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Lúcido y visceral

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Carlos Real de Azúa

REAL DE AZÚA POR VALENTÍN TRUJILLO

Esperada biografía de un intelectual ineludible, más esquivado que leído. 

Carlos Real de Azúa

"Despacito y buena letra,/ que el hacer las cosas bien/ importa más que el hacerlas", escribió Machado. Por sobre reglas de estilo, hay que comenzar protestando por la gran cantidad de erratas y descuidos de edición que menoscaban esta primera edición del libro Real de Azúa, Una biografía intelectual de Valentín Trujillo, pese a ello uno de los mejores ensayos biográficos publicados en Uruguay en los últimos tiempos, y que recibió el Premio Bartolomé Hidalgo 2017 en la categoría "Testimonios y biografías". Es en bien de autor y lectores: quien reseña tiende puentes y allana obstáculos, y no sería bueno que los defectos mencionados alejasen a los lectores de un libro valioso, excelente en el manejo de fuentes documentales.

Conversiones y descubrimiento.

Señala Trujillo tres influencias familiares claves en Real de Azúa: el sentirse parte del patriciado, esa clase alta con raíces en la colonia venida a menos en lo económico, pero cultísima; el batllismo de su padre, Dr. Gabriel Real de Azúa; y el catolicismo de su madre, Esperanza Tocavent, de origen catalán. Muchos mejores uruguayos de la primera mitad el siglo XX surgieron de estos "matrimonios mixtos", casi antagónicos.

La familia nutrió, desde niño, la voracidad lectora de "Carlitos", que pintaba para genio y sería gran docente, pese a su tartamudez. También de la familia tomó su interés por la política, como lo prueba una brillante y documentada carta a un amigo que estaba de viaje. Allí el quinceañero Real de Azúa mostraba conocimiento cabal de la política latinoamericana y fuertes inclinaciones izquierdistas y democráticas, distantes de los comunistas, a quienes calificaba de "sirvientes de Stalin", en anticipo de su "tercerismo" político de la adultez, que rehuyó por igual subordinarse a los EE.UU. y a la URSS.

En 1933 fue uno de tantos estudiantes que se manifestaron contra el golpe de Estado de Terra. Sin embargo, rastreando entre los recortes de prensa en sus archivos, Trujillo descubre y documenta su creciente admiración hacia Mussolini, en lo que coincidía con Terra, el dictador, y con Herrera, su aliado en el Partido Nacional.

En esos años procesa Real dos conversiones y un descubrimiento. Siguiendo la influencia materna, se vuelve católico militante. En segundo lugar descubre a José Antonio Primo de Rivera, fundador y primer líder de Falange Española, a quien admira por su integridad, su desprendimiento y su catolicismo. Esta conversión lo llevará, durante la Guerra Civil Española, a apoyar con entusiastas artículos y discursos públicos al bando nacionalista y al Generalísimo Franco. También descubrió su homosexualidad, que viviría en tensión con su catolicismo por el resto de sus días.

Cuenta Trujillo que Real tenía un sistema de notas marginales y subrayados con lápices de varios colores, lo que le permitía sacar el máximo "jugo" a cada página, cimentando así la reputación de que había leído todo lo que pudiera leerse. Uno de los autores que más interesaron a Real de Azúa en el período del descubrimiento de su preferencia sexual y su giro a la derecha fue Julien Green, norteamericano, hijo de una aristocrática familia sureña, pero radicado mucho tiempo en Francia y que escribía en francés. También homosexual, se convirtió al catolicismo desplegando en sus libros, en especial su Panfleto contra los católicos franceses (1924) una ácida crítica a la religiosidad convencional, conservadora e insincera de la mayoría de los clérigos y feligreses católicos. Esa será la tónica de la fe de Real de Azúa, que sintetiza la búsqueda de Dios y el compromiso social activo, y es la explicación de su falangismo, del abandono de esa posición y de su nuevo giro a la izquierda en la década del 60.

Decepción y firmeza.

En 1942 Real de Azúa viajó a España invitado por el Consejo de la Hispanidad, órgano del régimen franquista cuyo propósito era extender la influencia española, por vía de intercambios culturales, en las ex colonias americanas y en Filipinas. Ver la miseria en que vivían los españoles, pero sobre todo la falta de caridad de Franco y su régimen para con los compatriotas vencidos, decepcionó a Real, que a su vuelta escribiría y publicaría uno de sus trabajos más sinceros, ese libro lúcido y a la vez visceral que es España de cerca y de lejos, en el que abjuró de su credo falangista y de su defensa del régimen de Franco. Aunque no de su formación cristiana, determinante en sus estudios de la historia uruguaya y en sus tomas de posición en la política nacional, en especial en su distancia hacia el batllismo.

Un pasaje de este libro sobre España, poco atendido en sus días, pinta muy bien en qué sentido Real de Azúa era un cristiano: "Un prelado se preguntaba hace poco en una conferencia: sentido ascético y militar; sacrificio y servicio, ¿qué son sino catolicismo? Sería muy fácil analizar la peligrosa ambigüedad moral de estos términos; demostrar que, para ser cristiana, faltan en la fórmula Libertad, Amor, Esperanza, Caridad, Justicia, Inteligencia y Fe sustancial."

Esa comprensión integral del compromiso cristiano se mantendría a lo largo de toda la vida de Real. No se vería rebajada por consideraciones de conveniencia táctica, como lo demuestran los artículos que Real escribiera en Marcha criticando la decisión del Papa Juan XXIII, progresista e impulsor del Concilio Vaticano Segundo, de condenar el movimiento de los "curas obreros". Real concordaba con el Papa en que debía evitarse la confusión entre catolicismo y comunismo, pero no tenía ambages en señalar que, al clausurar ese movimiento, la Iglesia cerraba una vía concreta de acercamiento a los trabajadores.

Mérito no menor de Trujillo es el manejo prudente y respetuoso que hace de la sexualidad de Real. Hubiera podido aventurar hipótesis o hasta dar pistas sobre posibles relaciones de su biografiado con tal o cual persona. No lo hace, limitándose a abordar el tema en lo que puede afectar el pensamiento y la postura intelectual de su biografiado. Es una apuesta ética y profesional, pues procediendo así Trujillo construye un libro más serio, pero menos "taquillero". El gesto lo honra.

Cuando lo velaron en su apartamento, lugar donde habitó junto a esa laberíntica biblioteca al cuidado de Olivia Lira, una doméstica de su familia que lo quiso y cuidó como a un hijo, Real de Azúa tenía un crucifijo en sus manos. Y bien estuvo que se lo pusieran, porque toda la vida fue un creyente, convencido de que ni en lo social ni en lo personal puede el hombre vivir bien si no aspira a la trascendencia. Vivió una sexualidad minoritaria e incomprendida, más perseguida en sus días que en los actuales, sexualidad que no estuvo ajena a su destitución en la Universidad de la República durante la dictadura. Pero el catolicismo no debe ser otra cosa que amplitud y comprensión, porque es universalidad. Como escribiera Oscar Wilde, la Iglesia Católica "sólo es para los santos y pecadores. Para la gente respetable bastará la iglesia anglicana".

REAL DE AZÚA, Una biografía intelectual, de Valentín Trujillo. Ediciones B, 2017. Montevideo, 383 págs. Primera edición. Ya circula una segunda edición, corregida. Distribuye Penguin Random House.

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