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El lugar del agua

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Pablo Conde

El Río de la Plata como telón de fondo de la identidad uruguaya.

Detrás de "Propagación", la instalación realizada en 2014 en el Museo Nacional de Artes Visuales por el artista uruguayo Pablo Conde (Montevideo, 1960), se encuentra buena parte de las claves de su obra. Cuatro pelotas de fútbol parecían haber originado allí ondas concéntricas en el piso de la sala, las que propagadas transversalmente en todas direcciones como una fuerza subterránea deformaron la superficie plana y resquebrajaron las tablas del parquet. El medio por el cual se trasmitieron esas ondas se comportó como en estado líquido ya que el piso tomó la apariencia del agua sacudida por las ondas concéntricas que se producen, por ejemplo, luego del impacto de una piedra sobre la superficie de un estanque. Sin embargo no se percibía allí ningún movimiento y todo se encontraba detenido como si en algún momento la propagación ondulatoria se hubiera paralizado en plena acción. La instalación de Conde trasmitía un sentimiento ominoso. Había en ella algo vulnerado que permanecía de manera inevitable dentro de nosotros; una amenaza latente que podía estar propagándose como una metástasis; algo que literal y metafóricamente nos "movía el piso", un cambio siniestro que no habíamos podido restituir a su estado normal y original; algo que había cambiado la naturaleza armónica, incluso alterado las leyes de la física, y que hacía que nos recorriera un sentimiento de inseguridad que sin embargo reconocíamos, paradójicamente, como parte de nuestra propia accidentada identidad.

El artista plantea una extraña catástrofe cuyos rasgos engañosos hablan de nuestra imprevisibilidad como uruguayos y como seres humanos. La banalidad y la fragilidad provisoria de nuestra vida cotidiana aparece en esas pelotas de fútbol y en ese piso de parquet resquebrajado. No era simplemente el mecanismo surrealista de la distorsión fantástica, como en los relojes derretidos de Salvador Dalí. Había algo más, algo que bien podía llevar a hacernos muchas preguntas sobre nosotros como individuos y como sociedad.

PESCANDO EN EL INCONSCIENTE.

El agua (y por extensión todo lo líquido) es uno de los símbolos cosmogónicos por antonomasia de la historia de la humanidad. Elemento recurrente en la imaginería de Conde, en parte corresponde al río/mar junto al que vivimos, ese Río de la Plata ambiguo y turbio. Una imagen tan hermosa como siniestra, tan evocadora de vacaciones de la infancia como de catástrofes marinas, de la placidez del verano como de cadáveres devueltos a la orilla con las manos atadas. El Río de la Plata es, inevitablemente, el telón de fondo permanente de nuestra identidad.

En las versiones del artista el agua siempre es corriente o propagación de ondas, líquido en movimiento. Como tal no es un símbolo más dentro de su colección de símbolos abiertos sino que tiene una intimidad central con su forma de trabajo. Conde es un pescador de imágenes en la corriente del inconsciente colectivo, y aunque no esté físicamente presente en muchos de sus trabajos, el transcurso del agua impregna toda su obra. Para entenderlo hay que tener en cuenta la especial amplitud que abarca la imagen del agua, tanto en nuestra relación geográfica y cultural con ella como en la imaginería del artista.

Lo particular de esa relación como uruguayos es vivir junto a un "río ancho como mar" que llamamos Río de la Plata, en realidad un enorme estuario que se abre al océano Atlántico y que en nuestra vida cotidiana apenas percibimos como un río. Las denominaciones geográficas impuestas por construcciones culturales se tornan arbitrarias e irrelevantes cuando hablamos de percepciones y de sentimientos. En los hechos, la sensibilidad profunda hacia el agua de los uruguayos abarca por igual al río, al mar y al océano.

Según el Diccionario de símbolos del poeta y crítico catalán Juan Eduardo Cirlot, el océano simboliza el conjunto de todas las posibilidades contenidas en un plano existencial. Por ello expresa una situación ambivalente, tanto destructora como germinal. Morada abisal de los monstruos y de lo monstruoso, de sirenas y tritones que aluden a una infraanimalidad, fuente caótica de donde emerge lo inferior, lo no capacitado para la vida en sus formas superiores, es también el inconsciente universal de donde surge todo lo viviente. Este simbolismo asimila por extensión el agua a la sabiduría.

No se necesita ir demasiado lejos para encontrar ejemplos de lo destructor y de lo germinal en nuestra historia y en lo que nos rodea. Refiriéndose al océano, Cirlot señala que el carácter positivo o negativo de su simbología depende de su aspecto. En la imagen de Conde, el agua es oscura o barrosa como lo suele ser en el Río de la Plata. Si pensamos que en ella puede estar contenida una representación de nuestra existencia, no es difícil sentir, en su fondo, la presencia de fuerzas infrahumanas, de aquello que fue y continúa siendo monstruoso, llamémosle a eso crímenes, impunidad o tritones.

Debemos tener en cuenta que la generación de Conde creció en la atmósfera de temor y sórdida mediocridad que impuso en Uruguay la dictadura cívico militar durante muchos años. Un clima que no culminó con la caída de aquel régimen, sino que continuó en una democracia dominada por la doble moral y el ocultamiento de los crímenes del pasado. Por eso la obra de Conde no solo ausculta las trazas de un país que tuvo que callar mucho tiempo, sino la de una comunidad que continúa callando. En "Historias flotantes" (1999), una intervención que Conde realizó en una fuente del Parque Rodó, los rostros de los desaparecidos durante la dictadura miraban al espectador a través del agua barrosa del río. Las imágenes estaban estampadas sobre sus famosas baldosas, las que a su vez flotaban en el agua de la fuente.

GRAN PARADOJA.

Lo relevante es la presencia de algo oscuro y amenazador que parece venir desde el pasado y dirigirse de forma incierta hacia un futuro. Esto es percibido con una densidad que tiene mucho de real, no solo porque las imágenes del artista tienen una verosimilitud fotográfica sino porque, como ya hemos visto, mueven algo profundo dentro de nosotros, algo que nos apela. Quizás ese cuestionamiento esté relacionado con las pérdidas y las concesiones que hemos hecho a lo infrahumano, con el terreno ético que hemos cedido a lo monstruoso, a la mentira, al olvido y al acostumbramiento; eso que ningún interés político, decisión judicial o fuerza oceánica puede eliminar, y que el agua del Río de la Plata continuará trayendo a nuestras playas para impedir el olvido.

Pero el agua es en Conde una gran paradoja. Ya Cirlot escribía que en la cosmogonía de los pueblos mesopotámicos la inmersión en las aguas tiene el sentido doble de muerte y nacimiento: es el retorno a la materia antes de la vida, pero también el renacimiento. Para Freud (Introducción al psicoanálisis) el nacimiento es habitualmente expresado en los sueños mediante la intervención del agua. Todo ello hace que ese elemento con el cual el artista nos confronta una y otra vez en su obra contenga la esperanza más vital, la de poder llegar al fondo de una verdad monstruosa para purificar, al fin, el futuro.

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Pablo Conde

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