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Pinturas en familia

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Claude Monet

Novela sobre la intimidad del gran impresionista.

LA LUZ Y MONET EN GIVERNY, de Eva Figes. A. Machado Libros, 2014. Madrid, 107 págs. Distribuye Océano.

NUNCA he leído un texto que fuese ni la mitad de sugerente que este al expresar la angustia que reside en el corazón del movimiento impresionista" dijo John Berger de este libro que narra un día en la vida de la familia Monet, cuando el gran pintor ya estaba instalado en Giverny, en Alta Normandía, y gozaba de un amplio reconocimiento.

Eva Figes nació en Berlín en 1932. Tras el arresto de su padre y posterior liberación se radicó con su familia en Londres en 1939, escribió catorce novelas, seis libros de ensayos, y falleció en 28 de agosto de 2012. Aunque no precisa el año de su relato, cabe presumir que sucede en las vísperas de la Primera Guerra Mundial. Claude Monet (1840-1926) tiene poco más de setenta años, se halla dedicado a cultivar y pintar su célebre jardín sobre la reunión de dos afluentes del Sena, acompañado por su segunda esposa, Alice, hijos y nietos. El tono es deliberadamente bucólico porque el mayor interés de Figes radica en trasladar al lenguaje verbal la compleja percepción de la luz del maestro del impresionismo, tal como quedó consagrada en los cuadros de su serie "Los nenúfares". Su logro es extraordinario, por la precisión con que describe la variación de los valores de la luz a lo largo del día, la atmósfera del jardín y de la casa familiar, la obsesión de Monet por atrapar las cualidades lumínicas del alba y del crepúsculo, a conciencia de que inauguraban y cerraban la fantástica ilusión de un mundo en el que cada objeto se transforma con sus valores cromáticos.

Dice bien, Berger, el libro de Figes consigue transmitir la serena angustia de Monet en su propósito de capturar las apariencias más efímeras en el triángulo de la luz, la percepción humana y la belleza. Lo consigue con logradas descripciones que anidan en el sentido de la vista y se prolongan en el tacto, el gusto, los olores, los sonidos. Pero la tensión del relato se sostiene con dificultad, sujeta a circunstancias familiares que no logran trascendencia dramática y sólo acompañan otra ambición. Alice vive en la angustia por la muerte de una hija de su primer matrimonio, Suzanne, y en la casa están sus dos pequeños hijos al cuidado de Marthe, cuya vida se malogra cuidando de las necesidades de los demás, mientras su hermana Germaine no consigue autorización para casarse con un pretendiente sin recursos. La visita del escritor y crítico de arte Octave Mirbeau, la del sacerdote del pueblo y la del viudo de Suzanne, que pasa a recoger a los niños y pretende casarse con Marthe para reencaminar su vida, son los accidentes de una trama que languidece sin fuerza propia, y desluce la eficacia de una novela, admirable solo por el detalle de sus imágenes sensibles.

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