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Hielo cósmico

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Martin Amis

Los nazis como parte de una comparsa grotesca e inesperada.

DESPUÉS DE Auschwitz no solo se siguió escribiendo poesía (contra la famosa sentencia de Theodor Adorno de que sería una barbarie hacerlo), sino que sobre todo se escribió, y mucho, narrativa sobre Auschwitz, nombre hecho metáfora y metonimia de "campo de concentración y exterminio", de Holocausto, de Solución Final y de crisis moral de Occidente. La narrativa sobre ese lugar y por extensión sobre los demás campos del nazismo abarca desde lo testimonial y biográfico al relato novelado, el ensayo filosófico, textos históricos, historietas, etc. Del lado de las víctimas Primo Levi, Imre Kertész, Eliezer Wiesel, Hannah Arendt, Viktor Frankl, Raul Hilberg, Ana Frank, forman parte de una interminable lista; pero además hay que añadir toda una literatura revisionista o negacionista, que también existe (Paul Rassinier, David Hoggan y otros), o casos como el polémico del Premio Nobel Günter Grass, que en su adolescencia formó parte de las SS. Pero también los verdugos escribieron. Por ejemplo el teniente coronel Rudolf Höss (1900-1947) que comandó Auschwitz entre 1940 y 1943, y ahí mismo fue ahorcado en 1947, tras los Juicios de Núremberg. Hijas de su reclusión son unas memorias recopiladas bajo el título Yo, comandante de Auschwitz (1958) que Martin Amis cita en el epílogo de su última novela, La Zona de Interés, y varios datos evidencian que es en Höss en quien se inspira para crear a Paul Doll, su personaje estrella.

Si bien el epílogo es tranquilizador y políticamente correcto —el Holocausto es incomprensible racionalmente, no asimilable, etc.— la novela no lo es. Redondeo de un Amis en la plenitud de su narrativa, audaz, divertido y omnívoro, capaz de bailar sobre una tumba con lágrimas honestas, La Zona de Interés coloca en primer plano la comparsa grotesca de los victimarios y muy atrás y en sordina, el coro anónimo y sentenciado de las víctimas.

LÓGICA APLICADA.

No es la primera vez que Martin Amis (n. 1949) encara el tema. Lo había abordado en 1991 con La flecha del tiempo, solo que ahí la retorcida estrategia narrativa llamaba demasiado la atención sobre sí misma, y para cuando se llegaba a la revelación de que su personaje había sido médico torturador en Auschwitz el lector ya estaba mareado. La novela desandaba la línea del tiempo, no en el sentido en que lo había hecho Francis S. Fitzgerald haciendo nacer viejo a su Benjamin Button y rejuveneciéndolo hasta llegar a bebé, sino más bien al modo en que Gaspar Noé filmó Irreversible, con todos sus personajes yendo en reversa, desde el horror del presente hasta el beatífico origen. En La flecha del tiempo la realidad se des-crea al punto en que los judíos, por ejemplo, no son expoliados ni sacrificados en masa, sino devueltos a sus vidas cotidianas. En el sarcasmo de ese procedimiento contra natura está expuesta la contundencia de lo irreversible.

La Zona de Interés comienza a leerse a partir de su extenso acápite shakespeariano extraído de Macbeth (con cierto desorden: yuxtapone el conjuro de las brujas al comienzo del acto cuarto con la poderosa reflexión de Macbeth casi al fin del acto tercero) y esa introducción modela lo que sigue. La palabra será dada a los verdugos y por ellos hablará la verdad, atravesada de complejidad y a la vez vergonzosa y crudamente simple.

El primer narrador es el donjuanesco Angelus Thomsen, sobrino y protegido de Martin Bormann (secretario personal de Hitler y uno de los varios personajes históricos de la novela), que llega al campo III de Auschwitz para optimizar la explotación de mano de obra prisionera al servicio del complejo industrial IG Farben. Su obsesión amorosa por Hannah Doll insufla un componente sentimental a la trama, además de que ese personaje femenino da un cierre moral a la historia. El segundo es el comandante del campo, Paul Doll, que insiste en referirse a sí mismo como un "hombre normal", y lo es —celoso, voyeurista, ramplón, mesiánico, obsecuente, cómico— aunque su trabajo es recibir trenes cargados de humanos y decidir cuándo y cómo morirán. El tercero es Szmul, lo trágico hecho carne y oxímoron, un "prisionero de confianza", un judío que colabora con los SS facilitando el trámite del exterminio.

Con esa tríada masculina, secundada por un puñado de mujeres entre las que destacan, además de Hannah, Ilse Grese (personaje real, la más joven y sanguinaria vigilante de campo) y Gerda (la prolífica y burda tía de Thomsen), Amis arma su bestiario, funcional y creíble. Ahí están la banalidad del mal, la lógica del nacionalsocialismo, la mística del Führer (jamás nombrado) y de las SS, la pulsión de muerte, la inercia del Poder ("ya no podemos parar" dice Doll). Igual que Jonathan Littell en Las benévolas (2007), Amis muestra burócratas, tipos aplicados a matar siguiendo ordenanzas, cumpliendo metas y economizando recursos, genuinamente preocupados porque no dan abasto a ejecutar prisioneros y el olor de la muerte se les desborda por kilómetros. Tipos inmersos en un horror que los excede, hasta que lo neutralizan con alcohol y lo incorporan a su rutina. En una escena, Doll observa impertérrito el legrado hecho a su amante gitana: "me busqué los remilgos, y los remilgos no estaban…".

En "la zona de interés" —el KZ o KL o Lager o campo de concentración—, en su arquitectura espiritual donde "todo estaba permitido" es que se visibiliza la verdadera "zona de interés": quién es quién, de qué está hecho cada animal humano.

DISPARATARIO NAZI.

Del tour de force de La flecha del tiempo a esta nueva novela, hay mucho Amis. Ya no se trata de experimentar para dar la nota. El montaje episódico, las elipsis, los saltos narrativos, la textura y el ritmo que dan espesor narrativo a La Zona de Interés son los de un escritor con mayúscula que sabe que la forma es el contenido y el contenido es la forma. La información que se va develando y ampliando en capas concéntricas a través de los tres narradores básicos; el modo consumado en que nos la oculta y dosifica (ver la carta de Thomsen a Hannah, o el cuento fragmentado de lo que pasó con Dieter Kruger); las mentiras que Doll dice a los prisioneros y las que nos dice a los lectores: todo está hablando de la Historia, de un relato seductor y sesgado que nunca está completo.

Amis elige un punto de vista, escoge de partida el año 1942 y traza su mapa. No va a los cuerpos de las víctimas sino al corazón y la mente de los victimarios (asumiendo, por lo demás, que ambos casilleros son roles históricos de un contexto determinado). Por eso puede reírse y hacernos reír. Reímos cuando detalla las innumerables categorías policiales del nazismo, cuando expone la pseudocientífica y ridícula teoría del "hielo cósmico" para explicar la supremacía de la raza aria, cuando reserva los términos en alemán para definir dos cosas: las categorías militares, y los atributos sexuales femeninos que Doll elogia en una mujer —su esposa— que no le da ni la hora. Pero hay un momento, o muchos, en que la risa se congela, y La Zona de Interés y Amis a través de ella muestran la garra, sacan un espejo y calan lo profundo. Es cuando el propio Doll en la noche se hace preguntas como ésta: "Si lo que estamos haciendo es bueno ¿por qué huele tan lacerantemente mal?" Es cuando, ya finalizada la guerra y "purgadas" sus culpas, Thomsen intenta concretar su historia de amor con la viuda del comandante y recibe una respuesta incontrastable, donde el credo Amis para esta novela mayor se hace patente y necesario: "Imagina lo repugnante que sería que algo bueno viniera de allí".

LA ZONA DE INTERÉS, de Martin Amis. Anagrama, 2015. Montevideo, 303 págs. Trad. de Jesús Zulaika. Distribuye Gussi.

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