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El lector como metáfora

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Alberto Manguel
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La buena lectura exige pausa, silencio, introspección. Y el lugar donde ocurre bien puede convertirse en metáfora.

JULIO CORTÁZAR y su esposa Aurora Bernárdez tenían la costumbre de amenizar sus trayectos con libros. Cerca de la estación, a punto de partir, compraban la novela más económica que encontraban y, con
el tren en marcha, Cortázar se disponía a leer. Cuando terminaba una página la arrancaba y se la pasaba a Aurora que, una vez leída, la arrojaba por la ventanilla. Así, con esta dinámica, seguían hasta acabar el
libro, consumir las palabras, finalizar el viaje.

Esta anécdota es ejemplo del vínculo entre metáforas y libros que el prolífico escritor Alberto Manguel trabaja en El viajero, la torre y la larva.
Por ejemplo el caso de Dante, poeta, cronista de aventuras y descriptor incansable, y de Sandro Botticelli, quien dos siglos más tarde trató de ilustrar la Divina Comedia sin éxito. La obra nunca fue terminada y sólo perduró la idea de la imposibilidad de transmitir el legado del escritor a través de la pintura. Es decir, que una imagen no vale más que mil
palabras, y que las metáforas tienen sus limitaciones.

El viajero... se divide en tres grandes capítulos apoyados en lustraciones. Están colmados de referencias literarias y bíblicas que esconden tras de sí un sentimiento agridulce, pero también una verdad: que el mundo es maravillosamente caótico. Cuenta el ensayo que en 1966 el novelista y dramaturgo austríaco Peter Handke afirmó en Princeton sentirse un habitante de la torre de marfil: “Para mí la literatura fue un medio para ver con mayor claridad; me ayudó a darme cuenta de que estaba ahí, de que formaba parte del mundo”. Hoy, según Manguel, el lector en la torre de marfil es sinónimo de velocidad y brevedad, pues prevalecen los picoteos de fragmentos cortos por sobre la lectura lenta, intensa, profunda. Estamos interconectados, pendientes de muchas pantallas en una sola pantalla, apunta. Hay ruido incesante. “La mayoría teme al silencio porque en él se nos puede obligar a observar, a reflexionar sobre experiencias pasadas, a pensar”. Es en el silencio donde se puede viajar a solas, y esto es lo que reivindica el autor a lo largo del libro: la pausa, la introspección. En la lectura, pero también en la vida.

Las letras de un libro, por sí mismas, dejan una estela en la mente, igual que lo hacen Cortázar y Aurora lanzando las hojas por la ventanilla, formando un rastro a su paso, espolvoreando párrafos. O lo que consigue Manguel en El viajero...: que el lector se identifique con su voz, comprenda las metáforas, y haga su propio viaje hacia la profundidad
de las palabras.

EL VIAJERO, LA TORRE Y LA LARVA: EL LECTOR COMO METÁFORA, de Alberto Manguel. FCE, 2015. Buenos Aires, 123 págs. Distribuye Gussi.

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