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Foto Javier Calvelo
Javier Calvelo

El libro Provinciano es una valiente exploración de las violencias que todas y todos llevamos dentro.

Es un momento sensible para la cuestión de género. Los necesarios reclamos contra la violencia han generado una explosión de discursos militantes, discursos que simplifican y desplazan el pensamiento complejo, frenando la urgente tarea de entender el origen de las violencias y cómo ésta afecta el fuero íntimo. Por ejemplo, las manifestaciones comunitarias como la gran marcha del Día de la Mujer del 8 de marzo en Montevideo son tan necesarias como maravillosas. Allí proliferaron los discursos, muchos y diversos, y sonaron fuerte los radicales. Algunas pidieron que no fueran hombres. No tuvieron eco o provocaron reacciones duras en otras. A veces quiero pensar que hay tantos discursos feministas como mujeres, todos únicos, condicionados por historias, emociones, alegrías, sueños y frustraciones bien diferentes, y surgidos con rabia del fuero íntimo. Y eso también sería maravilloso porque, al situar en el centro a la persona y no a la masa, se abriría una oportunidad inmejorable para bucear en el agujero negro de las violencias. Esas que todas y todos llevamos dentro.

El libro Provinciano del escritor, editor, poeta y periodista Álvaro Pérez García —más conocido como Apegé— hace su viaje hacia esas violencias en el contexto de una estadía en Buenos Aires. El narrador es un montevideano en la gran manzana que se busca a sí mismo, y lo hace desde la mirada del alien, del pueblerino. Con un estilo que no es prosa, ni poesía, ni ensayo o auto-ficción, pero que es todo eso a la vez.

DESDE PUERTO MADERO.

Al protagonista le gustan los hombres, y lo expresa desde su más profunda intimidad. Es el reclamo emocional y carnal de un alma que pide cariño, contención, comprensión ("mi cuerpo es un desierto árido que invoca una gota de lluvia"). La potencia de esa emoción es tal que el reclamo se hace universal. No es un gay que pide amor y respeto; es un ser humano como cualquiera, sin importar su condición. La empatía del lector es inmediata. Entonces, sin anestesia, el protagonista dispara: "Me resulta insoportable estar solo entre gays. Me resulta insoportable cualquier militancia que parta de una sola condición. Yo no los acuso pero no me quieran cooptar. Yo no quiero militar. A mí no me interesan las grandes causas ni los grandes guetos, me importan los individuos", para agregar: "¿Qué tengo yo que ver con ese que tiene como sueño poner un hostel gay en Punta del Este? Qué mierda tengo yo que ver con ese tipo".

El narrador desnuda sus propias miserias. En un hostel de Buenos Aires, rodeado de personajes de paso, reflexiona: "Yo, hombre progresista, homosexual, intelectual y librepensador, soy tremendo racista. Estuve mirando con una desconfianza feroz al peruano más simpático del universo mientras deseaba sin pudor al caballo argentino, un chanta de película (un vago, un vividor) que sólo me seducía con una caída de ojos".

Es allí, liberado el narrador de una identidad vivida como cárcel, que Provinciano se eleva como una narración de lucidez y tono poco común. El protagonista crece desde los márgenes y se instala en una centralidad contundente. Y, desde esa posición, no hay discurso político o social que se le resista, se mete con todo, desarma paradojas, expone contradicciones. Uno de los pasajes más disfrutables del libro refiere al "europeo idiota", ese que llega al sur como turista, que odia el país donde vive e idealiza la cultura azteca, inca, la que sea. Pero que, de forma curiosa, no vive acorde a lo que proclama. Que incluso instrumentaliza y trafica con el dolor ajeno. Y lo contrapone al europeo honesto, ese que "no endiosa nada, y calibra su saber con el de otros", ese que dice "que hasta entre los indígenas está lleno de chantas".

No es casual que el relato transcurra en Buenos Aires, "una ciudad sin síntesis" imposible de aprehender para la sociología o la política, "quizás sólo expresable en el arte". Porque la idea de construir comunidad, de cimentar un hogar para todos, es saboteada por la brutal presencia de clases, etnias, religiones o culturas que gritan sin pudor sus diferencias. "Esto no tiene que ver con las injusticias o la maldad; es otra cosa de la que hablo: de una especie de resumen de la imposibilidad del mundo, de esta ciudad como receptáculo de todas las miserias, la genialidad, la locura, el deseo, la riqueza y la destrucción del universo. Por eso nos vuelve locos y nos alucina". Es un lugar donde se juntan "el chino con el chino y el judío con el judío y el gay con el gay cada cual con su tribu" para evitar el abismo, "el precipicio en el que se vive cada día". Gente que cada mañana está preparada para que todo "se vaya al infierno, que es de donde proviene". En este sentido cree que la ciudad no tiene un destino posible, pues Buenos Aires es "la manifestación más propia y hermosa del caos mundial, de la esquizofrenia universal, de la imposibilidad de un acuerdo. Aquí el orden es y será declaración, deseo, máscara". Es decir, impostura.

El único momento en que Provinciano pierde fuerza es cuando se mete de forma breve con la política argentina y sus mitos. Es natural que los políticos y la política provoquen rechazo. Pero son rivales a temer. Su capacidad de replantearse los hace inasibles.

EL CORAZÓN DE LOS HOMBRES.

Somos testigos de numerosas violencias y constatamos con frustración nuestra impotencia. Provinciano cataliza esa impotencia. El protagonista creado por Apegé dialoga, confronta, aprieta los dientes, y también se obliga a ser coherente practicando una soledad intransigente. Si nos dice que "el bar está en Almagro y el misterio en el corazón de los hombres", es para destacar que su único refugio es el pasajero vínculo de los compañeros de mesa en dicho café, una seguridad momentánea, temporal, áspera. Porque tarde o temprano deberá enfrentar en soledad el gran misterio universal que pulula por las calles de cualquier ciudad, sea Buenos Aires o Ciudad Juárez (en la novela 2666 de Roberto Bolaño, sobre los feminicidios rituales). Por si fuera poco se siente feo, pobre, no tiene dinero para pagar la entrada de los sitios con banderas de siete colores, bandera que para el narrador es sinónimo de "puto contemporáneo", integrado, aceptado, "libres entre los aceptados y libre cuesta horas de trabajo. Son las leyes del mercado y no otra cosa las que nos han otorgado la libertad". Es, entonces, un marginal actuando en múltiples planos, y es desde allí que llega al dolor, trabajando los silencios y alejando el ruido como en Moonlight, esa pequeña obra maestra ganadora del Oscar 2017.

Provinciano reclama coherencia, honestidad, menos militancia y más espacio para la intimidad. Una resistencia contra el arrase, contra la brutalidad. Porque no lo soporta más, ni siquiera su propio discurso. "No quiero más mi inteligencia y mi retórica, mis libros y mis películas, este decir elocuente, esta pose. Soy un perro lastimoso que busca una caricia", un hombre "que implora salvación, silencio", buscando a alguien "que detenga la sangre de esta herida que me surca el pecho", esperándolo "como se espera a Dios, al destino, a la revolución o la muerte".

PROVINCIANO, de Apegé. El 8vo. Loco Ediciones, Colección Fuera de serie/Tren en movimiento, 2016. Buenos Aires, 62 págs. El libro se puede leer y descargar de forma gratuita en el sitio web de la propia editorial.

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