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Perseguido

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Eduardo Milán

Rara vez la poesía en la plaza supera el árbol bajo el que se lee

FALTA el perseguido, el que no entraba. Ya está. Estaba en el Cavalcanti de Guido, el dolce stil del perseguido. Nadie decide su vida cuando empieza, pocos deciden cuando termina. En Itacuatiá, la estancia de mi abuelo en Río Grande do Sul, preciso: en Santa Luisa, Itacuatiá, el caballo entra central en mi memoria. El campo bajo la lluvia, mi hermana bajo el alero, suspendidos en flotación. La poesía suspende sus alrededores. La poesía detiene el tiempo interior. La poesía reparte granos cerca de la puerta de entrada, luego luego de la cerca, ahí, doble en seguida. La poesía puede detener una montaña. Mantiene el verde alejado de la selva, lo aleja de la hoja verde, a la hoja le fija la clorofila. Descubre la oscuridad del verde. Ven, por poesía, a ver el verdeoscuro de las grutas sin más luz que las luciérnagas, la baba de luz del caracol que ya veías en forma de guirnalda cuando ves por vez primera el Distrito Federal desde el avión cualquiera de estas noches. Entre la noche, más bajo que ella, la esencia del caballo, sus ojos difíciles de aparear. Atravesó la historia de arriba abajo, mantuvo el equilibrio de la distancia. La poesía mantiene el equilibrio. Su dolor: no cambia el mundo. Su dolor impuesto, adherido. Eso que se adhiere del ser al yo y que se retiene tras bambalinas poco antes de salir al escenario. Su forma de habla establece bebederos de agua potable. Establece lo que será: bebederos de agua potable, una guerra se avecina: bebederos de agua potable. No siempre públicos —rara vez la poesía en la plaza supera el árbol bajo el que se lee, rara vez la poesía en voz alta supera la voz alta—: íntimos, para ti, una voz que despierta un sueño de equilibrio entre Montevideo y México pero internos, sin cuerpos diplomáticos mediando. El amor no es diplomático. Ni el cortés. Del cuerpo diplomático al cuerpo muerto hubo un paso que lo dio el psicópata que se fue a enseñar a Harvard, la Universidad del Cuerpo Muerto. Sin ser perseguido.

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Eduardo Milán

POÉTICASEduardo Milán

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