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El perro de Paul Auster

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El referente de la literatura catalana presenta un libro de relatos donde revela detalles de aquella cena incómoda en lo de Paul Auster

EL SIEMPRE lacónico Sergi Pàmies, piedra angular de la literatura catalana contemporánea, retornó con Canciones de amor y de lluvia (Anagrama), compilación de relatos breves que hallan su impulso creativo en las ciénagas de las relaciones afectivas. En el pasado firmó obras como La gran novela sobre Barcelona (1997), El último libro de Sergi Pàmies (2000) o Si te comes un limón sin hacer muecas (2007).

LITERATURA DE ENCARGO.

—¿En qué género ubicaría sus Canciones de amor y de lluvia?

—Es un libro de cuentos en su sentido más clásico. Le he podido dar, gracias al sistema de las canciones, que además juega con el título, una columna vertebral. Cuando tuve el título, Canciones de amor y lluvia, ordené todos los cuentos por la evolución del amor: desde el entusiasmo del principio hasta su muerte. Respecto al género, desde siempre ha habido un gran debate sobre qué es cuento, narración o relato, pero yo siempre me he mantenido al margen. Esta discusión, en la actualidad, cuando todo se fusiona y los géneros se mezclan, ya no tiene mucho sentido. Por eso he salido un poco del ámbito literario y he usado el término canciones. Incluso algunas historias son ejercicios aforísticos o poemas en prosa. Cosas que no me atrevo a poner en verso.

—¿Y su trabajo como columnista de prensa, lo ha influenciado?

—Sí. En el formato, mucho. De hecho, en algunos cuentos de este nuevo libro me hacía de jefe de redacción de mí mismo, obligándome a escribirlos en un número de caracteres determinado. Me decía: "esto lo tienes que explicar en 3.500 espacios". Era como un reto. Es una forma de contenerte, de condensar las ideas y eliminar los elementos sobrantes. Además, este ejercicio también ayuda a la densidad. Mis libros pueden parecer muy cortos, pero cuando los terminas piensas: "¡joder!". Por otro lado, cuando alguien me pregunta a qué me dedico, yo contesto que escribo en periódicos. Con eso me doy por satisfecho. Los cuentos no son fruto de un proyecto personal sino de una necesidad de escribir lo que no puedo publicar en los periódicos. Porque aunque lo que publico en los periódicos también es literatura, es literatura de encargo. En los medios en los que colaboro escribo sobre televisión y fútbol, y allí, lógicamente, no puedo explicar que estoy triste porque ha muerto mi padre. Estas cosas más íntimas las dejo por si me entran ganas de escribirlas en la intimidad. Y esa necesidad siempre acaba apareciendo. Pero me gustan los encargos. En la escuela, cuando nos mandaban hacer redacciones había dos opciones: tema libre o hablar de algo en concreto. Todos los niños preferían el tema libre, porque creían que sería más fácil. Yo era feliz cuando nos decían el tema. No había que salir a buscarlo.

—En Canciones... hay un cierto descubrimiento poético.

—Me gusta esa ambigüedad. Por ejemplo, el mismo título es como una especie de rotonda donde se encuentran varias referencias. La primera, y más evidente, es aquella "Cançó damor i de guerra" ("Canción de amor y de guerra"). Cuando era pequeño, en casa, en Francia, teníamos el disco de esta zarzuela y, mirando la portada, fue la primera vez que yo, que con la familia hablaba en castellano y en la escuela en francés, vi algo escrito en catalán. Más allá de esta cosa íntima, el título también lleva implícita cierta parodia de una "Cançó damor i de guerra" que corresponde a un universo romántico de un país que quiere tener una lírica propia asociada al sentido de nación. Por suerte mi generación ha tenido mucho amor pero ninguna guerra. Lo que sí hemos tenido es mucha lluvia, porque se ha decidido que el amor y la lluvia, en la publicidad y algunos lugares comunes de la cultura popular, van de la mano. Hay un lirismo en el lenguaje; quería que estuviera pero también me daba un poco de miedo explorar. Diez años atrás habría dado un paso atrás, pero esta vez percibí que iba en contra de mis principios.

—Las voces femeninas tienen un protagonismo mucho más destacado que en sus obras pretéritas.

—Hay un cuento que sitúo en un coloquio. En este acto al protagonista, que es escritor, le preguntan si es misógino. Una situación que me sabía mal porque, precisamente, una de las cosas que más agradezco a mi madre es que a mis hermanos y a mí nos dio una educación muy feminista, muy militante. Aun así, releyendo mis libros creo que podríamos ver la manifestación de cierta incomprensión, de que esto del amor y las mujeres nunca lo he acabado de entender. En el pasado, este hecho, como mi lirismo, lo vivía de una manera acomplejada y culpabilizadora. Ahora, habiendo tenido madre, mujer e hija, lo reconozco con libertad. Las quiero muchísimo, a todas mis mujeres, pero no las entiendo.

EL ÚNICO IDIOTA.

Canciones... es un libro desacomplejado donde habla abiertamente de amor, mujeres, familia… y cita con nombres y apellidos a personajes reales como Joan Manuel Serrat o Paul Auster.

—Cada libro responde a una evolución, que a la vez quizás es una involución, porque, seguramente, a partir de cierto momento de la vida solo retrocedes. Yo tengo la percepción de que he retrocedido en sarcasmo. Pero cuando lo analizo, llego a la conclusión de que es así porque me apetece. Si ahora me expresara de otra manera sería impostado. En cuanto a esta evolución hacia elementos más personales en mi obra, creo que empezó tímidamente en Si te comes un limón..., siguió de una forma más explícita con La bicicleta estática y en este último se manifiesta en toda su plenitud. Una etapa, si se quiere autobiográfica, que creo que todavía no he cerrado del todo, pero con la ventaja de que si en el próximo libro vuelvo a hablar de mi familia, ya no sorprenderá a nadie. No creo que la realidad supere a la ficción: La metamorfosis de Kafka es ficción y no se puede superar, al menos hasta el día que alguien se despierte convertido en un insecto; pero yo me siento cómodo con la ficción y la realidad. Por razones diversas, pero sobre todo familiares, porque mi madre practicaba la literatura de testimonio y desde mis inicios descarté el género. Sucede, sin embargo, que la vida comienza a introducir elementos que tienen mucha fuerza. Hechos que, mientras pude, convertí en ficción. Pero llegó un momento en que hacer de la realidad ficción ya no sólo no era operativo sino que casi era deshonesto. El devenir me llevaba a situaciones que no podía maquillar, como el cuento de Paul Auster.

—Una historia que de tan inverosímil parece ficción.

—Esta historia sucedió en 1994. Hasta ahora no la tenía escrita, pero tenía las notas hechas. Recuerdo que mientras las apuntaba pensaba que era la típica situación que nunca publicaría porque la gente pensaría que iba de chulo. Pero ocurrió que el mismo Paul Auster publicó Diario de invierno, un libro donde lo cuenta todo y sale todo el mundo, incluso el perro del que yo también hablo en mi cuento. Y si Paul Auster lo había hecho, y además en un libro tan bonito como aquel, me dije que yo también tenía que intentarlo. Una historia, la de Paul Auster, que había explicado muchísimas veces en cenas con amigos, tantas que cuando me puse a escribirla me salió fácil.

—¿Ha vuelto a tener contacto con con Paul Auster?

—¡No! Después de cómo me comporté no creo que le quedaran ganas de volverme a ver (ríe). Me tentaba mucho hacer pública esa situación en la que un escritor joven va a cenar a casa de uno consagrado, al que admira y que además es encantador, pero lo fastidia todo. Había algo de La cena de los idiotas, solo que aquella noche el único idiota era yo. Además, también tiene un elemento de amor. Si había un libro en el que podía incluir este relato, éste era Canciones de amor y de lluvia.

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