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Del puerto al lienzo

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Joaquín Torres-García, Constructivo (boceto para el mural de Saint Bois), 1944. óleo sobre cartón, 55 x 84 cm

Carlos Maggi, en un texto de 1964, relata su propio viaje hacia la pintura del maestro.

A TODOS NOS ha pasado que, después de despegar de las manos, agitando el pañuelo, la emoción de una despedida, al quedarnos solos, nos hemos visto rodeados, sorpresivamente, por un espectáculo tan hermoso que, sin querer, pensamos: "debería venir al puerto más seguido. Es un paseo que nunca se me ocurre". Y en ese momento no nos damos cuenta de que sucede esto, justamente, porque el puerto no es un paseo.

El puerto es nuestra única exposición permanente de artes plásticas. Y no lo digo, metafóricamente, por el paisaje —el Cerro, celeste, celeste, el espejo del mar y otras convenciones— no, lo digo en sentido estricto, por las obras de arte, por las formas y colores con que están hechos los objetos que hay en el puerto. ¿Qué daría un escultor moderno por inventar una forma abstracta tan alegre y maternal como un bote? ¿Cuánto Picasso habría que ser para conseguir esa fuerza mansa y desnuda? ¿Qué artista es capaz de conseguir una tan fina estructura donde se abra un claustro tierno tan revestido de optimismo?

Un bote puede ser —entre otras cosas— una madre joven capaz de acompañar una audacia y puede ser también una cóncava mano amiga llena de ternura y un golpe de entusiasmo y la coraza leve de un pájaro rápido apenas visto. El bote es una de las formas más bellas que ha creado el hombre. Aunque no hubiera agua, el bote sería una obra maestra. El bote es hombre y mujer al mismo tiempo.

El puerto está lleno de objetos igualmente admirables: un salvavidas blanco; aquella vela; los remos siempre lustrosos, chorreando; y el patacho taciturno como un borracho; y mástil empavesado como una flauta; también una gaviota o el humo en movimiento y hasta la proa altísima de un buque de ultramar.

¿Por qué el puerto reúne tantos objetos que han encontrado su propia forma?

Interpongo mi mano entre ellos y mis ojos y veo que tienen mucho en común. Los remos, el mástil con banderines, el humo que se deshace, los huesos de mi mano, todos repiten un ritmo que siguen igualmente, el viento y el mar. Aquel pez que ahora brilla muerto sobre la piedra también amoldó su cuerpo al seno tierno que le brindó el agua; y la gaviota perfecta fue estirando las alas y puliendo su cuello hasta caber exactamente en el aire. Las líneas casi imperceptibles que se dibujan en este mejillón se separan atendiéndose las unas a las otras como las olas al llegar a la costa.

Desde lo más pequeño hasta el arco espectacular del horizonte, todo se rige en el puerto por una ley de armonía. La naturaleza la cumple, porque sabe todo sin proponérselo; y nuestras cosas, los útiles del mar, porque están tan cerca de ella, porque frotan tan continuamente con el agua y el aire que han ido gastándose según su enseñanza.

Los objetos del mar deben ser fieles a los elementos en cuerpo y alma o el mar los hace desaparecer. Por eso el hombre cuando intenta navegar, trabaja con tal humildad y tal sencillez que llega a alcanzar el estado de gracia, es decir: casi puede seguir el trazo de la naturaleza; y sin embargo, está creando formas nuevas.

Los objetos del puerto nacen del mundo mismo y poseen por tanto las mismas proporciones que el hombre; el órgano que los ve, nuestro ojo, está hecho con esas leyes y al recogerlos descansa y goza, experimenta el mismo placer que al contemplar el fuego o el follaje o un cielo con estrellas. Eso buscó y encontró tantas veces el maestro Torres. Algunos cuadros suyos hacen sentir que nadie los hizo; son, simplemente; se parecen a la realidad visible en lo que no se ve; agregan al mundo una invención fiel a la estructura secreta del universo.

El autor.

CARLOS MAGGI (1922- 2015) fue abogado, periodista, hombre de radio, escribió teatro, ópera, cuentos, novelas, humor, sátira, dirigió cine y también escribió ensayo histórico, económico, y sobre temas de actualidad. Fue uno de los integrantes más prolíficos de la Generación del 45 cuya labor crítica y creativa vio la luz a lo largo de 72 años, desde que publicó su primer libro en 1942, con 20 años, hasta el último en 2014. Fue un columnista del diario El País. El texto adjunto, escrito en una prosa de fuerte carga poética, pertenece al libro Gardel, Onetti y algo más (Editorial Alfa, Montevideo, 1964).

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Joaquín Torres-García, Constructivo (boceto para el mural de Saint Bois), 1944. óleo sobre cartón, 55 x 84 cm

cómo ver un torres-garcíaCarlos Maggi

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