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Puente entre culturas

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Pablo Rocca

LA FALTA de contacto entre Brasil e Hispanoamérica, que empieza a diluirse en estos años, fue un argumento recurrente durante décadas. Mirado el problema desde la difusión amplia o desde la recepción masiva, habrá que convenir que esa incomunicación fue un hecho y que, hoy mismo, los conductos por los que pasa la producción cultural siguen un poco obturados o cerrados a un escueto repertorio.

Castro Alves, Olavo Bilac, Coelho Netto y Erico Verissimo, en distintas épocas, resultaron familiares para amplios públicos letrados de la América española, sobre todo rioplatenses, puesto que sus textos fueron traducidos y publicados en libro y, aun más, en periódicos y en antologías didácticas. Estos escritores —y algún que otro pintor, como Cándido Portinari— tuvieron mayor circulación que sus colegas hispanoamericanos en Brasil, quienes sólo alcanzarían renombre cuando el boom entronizara a García Márquez o a Vargas Llosa.

El proyecto latinoamericano de los años sesenta abrió un margen propicio para la difusión del Cinema novo, de algunas corrientes musicales —de la bossa nova al tropicalismo— y de ciertos escritores que se engancharon con la literatura que entonces atraía a las clases medias urbanas, y por eso empezaron a ser traducidos en España y en Hispanoamérica, con diversa eficacia (Guimares Rosa, Carlos Drummond de Andrade, Manuel Bandeira, Clarice Lispector).

REDESCUBRIR BRASIL. Por diferentes caminos las minorías se las ingeniaron para hacer sus contactos y construir vehículos de promoción. Un libro de Gustavo Sorá, Traducir el Brasil (Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2003) muestra las alzas y las bajas de estos vínculos observando la industria editorial argentina. Por esta minuciosa investigación podemos saber, por ejemplo, que ya las obras fundamentales de Machado de Assis habían sido editadas en Buenos Aires en el filo de los dos siglos últimos, antes de la muerte del gran escritor (1908). Entonces, y después, las alianzas fueron de diferente tono: desde la comunidad estética a la ambición política global, no siempre lejos de las solidaridad partidaria, desde el cortés amicalismo al canje de particulares conveniencias, como el plan editorial que hacia 1920 tramaron Monteiro Lobato y Manuel Gálvez.

CONTACTOS. Las instituciones de carácter binacional, que fueron emergiendo de a poco, sirvieron como espacio de encuentro, ámbito de conferencias, financiación o respaldo para viajes. Mucho más fuerza tuvieron los "contrabandistas", los indiferentes a las querellas nacionalistas que se propusieron conocer al otro latinoamericano, separado por la lengua y la cultura desde la matriz colonizadora y por imperio de las políticas estatales. En épocas en que el correo funcionaba sin tartamudear, los escritores buscaron a sus prójimos, a veces los invitaron a colaborar en sus revistas, casi siempre les enviaron sus libros por su cuenta y riesgo.

En un libro ya clásico, Raúl Antelo aprovechó la seriedad ejemplar con que se conserva el archivo de Mário de Andrade (So Paulo, 1893-1945) en el Instituto de Estudos Brasileiros de la Universidade de So Paulo (USP), y en apéndice enumeró todos los impresos hispanoamericanos acumulados por el escritor modernista, transcribiendo dedicatorias y comentarios del lector-propietario (Na ilha de Marapatá. Mário de Andrade lê os hispano-americanos, 1986). Este registro prueba que la mayor parte de las piezas las recibió del Río de la Plata, donde nunca estuvo. El trabajo de Antelo avanzó sobre la cuestión vanguardista más que Emir Rodríguez Monegal en Borges/Mário de Andrade, um diálogo dos anos vinte (1978), un ensayo de todas formas pionero. Por su lado, y casi al mismo tiempo, Jorge Schwartz exploró el sendero del encuentro moderno a través del contraste entre Oliverio Girondo y Oswald de Andrade, ampliando los horizontes de lectura hacia otros contemporáneos (Vanguarda e cosmopolitismo na década de 20, 1983; Rosario, Beatriz Viterbo, 1993). A Schwartz también se le debe el colectivo Borges no Brasil (2001), reseñado en estas páginas (ver Cultural No. 695).

NUEVA EXPLORACIÓN. Sin estos antecedentes no hubiera sido posible el estudio de Patricia Artundo, especialista argentina en crítica literaria y artes plásticas. Se trata de la primera parte de una tesis de doctorado, cumplida en la USP, que encierra toda la zona analítica y un breve apéndice con artículos publicados en Argentina entre 1924 y 1942. La segunda parte, que se anuncia de próxima aparición, incluirá la correspondencia de los argentinos a Mário de Andrade. Por ahora se cuenta con la fluida versión en portugués a cargo de Gênese Andrade, capaz de recrear un texto que seduce y atrapa. A pesar del abrumador aparato crítico y de las permanentes ramificaciones que vinculan el tema con la cultura de su época, el texto de Artundo dosifica erudición con claridad expositiva, consistencia teórica con lenguaje claro.

A través de una compulsa del archivo del escritor modernista y de otros acervos, detalla los antecedentes por los cuales pudo conocer esa Argentina que siempre admiró como faro latinoamericano de la cultura, a un tiempo universal y nacional, y donde vio una literatura de vanguardia de la que mucho tenían que aprender los nuevos de Brasil, como de Güiraldes y de Borges. Esto, en rigor, era conocido por medio de los estudios referidos. Patricia Artundo profundizó en la excavación, siguiendo, paso a paso, las alternativas más invisibles de las relaciones con los argentinos en distintas etapas: primero con los escritores Luis A. Soto y Pedro J. Vignale (hasta 1930), luego con el pintor Emilio Pettoruti, por último, en especial con el crítico de arte Jorge Romero Brest, entre una red que se hace cada vez más vasta y más atenta a la obra del brasileño.

Pero el estudio no se queda en la crónica menuda ni en el trazado historiográfico puro ni se concentra en lo argentino. Una y otra vez, Artundo devuelve la mirada de Mário de Andrade hacia el campo cultural brasileño en procura de un proyecto nacional y moderno, primero, nacional y social después. En otro giro, al amparo de distintos interlocutores, como el diálogo con Newton Freitas, Artundo documenta cómo la polémica brasileña se traslada al escenario porteño, donde a comienzos de la década del cuarenta los otrora modernistas son duramente atacados por Jorge Amado.

Cartas y lecturas trazan la parábola de los intereses sucesivos, no necesariamente excluyentes, de Mário de Andrade: la literatura, la antropología, la música culta y popular, las artes plásticas. Con todo, y hasta donde eso sea posible, a este libro notable y generoso le faltó mirar con mayor desconfianza las categorías estatales. Puntos no resueltos, como la aproximación a los argentinos del etnólogo Luís da Câmara Cascudo o de Rosário Fusco, quizá se hubieran esclarecido acercándose hacia este lado del Plata. En efecto, el uruguayo Ildefonso Pereda Valdés (1899-1994), a quien Artundo considera al pasar (págs. 71 y 83), vivió o recorrió muchas veces Buenos Aires y distintas ciudades de Brasil durante los años veinte y treinta, colaborando en un alto número de revistas de uno y otro país, por lo que importa como nexo, divulgador a varias bandas, otro eslabón de un diálogo triangular (So Paulo-Buenos Aires-Montevideo) o, si se quiere incluir a Rio, cuadrangular. Sea la figura que se quiera, libros como este abren imprescindibles posibilidades de encuentro y de debate. Por eso urge su divulgación en el mundo de lengua española.

MÁRIO DE ANDRADE E A ARGENTINA. UM PAÍS E SUA PRODUÇÃO CULTURAL COMO ESPAÇO DE REFLEXÃO, de Patricia Artundo, Edusp/ Fapesp, So Paulo, 2004, (Traducción de Gênese Andrade), 232 págs.

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