren dejar en manos de Dios. McEwan no juzga, Fiona Maye sí, y siempre decide para salvaguardar al "menor", como establece la ley. Lo que hace McEwan es rizar el rizo, lento y con calidad, con un poquito de ironía y un gramo de cinismo, para mostrar que los veredictos suelen ser provisorios y que tratar de ajustar la condición humana a derecho es bastante utópico. El destino de Adam, por ejemplo, toma caminos que la resolución judicial ya no puede proteger, así como la razón no protegerá a la jueza de sus debilidades y dudas.

A diferencia de sus últimas novelas (Solar, Operación Dulce) donde el ingenio de la voz narrativa se sobraba, aquí Ian McEwan (n. 1948) vuelve a una narrativa más intimista y espesa, en la línea que exploró en Sábado o en la magistral Chesil Beach. También en La ley del menor los personajes principales están presos de su formación emocional e intelectual, apenas liberados ilusoriamente en contados instantes de epifanía, musicales y poéticos. No son suficientes para borrarle a la novela su aspecto gris y monolítico, pero tampoco es la idea.

LA LEY DEL MENOR, de Ian McEwan. Anagrama, 2015. Barcelona, 212 págs. Traducción de Jaime Zulaika. Distribuye Gussi.

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